lunes, 28 de octubre de 2013

Libia:dos años despues.


Rebelion. Libia y el “social imperialismo”: dos años después

Libia y el “social imperialismo”: dos años después



Lenin llamó social-imperialistas a los socialdemócratas alemanes que en su rechazo hacia el zar de Rusia defendieron la guerra del 1914; Mao adulteró el término en sí peyorativo para referirse a la Unión Soviética y así justiciar su alianza con EEUU, el imperialismo “decadente”. Hoy, aquel término puede transmitir la hipocresía de las “intervenciones/guerras humanitarias” y la imposible unión entre dos ideas contrarias.

Dos años después del ataque indiscriminado de la OTAN contra el Estado libio que acabó con la vida de miles de personas —¡para liberarlos de Gadafi!—,destruyó buena parte del país y acabó con Libia como Estado, se van conociendo las falsedades vertidas por los enemigos extranjeros del país (Ver Complot contra Libia). Obama y Cameron, en su propaganda de guerra, acusaron a Gadafi de cometer “genocidio” (aniquilación sistemática de un grupo étnico, racial o religioso” sucedido en Ruanda, Congo o Darfur) contra su pueblo, término escogido cuidadosamente que permitía a la OTAN intervenir en Libia aplicando la doctrina de los huevos de oro de la Responsabilidad de Proteger (R2P) de la ONU —¡que no se ha aplicado a la población de Gaza o de Bahréin. Poco importó que el propio Robert Gates, secretario de Defensa de EEUU, confesara que no habían podido confirmar tal hecho. Luego, exageraron con “la muerte de decenas de miles de civiles”, a la vez que Amnistía Internacional desmentía a personajes como el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional Luis Moreno-Ocampo la “violación de mujeres libias” por los soldados que encima llevaban viagra en sus bolsillos.

Así, la OTAN se lanzó a salvar el pueblo libio, mientras sus barcos dejaban morir en alta mar a los que huían de la guerra, denunció The Gardian.

El colmo de la hipocresía fue acoger al ex jefe de la inteligencia de Gadafi y a Abdul Jalil, ministro de justicia del régimen, que en vez de ser enviados a la Corte Penal Internacional por ser integrantes de la dictadura, se les ofreció colaborar con aquella alianza militar. ¡Que la bandera negra de Al Qaeda fuera izada en el Palacio de Justicia de Bengasi tras asesinar a Gadafi y que Jalili fuera designado por los occidentales a liderar la transición libia hacia la “democracia” fueron la guinda del desparpajo sin rubor!

EEUU, sus socios europeos e Israel, en la aplicación de la política del “control de daños” ya habían canalizado las rebeliones espontáneas en Egipto y Túnez, las habían contenido en Irak, Yemen, Arabia Saudí y Bahréin, y ahora en Libia se quitaban la hoja de parra, exhibiendo su poderío.

Derrocar a un aliado

Libia, el país del milenario pueblo Libu, habitado por un centenar de tribus árabes y bereberes, de religión musulmana sunita, experimentó un giro radical en su política a partir del fin de la Guerra Fría. Muamar Gadafi, un dictador y un férreo anti comunista, empezó a coquetear con Occidente: en 2002 pagó unos 2.940 millones de euros a las víctimas de Lockerbie (a la vez que negaba su implicación en el atentado) y aceptó “la legalidad internacional, pese a que esté falseada e impuesta por EEUU”. El nombre de su país estaba incrustado en la lista del Eje del mal y en el ataque devastador angloamericano a Irak en 2003, hacía pedagogía del terror. Aceptó desarmarse —por las presiones de Israel, país con armas nucleares, biológicas y químicas—, para pasar a ser comprador de armas a los mismos países que años después bombardearían su indefenso país. [Pasa lo mismo con Siria. Ningún dictador es mínimamente inteligente, sino no sería dictador]. Entre 2005 y 2009 Europa le vendió 834,54 millones de euros en armas (España, 2.000 millones). Colaboró con la “guerra contra el terror” de la CIA llenando sus cárceles con personas sin ningún derecho a defenderse. Los bancos occidentales, que le recibían con la alfombra roja e implantaban su haima en los palacios, estaban haciendo su agosto con los depósitos de Libia. Para colmo, el líder de la república “socialista” libia financió al candidato de la extrema derecha francesa, Nicolás Sarkozy.

Cierto. Estamos ante un personaje complejo que, por desgracia para los analistas maniqueos, abundan en el Sur. Dictadores autoritarios o totalitarios y nacionalistas —que se encuentran fuera de la órbita de EEUU—, pero comparten la cama con otros imperialistas: Reino Unido, Alemania o Francia.

Aun así, EEUU decidió matarlo (recordad el “Vini vidi vinci” de Hillary Clinton) porque:

1. Occidente tenía más miedo a un Gadafi capaz de usar el “poder blando” que al Gadafi “loco”.

2. Aplastar la futura Primavera Libia, antes de que se complicara la situación, como sucedió en Egipto. En Libia, EEUU no tenía ninguna influencia sobre el ejército y no podía recurrir a un golpe de estado.

3. Gadafi no se convirtió en un títere. Además, su carácter imprevisible generaba inseguridad para sus planes militares y económicos en África. Dijo Marco Rubio, el senador republicano estadounidense que su “ interés nacional pide la eliminación de Gadafi del poder”. Había bloqueado las oportunidades de EEUU en Libia. Bechtel (gigante en ingeniería) y Caterpillar (fabricante de equipos de construcción) habían sido excluidas en favor de las compañías rusas, chinas y alemanas. Ya en septiembre de 2011, el embajador de EEUU, Gene Cretz, anunciaba que un centenar de empresas de su país planeaban hacer negocios en Libia post Gadafi. También, el secretario de Defensa británico Philip Hammond, nada más asesinar al líder africano, invitó a los empresarios a ir a reconstruir lo que la OTAN destruyó: eso se llama “capitalismo buitre” o “destrucción creativa”. La compañía General Electric sueña con ganar hasta 10.000 millones de dólares invirtiendo en el devastado país.

4. Proclamaba una África con una identidad política integrada, no dividida entre una “África blanca, civilizada mediterránea” y otra “negra bárbara”. Defendió su autosuficiencia, desligada de las instituciones financieras occidentales.

5. Contener el incremento del poder e influencia del propio Gadafi en el continente, que impedía la libre circulación del capital occidental por la región. Libia, bajo su liderazgo, tenía unos 150.000 millones dólares invertidos en África.

6. Fue visto por Washington como el principal obstáculo para el dominio militar de EEUU en África. 45 países se habían negado a ser sede de Africom. Ahora, Libia es una candidata para albergar el comando militar de EEUU. Además, la OTAN puede hacerse con el levante mediterráneo: sólo queda eliminar al sirio Bashar Al Asad para “atlantizar” la cuenca de este mar.

7. Se convirtió en el principal aliado de los BRICS, sobre todo de China. Los contratos de unas 70 empresas chinas cuyo valor ascendía a 18.000 millones dólares fueron congelados tras la guerra.

Rusia también perdió unos 4.000 millones de dólares en contratos de armas (ver Libia: un negocio de guerra redondo)

El especial papel de Israel

Lo primero que la futura Nueva Libia recibía de los israelíes fue las smart-bomba lanzadas desde la aviación de la OTAN en 2011. Mientras Mossad y otros servicio aliados iban detrás de un Gadafi anti-israelí, los rebeldes negociaban el intercambio de embajadores con los hebreos.

Tel Aviv, tras acabar con Irak como Estado rival —a través del “papá EEUU”— y mientras seguía debilitando a Irán, canalizando la rebelión popular contra Mubarak en Egipto, incitó y participó activamente en acabar con la poderosa Libia y su líder. En 2007, Goldman Sachs, una de las instituciones financieras del lobby judío, se quedó con la totalidad de los 1.500 millones de dólares invertidos por Gadafi, quien no pensaba perdonárselo.

El papel del lobby pro israelí en la ONU y en los medios de comunicación (entre ellos Al Jazira) fue determinante para demonizar al jefe del Estado libio ante la opinión pública.

Israel, en su avance por África, la divide por el color de la piel de sus gentes, las creencias religiosas y grupos etnolingüísticos, apoyando la “África negra” contra la “árabe-musulmana” (ver El bombardeo de Sudan por Israel).

El chovinismo del régimen israelí, dirigido por los europeos ashkenazíes, alcanzó en la década de los 90 a los mizrahíes, judíos “impuros” del norte de África y Medio Oriente: sometió a cientos de mujeres judías etíopes solicitantes de emigración a una esterilización oculta y forzosa antes de admitirlas.

