viernes, 31 de enero de 2014


Axel Kicillof.


Nicolás Maduro.


Michoacán.


Rebelion. Pluralidad de poderes y legitimidad en Michoacán
Portada :: México
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 31-01-2014

Pluralidad de poderes y legitimidad en Michoacán

Cambio de Michoacán


Thomas Hobbes en el Renacimiento inglés y Max Weber en la era del capitalismo avanzado compartieron una misma visión del Estado que se invoca con gran frecuencia como el fundamento mismo del poder público. Para ambos autores, el Estado es la entidad que ostenta y debe ostentar el monopolio de la fuerza legítima. Hobbes teorizó el poder absoluto del monarca como una exigencia que derivaba de la necesidad de contener la violencia inherente a la naturaleza humana y la guerra del hombre contra el hombre movida por la propiedad y el apetito de ésta. Para refrenar la bestialidad de la lucha fue necesario un acuerdo o contrato entre los individuos que creó la sociedad y en la que aquéllos cedieron el uso de la fuerza a un nuevo actor, el Estado (siempre encarnado en el monarca) para que éste la ejerciera brindando seguridad a las vidas y las propiedades de sus ahora súbditos. A cambio de esas garantías, éstos cedían a favor del poder parte de su libertad y se sometían al príncipe.

Max Weber, en los inicios del siglo XX, definió al Estado como la institución que ejerce y reclama para sí el monopolio de la violencia legítima. Reconocía sí, que otros integrantes o grupos de la sociedad recurren también al uso de la fuerza; pero sólo en el caso del Estado ese uso es legítimo. Tanto el pensador renacentista inglés como el sociólogo e historiador alemán se ubican dentro de la corriente del realismo político que resalta la violencia y la fuerza como el componente central del poder político, visión que el marxismo asume también, pero sin consagrar como legítima cualquier forma de Estado ni de ejercicio del poder, en tanto éste se encuentra siempre condicionado por intereses de clase, es decir, los de tan sólo una parte y no de toda la sociedad.

En teoría, pues, y tal como lo establecen las leyes, corresponde al poder público y sólo a él la función de ejercer la fuerza, reprimir las conductas delictivas e inhibir las que pongan en riesgo la convivencia social o amenacen la vida, la integridad y la propiedad de los individuos. Es parte del pacto social de mando-obediencia que da origen, en particular, a las formas democráticas de la estructura estatal. Mas esa teoría y la normatividad que reviste al Estado mismo se ven negadas constantemente en una realidad como la mexicana en la que los órganos del Estado han abdicado, por decisión o por incapacidad, de tales funciones.

La crisis social y política de Michoacán ha puesto de relieve la ruptura de ese pacto. El Estado y sus órganos han incumplido sistemáticamente con la protección de la vida, la seguridad y las propiedades de los ciudadanos. Basta el dato de que en nuestro país el 96 % de los delitos queda impune para entender la zozobra en la que se ha instalado gran parte de la población y las formas que ha asumido el conflicto social. El desmantelamiento al que ha sido sometido el Estado durante las últimas tres décadas, la confianza ciega de los gobernantes en la autorregulación del mercado y el repliegue de una multiplicidad de estructuras públicas (incluidas las educación, salud, asistencia social, etc.) de sus funciones han terminado por debilitar la capacidad de acción del poder público. Si a eso se agrega el empeño permanente de los gobernantes en desestructurar y abaratar el mercado laboral mediante el debilitamiento de las instancias de defensa del trabajo (sindicatos y organizaciones gremiales en general), con el consiguiente deterioro del tejido social, se entiende sin dificultad el caldo de cultivo que el régimen ha creado para la delincuencia común y la organizada.

Lo que está en cuestión no sólo en Michoacán sino en el país entero es la unicidad y legitimidad del poder; pero en esta entidad ese dilema se presenta en forma más ostensible, prácticamente al desnudo. Los poderes establecidos permitieron durante años no sólo que campearan en la entidad las actividades delincuenciales sino que los delincuentes mismos arraigaran y se revistieran de cierta legitimidad a escala local. La connivencia con las autoridades ha llegado al punto en que policías, secretarios de seguridad municipal y ayuntamientos han sido capturados por las bandas y puestos a su servicio o al menos nulificados como órganos de autoridad. Pero no sólo eso. Desde hace aproximadamente ocho años, o quizás una década, esos grupos delictivos lograron revestirse de una peculiar legitimidad a los ojos de la población. El reciente documental del Canal 4 de la televisión británica, en el que uno de los líderes del grupo autodenominado Templario , Servando Gómez Martínez, arenga abiertamente a los habitantes de algún poblado de Michoacán y reparte billetes a mujeres, seguramente empobrecidas, muestra uno de los métodos por los que tales grupos delictivos atraen la aceptación social y se legitiman ante ciertos sectores del pueblo. Lo paradójico es que, en su momento, tales grupos proclamaron que su función era dar seguridad a la población michoacana frente a los abusos y despliegue de otras bandas.

Las autodefensas del Valle de Apatzingán representan un desafío no solamente para la delincuencia organizada sino también para los órganos del Estado. El surgimiento, en 2013, de un movimiento social armado para combatir a las manifestaciones delictivas ha puesto en blanco y negro las limitaciones y contradicciones de las fuerzas del orden, principalmente en el nivel municipal y el estatal. Su legitimidad estriba en venir a cumplir tareas que los órganos de poder institucionales no quisieron o pudieron consumar en materia de protección a las personas. Más allá del debate acerca de su origen, sus fuentes de financiamiento, vías para allegarse armamento, etc., lo cierto es que los grupos de autodefensa o guardias comunitarias han logrado también, en un periodo muy breve, revestirse de la legitimidad que en múltiples comunidades locales, y más allá, el Estado ha perdido. Estos grupos entraron no sólo a enfrentar a las mafias con más determinación y energía que la de los órganos de seguridad pública sino a disputar a éstos la legitimidad en el ejercicio de la violencia. Civiles enfrentando a civiles es una situación que no puede menos que ser conceptuada como una guerra que evoca el estado de naturaleza hobbesiano.

Estos grupos de autodefensa han sido interpretados de distintas maneras: ya como fabricación de cárteles rivales a los que operan dominantemente en Michoacán, ya como una maniobra gubernamental y como una expresión de paramilitarismo a la colombiana; o bien como el embrión de un movimiento revolucionario en gestación que se enfrente al régimen. No parecen, empero, ser más que lo que ellos mismos declaran ser: la expresión del hartazgo de los habitantes de distintas localidades por la impunidad campante de quienes los agreden con secuestros, extorsiones, violaciones y asesinatos. Ahí radica su originaria legitimidad ante la población. Pero existe, sí, el riesgo de que sean infiltrados por agentes de otros grupos criminales o de que deriven en nuevos cuerpos al servicio de intereses económicos locales y cacicazgos políticos. Y si bien no son agrupamientos que hayan manifestado posiciones políticas ni expresen una ideología opuesta a la del régimen, como característica de las tendencias revolucionarias, sí han venido a constituirse en un nuevo poder regional diferenciado tanto de los órganos públicos de defensa como de las bandas delincuenciales. Son, en cierto modo, una expresión del pueblo en armas y de la fragmentación del poder en vastos segmentos de la sociedad y la geografía de Michoacán.

Ahora queda claro que la operación del gobierno federal en Michoacán tiene como propósito el recuperar tanto la legitimidad como, si no el monopolio, al menos el control sobre el uso de la fuerza. El acuerdo firmado el lunes 27 de enero en Tepalcatepec con las autodefensas es, en ese sentido, un paso decisivo. Ante la imposibilidad de proceder a su desarme —lo que fue la primera intención de la intervención de las fuerzas federales desde el 14 de enero— se ha pactado al menos su registro y el de sus armas, y su encuadramiento bajo la autoridad de la Defensa Nacional en la forma de guardias rurales. Mas ello abre una gama de nuevas posibilidades. La legitimación del derecho a la autodefensa y su reconocimiento oficial bien puede alentar la expansión del fenómeno con el surgimiento, como ya ocurre, de nuevos agrupamientos de combate en Michoacán y otras entidades del país. Puede implicar también un uso de las guardias por el ejército como avanzada en situaciones de mayor peligro, como parece también estar ocurriendo. Pero también colocará en una situación diferenciada a los cuerpos que se incorporan al acuerdo y a aquéllos que no estén dispuestos a hacerlo, exponiendo a éstos al desarme y a la represión.

La legitimidad del poder es lo que has estado en juego desde hace tiempo, aunque los gobernantes no hayan querido verlo. Ahora es evidente, como lo son también las dificultades para que el Estado logre reconstruirla y unificarla.

Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH

Fuente: http://www.cambiodemichoacan.com.mx/editorial-9353



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Ucránea(2)


