Dos visiones, dos proyectos que se van a enfrentar aún más a medida que se acerca la fecha de 2012, cuando se tienen que celebrar elecciones presidenciales y tanto Putin como Medvedev mantienen la incógnita de cuál de ellos se presentará finalmente. La pugna entre ambos dirigentes se está trasladando, también, a la calle. Medvedev cuenta con un 76% de aprobación, según las últimas encuestas, y Putin le supera por poco, con un 77%. Antes del verano, el primer ministro superaba en 3’4 puntos al presidente.
Aunque Medvedev fue el candidato de Putin a la presidencia cuando éste terminó su mandato, en 2008, el distanciamiento entre ambos dirigentes se está acelerando aunque puede haber un elemento que les vuelva a unir: el triunfo del Partido Republicano en las elecciones del pasado mes de noviembre. Una de las primeras iniciativas que han tomado los republicanos, que dominan el Congreso estadounidense, es la paralización de la ratificación del nuevo tratado START de control de las armas nucleares estratégicas. Esta era una de las promesas que había arrancado Medvedev a Obama cuando Rusia decidió votar a favor de la Resolución 1929 (julio de 2010) contra Irán. Las otras fueron el ingreso en 2011 en la Organización Mundial del Comercio, así como “consensuar” con Rusia el proyecto de defensa antimisiles para Europa y un acercamiento de la OTAN a los postulados rusos “para enterrar la guerra fría” en una estrategia que desde EEUU se ha denominado “puesta a cero” en las relaciones entre los dos países.
Rusia contra Irán (y la reacción de Turquía)
El voto de Rusia favorable a la ampliación de las sanciones contra Irán que se recoge en la Resolución 1929 del Consejo de Seguridad de la ONU se explicaba, en primera instancia, por el temor ruso a que las enormes reservas de gas de Irán amenazan el predominio mundial de Rusia en este ámbito y el país persa se convirtiese en el futuro en un hipotético proveedor alternativo para Europa (1). Es evidente que tal eventualidad no se va a dar en mucho tiempo, pero Rusia no iba a esperar máxime cuando Irán lleva un par de años manteniendo una agresiva política exterior (tiene acuerdos comerciales muy ventajosos con Azerbaiyán y Turkmenistán) en una zona considerada por Rusia como su “patio trasero”: el Asia central y el Cáucaso. Las luces de alarma se encendieron en Rusia en noviembre de 2008, cuando Irán y Turquía alcanzaron un acuerdo comercial relativo a la comercialización de gas hacia Europa que se iniciaría con la construcción de un oleoducto de 660 kilómetros y por valor de 1.300 millones de dólares. Dicho acuerdo no se llegó a poner en marcha por las presiones estadounidenses a Turquía, pero el asalto israelí a los buques de la Flotilla de la Libertad que llevaban ayuda humanitaria hacia Gaza a finales de mayo de este año hizo que Turquía volviese a reconsiderar dicho acuerdo. Rusia tomó buena nota y decidió “castigar” a Irán votando a favor de las sanciones. Por el contrario, Turquía –que había llegado a un acuerdo con Brasil e Irán para el procesamiento de uranio- votó en contra de esa resolución de la ONU.
Rusia añadió a su voto favorable a las sanciones la negativa a suministrar a Irán los misiles defensivos S-300, una decisión personal de Medvedev, argumentando que lo hacía en el marco de la resolución de la ONU. Sin embargo, dicha resolución no prohíbe el comercio con Irán de armamento defensivo, sino el ofensivo. Un gesto bien recibido por EEUU y la OTAN, que a partir de entonces se apresuraron a proponer a Rusia un acercamiento en la cuestión de los misiles con los que, supuestamente, se protegería a Europa de cualquier ataque proveniente de los países asiáticos, Irán incluido.