Hoy, y tras perder a su firme aliado Husni Mubarak, Netanyahu intentará convertir a la “nueva” libia en un apoyo estratégico.

¿Qué pasó con el petróleo libio?

Dueña de la primera reserva de hidrocarburo de África y además de alta calidad, Libia exportó 379.5 millones de barriles de petróleo en 2012.

A pesar de EEUU y la UE, la Libia de hoy manda más petróleo a China que en la era de Gadafi: si en 2010 el 30% de su Oro Negro iba Italia, el 16% a Francia y el 11% a China, un año después China ocupaba el lugar de los franceses, comprando hasta 100.000 barriles al día. El trato de favor lo recibe Eni, la compañía de la vieja metrópoli. Las compañías Shell y BP no han ganado el concurso de licitación para explotar el petróleo: curiosa paradoja.

La producción del crudo ha caído de 1,4 millones de barriles al día en 2010 a unos 500.000 a causa de la marcha de los técnicos de las compañías extranjeras, del sabotaje en los oleoductos por los grupos opositores y la venta de fuel en el mercado negro por las mafias armadas. Ni los 18.000 vigilantes contratados por el gobierno han conseguido que el aceite fluya con seguridad: muchos de ellos son contrarios a los dignatarios de Trípoli. Situación que, si por un lado ha induciendo al coma a una economía dependiente de la venta de hidrocarburo, por otro obliga a los clientes como Turquía a recurrir a la energía nuclear. Ankara está construyendo una planta en Akköy, ubicado en una región sísmica.

A la deriva

Destruir Libia es otro de los logros de Barak Obama. Este hijo traicionero de África, que apoya a los dictadores del continente, ha balcanizado a Sudan, ha desestabilizado Somalia y ha desviado las “primaveras árabes” respaldando a los militares o al sector más reaccionario de los islamistas.

La ola de violencia contra la población negra del país, el personal diplomático y los organismos internacionales no cesa: empezó con la matanza de miles de ciudadanos negros y/o defensores de Gadafi y continuó con el asesinato del embajador de EEUU, el ataque al cónsul italiano, el atentado contra las embajadas de Francia, de Rusia y las edificios de la ONU, y está terminando en una guerra civil y la desintegración del país. Aún puede ir a peor.

Fuente: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/1080/libia-y-el-social-imperialismo-dos-anos-despues/



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Inmanuel Waleistein:el sesafío actual.


Rebelion. El eclecticismo de Xi Jinping
Portada :: Mundo :: China
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 28-10-2013

El eclecticismo de Xi Jinping



A nadie pueden sorprender las invocaciones al estudio del marxismo realizadas a instancias de Liu Yunshan, responsable de propaganda en el Comité Permanente del Buró Político del PCCh. Es un recurso habitual en la política china por más que sorprenda a quienes consideran que el rumbo real del país discurre por latitudes bien alejadas del ideario marxista.

A dichas invocaciones, no obstante, se han sumado en los últimos meses otras invectivas ideológicas por parte del secretario general del PCCh, Xi Jinping, que apuntan a la conformación de un cierto eclecticismo como vector predominante en el nuevo equipo dirigente elegido en el XVIII Congreso, a punto de cumplirse su primer año de gestión.

El pensamiento tradicional chino se ha venido afirmando de forma progresiva ya durante el precedente mandato de Hu Jintao (2002-2012), con la recuperación de la figura de Confucio, la reivindicación de la sociedad armoniosa y la identificación de los principales factores de aquella filosofía que ha modulado la China milenaria que pudieran servir de utilidad especialmente para cohesionar la sociedad y preservar la estabilidad. Los nuevos dirigentes recorren esta senda explorando incluso con mayor ímpetu si cabe, sobre todo, el papel de la religión, incluyendo el budismo y el taoísmo. Estos días, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Xi Zhongxun, padre de Xi Jinping, se ha exaltado especialmente su habilidad en la conducción de los temas religiosos. El renacimiento de las prácticas religiosas bendecidas por el PCCh podría ayudar en el empeño de reconducir el desconcierto moral de la sociedad y contribuir a restaurar la confianza en las autoridades. Diversas declaraciones de Yu Zhengsheng, número cuatro en la jerarquía oficial, apuntan hacia un mayor respeto a la religión, lo cual no debe interpretarse como tolerancia con aquellas iglesias ilegales que celosas de su independencia desafían el poder.

Pero no es ahí donde estriba la principal novedad. Por el contrario, llama la atención la vigorosa recuperación de conceptos y praxis asociadas al maoísmo. No se trata de revitalizar ni mucho menos las ínfulas de la lucha de clases (aunque algunos hablan abiertamente de lucha ideológica), pero sí de promover la “línea de masas”, el espíritu de “crítica-autocrítica”, la conocida como “experiencia Fengqiao”, y toda una retahíla de expresiones de la época relacionadas con la “pureza” del PCCh -expresión de Hu Jintao-, en un afán de acercamiento al Mao previo a la Revolución Cultural. De esta forma, la lucha contra la corrupción, una prioridad de la agenda política del momento, se conduce recuperando las tradiciones políticas del PCCh más que acercándose a las fórmulas recomendadas desde Occidente. Y estaríamos, por tanto, ante una campaña que va mucho más allá de las luchas entre facciones que acostumbran acompañar las alternancias sino que procuraría la restauración de una moralidad en gran medida perdida como consecuencia del impacto de más de tres décadas de vertiginosas reformas.

En la lucha contra el “proyectil almibarado” (así llamaba Mao a la corrupción), el énfasis recae en la supervisión interna y en la promoción de un estilo de militancia que pueda evitar el cambio en la naturaleza del PCCh y, consiguientemente, asegure el mantenimiento del rumbo trazado. Esto sería especialmente importante en una etapa crucial como la actual para confirmar la emergencia de China y evitar su inclusión en las redes de dependencia de Occidente. En una intervención en 1957, Deng Xiaoping atribuía un importante papel a la sociedad en este control -que hoy el PCCh parece querer instrumentar a través de Internet y las redes sociales- y también a los demás partidos legales en el país (integrantes de la Conferencia Consultiva), cuya función en este aspecto es prácticamente desconocida, reduciéndose a la consulta en un marco caracterizado por la asimetría y la inexistencia de voluntad de alternancia.

En el PCCh parece existir la convicción de que esto puede ser más efectivo para sanearse internamente y preservar la estabilidad, aunque tal procedimiento parece estar en las antípodas del Estado de derecho, si bien en esta ceremonia del despiste no falta quien dude en presentar a Mao como un precursor del gobierno conforme a la ley….

No quiere ello decir tampoco que, en su totalidad, el PCCh rechace las aportaciones del pensamiento occidental. Si este lo asociamos a la defensa del imperio de la ley y de las libertades, el PCCh se quedaría por el momento con lo primero, impulsando fórmulas que permitan desarrollar una cultura legalista, prácticamente inexistente en la historia china, y habilitando fórmulas para controlar el ejercicio del poder a través de la aplicación de la norma (la jaula de regulaciones, en expresión de Xi Jinping) que desembocaría en un Estado de derecho de una especificidad tal que rechazaría lo que nosotros entendemos por constitucionalismo.

En suma, la yuxtaposición de pensamiento tradicional, ideario partidario y aportaciones occidentales vendría a ser la correspondencia ideológica del hibridismo sistémico que manifiesta la economía y la sociedad de la China de hoy.

Para nosotros, tal mezcla resultaría un cóctel explosivo por su pléyade de contradicciones. ¿Podrá funcionar en China? La cuestión estriba en saber en qué medida la sociedad china, a día de hoy, acepta ser definida en términos de “masas populares” o de “sociedad civil”. En Internet, a la luz de este debate, no faltan quienes rechazan considerarse “masa” y se reivindican como ciudadanos. Por otra parte, el establecimiento de una frontera entre el imperio de la ley y la omisión de las libertades, revelando una clara voluntad de apoyarse en el derecho para abrir paso a su ideología y no para renunciar a ella, puede encontrar resistencias en una contestación social que puede llegar a ser incontrolable para el Partido. La defensa formal del Estado de Derecho, ya avanzada por la Constitución de 1982 que, por otra parte, consagra el papel dirigente del Partido, aportaría un barniz de modernidad pero sin trascendencia sistémica efectiva.

La síntesis que parece promover el PCCh señala el afán de buscar una vía propia que tanto conjure contra las influencias políticas occidentales como permita higienizar el propio PCCh con una política de moralización que facilite la recuperación de la credibilidad ante la sociedad y fortalezca su hegemonía política.