Ucrania: la quimera de Europa Higinio Polo Rebelión El estallido, a finales de 2013, de una nueva crisis política en Ucrania, más allá de los protagonistas locales y de las causas internas que han llevado a su repentino desarrollo, manifiesta que la agria disputa por el dominio de la antigua periferia soviética no ha terminado, ni mucho menos. Junto a las fuerzas políticas ucranianas, y los grupos económicos ligados a ellas, tres poderes exteriores protagonizan la crisis. Por un lado, es visible la acción de Estados Unidos, que aunque por imperativos geográficos no puede aspirar a introducir en su área de influencia directa a Ucrania, sí pretende convertirla en una segunda Polonia: un país-cliente, satélite, activo propagandista de la visión norteamericana del mundo y solícito cumplidor de todas las demandas de Washington, desde el envío de tropas a aventuras neocoloniales hasta la apertura de cárceles secretas, pasando por la colaboración de servicios secretos y fuerzas armadas. Por otro, es evidente el ejercicio posibilista de la Unión Europea, que si bien aspira a atraerse a Ucrania a su zona de influencia (con la colonización del mercado interior ucraniano y la apertura de nuevas fuentes de inversión y negocio para las empresas europeas), sabe también que, inmersa en una dura crisis la propia Unión, no puede prometer a Ucrania una integración inmediata: el interminable “caso turco” (Bruselas firmó con Ankara un tratado de asociación… en 1963, que no ha tenido consecuencias para la integración), y las dimensiones de Ucrania, muestran los límites de su política exterior. Por su parte, Rusia se halla embarcada en la reconstrucción y reintegración del antiguo espacio soviético, resignada al distanciamiento báltico, el rechazo azerí y la enemistad georgiana, pero dispuesta a poner límites a Washington y Bruselas en el resto de las antiguas repúblicas soviéticas. Las informaciones de la prensa occidental han tendido a presentar la hipotética firma de un acuerdo de asociación entre Bruselas y Kiev como la antesala de la integración ucraniana en la Unión Europea, pero dista de ser cierto. La Unión Europea ha firmado acuerdos de Asociación con Centroamérica, el Mercosur, Israel, Georgia, Moldavia, Chile, la Comunidad del Caribe (CARICOM) y la República Dominicana, entre otros. Esos acuerdos son, en general, pactos reguladores de comercio entre las partes. La Unión Europea, además, mantiene una particular relación con seis ex repúblicas soviéticas (Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Armenia, Azerbeiján y Moldavia), que participan en el Programa de Asociación Oriental, con un vago propósito de desarrollo de relaciones de integración… pero que no implica el ingreso en la Unión, al menos en un futuro previsible. El acuerdo que la Unión Europea y Ucrania debían firmar a finales de 2013 es un conjunto de medidas que pretenden anular los aranceles que protegen la producción ucraniana, y que, de llevarse a cabo, supondrían la destrucción de buena parte de la industria que subsiste en Ucrania, y la entrada de multinacionales europeas que se apoderarían del mercado y de las estructuras productivas ucranianas. Es cierto que, sobre el papel, un acuerdo de asociación permitiría a los productos ucranianos el acceso al enorme mercado de la Unión Europea, y estimularía las inversiones extranjeras en Ucrania, pero, al mismo tiempo, aumentaría el desempleo y facilitaría la emigración de muchos jóvenes, puesto que destruiría buena parte de la industria local, incapaz de competir con empresas más fuertes y desarrolladas. Por añadidura, empeoraría las relaciones con Rusia. El actual proyecto de asociación no es bueno para Ucrania, y las diferencias entre el tamaño de la economía ucraniana y el de la Unión Europea muestran el duro destino reservado para Ucrania. El acuerdo obstruiría las relaciones económicas con Rusia, cuyos pedidos son imprescindibles para la industria ucraniana, que entraría así en una crisis terminal. Las condiciones del convenio son tan onerosas que Piotr Simonenko, secretario del Partido Comunista ucraniano, ha calificado al proyecto de asociación con la UE de “acuerdo suicida”. Debe recordarse que, a pesar de la importancia del país, y de su considerable población (similar a la española) y extensión, el desastre del tránsito a la economía capitalista ha reducido su importancia a extremos casi ridículos: hoy, Ucrania tiene un PIB inferior al de Austria o Suiza, pequeños países que apenas superan los ocho millones de habitantes, y poco mayor que el de la empobrecida Grecia. Los análisis realizados por los grandes medios de comunicación occidentales, repletos de lugares comunes, mentiras y desinformación, trazan con brocha gruesa un panorama en el que las fuerzas ucranianas “proeuropeas”, supuestamente partidarias de la libertad y la democracia, luchan contra los partidos ucranianos autoritarios, herederos de un pasado siniestro cuya referencia sigue siendo Moscú. A juicio de la prensa conservadora, la disyuntiva es clara: Ucrania debe optar por la Unión Europea o por Rusia. No hace falta insistir en que ese esquema es de una falsedad evidente: primero, porque las fuerzas dominantes en el país (los azules de Yanukóvich o los naranjas de la “oposición democrática”), ambas, son los instrumentos del poder oligárquico que se hizo dueño de Ucrania tras la desaparición de la URSS y que se repartió la propiedad pública, las empresas y la riqueza social acumulada; y, segundo, porque ambos bloques tienen ideologías semejantes, basadas en el predominio de la propiedad privada y en la defensa de una economía capitalista. No hay en ellos dos visiones de Ucrania, puesto que ambas facciones (integradas por distintos partidos) coinciden en las cuestiones fundamentales, aunque se enfrenten por el control del gobierno y tengas orígenes territoriales diferentes e, incluso, simpatías diversas: los partidos naranjas se reconocen más en la tradición nacionalista (y, también, fascista) del occidente ucraniano, y los azules en las regiones de idioma ruso del Este del país. Sin embargo, el anterior presidente, Yúshenko, o la encarcelada Timoshenko, así como los actuales dirigentes opositores (Arseniy Yatseniuk, Wladimir Klitchko, Oleg Tiagnibok) son muy similares a Yanukóvich, partidarios de una economía liberal, y, también, no hay que olvidarlo, semejantes a la coalición rusa conservadora que gobierna en Moscú y que tiene a Putin como dirigente. Todos son unos dirigentes corruptos, cómplices del descarado robo de la propiedad pública, o bien nuevos allegados que pretenden incorporarse al reparto del botín. En tercer lugar, porque, de ese escenario, la prensa conservadora ha hecho desaparecer en sus análisis a la izquierda, que, aunque muy debilitada, mantiene una radical crítica tanto al gobierno ucraniano de Yanukóvich como a la oposición “liberal”. La fuerza principal de la izquierda es el Partido Comunista, que llegó a ser el más votado en los años noventa, con el 25 % de los votos, aunque la acción de los gobiernos de derecha y sus propios errores redujeron su electorado. En las últimas elecciones, a finales de 2012, el Partido de las Regiones de Yanukóvich obtuvo el 30 % de los votos; Batkivschina (Patria), el 25’5; Udar (Golpe), de Klichko, el 13’9; el Partido Comunista, el 13’1, y Svoboda (Libertad), el 10’4 %. Ese es el esquema político actual en Ucrania, pero ¿quiénes son esos liberales elogiados y apoyados por los gobiernos europeos y por Estados Unidos, supuestamente partidarios de la libertad de Ucrania? Klitchko (el boxeador protegido por Merkel y el PP europeo), es el dirigente de la Alianza Democrática Ucraniana para la Reforma (UDAR), una fuerza conservadora y populista que no duda en prometer quimeras y mentir a la población; el nacionalista Oleg Tiagnibok, es el dirigente de Svoboda, una formación de extrema derecha, claramente fascista en muchos de sus postulados; y Yatseniuk es el dirigente de Batkivschina, el conglomerado de partidos de la encarcelada Timoshenko, coalición que mantiene unos vagos “valores europeos” y que es una fuerza de derecha, partícipe de la corrupción. Timoshenko ha perdido en buena parte el favor de la derecha alemana, que se inclina ahora por apoyar a Klitchko, un demagogo boxeador, que no tiene inconveniente en hacer las promesas más disparatadas. Enfrente, el partido de Yanukóvich es también una fuerza conservadora, originaria de las regiones del Este del país y que ha mantenido una posición más amistosa con Rusia, aunque defiende el ingreso en la Unión Europea. La CDU de Angela Merkel financia al partido de Klitchko, y mantiene buenas relaciones con el partido de Timoshenko: no en vano, tanto el partido Patria, de Timoshenko y Yatseniuk, como la Alianza de Klitchko son miembros observadores del Partido Popular europeo. Svoboda es un partido fascista, punta de lanza de las provocaciones y de la xenofobia. En esa oposición “naranjista” predomina un nacionalismo xenófobo, antirruso, racista. El antisemita Tiagnibok, por ejemplo, no duda en acusar de los mayores males a la “mafia judía” que, según él, gobierna en Moscú. Oleg Tiagnibok, y su partido Svoboda, fueron los protagonistas de la destrucción del monumento a Lenin en Kiev, como fieles anticomunistas y exaltados seguidores de Stepán Bandera. No era la primera vez que lo intentaban. La puesta en escena del derribo de la estatua de Lenin (semejante, no por casualidad, a la operación de propaganda que hicieron las tropas de Bush en Bagdad, en 2003, con la de Sadam Hussein) fue catapultada de inmediato por toda la prensa occidental, deseosa de emociones fuertes y de noticias de impacto. El asalto de edificios gubernamentales, ministerios, del ayuntamiento de Kiev, presentados por la prensa occidental casi como una “revolución democrática”, fue acompañado del saqueo de propiedades públicas, la ocupación de la plaza de la Independencia de Kiev y una furiosa campaña desencadenada por el razonable rechazo del gobierno ucraniano a un acuerdo de asociación con la Unión Europea que era claramente perjudicial para el país. Curiosamente, en esas informaciones parecería que Yanukóvich, Putin, Lenin, y, más allá, los rusos, compartían alguna cosa. Nada más lejos de la verdad. La oposición liberal, el nacionalismo y la derecha rusa festejaron con gran alegría la destrucción de la estatua de Lenin en Kiev. De hecho, pese a las obvias diferencias, muchas cosas unen al régimen de Yanukóvich, a la oposición ucraniana, y al propio régimen de Putin, que también intenta ocultar la figura de Lenin a la población, por ejemplo tapando su mausoleo en los desfiles conmemorativos de la victoria sobre los nazis en la Segunda Guerra Mundial: por encima de todo, les une su decisión de hacer irreversible la destrucción del sistema socialista soviético. Mientras se ponían los focos de la prensa internacional en Kiev, nadie hablaba de las multitudinarias protestas contra el acuerdo de asociación entre la Unión Europea y Moldavia que tenían lugar en Chisinau, de signo radicalmente contrario a las de Kiev. La demagogia naranjista cuajó sobre la insatisfacción popular y en los sectores nacionalistas ucranianos, mayoritarios en el oeste del país. Es obvio que las embajadas y servicios secretos de potencias occidentales participan en la evolución de los acontecimientos, y en la financiación de organizaciones opositoras. Sin embargo, tachar las protestas de conspiración caricaturiza y simplifica la crisis, aunque no hay duda de que la actuación de las potencias occidentales, con Merkel a la cabeza, y de Estados Unidos, es una intromisión vergonzosa. No es muy habitual que ministros de gobiernos extranjeros intervengan y apoyen manifestaciones, como hicieron ministros polacos, suecos, o el ministro de Asuntos Exteriores alemán. Catherine Ashton, la responsable de Asuntos Exteriores de la Unión Europea no tuvo el menor reparo en reunirse con Tiagnibok, dirigente de un partido fascista. Por no hablar del paseo del senador norteamericano McCain, a mediados de diciembre, animando a los manifestantes en Kiev, o la visita de la vicesecretaria de Estado norteamericana, Victoria Nuland, repartiendo alimentos en la plaza de la Independencia de Kiev y llamando a resistir y a combatir al gobierno. ¿Cuál hubiera sido la reacción norteamericana si ministros de otros países se pasearan entre los manifestantes del Occupy Wall Street en el Zucotti Park de Nueva York, por ejemplo, apoyando la ocupación de sedes oficiales, y llamaran