En su acercamiento a Occidente, Rusia ha optado por distanciarse de sus tradicionales aliados. Uno de ellos es Turquía. Pese a ser un país de la OTAN y contar en su territorio con instalaciones militares, de radares y misiles, que están dirigidas al control del territorio ruso, los dos países habían ensanchado sus relaciones comerciales hasta el punto de convertir a Rusia en el principal suministrador de gas a Turquía.
Pero Turquía está cada vez más dolida con Occidente, más a raíz de la postura de bloqueo a la condena contra el ataque israelí a la Flotilla de la Libertad. Los turcos entienden que el acercamiento ruso a Occidente va en detrimento de sus expectativas de ingreso en la UE y en el intercambio comercial, especialmente en el caso del gas. Turquía se considera traicionada por Rusia, por lo que ha decidido retomar el acuerdo con Irán. Los ministros de Petróleo y Energía de Irán y Turquía firmaron en octubre (2) el inicio de la construcción del oleoducto, que durará tres años y que permitirá a Irán la exportación de entre 50 y 60 millones de metros cúbicos de gas diarios a Turquía y Europa. Se da la circunstancia que Irán es el segundo proveedor de gas natural a Turquía, después de Rusia, con lo que el toque de atención turco a los rusos es evidente. Les está diciendo que puede que ganen Occidente, pero les van a perder a ellos.
Al mismo tiempo, Rusia está perdiendo a pasos agigantados la influencia que tenía en Irán. Durante la etapa de la Unión Soviética, Irán era un importante mercado de armas convencionales y tecnología nuclear civil (la central de Busher es el ejemplo más claro). En contrapartida, Irán era un socio constructivo de Rusia en cuestiones de seguridad regional en Asia Central y del Sur. Tras la desaparición de la URSS, Rusia se volcó en los aspectos comerciales (Gazprom se convirtió en la primera compañía transnacional extranjera en invertir en el yacimiento de gas de South Pars) y con Putin como presidente se establecieron acuerdos comerciales. La relación se fortaleció de tal manera que Putin se convirtió en el primer jefe de estado no musulmán en ser recibido por Alí Jamenei, considerado el líder supremo de la República Islámica. Pero todo cambió con la llegada de Medvedev a la presidencia.
Obsesionado con mejorar la relación con EEUU, Medvedev ha llevado a Rusia a desandar el camino de los últimos 20 años respecto a Irán. Ya se han reducido las exportaciones de armas convencionales (no sólo los misiles S-300) y se están reduciendo las asistencias el lo referente a enriquecimiento de uranio y tecnologías de reprocesamiento. Al mismo tiempo, y pese a la retórica de que se opone a un ataque contra Irán, Rusia no ha presionado en ningún momento a EEUU para que ofrezca a Irán garantías de seguridad, es decir, de no ataque, en lo que atañe al derecho iraní a la investigación nuclear.
Rusia contra China (y de nuevo Turquía)
El abandono de Irán por parte de Rusia está siendo aprovechado por China, hoy el país con intereses estratégicos claros en la República Islámica. No sólo han sido los chinos quienes han dado este paso, sino los propios iraníes, conscientes que sus problemas de seguridad básica y necesidades nacionales y de política exterior sólo se pueden asegurar a través de un acercamiento a China.
Y los chinos están viendo con preocupación la deriva prooccidental de Rusia en unos momentos en que en Asia se está jugando una partida de ajedrez geopolítico importante. Asia se está convirtiendo en el principal escenario geopolítico del primer tercio de este siglo XXI en todos los aspectos: económico, político y militar. Los coqueteos con la OTAN hacen de Rusia “un país hostil” de cara a los chinos, y así hay que interpretar una curiosa, y significativa, iniciativa china: la celebración de maniobras militares conjuntas con Turquía e Irán (3). Fueron unas maniobras navales y aéreas, las primeras de esa envergadura fuera de las fronteras chinas.
La coincidencia de dos hechos, la firma del acuerdo gasístico turco-iraní y las maniobras militares, pone de relieve un nuevo mapa geoestratégico en el que ha tenido mucho que ver el movimiento pro occidental ruso. Dado que los países europeos siguen automáticamente los lineamientos de política exterior estadounidense (las sanciones unilaterales que acaban de aprobarse incluyen medidas contra la industria del petróleo y gas iraní) los turcos planifican sus propios caminos energéticos y los chinos se aseguran un mercado casi sin competencia.