En este tramo de efervescencia ideológica, una vez más nos hallamos ante la conciliación de dos rumbos aparentemente contradictorios: de una parte, la profundización de la reforma para fortalecer el papel del mercado y disminuir el intervencionismo público, el fomento de la propiedad privada, etc., con un nuevo Hong Kong en marcha en Shanghai; y, de otra, el establecimiento de claros diques de contención que tratarían de preservar la preeminencia del liderazgo del PCCh y su hipotética orientación socialista. Con tales mimbres, ¿quedará espacio suficiente para preservar el consenso?

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China y autor de “China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping” (Icaria editorial). Sígueme en Twitter: @XulioRíos

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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China.


Rebelion. El eclecticismo de Xi Jinping
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El eclecticismo de Xi Jinping



A nadie pueden sorprender las invocaciones al estudio del marxismo realizadas a instancias de Liu Yunshan, responsable de propaganda en el Comité Permanente del Buró Político del PCCh. Es un recurso habitual en la política china por más que sorprenda a quienes consideran que el rumbo real del país discurre por latitudes bien alejadas del ideario marxista.

A dichas invocaciones, no obstante, se han sumado en los últimos meses otras invectivas ideológicas por parte del secretario general del PCCh, Xi Jinping, que apuntan a la conformación de un cierto eclecticismo como vector predominante en el nuevo equipo dirigente elegido en el XVIII Congreso, a punto de cumplirse su primer año de gestión.

El pensamiento tradicional chino se ha venido afirmando de forma progresiva ya durante el precedente mandato de Hu Jintao (2002-2012), con la recuperación de la figura de Confucio, la reivindicación de la sociedad armoniosa y la identificación de los principales factores de aquella filosofía que ha modulado la China milenaria que pudieran servir de utilidad especialmente para cohesionar la sociedad y preservar la estabilidad. Los nuevos dirigentes recorren esta senda explorando incluso con mayor ímpetu si cabe, sobre todo, el papel de la religión, incluyendo el budismo y el taoísmo. Estos días, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Xi Zhongxun, padre de Xi Jinping, se ha exaltado especialmente su habilidad en la conducción de los temas religiosos. El renacimiento de las prácticas religiosas bendecidas por el PCCh podría ayudar en el empeño de reconducir el desconcierto moral de la sociedad y contribuir a restaurar la confianza en las autoridades. Diversas declaraciones de Yu Zhengsheng, número cuatro en la jerarquía oficial, apuntan hacia un mayor respeto a la religión, lo cual no debe interpretarse como tolerancia con aquellas iglesias ilegales que celosas de su independencia desafían el poder.

Pero no es ahí donde estriba la principal novedad. Por el contrario, llama la atención la vigorosa recuperación de conceptos y praxis asociadas al maoísmo. No se trata de revitalizar ni mucho menos las ínfulas de la lucha de clases (aunque algunos hablan abiertamente de lucha ideológica), pero sí de promover la “línea de masas”, el espíritu de “crítica-autocrítica”, la conocida como “experiencia Fengqiao”, y toda una retahíla de expresiones de la época relacionadas con la “pureza” del PCCh -expresión de Hu Jintao-, en un afán de acercamiento al Mao previo a la Revolución Cultural. De esta forma, la lucha contra la corrupción, una prioridad de la agenda política del momento, se conduce recuperando las tradiciones políticas del PCCh más que acercándose a las fórmulas recomendadas desde Occidente. Y estaríamos, por tanto, ante una campaña que va mucho más allá de las luchas entre facciones que acostumbran acompañar las alternancias sino que procuraría la restauración de una moralidad en gran medida perdida como consecuencia del impacto de más de tres décadas de vertiginosas reformas.

En la lucha contra el “proyectil almibarado” (así llamaba Mao a la corrupción), el énfasis recae en la supervisión interna y en la promoción de un estilo de militancia que pueda evitar el cambio en la naturaleza del PCCh y, consiguientemente, asegure el mantenimiento del rumbo trazado. Esto sería especialmente importante en una etapa crucial como la actual para confirmar la emergencia de China y evitar su inclusión en las redes de dependencia de Occidente. En una intervención en 1957, Deng Xiaoping atribuía un importante papel a la sociedad en este control -que hoy el PCCh parece querer instrumentar a través de Internet y las redes sociales- y también a los demás partidos legales en el país (integrantes de la Conferencia Consultiva), cuya función en este aspecto es prácticamente desconocida, reduciéndose a la consulta en un marco caracterizado por la asimetría y la inexistencia de voluntad de alternancia.

En el PCCh parece existir la convicción de que esto puede ser más efectivo para sanearse internamente y preservar la estabilidad, aunque tal procedimiento parece estar en las antípodas del Estado de derecho, si bien en esta ceremonia del despiste no falta quien dude en presentar a Mao como un precursor del gobierno conforme a la ley….

No quiere ello decir tampoco que, en su totalidad, el PCCh rechace las aportaciones del pensamiento occidental. Si este lo asociamos a la defensa del imperio de la ley y de las libertades, el PCCh se quedaría por el momento con lo primero, impulsando fórmulas que permitan desarrollar una cultura legalista, prácticamente inexistente en la historia china, y habilitando fórmulas para controlar el ejercicio del poder a través de la aplicación de la norma (la jaula de regulaciones, en expresión de Xi Jinping) que desembocaría en un Estado de derecho de una especificidad tal que rechazaría lo que nosotros entendemos por constitucionalismo.

En suma, la yuxtaposición de pensamiento tradicional, ideario partidario y aportaciones occidentales vendría a ser la correspondencia ideológica del hibridismo sistémico que manifiesta la economía y la sociedad de la China de hoy.

Para nosotros, tal mezcla resultaría un cóctel explosivo por su pléyade de contradicciones. ¿Podrá funcionar en China? La cuestión estriba en saber en qué medida la sociedad china, a día de hoy, acepta ser definida en términos de “masas populares” o de “sociedad civil”. En Internet, a la luz de este debate, no faltan quienes rechazan considerarse “masa” y se reivindican como ciudadanos. Por otra parte, el establecimiento de una frontera entre el imperio de la ley y la omisión de las libertades, revelando una clara voluntad de apoyarse en el derecho para abrir paso a su ideología y no para renunciar a ella, puede encontrar resistencias en una contestación social que puede llegar a ser incontrolable para el Partido. La defensa formal del Estado de Derecho, ya avanzada por la Constitución de 1982 que, por otra parte, consagra el papel dirigente del Partido, aportaría un barniz de modernidad pero sin trascendencia sistémica efectiva.

La síntesis que parece promover el PCCh señala el afán de buscar una vía propia que tanto conjure contra las influencias políticas occidentales como permita higienizar el propio PCCh con una política de moralización que facilite la recuperación de la credibilidad ante la sociedad y fortalezca su hegemonía política.

En este tramo de efervescencia ideológica, una vez más nos hallamos ante la conciliación de dos rumbos aparentemente contradictorios: de una parte, la profundización de la reforma para fortalecer el papel del mercado y disminuir el intervencionismo público, el fomento de la propiedad privada, etc., con un nuevo Hong Kong en marcha en Shanghai; y, de otra, el establecimiento de claros diques de contención que tratarían de preservar la preeminencia del liderazgo del PCCh y su hipotética orientación socialista. Con tales mimbres, ¿quedará espacio suficiente para preservar el consenso?

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China y autor de “China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping” (Icaria editorial). Sígueme en Twitter: @XulioRíos

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USA en su laberinto.