a combatir al gobierno de Obama? McCain, Nuland o Ashton no fueron los únicos en protagonizar groseras injerencias. Mijaíl Saakashvili (ex presidente georgiano y probado hombre de Washington, iniciador de la guerra en Osetia del sur, de acuerdo con Bush), acudió a la plaza de Kiev a arengar a los manifestantes llamando a la “defensa de la libertad”, azuzando los odios nacionalistas, acompañado, además, de sospechosos “grupos de seguridad”, armados con objetos contundentes. Lo mismo hizo Vlad Filat, ex primer ministro moldavo; y dirigentes del PP europeo como José Ignacio Salafranca, junto a Jacek Saryuz-Wolski, o el ex primer ministro polaco Jerry Buzek. Todos, arengando a los manifestantes. También Kwasnewski, el converso ex presidente polaco, hacía un llamamiento a la resistencia para derribar el gobierno ucraniano de Yanukóvich. Anteriormente, el secretario general de la OTAN hizo unas declaraciones abiertamente ofensivas para Moscú. Como en otros escenarios semejantes, en las calles de Kiev apareció Marko Ivkovic, un serbio (hoy, nacionalizado norteamericano, creador de Otpor, el movimiento que derrocó a Milosevic, que trabaja para el Instituto Nacional Demócrata, y que ha impulsado movimientos de protesta en Georgia, en Ucrania, y Kirguizistán, donde derrocaron a Kurmanbek Bakíev), que se reunió con Arseni Yatseniuk para “coordinar” la acción de los manifestantes de la plaza de la Independencia de Kiev. Durante la cumbre de Vilna, Angela Merkel, para justificar su política y la acción de sus ministros, no tuvo el menor reparo en declarar que pensaba “en todos los que, en Ucrania y en Bielorrusia, viven en difíciles condiciones políticas”. Y lo decía quien no había dudado a la hora de imponer, por medio de Bruselas, durísimas condiciones a la población griega, irlandesa, portuguesa, y española. En los hechos, la Unión Europea desempeña, deliberadamente, la función de desestabilizar la situación política en Ucrania, sin reparar en las consecuencias ni en los posibles riesgos de enfrentamientos civiles que puedan desatarse, en una irresponsable política que recuerda a la que mantuvo durante los enfrentamientos iniciales en la antigua Yugoslavia que acabaron desencadenando una aterradora guerra civil. * * * Tras los partidos “naranjas”, como tras los partidarios “azules” del gobierno, se encuentran los mismos oligarcas que se enriquecieron con el robo de las propiedades públicas. La crisis ucraniana es un enfrentamiento entre dos sectores de la misma oligarquía, que pugnan entre sí con diferentes partidos para optar a una mayor porción de la economía del país y por controlar los resortes del gobierno, que siguen siendo cruciales para la obtención de riquezas y oportunidades de negocio. Los dos sectores, además, están relacionados con el crimen organizado, que ha conseguido dominar importantes áreas económicas, aunque los lazos son oscuros y confusos. Ambas facciones han recurrido al acarreo y la compra de ciudadanos para nutrir los espacios públicos y las manifestaciones que se han celebrado durante semanas. Pero las dos están de acuerdo en el acercamiento a la Unión Europea, aun con diferente entusiasmo. Existen diferencias entre ellos: los “naranjas” consiguen su clientela en las zonas de mayor tradición nacionalista, al oeste del país, y los “blanquiazules” en el Este y Sur (Donetsk, Járkov, Lugansk, Crimea), de clara inclinación y cultura rusa, pero ambos optan desde hace años por la integración en la Unión Europea, en una competición demagógica sobre las supuestas ventajas que ello supondría para la población. Muchos ucranianos les han creído, pero el proyecto de asociación no supondría la llegada de la prosperidad prometida, sino el desmantelamiento de buena parte de la industria y la entrada de empresas y tiburones financieros occidentales. Muchas de las promesas se han vuelto amenazas, y Yanukóvich, que teme una revuelta popular por las duras condiciones que supondría aplicar el acuerdo con la Unión Europea, fue consciente de ello retrasando la firma del mismo… con la esperanza de conseguir mejores condiciones y, al mismo tiempo, de conseguir ayuda rusa, en un difícil equilibrio que tiene un objetivo a corto plazo: ganar las próximas elecciones. A nadie se le escapa que una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Ucrania crearía problemas y disfunciones graves en las relaciones ucranianas con Moscú, que vería la llegada de productos occidentales por la puerta falsa de Kiev. Los elevados índices de desempleo, los bajos salarios, los altos precios de los productos de primera necesidad, los abusos en la administración pública y la policía, la omnipresente corrupción (bajo gobiernos naranjas y azules), componen el escenario de la crisis, donde la insatisfacción popular por las duras condiciones de vida es utilizada para nutrir las protestas y dirigirlas hacia objetivos estratégicos. La oposición quiere trasladar al mundo la idea de que componen un conglomerado de fuerzas democráticas que se opone a la deriva autoritaria del gobierno de Yanukóvich, y, también, al autoritarismo de Putin, y que se identifican con los valores de la Europa democrática, sean cuáles sean esos valores, pero el conglomerado opositor agrupa a viejos demonios familiares para el mundo, en la constatación de que mantiene no sólo una forma distinta de concebir Ucrania: el nacionalismo de Svoboda tiene peligrosas connotaciones fascistas. En la segunda ciudad ucraniana, Lviv, centro del nacionalismo ucraniano, el ayuntamiento está dirigido por Svoboda (el alcalde, Andrii Sadovyi, es un ultra seguidor de Stepán Bandera), y la prensa occidental recogió, en 2012, el acusado racismo de una parte de la población: los seguidores del equipo de fútbol Karpaty Lviv tienen por costumbre mostrar en los encuentros banderas con símbolos nazis, y son frecuentes las muestras de odio hacia los judíos y los comunistas, sin que las autoridades muestren mayor preocupación, fuera de algunas declaraciones tranquilizadoras para consumo exterior. Sbovoda no ha dudado en homenajear en Lviv a veteranos de las divisiones de las SS nazis, al igual que se ha hecho en los países bálticos, y una de sus actividades habituales es organizar persecuciones de homosexuales. El sector liberal de la oposición hace algún mohín de disgusto ante la evidente barbarie del nacionalismo ucraniano, pero precisa de sus grupos de choque para crear y mantener la situación de crisis y de emergencia en el país. Los grupos más extremistas reclaman la prohibición del partido de Yanukóvich y del Partido Comunista ucraniano (a quienes califican de organizaciones criminales), exigen la ruptura de los acuerdos con Rusia, la “desrusificación” y “descomunistización”, así como la prohibición a quienes no sean ucranianos para ejercer cualquier cargo público, junto a otras exigencias semejantes. Las ilusiones puestas por una parte de la población ucraniana en la Unión Europea no resisten ningún análisis. No ya por el destino reservado a la periferia interna (la escalofriante situación en Grecia, el duro retroceso en Portugal, España, Italia, el asalto a las conquistas sociales en Francia y Alemania, son la prueba), sino también por la progresiva derechización, el aumento de la segregación y el racismo, la limitación de la libertad, y por la inclinación a aventuras exteriores como las intervenciones en Libia o el abortado ataque a Siria. Sin olvidar que es vital para Ucrania recuperar el volumen de intercambios comerciales con Rusia: el propio primer ministro ucraniano, Nikolái Azarov, declaró que, de no ser así, el colapso de la economía sería inevitable. La creación de zonas de libre comercio entre la Unión Europea y la antigua república soviética no estimularía los intercambios y la competencia, sino que inundaría Ucrania de productos de la Unión y haría quebrar buena parte de su estructura productiva. La hipotética ayuda del FMI, utilizada como anzuelo por Occidente, estaría condicionada a una serie de obligaciones imposibles de asumir por el gobierno de Yanukóvich: nuevos recortes sociales, aumento del precio del gas para la población, limitación de derechos laborales, reducción de los presupuestos de ayuda a los más necesitados. Por lo demás, el acuerdo de asociación no abre la puerta de la Unión Europea a Ucrania, ni mucho menos, ni establece ningún tipo de plazos para una hipotética integración futura, ni facilita la movilidad de los ciudadanos ucranianos por el interior de los países de la Unión. Fija, sí, las condiciones para un desmantelamiento voluntario de la economía ucraniana, ya de por sí débil, para facilitar la actuación de las empresas y del capital de Europa occidental: el destino de Ucrania sería el de Bulgaria o Rumania, un nuevo peón de la estrategia norteamericana en la periferia de Moscú, y, de inmediato, el colapso de su economía, y con toda probabilidad una explosión social que el poder o la “oposición” sólo podrían detener sino con una dura represión. De momento, los acuerdos cerrados entre Putin y Yanukóvich (rebaja del 30% en el precio del gas, y la inyección rusa de 15.000 millones de dólares en la economía ucraniana, entre otros) evitan, en opinión del primer ministro ucranio, la quiebra de la economía y el colapso social. Tras todo ello, se encuentra también el complejo juego de equilibrios estratégicos: Estados Unidos, y sus clientes de la Unión Europea, siguen apostando por la destrucción del espacio euroasiático que ocupó la URSS y que Rusia se esfuerza por reconstruir: Moscú, además, no quiere a Ucrania en la OTAN, hipótesis que contempla como la culminación del cerco que se inició hace veinte años con el incumplimiento de las promesas de Washington a Gorbachov de no ampliar la alianza militar occidental. Tampoco Moscú ve con buenos ojos el acercamiento de Ucrania a la Unión Europea, porque, en buena lógica, impediría la reconstrucción y reintegración que busca. Después de todo, argumenta Rusia, si Occidente considera legítimo que Ucrania pueda integrarse en la Unión Europea, ¿por qué no iba a ser legítimo también que se asocie con países con los que Kiev ha estado unida durante siglos? Por el contrario, si Ucrania optase por integrarse en la Unión Aduanera de Rusia, Bielorrusia y Kazajastán, Moscú reforzaría considerablemente su posición y empezaría a tomar cuerpo la nueva arquitectura estratégica del espacio postsoviético. Washington quiere amarrar a Ucrania a una asociación con la Unión Europea, que le permitiría ejercer en Ucrania una influencia semejante a la que tiene en Polonia, y desactivar así el proyecto ruso de reconstrucción, que tiene otros escenarios de enfrentamiento con Estados Unidos en el Cáucaso y en Asia central. Por su parte, Bruselas sólo aspira, hoy, a ampliar territorios comerciales, sin que disponga de un serio proyecto estratégico para el Este de Europa. Moscú, lucha trabajosamente por superar la división que trajo la debacle gorbachoviana y la traición yeltsinista, consciente de que Occidente no renuncia a apoderarse de una parte del espacio que ocupó la Unión Soviética, y de que no ha renunciado a destruir la propia Rusia. El secretario general del Partido Comunista ruso, Ziugánov, denunciaba recientemente los cantos de sirena para desmembrar partes de Rusia, en Siberia, el Cáucaso, y en otras regiones, y no debe olvidarse que Brzezinski defendió recientemente, en la propia Rusia, la estrafalaria idea de que Siberia se separase del país y se integrase con Estados Unidos, supuestamente para asegurar el desarrollo y el bienestar de la población siberiana. De momento, Yanukóvich ha anunciado que Ucrania puede compaginar la asociación con la Unión Europea y el rango de país observador en la Unión aduanera que impulsa Moscú, y pretende llegar a soluciones de compromiso con la apertura de negociaciones tripartitas entre Moscú, Bruselas y Kiev, hipótesis que es rechazada de plano por la Unión Europea, y, tras ella, por Washington. La Unión Europea es la quimera de Ucrania, un espejismo que ayuda a soportar la dura vida traída por el capitalismo, y, en un sorprendente juego de espejos, Ucrania es también la quimera de Europa, la huida hacia delante de la Unión para escapar de una aguda crisis interna que puede suponer su propio fin. La intromisión en los asuntos internos ucranianos por parte de políticos europeos y norteamericanos ha llegado a extremos delirantes, vergonzosos, en una disputa de enormes repercusiones estratégicas que no ha terminado, porque la batalla continúa.