Eso preocupa a Putin, pero parece que no a Medvedev. Para el presidente ruso, que apuesta por Rusia como un estado industrial y no por un exportador de materias primas, el que una empresa como Lukoil (participada por la estadounidense Conoco-Phillips) se haya sumado a la campaña de sanciones contra Irán deteniendo la entrega de gasolina y otros productos a los iraníes argumentando las sanciones de la ONU no es criticable, mientras que para Putin no hay que perder cuotas de mercado en ámbitos estratégicos. De ahí que a través de uno de sus principales colegas y valedores, el presidente de Gazprom Neft, Alexandr Dyukov, esté intentando recuperar parte del terreno perdido intentando que Gazprom sea el sustituto de Lukoil en Irán. Que lo consiga o no está por verse aún.
Lo que sí es evidente es que la deriva prooccidental rusa está afectando a su relación con China. En Beijing es vista como una manera “nada discreta” de erosionar la presencia estratégica china en el continente asiático y las acusaciones a Rusia de “privar de seriedad” a la Organización de Cooperación de Seguridad de Shangai por su acercamiento a la OTAN se hacen cada vez más frecuentes y públicas (4).
Rusia y la OTAN (con Afganistán de fondo)
Medvedev y Putin ya no son complementarios, van por caminos separados. Mientras el presidente se dejaba querer y agasajar en la cumbre de la OTAN en Lisboa, su primer ministro negociaba en Bulgaria un nuevo acuerdo energético (5) que pueda servir de sustituto al oleoducto gasístico que ahora pasa por Ucrania y que ha sido causa de no pocos enfrentamientos entre Rusia y este país.
El acuerdo ruso-búlgaro consiste en establecer una empresa conjunta que genere y ejecute un tramo del oleoducto South Stream, destinado al suministro de gas a Europa a través del Mar Negro y los Balcanes para así prescindir del que atraviesa Ucrania. Este oleoducto es visto por la UE como un rival de su proyecto Nabucco, que también atravesará territorio búlgaro, como una fuente alternativa al gas ruso.
Medvedev y Putin sólo están de acuerdo en una cosa: Afganistán. Rusia viene combatiendo junto a las tropas de la OTAN en Afganistán desde el verano con la excusa de combatir el tráfico de drogas. En Rusia se habla de “narcoagresión” el importante tráfico de droga, especialmente heroína, que se genera en Afganistán y que se distribuye por toda la Federación rusa a través de Kirguizistán. Según un informe de la Agencia para el Control del Narcotráfico de Kirguizistán, el volumen de droga intervenida en ese territorio fue en 2009 de 480 kilos de heroína y 2.680 kilos de hachís (6).
Lo curioso es que los rusos lo venían denunciando desde 2008 sin que la OTAN hiciese nada para impedirlo. Esta es la razón que, desde Moscú, se aduce para justificar el acercamiento a la OTAN y las facilidades que acaban de acordarse en la cumbre de Lisboa para que Rusia facilite el tránsito por su territorio de material para la OTAN en Afganistán, sistemáticamente atacado ahora en Pakistán, y que los rusos ofrezcan helicópteros a las fuerzas del gobierno colaboracionista afgano.
Notas:
(1) Alberto Cruz, “China, Rusia y las sanciones a Irán” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article885〈=es
(2) Asia Times, 6 de octubre de 2010.
(3) As Safir, 11 de octubre de 2010.
(4) Asia Times, 16 de noviembre de 2010.
(5) Ria Novosti, 17 de noviembre de 2010.
(6) Alexandr Barentsev, “El cuchillo kirguiz de narcóticos en el cuerpo de Rusia” http://es.fondsk.ru/articlelist.php?section_id=2
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor.
albercruz@eresmas.com
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