Rebelion. Por qué Washington no se puede detener
Portada :: EE.UU.
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 28-10-2013

La próxima era de pequeñas guerras y micro-conflictos
Por qué Washington no se puede detener

Tom Dispatch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens


En términos de proyección de poder puro nunca ha habido nada parecido. Sus militares han dividido el mundo –todo el planeta– en seis “comandos”. Su armada, con 11 grupos de batalla de portaaviones, es la reina de los mares y lo ha sido sin que nadie le haya disputado el puesto durante casi siete décadas. Su Fuerza Aérea reina en los cielos del globo, y a pesar de haber estado casi siempre en acción durante años, no ha se ha enfrentado a un avión enemigo desde 1991 ni ha recibido un desafío serio desde principios de los años setenta. Su flota de drones [aviones teledirigidos sin tripulación] ha demostrado que es capaz de atacar y asesinar a presuntos enemigos en las lejanías del planeta, de Afganistán y Pakistán a Yemen y Somalia, con poco respeto por las fronteras nacionales y ninguno por la posibilidad de ser derribado. Financia y entrena ejércitos que actúan por encargo en varios continentes y tiene complejas relaciones de ayuda y entrenamiento con militares en todo el planeta. En cientos de bases, algunas pequeñísimas y otras del tamaño de ciudades estadounidenses, sus soldados están establecidos en todo el globo, de Italia a Australia, de Honduras a Afganistán, y en las islas, de Okinawa en el Océano Pacífico a Diego Garcia en el Océano Índico. Sus fabricantes de armas son los más avanzados en la Tierra y dominan el mercado global de armas. Su armamento nuclear en silos, en bombarderos y en su flota de submarinos sería capaz de destruir varios planetas del tamaño de la Tierra. Su sistema de satélites espías no tiene igual y no es desafiado. Sus servicios de inteligencia pueden intervenir los llamados telefónicos o leer los correos electrónicos de casi todos en el mundo, desde altos dirigentes extranjeros a oscuros insurgentes. La CIA y sus fuerzas paramilitares en expansión son capaces de secuestrar a las personas que les interesan prácticamente en cualquier sitio, de la Macedonia rural a las calles de Roma y Trípoli. Para sus numerosos prisioneros ha establecido (y desmantelado) prisiones secretas en todo el planeta y en sus naves. Gasta más en sus fuerzas armadas que los siguientes 13 Estados más poderosos juntos. Si se agregan los gastos para su Estado total de seguridad nacional, es superior a cualquier posible grupo de naciones.

En términos de poder militar avanzado e indisputable, no ha habido nada como las fuerzas armadas de EE.UU. desde que los mongoles barrieron a través de Eurasia. No es sorprendente que los presidentes estadounidenses utilicen regularmente frases como “la mejor fuerza de combate que el mundo ha conocido” para describirlas. Por la lógica de la situación, el planeta debiera ser pan comido. Naciones más pequeñas, con fuerzas mucho más pequeñas han controlado, en el pasado, vastos territorios. Y a pesar de mucha discusión de la decadencia de EE.UU. y de la disminución de su poder en un mundo “multipolar”, su capacidad de pulverizar y destruir, matar y mutilar, hacer volar y aplastar no ha hecho más que amentar en este nuevo siglo.

Ningunas fuerzas armadas de otra nación le llegan a los talones. Ningunas tienen más que un puñado de bases en el exterior. Ningunas tienen más de dos grupos de batalla de portaaviones. Ningún enemigo potencial tiene una flota semejante de aviones robóticos. Ninguno tiene más de 60.000 miembros en sus fuerzas de operaciones especiales. País tras país, no hay competencia discutible. El ejército ruso (ex “Rojo”) es una sombra de lo que fue. Los europeos no se han rearmado significativamente. Las fuerzas de “autodefensa” de Japón son poderosas y crecen lentamente, pero bajo el “paraguas” nuclear estadounidense. Aunque China, regularmente identificada como el próximo Estado imperial ascendente, está involucrada en un fortalecimiento militar del que se hace mucho alboroto, con un portaaviones (reciclado de los días de la Unión Soviética), sigue siendo solo una potencia regional.

A pesar de esa deslumbrante ecuación de poder global, durante más de una década se nos ha dado una lección sobre lo que unas fuerzas armadas, por aplastantes que sean, pueden y (en su mayoría) no pueden hacer en el Siglo XXI, y en lo que unas fuerzas armadas, no importa cuán sorprendentemente avanzadas, pueden y (en su mayoría) no pueden traducir en la actual versión del planeta Tierra.

Una máquina de desestabilización

Comencemos por lo que EE.UU. puede hacer. Al respecto, el historial reciente es claro: puede destruir y desestabilizar. De hecho, cada vez que el poder militar de EE.UU. ha sido aplicado en los últimos años, cuando ha habido algún tipo de efecto duradero, ha sido desestabilizar regiones enteras.

En 2004, casi un año y medio después de que las tropas estadounidenses entraran a un Bagdad saqueado y en llamas, Amr Mussa, jefe de la Liga Árabe, comentó ominosamente, “las puertas del infierno se han abierto en Irak”. Aunque para el gobierno de Bush, la situación en ese país ya se estaba desarrollando, en la medida en que alguien prestara atención a la descripción de Mussa, esta parecía exagerada, incluso ultrajante, al ser aplicada a Irak ocupado por EE.UU. Hoy, con el último cálculo científico de muertes iraquíes causadas por la invasión y la guerra ascendiente a 461.000, más los que siguen muriendo allí, y con Siria en llamas, parece una especie de eufemismo.

Ahora es evidente que George W. Bush y sus principales funcionarios, fervientes fundamentalistas en lo que se refiere al poder de las fuerzas armadas de EE.UU. de alterar, controlar, y dominar el Gran Medio Oriente (y posiblemente el planeta) lanzaron una transformación radical de la región. Su invasión de Irak abrió un agujero en el corazón de Medio Oriente, provocando una guerra civil suní-chií que ahora se ha propagado catastróficamente a Siria, y ha costado más de 100.000 vidas en ese país. Ayudaron a convertir la región en un agitado mar de refugiados, a otorgar vida y significado a un al Qaida en Irak previamente inexistente (y ahora a una versión siria del mismo), y dejaron al país a la deriva en un mar de bombas al borde de la ruta y de atacantes suicidas, y amenazado, como otros países de la región, por la posibilidad de dividirse.

Y eso es solo una breve reseña. No importa si se habla de desestabilización en Afganistán, donde las tropas de EE.UU. han estado en el terreno durante casi 12 años y suma y sigue; Pakistán, donde una campaña aérea de drones dirigida por la CIA en sus áreas tribales fronterizas ha tenido lugar durante años mientras el país se hacía cada vez más convulso y más violento. Yemen (lo mismo), mientras un grupo llamado al Qaida en la Península Arábiga crece cada vez más; o Somalia, donde Washington apoyó repetidamente a ejércitos por encargo que había entrenado y financiado, y apoyado incursiones extranjeras mientras un país ya desestabilizado se despedazaba y la influencia de al-Shabab, un grupo insurgente cada vez más radical y violento, comenzó a filtrarse a través de fronteras regionales. Los resultados han sido los mismos: desestabilización.

Consideremos Libia donde, ya no enamorado de intervenciones con tropas en el terreno, el presidente Obama envió su Fuerza Aérea y los drones en 2011 en una intervención sin derramamiento de sangre (a menos, por supuesto, que se estuviera en el terreno) que ayudó a derrocar a Muamar Gadafi, el autócrata local y su régimen de policía secreta y prisiones, y lanzó una vigorosa joven democracia… ¡oh!, esperad un momento, no exactamente. De hecho, el resultado que, increíblemente, fue una sorpresa para Washington, fue un país cada vez más dañado con un gobierno central desesperadamente débil, un territorio controlado por una variedad de milicias –algunas islámicas, de tendencias extremistas– una insurgencia y guerra a través de la frontera en el vecino Malí (gracias a la llegada de armas saqueadas de los vastos arsenales de Gadafi), un embajador estadounidense muerto, un país casi incapaz de exportar su petróleo, etc.

Libia estaba, de hecho, tan totalmente desestabilizada, tan carente de autoridad central, que Washington sintió recientemente que podía despachar fuerzas de Operaciones Especiales de EE.UU. a las calles de su capital a plena luz del día en una operación para capturar a un presunto terrorista buscado hace tiempo, un acto que tuvo tanto “éxito” como el derrocamiento del régimen de Gadafi y, de la misma manera, desestabilizó aún más a un gobierno que todavía era, teóricamente, respaldado por Washington. (Casi inmediatamente después, el propio primer ministro fue brevemente secuestrado por una unidad de milicia como parte de lo que podría haber sido un intento de golpe.)

Milagros del mundo moderno

Si el abrumador poder militar a disposición de Washington puede desestabilizar regiones enteras del planeta, ¿qué, entonces, no puede hacer un poder militar semejante? Al respecto, el historial no es menos claro e igualmente decisivo. Como ha indicado cada acción militar significativa de EE.UU. en este nuevo siglo, la aplicación de fuerza militar, no importa en qué forma, ha resultado ser incapaz de lograr incluso los objetivos más mínimos de Washington en ese momento.