Ucránea(1).


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Horizonte ucraniano

La Vanguardia


Hasta el más iluso activista de cualquier movimiento social europeo comprende ahora el misterio de lo que se ha visto en Kiev: Si la causa es “justa”, se puede ocupar más de media docena de edificios y sedes ministeriales en el centro de la capital, varias sedes regionales del gobierno, organizar escuadras paramilitares, presentar una fuerte resistencia física ante los antidisturbios, matar incluso a dos agentes y ganarse el aplauso de la Unión Europea y hasta conseguir resultados: la dimisión del gobierno, cancelación de las leyes antidisturbios, una amnistía y quién sabe si elecciones anticipadas.

Revolución bendecida por la troika

Las batallas campales son allá “valientes y pacíficas manifestaciones”. Las autoridades, y no los ciudadanos, “deben renunciar a la violencia” y derogar “las leyes que limitan las libertades y derechos” y sus reivindicaciones deben ser escuchadas, Merkel et Bruselam dixit. Y del dicho al hecho; a lo largo de dos meses una treintena de políticos polacos, alemanes, europeos y americanos, han hecho acto de presencia en la plaza de Kiev, aleccionando al gobierno local y predicando la buena nueva a “un país que quiere ser europeo y no ruso”, en palabras del agudo senador John McCain.

¿Comienza una nueva época? ¿Veremos a políticos rusos, bielorrusos y ucranianos llamando a la huelga general en Atenas, coreando el “no nos representan” en la Puerta del Sol o aplaudiendo a quienes lanzan botellas incendiarias a la policía en el Ocupy Frankfurt? Absurda comparación, sin duda, la que el Presidente Putin sugería el martes en Bruselas. Este es un mundo desigual; Imperio y colonia, señores y vasallos, centro y periferia. La Unión Europea no reconoce ni las formas diplomáticas, ni la soberanía nacional, ni la más elemental equidad entre sus miembros. Eso ya lo sabían en las plazas españolas, griegas o portuguesas. ¿Cómo vamos a comparar el capitalismo oligárquico ucraniano con las democracias occidentales y sus “valores europeos”?

Cuando se trata de Ucrania, todo es posible para el pueblo indignado. Ese es el verdadero espejo que Ucrania ofrece a los movimientos sociales en Europa. Hasta tomar por asalto el Palacio de Invierno es legítimo. Todo con tal de impedir, “el intento de implantar un gobierno autoritario y el regreso a la órbita imperialista de Rusia”, lo que, “representa un peligro para la UE, su integridad moral y quizá institucional”, señala el correspondiente manifiesto de intelectuales suscrito por los habituales defensores del “intervencionismo humanitario” de la OTAN de Londres, París y Varsovia; Timothy Garton Ash, Mark Leonard, Andre Gluksmann, Bernard Kouchner y demás.

Entre Belgrado y Atenas

Kiev se encuentra estos días en unas coordenadas situadas entre el Belgrado de los meses de septiembre y octubre del año 2000, cuando una revuelta inducida desde el exterior y orquestada desde la OTAN derribó a Milosevic, y la actual Atenas de las protestas contra la troika europea y la involución neoliberal, que no es otra cosa sino un hermano mayor y pariente directo del capitalismo oligárquico postsoviético.

Lo primero, porque impedir la integración de Rusia en su espacio tradicional es un vector fundamental de la política occidental desde el mismo momento en que se disolvió la URSS. Impedir que la integración ya en marcha de Rusia, Bielorrusia y Kazajstán se extienda a otros países como Ucrania, Armenia y Moldavia, equivale a un “intento de resucitar la URSS”. Tal como la secretaria de estado norteamericana Hillary Clinton dijo en diciembre de 2012, “Estados Unidos no va a permitir la refundación de una nueva versión de la URSS bajo el pretexto de una integración económica creada bajo la coacción de Moscú”. Pero si aquello es Imperio, ¿qué nombre le damos a la integración sufrida por la Europa del Este, los países ex soviéticos, y desde hace poco, hasta el sur de Europa, entre el sonriente diktat de Bruselas/Berlín, que presenta a Ucrania ofertas de asociación sin la más mínima posibilidad de discrepar ni de negociar absolutamente nada? ¿Es verdaderamente esta Unión Europea regida por los tres principios de la constitución teutona (Autoridad, Austeridad, Desigualdad) un club de iguales?

Lo segundo, porque el vector popular ucraniano quiere un cambio hacia una sociedad menos corrupta e injusta –y ahí Rusia no puede ser modelo- que no se diferencia en su impulso ético esencial de la que pueda haber en Atenas o en el 15-M español. En Kiev rechazar el sistema oligárquico, que en su presente versión tiene muchas más conexiones con Moscú que con Bruselas, significa rechazar la influencia rusa. Ese sentimiento tiene, además, una fuerte carga nacional independentista en la mitad de Ucrania, en aquellas partes del país que en el pasado pertenecieron a Polonia y el Imperio Austro-húngaro y que a la hora de elegir entre sus dos poderosos vecinos, siempre eligieron a los occidentales. La última vez que se presentó la ocasión, Galitzia (Lvov, Ivano Frankovsk, etc) prefirió a Hitler que a Stalin. Pero eso es solo el cuadro identitario de la mitad de Ucrania, e incluso menos de la mitad. En la mayor y más poblada parte del país, las regiones del sur y del este, al final prefirieron a Stalin que a Hitler.

Consenso o caos

La revuelta antioligárquica ucraniana puede tener base social en el conjunto del país, pero en su componente nacional anti-ruso, la nación se divide. Ucrania ha convivido con esa identidad nacional plural, con ese corazón partido, de forma ejemplar hasta el día de hoy desde la misma disolución de la URSS. Esa convivencia ha sido consecuencia de un consenso razonable entre todos los ucranianos. La extraordinaria marcha atrás efectuada esta semana por la Rada (parlamento) de Kiev sobre las leyes antidisturbios y lo que seguramente seguirá, con votaciones casi unánimes, refleja ese buen sentido. Si la amalgama ucraniana de revuelta libertaria contra la corrupción y la oligarquía, y pulso geopolítico entre Occidente y Rusia, pierde de vista ese equilibrio básico, el país puede entrar en una caótica deriva extremadamente peligrosa.

Curiosamente este factor se comprende instintivamente mucho mejor en Moscú –donde el fantasma de una revuelta social similar en Rusia genera escalofríos en un establishment que tiende a ver conspiración y no concibe la autonomía social-, que en Bruselas o Berlín, donde no parecen entender lo más básico, a saber; que apostar por un maximalismo que rompa ese equilibrio esencial de Ucrania abre el mismo escenario irresponsable y criminal que en los años noventa echó leña al fuego de la sangrienta implosión yugoslava.

En Ucrania ni el cambio de régimen ni el cambio de sumisión geopolítica son posibles sin un gran derramamiento de sangre. Ha sido un verdadero milagro que en la caótica amalgama de grupos de extrema derecha militarmente organizados, robustas escuadras ciudadanas, oscuras financiaciones no gubernamentales, bandas de lumpen y matones parapoliciales de civil trabajando en conjunción con las fuerzas especiales antidisturbios, solo se hayan registrado seis muertos, algunos de ellos tan confusos que se atribuyen a una “tercera fuerza” que tanto puede situarse al servicio de un bando como del otro…

Pero este milagro no va a ser eterno, porque privado de un acuerdo básico razonable, el horizonte de la protesta no es ni la revolución ni el cambio de régimen, sino la smuta, el turbulento caos de la historia eslava-oriental, que en Ucrania tuvo siempre figuras mucho más simpáticas y libertarias que en Rusia, lo que a fin de cuentas afecta poco a su resultado siempre violento, caótico e inestable por poco duradero.

A un lado hay una oposición sin programa ni líderes que en el mejor de los casos representa a la mitad occidental del país y cuenta con el apoyo de polacos, alemanes y norteamericanos. Esa escena la ocupa una troika formada por tres personajes; el ex boxeador Vitali Klishkó, un hombre rico y sin experiencia que ha sido potenciado desde Berlín por la canciller Merkel y la fundación Konrad Adenauer, el economista Arseni Yatseniuk, ex gobernador del banco de Ucrania y partidario de las recetas económicas de la UE y del FMI, y el neofascista Oleg Tiagnibok, jefe del partido “Svoboda”. Esa mezcla de derechistas y magnates, no representa un cambio real para la situación social del país, una de las peores de Europa. Su único mérito es geopolítico: que encarna la apuesta de la Unión Europea y de Estados Unidos y las inversiones en “sociedad civil” realizadas en el país desde hace más de veinte años vía sus servicios secretos y organizaciones “no gubernamentales”. El control que este trío tiene de la calle es discutible.

Al otro lado, un gobierno desprestigiado y titubeante confrontado a una protesta, que se crece ante la evidencia de sus escrúpulos y vacilaciones. “No muchos países tienen unas fuerzas de seguridad que toleren este tratamiento en una situación similar”, ha dicho significativamente el ex presidente Leonid Kravchuk. El actual presidente, Viktor Yanukovich es, sin duda, un hombre entre presionado y apadrinado por Moscú, representante de los magnates del Este del país y desprestigiado. Las defecciones en su campo son manifiestas. La población de Ucrania sudoriental, donde Yanukovich tiene sus bastiones, no debe estar muy motivada por el presidente, desprestigiado ante unos por débil y pusilánime, ante otros por la corrupción familiar que le rodea y ante la mayoría por ambas cosas.

Por todo eso, por la debilidad de ambas partes, lo más probable es que esta crisis se salde con uno de esos compromisos que no contentan a nadie; ni a los ucranianos, ni a las “terceras fuerzas” subterráneas en presencia. Pero la alternativa a ese escenario sería aún menos estable y, seguramente, mucho más sangrienta. Ucrania necesita, en sus dos grandes vecinos, estímulos que moderen su crisis interna, no que la exacerben. Respecto a los ucranianos, si se les deja solos lo más probable es que lleguen a un acuerdo de mínimos razonable.

Fuente: http://blogs.lavanguardia.com/berlin/?p=540



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Celac.


Rebelion. Ganadores y perdedores de la cumbre de La Habana

Cumbre de la CELAC
Ganadores y perdedores de la cumbre de La Habana



Al momento de escribir este texto, finalizaban en La Habana, Cuba, las reuniones presidenciales en el marco de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos. Tras propuesta del país anfitrión, se declaró a América Latina y el Caribe como "territorio de paz". Asimismo, se avanzó en un plan contra el hambre y la desigualdad, y se firmaron una serie de documentos con el eje puesto en la soberanía. ¿Qué niveles de acuerdos se lograron? ¿Cómo continuará la integración regional? ¿Qué significado tuvo la presencia de Ban Ki Moon (ONU) y José María Insulza (OEA) en La Habana?

Finalizada la II Cumbre de la CELAC, podemos afirmar que uno de los grandes derrotados de este cónclave ha sido nada menos que el gobierno de EE.UU. No sólo por su ausencia en la reunión, algo que ya estaba previsto desde la propia conformación de la CELAC -que lo excluye, junto a Canadá, de su funcionamiento-. Sino porque la II Cumbre fue en Cuba, lo que significó un revés instantáneo para Washington en su intento de aislar a la isla en su otrora “patio trasero”, y en el mundo. La visita del propio Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, legitimando la reunión, sus reuniones con Fidel y Raúl Castro, y su visita a la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) fueron parte de un triunfo político, diplomático (y también simbólico) de la isla. “Cuba tiene una larga historia de cooperación. Los médicos cubanos son los primeros en llegar y los últimos en retirarse. Cuba puede enseñarle al mundo sobre su sistema de salud, basado en la atención primaria, con importantes logros como una baja mortalidad, una mayor esperanza de vida y una cobertura universal” , fue la contundente frase de Ban Ki Moon durante su recorrida por la ELAM, algo que, en general, los grandes medios de comunicación del continente no han difundido.

Los discursos y la acción

En la plenaria general de presidentes, Rafael Correa despabiló a todos con su crítica frontal a la OEA. Lo escuchaba nada menos que su Secretario General, José María Insulza- quien fue a La Habana con bajo perfil, asumiendo una derrota (aún relativa) del organismo que conduce en manos de la propia CELAC-. “¿ Para qué sirve la OEA si no es capaz de rechazar el colonialismo británico en las Islas Malvinas; si tiene su sede en el país del criminal bloqueo a Cuba ?” , se preguntó el presidente ecuatoriano, quien también afirmó que “la única forma de liberarse del imperio del capital es la integración real de las naciones del área”.

A su vez, la lucha por la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas fue un eje transversal en la casi totalidad de las intervenciones, incluida la de Cristina Fernández de Kirchner, quien denunció la violación del Tratado de Tlatelolco -relativo a la desnuclearización de América Latina- por parte de Gran Bretaña, a través de submarinos nucleares en el Atlántico Sur. También hubo consenso, en líneas generales, en que “sin Puerto Rico la CELAC está incompleta”, una frase que se repitió constantemente para hacer alusión a a la ausencia de la isla y a su situación neocolonial, a raíz de la propuesta venezolana de poder integrar a la isla a esta herramienta de integración.

El combate a la pobreza y la desigualdad fue otro tópico trabajado por la mayoría de los Jefes de Estado, en una América Latina y el Caribe con unos 50 millones de pobres. Acá, sin embargo, encontramos un contrapunto entre aquellos países que plantearon la necesidad de una mayor intervención estatal en la generación de nuevos puestos de trabajo, y otros que han defendido (y defienden) una apertura mayor a los capitales privados –incluso transnacionales- para el “desarrollo” de los países de la región. El mejor ejemplo para graficar esta última posición fue la intervención del presidente de México, Enrique Peña Nieto, quien venía de asistir al Foro Económico Mundial de Davos, Suiza. Peña Nieto defendió la reciente “reforma energética” –que no ha sido otra cosa que la pérdida del monopolio estatal sobre los hidrocarburos- como forma de estimular el crecimiento del país. Además fue el único presidente que, durante su intervención, no saludó a Cuba por su presidencia pro témpore durante el año que pasó, algo que se repitió en todos los demás oradores.

¿Como sigue la CELAC en 2014?

La presidencia pro témpore pasó ahora a manos de Costa Rica, país que el próximo 2 de febrero tendrá una elección crucial entre, precisamente, dos modelos de país: el actual, representado en Johnny Araya (PLN) y el de un horizonte de transformación política y económica representado en el joven candidato del Frente Amplio José María Villalta. El resultado de esta elección –y de una posible segunda vuelta- también tendrá que ver con el desarrollo de la CELAC en el año. La voluntad de Cuba, durante 2013, ha sido vital para el desarrollo del organismo –quien aún depende, por su pronta gestación, de cierto “voluntarismo” de algunos actores-. ¿De ganar Villalta, asumirá un papel de protagonismo en su carácter de presidencia pro témpore de este importante organismo regional? Sin dudas propulsará un mayor impulso a la CELAC que de continuar el PLN.

Ahora bien, otra conclusión ha sido la necesidad de avanzar a una mayor "cotidianeidad" de la CELAC. El contexto de América Latina y el Caribe necesita un esfuerzo diario para que la integración en todos los niveles -social, económica, política y cultural- pueda producirse. Aquí probablemente pueda mencionarse como interesante la propuesta de "gabinete permanente" que el uruguayo José Mujica llevó a la plenaria presidencial, propuesta luego retomada por el presidente venezolano Nicolás Maduro. Significaría el involucramiento de más actores en la toma cotidiana de decisiones de índole de integración, con contacto directo con los presidentes -con el ideario de no replicar la burocracia de "cuadros intermedios" que, de acuerdo a los análisis hechos por varios Jefes de Estado, torna más lenta las definiciones-. Las funciones de este "gabinete permanente" sería aumentar el flujo de tareas entre cumbre y cumbre, algo necesario para no repetir algunos errores del pasado.

En definitiva, tras la II Cumbre de La Habana, la CELAC se ha consolidado como herramienta integracionista de primer orden para los 33 países involucrados, y en una referencia a nivel internacional, como lo ha comprobado la propia presencia de Ban Ki Moon -mal que le pese a Washington-. Es tarea de los países involucrados no sólo preservar, sino profundizar, lo logrado hasta el momento. Otra integración, autónoma, abierta a los intereses de las grandes mayorías y no de las élites de nuestros países, no sólo es necesaria sino también es posible.

Juan Manuel Karg. Licenciado en Ciencia Política UBA. Investigador del Centro Cultural de la Cooperación - Buenos Aires

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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jueves, 30 de enero de 2014

Versión completa de la entrevista de RT a Rafael Correa – RT

Versión completa de la entrevista de RT a Rafael Correa – RT

Ucránea.


Rebelion. Ucrania y su determinación de una “democracia” a la europea
Portada :: Europa :: Ucrania
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 30-01-2014

Ucrania y su determinación de una “democracia” a la europea



Introducción

¿De qué hablan los ucranianos cuando hablan de “democracia”?

Desde que a finales del mes de noviembre, el presidente ucraniano Viktor Yanukovich pospusiese (ojo, no rechazó) la firma del tratado de asociación y libre comercio con la Unión Europea (ojo, no la adhesión del país a la UE), hemos visto a través de los medios cómo las calles de Kyiv, la capital ucraniana, y otras ciudades sobre todo del oeste del país se llenaban de manifestantes en contra de la decisión del gobierno. En la boca de dichos manifestantes: “fin de la corrupción”, “transparencia”, “igualdad”, “Europa”,... y, sobre todo, “democracia”.

Los medios main stream europeos y norteamericanos no tardaron en hacerse eco de la noticia y en construir en torno al suceso toda una epopeya, así como de encumbrar a sus líderes. De repente Ucrania se nos presenta a todos en términos románticos: un pueblo oprimido que forcejea con las cadenas impuestas por un régimen autoritario (que parece además haberse quedado completamente sin ningún apoyo interno), clamando libertad y democracia. Las versiones en este punto varían un poco, están las que se quedan “a medio camino” y sólo nos presentan las demandas de este pueblo oprimido que ve en Europa “el futuro”, entiéndase: mejora económica, modernización, transparencia,... en una palabra, “progreso”. Y las versiones que son algo más explícitas de los supuestos que laten detrás del que escribe: Yanukovich no es sino una marioneta del Kremlin, y el pueblo ucraniano pretende librarse (definitivamente por fin) de las cadenas de vasallaje con Rusia, o la URSS, como más prefieran. Frente al autoritarismo ruso, “democracia”.

¿Qué hace Europa ante todo esto? Cómo no, tiende su mano al más desamparado. Le dice que le “deja su puerta abierta” porque Europa es la bondad personificada, y no puede tolerar que la policía ucraniana castigue sin piedad a manifestantes y periodistas indiscriminadamente (una postura, por cierto, completamente en asintonía con la cobertura que se ha hecho de otras manifestaciones como las del 15M o las revueltas en Grecia, por ejemplo).

Sin justificar la actuación del gobierno y de la policía ucraniana, no cabe otra opción por mi parte que la de denunciar la imagen que se intenta vender del hecho, que no puede ser más simplista y manipulada. Así como de explicar con cierto rigor, qué es lo que efectivamente ocurre en el país eslavo, y qué es lo que hay detrás de la susodicha “democracia”.

Para ello hay que, en primer lugar, desembarazarse de las versiones hollygoodianas de la Guerra Fría que nos ofrecen los media donde tenemos, por un lado, a los protas buenos de la peli (nosotros los occidentales) y, por el otro, a los malos malísimos (los soviéticos). Cualquier acontecimiento de carácter sociopolítico sólo puede entender mediante el análisis de sus actores, de aquéllos que tienen algún tipo de interés en el asunto (stakeholders en la literatura anglosajona), así como de los supuestos con que dichos stakeholders interpretan los hechos, que rara vez están en desconsonancia con sus intereses.

Para esto llevaré primero a cabo un poco de historia para desembocar en una exposición de los actores exteriores al propio país y en sus intereses por el mismo. En segundo lugar, nos pondremos en los zapatos del presidente Yanukovich, sopesando de este modo cuál ha sido la verdadera oferta que la UE ha puesto sobre la mesa, así como la réplica de Rusia a dicha oferta. En tercer lugar me acercaré un poco más la realidad social, económica, política y cultural que se vive en Ucrania para a partir de ahí desgranar con detenimiento el perfil (mejor dicho, los perfiles) de los manifestantes, así como el contenido de sus arengas.

1. Los actores exteriores: Estados Unidos, la Unión Europea y la Federación Rusa

Basta con hojear por encima la historia de Ucrania para cerciorarse del carácter de encrucijada que tradicionalmente ha tenido y aún tiene hoy el país (se baraja incluso la opción de que su propio nombre, Ucrania, signifique “territorio fronterizo” en eslavo antiguo). Una tierra fértil disputada por rusos, polacos, turcos, austrohúngaros,... la historia le ha dado al país un carácter similar al de la Judea bíblica, un territorio siempre en disputa por otras naciones más poderosas. Todo esto a su vez ha desemboca en una diversidad étnica, regional, lingüística,... en la que me detendré más abajo. Muy brevemente: el país pasa a formar parte de la URSS en 1922 y permanece en ella hasta su disolución a comienzos de la década de los noventa. Tras esto, el país se erige como estado soberano y neutral (con todas sus comillas que se les quiera poner, pero así es) y hasta hoy.