Considerémoslo uno de los milagros del mundo moderno: acumula tecnología militar, derrama dinero en tus fuerzas armadas, sobrepasa al resto del mundo, y nada de esto es más que una fantasía cuando se trata de lograr que el mundo actúe como deseas. Sí, en Irak, para tomar un ejemplo, el régimen de Sadam Hussein fue rápidamente “decapitado” gracias a una demostración abrumadora de poder y fuerza por los invasores estadounidenses. Su burocracia estatal fue desmantelada, su ejército despedido, una autoridad ocupante fue establecida respaldada por tropas extranjeras, rápidamente refugiada en inmensas bases militares multimillonarias con la intención de ser guarnecidas de tropas durante generaciones, y se instaló un gobierno local adecuadamente “amistoso”.

Y entonces los sueños del gobierno de Bush terminaron en los escombros creados por un conjunto de insurgencias de minorías mal armadas, terrorismo, y una brutal guerra civil étnica/religiosa. Al final, casi nueve años después de la invasión y a pesar del hecho de que el gobierno de Obama y el Pentágono querían mantener tropas de EE.UU. estacionadas en el país en cierta capacidad, un gobierno central relativamente débil se negó, y se fueron; los últimos representantes de la mayor potencia del planeta que se escabulleron en el silencio de la noche. Abandonadas entre las ruinas de zigurat históricos quedaron los “pueblos fantasma” y bases estadounidenses despojadas o saqueadas que debían ser nuestros monumentos en Irak.

Actualmente, en circunstancias aún más extraordinarias, parece que un proceso similar se está desarrollando en Afganistán, otro espectáculo de nuestros días que debería sorprendernos. Después de casi 12 años en el país, al descubrir su incapacidad de reprimir una insurgencia minoritaria, Washington está retirando lentamente sus tropas de combate, pero tal vez quiere mantener en las bases gigantescas que hemos construido a unos 10.000 “entrenadores” para los militares afganos y algunas fuerzas de Operaciones Especiales para continuar la caza de al Qaida y otros tipos terroristas.

Para la única superpotencia del planeta, esto, de todas las cosas, debería ser una clavada. El gobierno iraquí por lo menos tenía una cierta fuerza propia (y la riqueza petrolera del país para respaldarla). Si hay un gobierno en la tierra que merezca el término “títere”, debería ser el gobierno afgano del presidente Hamid Karzai. Después de todo, por lo menos un 80% (y posiblemente 90%) de los gastos de ese gobierno son cubiertos por EE.UU. y sus aliados, y sus fuerzas de seguridad son consideradas incapaces de continuar la lucha contra los talibanes y otros grupos insurgentes sin el apoyo y la ayuda de EE.UU. Si Washington se retirara totalmente (incluyendo su apoyo financiero), cuesta imaginar que algún sucesor del gobierno de Karzai pueda durar mucho tiempo.

¿Cómo, entonces, se puede explicar el hecho de que Karzai se haya negado a firmar un futuro pacto de seguridad bilateral que se está preparando? En su lugar, recientemente denunció acciones de EE.UU. en Afganistán; como ha hecho repetidamente en el pasado, afirmó que simplemente no firmará el acuerdo, y comenzó a negociar con funcionarios estadounidenses como si fuera el líder de la otra superpotencia del planeta.

Washington, frustrado, tuvo que enviar al secretario de Estado John Kerry a una repentina misión a Kabul para unas negociaciones de alto nivel, cara a cara. El resultado, después de lo que se dice fue un maratón de conversaciones y reuniones de 24 horas, fue saludado como un éxito: problema(s) solucionados. ¡Upa!, todos menos uno. Resultó que era el mismo que hizo tambalear la continuación de la presencia militar de EE.UU. en Irak, la demanda de Washington de inmunidad legal ante la ley local para sus soldados. Finalmente, Kerry se fue sin un acuerdo seguro.

Buscando un sentido para la guerra en el siglo XXI

Ya sea que los militares de EE.UU. duren o no unos años más en Afganistán, la pura realidad es la siguiente: el presidente de uno de los países más pobres y débiles del planeta, él mismo relativamente impotente, dicta esencialmente condiciones a Washington, ¿y quién dirá si a fin de cuentas, como en Irak, las tropas de EE.UU. no serán también obligadas a irse?

Una vez más, la fuerza militar no se ha impuesto. Sin embargo, el poder militar, el armamento avanzado, la fuerza, y la destrucción como instrumentos de la política, como medios para crear un mundo según su propia imagen o a su propio gusto, han funcionado bastante bien en el pasado. Preguntad a los mongoles, o a las potencias imperiales europeas desde España en el siglo XVI a Gran Bretaña en el siglo XIX, que se apoderaron de sus imperios por la fuerza y los mantuvieron exitosamente durante largos períodos.

¿En qué planeta nos encontramos ahora? ¿Por qué sucede que esta potencia militar, la más poderosa imaginable, no puede derrotar, pacificar, o simplemente destruir a potencias débiles, a movimientos de insurgencia menos que impresionantes, o a los grupos harapientos de pueblos (a menudo tribales) que calificamos de “terroristas”? ¿Por qué sucede que semejante potencia militar ya no es transformadora o incluso razonablemente efectiva? ¿Será, para usar una analogía, como los antibióticos? ¿Si se utilizan demasiado tiempo en demasiadas situaciones, se genera una especie de inmunidad?

Seamos claros: fuerzas armadas semejantes siguen siendo un poderoso instrumento potencial de destrucción, muerte y desestabilización. Muy posiblemente –no es algo que hayamos visto en cierta medida en estos años– también podría ser un poderoso instrumento de una auténtica defensa. Pero si la historia reciente nos ha de servir de guía, lo que claramente no puede ser en el siglo XXI es un instrumento de determinación de políticas, un medio de alterar el mundo para que se ajuste a un proyecto desarrollado en Washington. El propio planeta y la gente que se encuentra en casi todas partes en él parecen oponer cada vez más resistencia y encontrar maneras de desechar a los militares como instrumento de Estado efectivo para una superpotencia.

Los planes y tácticas militares de Washington desde el 11-S han representado un espectacular accidente ferroviario. Cuando se mira hacia atrás, la doctrina de contrainsurgencia, resucitada de las cenizas de la derrota de EE.UU. en Vietnam, vuelve una vez más al montón de chatarra de la historia. ¿Quién llega a recordar alguna vez en la actualidad su frase organizadora crucial –“despejar, retener, y construir”– que ahora parece el remate de algún chiste maligno? “Oleadas”, aclamadas un día como una brillante estrategia militar, ya han desaparecido en la bruma. “Construcción de la nación”, otrora un término adecuado para los profesionales en Washington, ha caído en desgracia. “Soldados en el terreno”, de los cuales EE.UU. tenía enormes cantidades y sigue teniendo 51.000 en Afganistán, ya no están de moda. El público estadounidense está, todos están de acuerdo, “fatigado” de la guerra. ¿Habrá grandes ejércitos estadounidenses que lleguen a combatir en algún sitio en el continente eurasiático en el futuro previsible? No cuentes con ello.

¿Y las lecciones aprendidas del colapso de la política bélica? No cuentes con ellas, tampoco. Es bastante obvio que Washington todavía no puede absorber totalmente lo que ha sucedido. Su fe en la guerra permanece notablemente intacta en un siglo en el cual el poder militar se ha convertido en el equivalente político estadounidense de una religión de Estado. Nuestros dirigentes todavía están intoxicados con las guerras de contraterrorismo del futuro, incluso mientras se ahogan en sus esfuerzos militares del presente. Su afán sigue siendo hacer ajustes y volver a imaginar qué sería una solución militar aplicable.

Ahora el mensaje es: Pasad por alto esos soldados en masa –de hecho, reducid su cantidad en la edad del secuestro– y entusiasmaos por el paquete de contraterrorismo. No más derramamiento de sangre (estadounidense). Liquidad a “los malos”, a uno o a varios cada vez, usando el ejército privado del presidente, las fuerzas de Operaciones Especiales, o su fuerza aérea privada, los drones de la CIA. Construid nuevas bases de tamaño limitado en todo el globo. Llevad esos grupos de batalla de portaaviones frente a la costa de cualquier país que queráis intimidar.

Es obvio que estamos entrando en un nuevo período en términos del modo estadounidense de hacer la guerra. Llamadlo la era de pequeñas guerras, o micro-conflictos, especialmente en las áreas tribales pobres del planeta.

Por lo tanto algo ciertamente está cambiando en reacción al fracaso militar, pero lo que no cambia es la preferencia de Washington por la guerra como opción predilecta, a menudo la opción preferida. Lo que no cambia es la idea de que si se puede reajustar la estrategia y la táctica correctamente, la fuerza funcionará. (Recientemente, Washington solo fue salvado de caer en otro desastre militar predecible en Siria por un comentario a la ligera del secretario de Estado John Kerry y la intervención oportuna del presidente ruso Vladimir Putin).