Como resulta obvio, el país ha estado fuera de la órbita de influencia directa de Estados Unidos y del capitalismo en general hasta muy recientemente, lo cual no quiere decir que los occidentales no hayan hecho ya sus pinitos allí en las décadas previas a la disolución de la URSS. En cualquier caso, Ucrania forma parte de ese área que denominamos Europa del Este, compuesta en casi su integridad por exrepúblicas soviéticas o bien por antiguos estados satélites de la URSS. El área en cuestión pasó a convertirse en una especie de “tierra de nadie” durante los años en los que la ahora Federación Rusa aún estaba desorientada tras el descalabro que supuso la descomposición de la URSS, y los asuntos internos le urgían más, así como tampoco acompañaba el carácter mojigato de sus líderes. Eso sí, una de las cuestiones que sí que se señaló cuando se disuelve la URSS es que sus antiguas exrepúblicas no pasasen a formar parte de la OTAN, cosa que posteriormente se ha pasado por alto con la incorporación de las repúblicas del Báltico.

Tras los años de Mijaíl Gorbachov y Borís Yeltsin, coincidentes precisamente con el famoso “fin de la historia” proclamado por Fukuyama, Vladímir Putin alcanza el poder y con él Rusia comienza de nuevo a hablar con propiedad en los escenarios de la política internacional, lo cual coincide con cierto declinamiento a su vez de EEUU, en la antesala de lo que parece vislumbrarse como un nuevo escenario internacional multipolar (aunque no tanto en el plano ideológico cuanto económico y militar). En esos mismos años, la Unión Europea entra en escena, extendiéndose hacia el este y atrayéndose para sí a varios exsatélites e incluso exrepúblicas soviéticas. Todo parece indicar que hay campo libre, y así ha sido hasta que ahora se da de bruces con varios encontronazos que ponen de manifiesto que había estado subestimando el poder de Rusia para oponerse a su expansión: en septiembre Armenia manifiesta su distanciamiento de la UE y su compromiso para unirse a la Unión Aduanera que Rusia forma ya con Bielorrusia y Kazajstán (lo cual no ha causado ningún revuelo, pese a que la decisión es idéntica a la ucraniana). A finales de noviembre, hace lo mismo el presidente de Ucrania.

Lo cierto es que la Unión Europea, que resultó sumamente atractiva en un primer momento en tanto que sinónimo de desarrollo, modernización,... ha ido viniendo a menos. Dicho sumariamente: el futuro en Europa ya no es lo que era. Además no hay que pasar por alto que la UE permanece permanentemente alineada militarmente con EEUU a través de la OTAN, así como demuestra ser el adalid de los principios del neoliberalismo, dejando que las grandes agencias internacionales marquen el paso de su política económica y aplicando para ello cada vez más fuertes medidas de austeridad con implicaciones sociales graves para el ciudadano a pie de calle.

En toda esta exposición salta de repente una cuestión importante: ¿de dónde viene el interés de la UE, y de EEUU, por la Europa del Este? Parece evidente que buena parte de los ciudadanos de los países miembros no simpatizan precisamente con los eslavos: se le pone cortapisas a la libre movilidad dentro del Acuerdo Schengen a búlgaros y rumanos, se les ofrece dinero para que regresen a sus países de origen,... Es evidente incluso que, como señala József Börözc(1), existe cierta xenofobia hacia ellos, luego ¿por qué íbamos a hacer una excepción con los ucranianos? Todo ello no es sino una prueba más de que Europa no quiere abrazar a Ucrania sino como espacio económico. Como bien ha señalado Sébastien Gobert(2), lo que Ucrania representa para la UE es “el dorado” económico, agrícola y energético (el país es uno de los grandes productores a nivel mundial de dos materias primas: grano y carbón). Más concretamente, Alemania y Polonia se frotaban ya las manos pensando en los 45 millones de potenciales consumidores a los que tendrían acceso sin ningún tipo de arancel para sus productos de ser así que efectivamente Ucrania firmase el tan polémico tratado.

En cuanto EEUU, sus intereses porque Ucrania se aproxime a Europa no son tanto económicos como geoestratégicos. Ya en la década de los ochenta Zbigniew Brzezinski, exasesor de seguridad nacional de EEUU, lo señaló claramente: “Rusia sin Ucrania es un estado nacional normal, pero Rusia con Ucrania es un imperio”(3). Como bien ha señalado Nazanín Armanian(4): por un lado, el objetivo de EEUU es, dentro de su particular guerra por la energía, interrumplir el flujo de petróleo y gas rusos (no hay que pasar por alto que el 80% del gas natural ruso que entra en Europa lo hace a través de Ucrania), lo que debilitaría a Rusia como potencia. Por otro lado está el valor geográfico de Ucrania en sí misma: integrando al país en la estructura de la OTAN, EEUU completaría su cerco militar a Rusia, de modo que el país quedaría acorralado militarmente. Prueba clara del interés de EEUU en todo esto es además su omnipresencia desestabilizando todas las regiones fronterizas con Rusia ya desde los tiempos de la Guerra Fría. Durante todo ese tiempo ha tenido el tiempo suficiente para ir refinando sus métodos hasta la versión más sofisticada: las conocidas como “revoluciones coloristas”, de la que la Revolución Naranja de 2004 sería un claro ejemplo.

Una vez señalados los intereses occidentales en el asunto (lo que da respuesta de paso al porqué del interés mediático en las manifestaciones y acampadas proeuropeístas), queda por ver qué intereses tiene el otro gran actor: Rusia. Aparte del temor obvio al estrangulamiento geográfico por parte de la UE y la OTAN y a su debilitamiento económico en tanto que se le dificulte su papel de suministrador de gas, el interés de Rusia por su vecino no es pequeño. Por un lado, está el temor a que su mercado se vea plagado de productos dumping procedentes de Europa a través de Ucrania.

Por otra parte, y sin querer apelar al sentimentalismo, están los lazos históricos e incluso afectivos (como veremos más abajo, un porcentaje importante de la población ucraniana es étnica, religiosa y lingüísticamente ruso). Ucrania ha sido, por así decirlo, la “joya de la corona” rusa, y con toda seguridad la república a la que la URSS más le costó dejar marchar. Rusia siempre ha querido tener a Ucrania dentro de su ámbito de influencia o bien directamente formando parte de sí, aunque para ello tuviese que exterminar a una parte importante de su población(5). Finalmente, militarmente Ucrania es un punto estratégico, tanto es así que la base de la flota rusa en el Mar Negro se encuentra en la península de Crimea.

2. El dilema de Yanukovich: ¿independencia, imperialismo ruso o argucia neoliberaleuropea?

Independientemente de la simpatía o antipatía que nos despierte, colocarse en la piel del presidente ucraniano nos sirve para poner de manifiesto una cuestión que es central en todo el asunto: ¿cuál ha sido la verdadera oferta que la UE ha hecho a Ucrania? Por lo que nos muestran los media parece claro que la UE había propuesto a Ucrania su ingreso en la Unión y que aquélla, o mejor dicho su presidente (un proruso enconado), ha declinado desdeñosa y desagradecidamente una oferta tan generosa. Nada más lejos de la realidad.

Acuciado por la misma pregunta, József Böröcz(6) se apresuró a leer el acuerdo y ponernos al tanto a los demás, además con una claridad expositiva envidiable, de modo que me atendré en gran medida a hacer una mera traducción de lo que él ya ha dicho. Se trata en definitiva de responder a dos preguntas esenciales: ¿En qué consiste realmente el “tratado de asociación y libre comercio”?, y aún más importante, ¿qué conllevaría la aplicación de dicho tratado? El acuerdo consiste sencillamente en el establecimiento de una “profunda y completa área de libre comercio”, lo que se traduce en:

– Eliminación de aranceles y barreras comerciales a los capitales de la UE.

– Financiación de infraestructuras en los sector de transportes, energía, medio ambiente y cuestiones sociales, aunque no se especifica ni con qué fondos, ni bajo qué términos.

– Se menciona la posibilidad de que Ucrania pueda acercase “poco a poco” al Acervo Comunitario, es decir, a las leyes y reglamentos de la UE.

– Aparece una vaga mención en relación con el acercamiento de Ucrania al Acuerdo Schengen, aunque sin ningún tipo de compromiso en este sentido.

– Y, ¡atención!, el acuerdo no dice absolutamente nada sobre la plena adhesión de Ucrania a la UE, algo que de hecho no parece estar entre las previsiones de la UE. Cosa que suena aún más cruda si sacamos a la palestra que un acuerdo como el que se ha ofrecido a Ucrania se ha ofrecido también a países como Chile, Egipto o Sudáfrica, los cuales difícilmente se posicionen como candidatos para futuras adhesiones.

¿Y con respecto a la supuesta ayuda económica? Como ha señalado Vicky Peláez(7), lo que la UE propone a Ucrania es un préstamo, acompañado de un paquete de reformas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Creo que no es necesario ser ningún lumbreras para percatarse de lo que conllevaría de facto el supuesto “regalo” europeo:

– En primer lugar, bajo el eufemismo “reformas” ¿quién mejor que los españoles y demás PIIGS para dar orientaciones sobre lo que contiene exactamente el paquete?: austeridad, recortes,... O dicho de otro modo, pagar la deuda por encima de cualquier otra cosa, llámese esa otra cosa el bienestar de tu ciudadanía.

– En donde dice eso de “acercamiento al Acervo Comunitario”, léase: eliminación de cualquier mecanismo institucional con el que el país pudiese proteger su economía de la competencia desleal o de una posible crisis. Es decir: adiós a cualquier medida de proteccionismo económico, que es a fin de cuentas la herramienta con que las economías pequeñas cuentan para protegerse del pez más gordo.

– Desmantelamiento de la mayor parte de los complejos productivos, ya que los productos nacionales serán sustituidos por productos europeos (que es en definitiva la tajada que Polonia y Alemania buscan sacar de todo este asunto).

– Como consecuencia de lo anterior: aumento del desempleo y empobrecimiento de la población.

– Aumento de las tarifas del gas y la calefacción.

– Congelamiento de los salarios y eliminación de los subsidios.

– Y todo ello agravado por una balanza de pagos UE-Ucrania que es ya de entrada descaradamente desventajosa para Ucrania(8). El desequilibrio comercial es de 9,2 mil millones de euros (Ucrania exporta a la UE 14,6 mil millones e importa 23,8 mil millones), y el desequilibrio en el ámbito de las inversiones es de 21,9 mil millones (2,0 mil millones de Ucrania por 23,8 mil millones de la UE).

Si esto se añade que lo de la adhesión, las inversiones y la libre movilidad (de personas) no son más que humo, la pregunta es, ¿qué supuesto beneficio sacaría Ucrania de todo esto? Visto desde este punto, cualquier cosa que ponga Rusia encima de la mesa sería como para firmarlo con los ojos cerrados. Sin embargo, las manifestaciones y las acampadas continúan. ¿Quiere esto decir que los ucranianos que protestan son conscientes y han asumido con todas sus consecuencias lo que les esperaría? La respuesta es no, claro que no existe consciencia de la sombra que planea sobre sus cabezas, y por ello siguen clamando alegremente el entrar en la UE, defendiendo unos intereses extranjeros frente a los que ellos ya han definido como sus enemigos: Yanukovich y Putin, o dicho de otro modo, los intereses de la corrupta oligarquía rusófona y los intereses de Rusia misma, que para ellos es el Imperio.