Lo que no comprenden nuestros dirigentes es el hecho práctico más básico del momento: la guerra simplemente no funciona, ni grande, ni micro, no para Washington. Una superpotencia en guerra en lugares distantes de este planeta ya no es una superpotencia ascendente sino una superpotencia con problemas.

Las fuerzas armadas de EE.UU. podrán ser una máquina de desestabilización. Podrán ser una máquina contraproducente. Ciertamente no son una máquina de elaboración o ejecución de políticas.

Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “ The End of Victory Culture ”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “ Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050 ” .

Copyright 2013 Tom Engelhardt

© 2013 TomDispatch. All rights reserved.

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175763/tomgram%3A_engelhardt%2C_what_planet_are_we_on/#more

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martes, 22 de octubre de 2013

Venezuela.


Rebelion. Cómo salvar la economía venezolana y el Bolivarianismo
Portada :: Venezuela
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 22-10-2013

Cómo salvar la economía venezolana y el Bolivarianismo



1. Salvación instantánea en dos días

Si Maduro y Cabello quieren salvar el proceso tienen una solución inmediata: llamen a Rafael Correa, único Presidente latinoamericano que tiene una comprensión profunda (científica) de la economía de mercado. Tráiganlo discretamente una tarde con su equipo económico, denle las estadísticas reales de la crisis para estudiarlas en la noche y pídanle para la tarde siguiente un plan de rescate. Así evitarán el colapso.

¿Quiere decir esto que Correa es un genio o que en Venezuela no hay buenos economistas? Claro que no. Entonces, ¿por qué traerlo? Porque cambiar el rumbo y salvar al Titanic no es un problema de conocimiento, sino de poder. Todo economista venezolano bueno –keynesiano, neoliberal o marxista– sabe que hay sólo dos o tres opciones posibles. Pero, la actitud de autosuficienca del círculo gobernante es tal que no escucha razones científicas ni de sentido común. Sólo un peso pesado como Correa o Fidel Castro pueden romper tal locura.

2. Fin de parches económicos: necesidad de reconfiguración total

Hugo Chávez realizó durante su gobierno cinco ajustes al sistema cambiario, incluso devaluaciones. Ninguno de esos ajustes ha sido suficiente para impedir el desastre actual. Esta vez se necesita una reconfiguración a fondo de todo el sistema económico-político, que abarque los aspectos monetario, fiscal, económico, social, discursivo, jurídico-penal y político. En una palabra, se necesita un nuevo paradigma de la Revolución.

3. Ganar con las ciencias militares y económicas

Para que la ofensiva estratégica de salvación --la reconfiguración-- triunfe tiene que cumplir con tres requisitos. Dos de la ciencia militar y uno de la ciencia económica: a) toda ofensiva exitosa requiere sorpresa, objetivos claros y poder de fuego (surprise, objective, mass) ; b) el centro de gravitación tiene que estar definido en términos de lugar, momento y concentración de fuerzas de la batalla decisiva, para quebrar al adversario; c) toda reconfiguración tiene que partir del valor real del Bolívar frente al dólar.

4. Chávez y los precios del destino: petróleo y dólar

El destino de la economía venezolana se rige por dos precios: el del petróleo y el del dólar. El primero lo determina el mercado mundial. El segundo lo determina exclusivamente el gobierno venezolano. Controlar estatalmente el tipo de cambio y los volúmenes de entrega interna del dólar, fue una sugerencia que Fidel le hizo a Hugo Chávez, en el 2003. Después de tres intentos de golpe de Estado de la oligarquía/Washington, la medida fue necesaria y correcta para impedir que la oligarquía colapsara el proceso mediante la fuga de capitales. Fue funcional a corto plazo para evitar una hemorragia económica inducida, pero a mediano plazo no podía funcionar en una economía de mercado abierta. La drástica devaluación del Bolívar que hizo Hugo Chávez en 2010, demostró esa verdad previsible.

5. Chávez compra la paz interna con los petrodólares

Si este desenlace era previsible, ¿por qué el Comandante mantuvo el sistema cambiario hasta que se convirtió en la bomba de tiempo que hoy amenaza a destruir el Bolivarianismo? La respuesta es obvia. El mecanismo se había convertido de un mecanismo de control de la burguesía en un mecanismo de su cooptación: un mecanismo de cooperación de clase. Por eso, cuando Vielma Mora y Samán interfieren con esta alianza estratégica de clase, tomando en serio los discursos “socialistas” del Presidente, tienen que irse.

Fue el mismo Presidente que, apenas instalado los controles del dólar (2003), permitió que no se aplicó con rigor operativo el modelo. Su estratagema de comprar la paz interna a la burguesía fue un éxito político; pero se realizó al precio de corromper el Estado en la entrega fraudulenta de divisas, de despilfarrar parcialmente el plusvalor económico petrolero en la pacificación de la burguesía, y de no sanar estructuralmente a la economía, porque la burguesía venezolana nunca tuvo interés alguno en desarrollar el país. La única alternativa a esta operación de compra-venta de los “mantuanos” --una clase dominante antagónica-- consistía en destruirla. Inmediatamente después del golpe fallido y, probablemente durante los años 2004-8, había condiciones para hacerlo. Pero, por las razones que fuesen, el Comandante optó por no hacerlo.

Las mismas estadísticas del Estado demuestran irrefutablemente esa política desarrollista de colaboración estratégica de clases supuestamente antagónicas: la vieja clase dominante y la nueva clase política “bolivariana”. Lamentable, esa alianza fue escondida ante las masas mediante un fantasioso discurso de “socialismo cristiano y bolivariano” y una gigantesca máquina estatal de propaganda que marginaba a toda persona que pretendía revelar la verdad de lo que sucedía.

6. La burguesía cancela el contrato de compraventa

Fallecido el Comandante, la burguesía, encabezada por Henrique Capriles y Henri Falcón, decidió cancelar ese “contrato social” peculiar. Ante la débil política “New Age” de Maduro y Cabello, completo con karma y pajaritos reencarnados, no se contenta ya con una fracción del plusvalor petrolero: quiere el 100%, aún a precio de un trueque … con la sangre del pueblo.

7. La batalla decisiva: el control del dólar

El precio del dólar es el pilar de las distorsiones sistémicas de precios y flujos reales de la economía venezolana. Por lo tanto, es el centro de gravitación de la ofensiva-reconfiguración. Quitarle a la burguesía su parasitario ingreso en dólares tiene la consecuencia de volver a la situación pregolpista de antes del 2003.

8. Operación Rescate

Teniendo en cuenta las especificaciones del punto “3”, se debe flotar el dólar libremente para liquidar de tajo el mercado negro y la especulación. Para sustentar el valor de la moneda recuperada, todos los convenios de petróleo y minerales deben realizarse en bolívares. Paralelamente, es imperativo quebrar los monopolios privados y disolver los cuellos de botella del Estado que sólo sirven para el enriquecimiento de sectores corrompidos y privilegiados. La libre importación de mercancías es fundamental para acabar con el desabastecimiento y las corruptelas permanentes. Tales medidas generarán a corto plazo un aumento de determinados precios que el Estado tiene que compensar con subsidios directos a los consumidores y a pequeñas y medianas empresas, no con subsidios generales a la burguesía, como sucede ahora. La ventaja de estas medidas es que el sistema de precios volverá a cumplir su función cibernética de transparentar los precios relativos reales de la economía y orientar los flujos de trabajo, capital y mercancías y, al mismo tiempo, deja de servir para expoliar especulativamente a los ciudadanos.

Una vez transparentada la estructura real de precios en el país se puede establecer un régimen de flotación sucia, de cambio fijo o un sistema del tipo que usaron Taiwán y Corea del Sur en su fase de industrialización. Para que funcione tal sistema hay que regular a los capitalistas y penalizar la fuga de capitales drásticamente, tal como hizo Corea del Sur en su momento: diez años de cárcel e incluso, la pena capital. Como éticamente no es justificable la pena de muerte, sería el equivalente de una penalización de 30 años. Iniciar una política fiscal rigurosa contra la burguesía y los funcionarios corruptos es fundamental. Y diseñar un discurso que explique a la población que la sanación de la economía pasa por esta reconfiguración y que el equipo que lo ejecute es el único garante de la paz interna y del futuro, es vital.

9. ¿Quién salva el Titanic “bolivariano”?

Escuchar al Ministro de Planificación (sic), Jorge Giordani, que se acuesta y se levanta con Gramsci y la "hegemonía revolucionaria", plantear, que “El regalado se acabó, sea la gasolina, la electricidad y la vivienda bien dotada”, o cuando se ve a Maduro hablar de pájaros-reencarnación de Chávez, se asoma la duda de que esa conducción “bolivariana” haya entendido el dilema en que se encuentra y las formas de superarlo.

Más allá de la injusticia, la idea de Giordani, de servirle durante una década a la oligarquía con la cuchara grande y plantear ahora hacerle pagar al pueblo la nefasta y costosa alianza con la clase dominante, sería suicida políticamente tocar esos servicios básicos y las Misiones Sociales. El hecho de que Giordani piense en semejante “solución”, demuestra que está totalmente desconectado de la realidad, al igual que sus colegas.

La nueva clase política que ha generado el proceso de Chávez, hoy día ya es el hermano gemelo de la de la 4ta República. Si dentro de ella puede surgir una dirección colegiada y vanguardista para evitar el colapso, es dudoso. En la dicción mística de la nueva clase: ¿Cuál es el karma del Bolivarianismo? O, en buen romance: ¿Habrá un nuevo Chávez que pacíficamente termine con esta tragicomedia? Mientras esperamos respuestas a esta pregunta vital, debemos construir entre todos el modelo económico de salvación que necesitamos.


Fuente: http://www.aporrea.org/ideologia/a175552.html


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sábado, 19 de octubre de 2013

Las AFP en Chile.


Rebelion. La increíble estafa de las AFP
Portada :: Chile
Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 19-10-2013

Estudio de CENDA desnuda la verdadera madre del cordero
La increíble estafa de las AFP



· Dos de cada tres pesos que recauda el sistema de AFP, quedan enredados entre los administradores y los grupos económicos.

· Volver al sistema de reparto permitiría duplicar el monto de las pensiones, y un ahorro en el gasto fiscal equivalente al 3,6% del PIB.

Un equipo de CENDA, liderado por el economista Manuel Riesco, acaba de publicar el estudio Resultados para sus Afiliados de las AFP y Compañías de Seguros Relacionadas con la Previsión:1982-2012, en rigor el retrato más certero que se le haya hecho al sistema de privado pensiones, como lo demuestra el espeso silencio del sistema mediático, a pesar de la enorme relevancia de sus conclusiones.

Demuestra, para empezar, que de cada tres pesos que recauda el sistema, tanto por la vía de la cotización de los afil(i)ados como de subsidios del Estado, dos se quedan enredados entre los administradores y los grandes grupos financieros, que en la práctica son los mismos, precisamente el principal de los motivos por los cuales el sistema paga pensiones tan bajas.

Enseguida, el estudio comprueba que en 2012, las cotizaciones más que duplicaron el monto de las pensiones pagadas por las AFP y compañías de seguros, y el Estado aportó adicionalmente, subsidios equivalentes a dos tercios de éstas. A pesar de ello, o más bien por lo mismo, los montos de las pensiones son inciertos, pues dependen de las veleidades de los mercados financieros, que en los últimos seis años han generado más pérdidas que ganancias al fondo de pensiones. Además, éste se reduce en razón inversamente proporcional al aumento de la expectativa de vida de la población.

En tercer lugar, el estudio traza una síntesis magistral de la naturaleza y la lógica interna del sistema privado de pensiones: un sistema de ahorro forzoso concebido para extraer recursos del factor trabajo, y transferirlos directamente a los propietarios del capital.

Sin embargo, tal vez la conclusión más importante del estudio consiste en la demostración de que si se devuelve el sistema previsión a la administración del Estado, no sólo se podría duplicar el monto de las pensiones, hasta igualar las pensiones que actualmente paga el sistema público, sino que incluso en ese caso, habría un considerable ahorro en el gasto fiscal.

Del desarrollo de esas conclusiones del estudio versa la siguiente entrevista a su autor, el economista Manuel Riesco.

- ¿Qué metodología utilizó en el estudio?

“Lo que hace el estudio es visualizar el sistema en su conjunto, incluyendo AFP’s y compañías de seguros que lo conforman, y analizarlo como si fuera una gran alcancía, que por otra parte, es lo que el sistema dice ser, a la cual los afiliados entregan aportes todos los meses y el fisco entrega subsidios, ambos en dinero efectivo; y por otro lado, de esta alcancía se sacan todos los meses, pensiones y beneficios que el sistema paga a través de las AFP, o las compañías de seguros, en forma de rentas vitalicias. Lo que hace el estudio es analizar cuánto dinero entra, y cuánto sale, y por esa vía, llega a la asombrosa conclusión que los aportes triplican las pensiones que se pagan. En otras palabras, los aportes de los afiliados y los subsidios del fisco son tres veces mayores a las pensiones que paga el sistema”.

- ¿Determina el estudio donde se van los dos tercios restantes?

“Bueno, a alguna parte tendrá que ir, porque esta alcancía debería estar repleta de dinero, en el símil de la bóveda de Tío Rico. Sin embargo, tú abres la alcancía y encuentras que no hay un solo pesos de dinero en efectivo. Sin embargo, entran todos los meses, miles de millones de pesos, y sale una tercera parte en pensiones. Por tanto, la cantidad de dinero que debería haber adentro, es gigantesca. En consecuencia, alguien lo está sacando, porque adentro no hay plata”.

- Lo que hay son títulos de deuda, imagino…

“Lo que tu encuentras adentro, son papeles. Abres la caja que dice La Polar, y encuentras una serie de papeles firmados por los ejecutivos de La Polar, que dicen que ellos han recibido préstamos de las AFP, o sea pagarés, y que lo van a devolver con gigantescos intereses. O son acciones de La Polar, que la AFP compró a buen precio. Bueno, hoy los pagarés y las acciones de La Polar no valen nada, porque como sabemos, La Polar era un gigantesco fraude”.

- Y la pérdida la hacen los afiliados…}

“Por supuesto. El dinero contante y sonante fue a La Polar, y lo que queda son estos papeles que no valen nada. Soquimich, por ejemplo, es una de las cajas más grandes que hay adentro. Ha recibido cualquier cantidad de dinero de las AFP. Con eso, Ponce Lerou tomó control de la empresa estatal. Hoy sabemos que el valor de las acciones de Soquimich ha sido inflado. Enersis era la caja más grande, porque a través de este dinero contante y sonante, Yurasczek tomó el control de Endesa, de Chilectra y formó un imperio, que después vendió a Endesa España, con un gigantesco beneficio para él. Lo que quiero decir, es que son cajas con papeles. Hay alguna caja que dice Estado de Chile, que contiene bonos de Estado, que dicen que Estado va a devolver esta plata que les prestaron las AFP, con el correspondiente interés. Esa caja es alrededor de un quinto del fondo. Hay otra caja más chiquitita, equivalente más o menos a un 2%, que son bonos hipotecarios”.

- Con la desvalorización de los títulos de deuda o las acciones, ¿podría hipotéticamente el sistema entrar en default, o crisis de pagos?

“Difícilmente va a entrar en crisis de pagos, si todos los meses está entrando el triple de lo que sale. Lo que puede suceder, y de hecho sucede, es que lo que está acumulado teóricamente ahí, no vale lo que dicen que vale. Así pasó, por ejemplo, en 2008. La suma de todos estos papeles es el fondo de pensiones, que tiene un valor. Pero ese valor es una idea abstracta, porque no es dinero. Es lo que valen hoy esas acciones y esos bonos. Pero eso depende de muchas cosas. En 2008, esos papeles perdieron un tercio de su valor…

- Quedó pendiente la respuesta acerca de dónde se quedan los dos tercios de lo que recauda el sistema, que no van a pensiones…

“Voy a eso. pero primero quiero completar las cifras gruesas de lo que entra y lo que sale, porque son muy significativas. El total de lo que entra, triplica lo que sale. Pues bien, sólo lo que ha puesto el fisco, equivale a las tres cuartas partes de las pensiones que se han pagado. Es decir, el fisco ha financiado con subsidios, y con dinero contante y sonante, tres cuartas partes de las pensiones que ha pagado el sistema AFP. Si hacemos la comparación de las cotizaciones de los afiliados con las pensiones que se pagan, veremos que las cotizaciones de los afiliados -sólo las obligatorias- duplican las pensiones que se pagan. Ese es el cuadro. Tú preguntas dónde se va el dinero. Hay un chorro grande que se va a los grupos financieros que emiten estos pagarés y estas acciones. La alcancía está llena de estos papeles que emiten los grupos financieros, que han recibido a cambio, dinero contante y sonante. Hay otra manguera que sale de este chanchito, y va a los administradores del sistema, es decir, las AFP y las compañías de seguros.