Independientemente de los distintos intereses que hay en las protestas, hay tres cosas que canalizan en gran medida las demandas: transparencia, derechos humanos y democracia; tres cosas que los ucranianos sólo parecen concebir como alcanzables a través de y gracias a Europa. Además ya se han encargado otros obviamente de que los ojos de los descontentos se focalicen exclusivamente sobre ellas, así mientras los manifestantes continúan machaconamente con esto, cual prestidigitadores, ellos se ocupan de otros asuntos de mayor calado. Como ha señalado Txente Rekondo(9), bajo un discurso envuelto en declaraciones de democracia, derechos humanos,... lo que la UE pretende no es sino incorporar a los oligarcas ucranianos a su ámbito de influencia.

La réplica rusa, por cierto, se ha basado en la concreción (tanto en las ofertas como en las amenazas) frente a los esotéricos beneficios del tratado ofrecido por la UE. Rusia se ha comprometido a comprar 15 mil millones de dólares de eurobonos de Ucrania, lo que ayudará a pagar los 17 mil millones de deuda que tiene que pagar Ucrania el próximo año. Además reducirá en un tercio el precio del gas, bajando de 400 a 268 dólares por cada 1.000 metros cúbicos de gas(10). Las sanciones en caso de acercamiento a la UE no han sido menos explícitas: embargos, restricciones comerciales, endurecimiento en el precio del gas... todo lo cual condenaría aún más a la ya débil economía ucraniana(11). En suma, como señalan Jon Kortazar Billelabeitia y compañía(12): Rusia y el resto de países de la antigua URSS representan el 40% del comercio exterior ucraniano. Una ruptura aduanera con Rusia supondría sacrificar unas exportaciones seguras por nada en tanto que ya hemos visto que difícilmente los productos ucranianos van a tener cabida en la UE. A todo lo cual hay que añadir lo más obvio: que la adhesión a la Unión Aduanera propuesta por Rusia sería algo seguro, y no una apuesta arriesgada, hipotética y a largo plazo, como la pretendida adhesión a la UE.

La tercera opción a todo esto sería que el país mantuviese su plena independencia (firmando los tratados exteriores que tuviese que firmar en cada momento y con quien quisiese, pero conservando su soberanía), sin embargo el país necesita dinero urgentemente, que es precisamente lo que Yanukovich ha ido buscar tanto en Rusia como en Europa. Un dinero con el que hacer frente a la dura situación económica y con el que además cumplir con los prestamistas, y pagar el gas. Además, ¿no posicionarse a estas alturas parece una utopía cuando se está de bisagra entre la UE y la futura Unión Aduanera? La opción no parece ni barajarse, cuando precisamente ese hacer de bisagra podría explotarse si se tuviese la voluntad para ello. Se habla de “segunda independencia” en las calles de Kyiv, cuando lo que realmente acontece no es sino una simple elección de amo.

3. Luces y sombras de una realidad nada homogénea

A pesar de los esfuerzos de los medios de comunicación por ofrecernos la imagen de un país integrado, homogéneo y con una opinión unánime (que estaría reflejada en la Plaza de la Independencia de Kyiv), lo cierto es que Ucrania es un país con unas divisiones muy profundas, que dan lugar a conflictos étnicoregionales, culturales, lingüísticos y religiosos. Dicha heterogeneidad aparece muy bien recogida por Benoît Vitkine en su artículo “Ucrania: ¿Quién ha decapitado el Lenin de Kotovsk?”(13). A lo que se suma que es un país violento y con unos índices de corrupción altísimos. Ucrania de hecho ocupa el lugar 144 a nivel mundial según Transparencia Internacional(14). Una corrupción que además no sólo salpica al presidente Yanukovich y a su partido, sino también al principal partido de la oposición, Unión Panucraniana “Patria”, cuya primera exprimera ministra, Yulia Tymoshenko, se encuentra en prisión por abuso de poder (y cuya liberación, por cierto, es uno de los prerrequisitos impuestos por la UE para la firma de un acuerdo de ingreso).

Volviendo sobre la cuestión de su heterogeneidad interna, aparte de la existencia de varias minorías tales como polacos, búlgaros, bielorrusos,... o probablemente la más importante de todas ellas, los tártaros (un grupo étnico túrquico de religión musulmana sunní que se concentra en la Península de Crimea), lo cierto es que ninguna de esas minorías representa un porcentaje importante de población (todas ellas en torno o por debajo del 0,5% del total). En cualquier caso la gran fractura que divide el país es la que separa a los ucranianos “ucranistas” de los ucranianos “prorusos”, una división que es tanto étnica, religiosa como lingüística. Por decirlo de alguna manera, el “tipo ideal” de ucraniano ucranista sería: 1) de etnia ucraniana, 2) de religión grecocatólica, y 3) de lengua materna ucraniana. En el otro extremo, el “tipo ideal” de ucraniano proruso albergaría las tres propiedades opuestas: 1) de etnia rusa, 2) de religión ortodoxa (y para más inri, dependiente del Patriarcado de Moscú) y 3) de lengua materna rusa.

Como es natural, estas tres características se pueden cruzar formando una matriz con distintas combinaciones. Ahora bien, la geografía tiene su peso y el río Niéper actúa en gran medida como muro de contención dando lugar a que unos y otros estén relativamente bien delimitados, por lo que no son pocos los ucranianos que opinan que el Estado actual acabará dividiéndose en un país ucraniano (integrado por las regiones central y occidental) y otro país vinculado a Rusia (compuesto por la regiones oriental, meridional, Donbás y Crimea)(15).

Esta división, además de en lo geográfico, se ha expresado también con bastante nitidez en los procesos electorales. Así, en 2004 por ejemplo, independientemente del resultado final, Viktor Yushchenko (el candidato ucranista) obtuvo más del 90% de los votos en cuatro distritos occidental y en torno al 75% en otros ocho distritos del centrooeste. Por su parte, Yanukovich (el candidato proruso), superó el 90% de votos a su favor en las regiones orientales(16).

Como se puede extraer de los datos expuestos, en Ucrania lo que existe es en realidad dos redes clientelares, cada una de ellas con su propia élite oligárquica y propietaria además de sus respectivos medios de comunicación, articuladas sobre esas diferencias culturales, lingüísticas,... hasta cierto punto paralelas, hasta cierto punto superpuestas, y que sencillamente se disputan el gobierno cada x años (lo cual, por cierto, no deja de ser muy distinto de lo que ocurre en muchos países europeos).

Con todo, y pese a ser el candidato proruso, la imagen que se vende de Yanukovich como un dictador prosoviético comunista no es más que de hecho una distorsión más de los media. Yanukovich no es en realidad más que un empresario de derechas conservador, elegido además en unas elecciones democráticas (sin grandes diferencias con las que se celebran en los países de la UE). Alguien que además, por cierto, no tiene entre sus planes ni mucho menos ceder la soberanía económica del país, ni a la UE ni a Rusia(17). Dicho claramente: ceder el poder económico que puede ejercer mediante su posición como presidente lo convertiría en un supernumerario dentro de las redes clientelares en que está inserto. Si, como se nos dice, su intención es pasarle la batuta de mando al Kremlin, una vez hecho esto ¿qué pinta entonces él allí? Es más, las relaciones Yanukovich-Putin no vienen siendo precisamente cordiales, de hecho ya ha habido varios roces importantes entre uno y otro.

En realidad lo que Yanukovich representa, y por eso es contestado con tanta virulencia en la parte oeste del país, es al “Clan de Donetsk” y a “La Familia”. El “Clan de Donetsk” hace referencia a la vieja oligarquía del este, cuya cara más conocida es la de Renat Akhmetov, el propietario de un gigante del acero y la electricidad cuyo patrimonio está estimado en unos 16 mil millones de dólares y que es a su vez el propietario del conocido equipo Shakhtar Donetsk FC. “La Familia” es un clan de negocios relativamente nuevo, encabezado por su propio hijo mayor: Oleksandr Yanukovich(18).

¿Y frente a todo esto, qué tenemos? A los otros oligarcas del lado oeste del país (encarnados en el partido Unión Panucraniana “Patria”) que pretenden hacerse nuevamente con la dirección del país mediante su desestabilización, en lo que no constituiría sino una réplica de la Revolución Naranja de 2004, sólo que esta vez necesitan además del apoyo de la “fuerza bruta”: Alianza Democrática para la Reforma (UDAR, en ucraniano significa “golpe”), un partido liderado por el excampeón de boxeo Vitali Klitschko, y Svoboda (Libertad), liderado por Oleh Tyahnybok, un partido eufemísticamente llamado por los medios “nacionalista” y en que resulta imposible no detenerse. De hecho, frente a lo de “nacionalista”, no han sido pocos lo que han decidido llamar al partido y a su líder por su nombre: “neonazi” (violentamente xenófobo, antisemita, antigay y antiruso). (19) De hecho, pese a que en 2004 y por recomendación del Frente Nacional Francés, el partido se deshizo de toda su parafernalia fascista (cambiando su denominación y emblema), no desaprovecha ocasión para hacer gala de su ideología: ya en 2012, el Centro Simón Wiesenthal (una organización internacional de los derechos de los judíos) denunció el que durante la Europoca de Fútbol se ondearon banderas nazis en los encuentros celebrados en el estadio de Lviv (la “capital” del oeste ucraniano, cuyo alcalde pertenece también al partido Svoboda)(20). Ese mismo año, el partido jugó un papel clave en el desmantelamiento del Desfile del Orgullo Gay en Kyiv, así como más recientemente, en junio del año pasado, participó en el homenaje a los veteranos de las SS en Lviv. Su líder, Tyahnybok, no cesa de arremeter en sus discursos contra los judíos en general, y en particular contra la “mafia judía de Moscú” (de hecho ostenta nada menos que el quinto puesto en la lista elaborada por el Centro Simón Wiesenthal de los mayores y más peligrosos antisemitas del mundo). Por cierto, un poco de historia: El Holodomor, la hambruna perpetrada por Stalin (y que es el símbolo del resentimiento hacia Rusia), ya llevó una vez a que una parte de los ucranianos recibiesen a los nazis con los brazos abiertos y arrojándoles flores (y a que posteriormente se uniesen a ellos frente al Ejército Rojo). Esperemos no estar viviendo una “secuela” de aquello.

Y lo que es más, como ha señalado Txente Rekondo(21), si hay algo que precisamente se eche de menos entre los manifestantes es líderes que no formen parte de la oligarquía local. De hecho, desde poco después de su estallido, el movimiento ha sido copado por estos tres partidos y encabezado por sus líderes (reinventados momentáneamente en activistas, como vemos ahora con todo el jaleo montado por la agresión de la policía al exministro del interior, Yuri Lutsenko), lo cual ha ido “depurando” el perfil de los manifestantes, así como ha supuesto un cambio en las reivindicaciones (que se focalizan sobre todo en exigir la dimisión del presidente, la liberación de la exprimera ministra Yulia Tymoshenko y la convocatoria de nuevas elecciones).

De hecho, lo que se está produciendo cada vez más es sencillamente una canalización por parte estos partidos del rencor de una masa de jóvenes (y no tan jóvenes) idealistas, desinformados, manipulados y en descontento con el gobierno, a los que se les ha hecho creer que la UE será la panacea a todos sus problemas (no que están sirviendo en realidad a intereses fundamentalmente extranjeros), y para los que además decir “sí” a la UE, independientemente de lo que ese sí signifique, no es más que su particular forma de decir “no” a Rusia(22). Tanto es así que, como recogió el periodista del New York Times, David Herszenhorn(23), una juventud ucraniana por lo general tan apática y desacostrumbrada a este tipo de acontecimientos, no tardó en dejarse liderar por los partidos de la oposición al gobierno, para beneficiarse así de los recursos financieros y organizacionales de éstos. A lo que hay que sumar obviamente el que, con grupos organizados de extrema de derecha entre ellos, hablar de que las protestas están siendo “pacíficas”, no es más que retórica barata. ¿Dónde están los movimientos sociales en defensa del colectivo LGTB?, ¿dónde están las feministas?,... grupos todos ellos que, en consecuencia con la línea política que ha adoptado Rusia, sería evidente que se alineasen con los manifestantes proeuropeístas. Como no podría ser de otra manera: han sido desplazados por la presencia de Svoboda a la cabeza de las manifestaciones. Algunos gays denuncian agresiones; a las feministas se les acusa de intentar boicotear el movimiento y de estar pagadas por los servicios rusos. Una de ellas declara a Hélène DespicPopovic(24)
: “Desde el inicio de Maidan la gente habla de valores europeos, pero todo ello permanece abstracto”. Todo esto, por cierto, no ha supuesto el menor impedimento para que incluso ministros europeos como el alemán Guido Westerwelle se hayan acercado en persona a las protestas para manifestar su apoyo, poniendo una vez más en evidencia que los europeos estamos dispuestos a pactar con quien haga falta (y al precio que haga falta) con tal de mejorar nuestros intereses económicos.

Y mientras todo esto acontece en Kyiv y en varias ciudades del oeste de Ucrania, ¿qué ocurre en el resto del país? Fundamentalmente nada. Parecería por lo que se nos ha dicho en los medios que el país entero es un polvorín cuando realmente está ocurriendo más bien nada. ¿Dónde están los testimonios de los ciudadanos del este y sur del país?, ¿de aquéllos que se sienten consternados al ver que decapitan al Lenin local? O más importante aún, ¿dónde está el PCU (Partido Comunista de Ucrania), un partido que cuenta con 32 diputados en la Rada (el parlamento ucraniano)? Mutis, el mayor silencio absoluto.

Recapitulando...

Dicho todo lo anterior, no queda sino retomar la pregunta inicial: ¿qué democracia está reclamándose en Ucrania, y qué podemos opinar el resto al respecto?

La imagen general que ha construido la televisión y los medios mainstream parece haber despertado una especie de nostalgia romántica: se ha tratado de enternecernos con el simulacro de un país que estalla en una marea pacífica frente a un gobierno corrupto y tiránico. Sin negar que un primer momento algo de eso pudiese haber, el núcleo de la cuestión está en que todo el acontecimiento en sí ha sido descontextualizado, ofreciéndose una cobertura minimalista de hasta el más absurdo detalle pero pasándose por alto lo más importante: el contexto, los actores implicados, y los intereses en juego.

“Democracia como los europeos”. Todo parece apuntar a que el gobierno ucraniano es totalmente corrupto e ilegítimo (nada que ver con nuestro sistemas políticos impolutos), y que por lo tanto no debería de aceptarse de él ningún tipo de decisión. Pero ¿son realmente tan diferentes las democracias europeas y la supuesta democracia ucraniana? Grosso modo, como han señalado Kortazar Billelabeitia y compañía(25), la democracia ucraniana no tiene menos legitimidad que la de cualquier país europeo: se celebran votaciones, se forman mayorías en el parlamento, organismos internacionales reconocen la limpieza de las elecciones,... Luego, nos guste o no, la decisión de Yanukovich ha sido perfectamente legítima (como obviamente lo habría sido de haber sido afirmativa, si no, ¿qué hacíamos negociando con él?). Una muestra más de esa doble vara de medida yanki-europea y de sus medios oficialistas, de la cual resultan cosas tal que países como la Venezuela de Chávez-Maduro se consideren tiranías mientras que países como Arabia Saudí, por poner sólo un ejemplo, sean calificados de “aliados estratégicos” o “países amigos”; o que todos los focos se concentren en Kyiv, mientras que en varias ciudades alemanas se declara el “toque de queda” y no parece pasar nada. Los medios, como siempre, exacerbando malentendidos y ocupando con una imagen falsa de lo que ocurre fuera, el espacio precioso que correspondería a los sucesos de verdadero interés que tienen lugar en casa.

La ucraniana, como la española, no es sino una democracia sin cultura democrática y sin valores democráticos, cuestiones que por cierto, cuando se reivindican, no suelen despertar tanto interés mediático, o si lo despiertan no suelen recibir una cobertura precisamente en términos románticos. El término en sí mismo actualmente ya no significa nada en tanto que significa cualquier cosa, pasando así al acervo de conceptos continentes de corte postmoderno en los que cada uno echa dentro lo que más le interesa y lo que no interesa, pues ya se verá que se hace con ello. La palabra democracia es un logo que reconocemos como símbolo pero no sabemos qué designa. ¿Es posible una democracia confesionalista, discriminatoria, antisemita,... que es hacia lo que tienden los ucranianos? Tristemente la respuesta es que sí, es posible. ¿Se podría adoptar una decisión como la de entrar en la UE (lo que significa ceder la soberanía económica a una potencia extranjera) porque 2 millones de personas, 3 millones,... (5 ó 10 incluso) lo piden insistentemente en la calle, pese a que el país tenga 45 millones? La respuesta también es que sí, pese a que una decisión de tal peso sólo tendría legitimidad si una mayoría amplia (es decir de dos tercios al menos) estuviese de acuerdo y lo votase en referéndum, habiéndose previamente explicado cuáles son los términos del acuerdo.

No nos engañemos, la “democracia” que se demanda machaconamente en la Plaza de la Independencia de Kyiv, nada tiene que ver con el “democracia real ya” que se ha entonado en tantas plazas del estado español.

Agradecimientos

No quiero terminar sin antes dar las gracias a las personas que han leído el borrador previo de este artículo y que me proporcionaron aspectos y detalles que, sin su ayuda, habría pasado por alto. En especial al profesor Antonio Martínez López y a mi amigo Joaquín Jiménez Vaquero.

1 József Böröcz, “Terms of Ukraine's EUDependency”, Lefteast, 3 de diciembre de 2013, http://www.criticatac.ro/lefteast/ukraineeudependency/

2 Sébastien Gobert, “L'Ukraine se dérobe à l'orbite européenne”, Le Monde Diplomatique, diciembre de 2013.

3 Vicky Peláez, “Mano negra tras las manifestaciones en Ucrania”, Rebelión, 19 de diciembre de 2013, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178414&titular=manonegratraslasmanifestacionesenucrania

4 Nazanín Armanian, “La guerra del gas: de Ucrania a Siria y de EEUU a Irán”, Público, 9 de diciembre de 2013, http://blogs.publico.es/puntoyseguido/1184/laguerradelgasdeucraniaasiriaydeeeuuairan/

5 Viktor Yushchenko, “Holodomor”, The Wall Street Journal, 27 de noviembre de 2007, http://www.president.gov.ua/en/news/8296.html

6 József Böröcz, op. cit.

7 Vicky Pélaez, op. cit.

8 József Böröcz, op. cit.

9 Txente Rekondo, “Una nueva crisis se asoma en Ucrania”, Rebelión, 9 de diciembre de 2013, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=177918&titular=unanuevacrisisseasomaenucrania

10 Charles Recknagel, “Explainer: Can Moscow Afford Its Deal With Ukraine?”, Radio Free Europe / Radio Liberty, 18 de diciembre de 2013, http://www.rferl.org/content/explainerukrainedealrussiacosts/ 25205295.html

11 David M. Herszenhorn, “Ukraine blames I.M.F. For halt to agreements with Europe”, The New York Times, 23 de noviembre de 2013.

12 Jon Kortazar Billelabeitia, Assier Blas et al., “Ucrania: de encrucijadas y manipulaciones”, Rebelión, 16 de diciembre de 2013, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=178219&titular=ucrania:deencrucijadasymanipulaciones

13 Benoît Vitkine, “Ukraine: qui a décapité le Lénine de Kotovsk?” Le Monde, 26 de diciembre de 2013, http://www.lemonde.fr/europe/article/2013/12/26/ukrainequiadecapitelelenine_ 4340166_3214.html? xtmc=ukraine&xtcr=9

14 Elvira Huelbes, “La oposición política ucraniana quiere aprovecharse del movimiento Euromaidan”, Cuarto Poder, 9 de diciembre de 2013, http://www.cuartopoder.es/otromilagro/laoposicionpoliticaucranianaquiereaprovecharsedelmovimientoeuromaidan/ 5888

15 Antonio Checa Godoy, “La desrusificación de Ucrania. El papel de los medios”, IC Revista Científica de Inforación y Comunicación, nº5, Sevilla, 2008, pp. 125165, http://ipena44.files.wordpress.com/2013/02/12562957972_ checagodoy. pdf

16 Ídem.

17 Sébastien Gobert, op. cit.

18 Alla Semenova, “Goodbye Lenin? Is Ukraine's ‘revolution’ proeuropean or prooligarchic?”, New Economic Perspectives, 11 de diciembre de 2013, http://neweconomicperspectives.org/2013/12/goodbyeleninukrainesrevolutionproeuropeanprooligarchic. html

19 Palash Ghosh, “Svoboda: the rising spectre of neonazism in the Ukraine”, International Business Times, 27 de diciembre de 2012, http://www.ibtimes.com/svobodarisingspectreneonazismukraine974110

20 Elvira Huelbes, op. cit.

21 Txente Rekondo, op. cit.

22 Alla Semenova, op. cit.

23 David M. Herszenhorn, “Ukraine Leader Called to Resign As Anger Swells”, The New York Times, 2 de diciembre de 2013.

24 Hélène DespicPopovic, “La révolution européenne doit avoir lieu dans nos têtes”, Libération, 29 de diciembre de 2013. Véase: http://www.liberation.fr/monde/2013/12/29/larevolutioneuropeennedoitavoirlieudansnostetes_ 969561 25 Jon Kortazar Billelabeitia, Assier Blas et al., op. cit.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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