- Recuerdo que en un estudio anterior, ustedes precisaban que uno de cada tres pesos recaudados por el sistema, iban a las AFP y compañías de seguros…

“Exactamente…y ahora lo confirmamos. Incluso más de uno de cada tres pesos que ponen los afiliados se va para allá. Otra comparación interesante es que lo que han sacado en primas y comisiones las AFP y compañías de seguros, equivale, o se acerca mucho, a lo que han pagado en pensiones. En otras palabras, el chanchito tiene, por una parte, lo que le ponen los afiliados y el fisco todos los meses, y por otra, una tetita no muy grande que va a los pensionados, en pensiones muy magras y miserables, como reconoció incluso uno de los panegiristas del sistema. Resulta que las AFP y compañías de seguro, que son en el fondo cinco empresas, se llevan tanto dinero como el millón de afiliados que hoy cobran pensiones”.

- A la luz de esas cifras, el sistema es un verdadero escándalo…

“Es un sistema de ahorro forzoso, en que se saca dinero del bolsillo de los afiliados, equivalente al 13% del sueldo, y se saca, por otro lado, una parte significativa de los ingresos fiscales, es decir, del IVA y los excedentes de Codelco, y se traspasa directamente a los bolsillos de las AFP y compañías de seguros y a los grandes grupos financieros”.

- ¿Ese era el sentido último de la reforma de 1981 que privatizó el sistema de pensiones; es decir, crear un mecanismo para trasferir renta del trabajo al capital?

“Evidentemente. Ese era el sentido: echarle el guante a las cotizaciones previsionales. Eso es el sistema”.

- Después de treinta años de experiencia ¿lo calificaría como un fracaso total?

“Hay que calificarlo como lo que es: un sistema de ahorro forzoso, porque esto va a continuar así para siempre, salvo, naturalmente, que lo cambiemos. Está diseñado para esto. No es que en algún momento el chanchito empiece a desinflarse, y estos papeles se vayan a transformar en dinero en efectivo, que se pague en pensiones, que por otro lado, sería lo lógico, ¿cierto? No. El chanchito va a seguir engordando de papeles, porque siempre los aportes de los afiliados y el fisco van a ser mucho mayores que las pensiones que paga el sistema. Por tanto, siempre el dinero cotizado por los afiliados y contribuido por el fisco se va a ir a los grandes grupos financieros, y una parte equivalente a las pensiones se va a ir a los administradores del sistema, o sea, AFP y compañías de seguros”.

-Por la vía de la reforma, pero sin alterar su lógica y su esencia de acumulación individual ¿se pueden mejorar las pensiones?

“No, porque lo que está ocurriendo es que constantemente se está yendo el dinero para otro lado. El dinero de las pensiones, el dinero que se contribuye para pagar pensiones, en realidad no se usa para pagar pensiones, sino en una pequeña parte. Dos tercios de la recaudación se usan para otros fines: traspasar recursos de los trabajadores a los grupos financieros, y remunerar a los administradores, vale decir, AFP y compañías de seguros”.

- Siempre dentro del sistema, y por la vía de la regulación ¿se podrían cambiar las proporciones?

“Dentro de la lógica de ahorro forzoso del actual sistema, no. Lo que hay que hacer es taponar el sistema, de forma que el dinero que se contribuye para financiar pensiones, se ocupe para pagar pensiones. Así de simple. En otras palabras, hay que ponerle un tapón a lo que se está yendo hacia los grupos financieros, y otro tapón para lo que se están llevando los administradores, porque todo esto lo puede administrar el INP o el IPS, sin mayor costo. Y eso lo transforma en un sistema de reparto”.

- Una de las partes que me llamó la atención del estudio, remite a los cálculos acerca del cambio de sistema, a la modalidad de reparto. Según el estudio, al Estado le sale mucho más barato hacerse cargo de la administración del sistema, y de pagar las pensiones, en esencia, un sistema de reparto, lo cual permitiría, además de mejorar las pensiones, un enorme ahorro fiscal. Quisiera que desarrollara este punto…

“Es fácil. Si se termina el sistema, se ponen estos dos tapones, y se transforma en un sistema de reparto, en que el dinero que entre se use para pagar pensiones, cuál sería el balance. Anualmente están entrando 5,8 billones de pesos (millones de millones, n. de la r.), entre aportes de los afiliados y el fisco, que son como 4,4 billones, y subsidios fiscales, que suman 1,4 billones más. Total, 5,8 billones. Esos recursos ya no a irían a parar a los grupos financieros o a los administradores del sistema, sino quedarían en la alcancía, en el chanchito, y serían administrados por el fisco. El fisco recuperaría estos 5,8 billones de pesos, y por supuesto tendría que hacerse cargo de pagar las pensiones que pagan las AFP, y seguiría pagando los subsidios que reciben esas personas. Pero tendría que pagar sólo las pensiones que pagan las AFP, puesto que las rentas vitalicias que pagan las compañías de seguros, tienen que seguir pagándolas las compañías de seguros, porque se quedaron con todos los fondos de los afiliados. Si no, tendrían que devolverlos. El Estado tendría que hacerse cargo de las pensiones que pagan las AFP, y los subsidios que reciben unas y otras, o sea, los que pagan las AFP y las compañías de seguros. Eso sumó 1,1 billones de pesos, el año pasado. Por lo tanto, el balance neto sería un excedente de 4,7 billones de pesos anuales, que equivalen al 3,6% del Producto Interno Bruto de 2012. Eso permitiría duplicar todas las pensiones que paga el sistema de AFP, para igualarlas con las que paga el sistema público. El resultado es que el Estado recibiría un 3,6% del PIB, lo que equivale a aumentar en 10% los ingresos fiscales generales. Con esto, el Estado podría duplicar las pensiones, que es hoy una demanda masiva del millón de personas que hoy reciben pensiones del sistema de AFP. Tú no puedes tener un país sin pensiones. Esto es insostenible”.

- En 2016 jubila la primera cohorte de los trabajadores que se cambiaron al sistema de AFP, en 1981. Cuando sean no un millón, sino tres o cuatro millones de trabajadores que comprueben en carne propia lo que aquí estamos hablando ¿Cree que el peso de la crisis política que eso implica obligará a cambiar el sistema?

“Sin la menor duda. Hay que arreglar esto, y no se puede arreglar sin terminar con este escándalo. El sistema ya tiene un millón de jubilados, es decir, empezó a jubilar gente desde los años ochenta, con gravísimo perjuicio para todos ellos. Lo que sucederá a partir de algunos años más es que se sumarán a ellos los que no tienen bono de reconocimiento, porque sólo han cotizado en este sistema. Pero la crisis ya existe y desde hace tiempo. Lo que hará es agravarse”.

- Para decirlo sin ambages ¿cree que la única solución es volver al sistema de reparto?

“Pero, obvio. Sin la menor duda. Si no, cómo vamos a aumentar al doble las pensiones. Porque si realmente queremos resolver el problema, tenemos que duplicar el monto de las pensiones, como mínimo, para igualar las pensiones del sistema público. Y la única fuente de dinero para eso, es lo que los administradores y los grupos económicos se están embolsando todos los meses. Cómo va a ser presentable que la gente no tenga pensiones, mientras doce grupos económicos, entre ellos cinco que son dueños de las AFP, se embolsan anualmente, en dinero contante y sonante, puesto por los afiliados y el fisco, el 3,6% del PIB. Es un escándalo. Y más encima, quieren más aportes. Quieren que los afiliados y el fisco pongan más dinero, y que se aumente la edad de jubilación”.

-¿Usted los ve preocupados?

“Ellos piensan que tienen el sartén por el mango, pero evidentemente no las tienen todas consigo. Ellos saben que si cambia la situación política, y hay una nueva Constitución, esto, junto con el cobre, son las primeras cosas que se van a terminar, porque son tan escandalosas, que se tienen que terminar, como ya las terminaron en Polonia, Hungría, Argentina y Bolivia”.

- Sin embargo, para que ello ocurra en Chile, se requiere mayor presión social, y con esto quiere decir que el problema, en último término, es político…

“Bueno, la resistencia en esto es muy grande, porque la cantidad de dinero que se están llevando, es descomunal”.

- Tan descomunal como la falta de información. De hecho, no he visto ninguna referencia a este estudio en los medios…¿Qué se debe hacer, a su juicio, para instalar el problema en el ámbito político?

“Desde luego, hacerlo parte de todo programa político. En el programa de la CUT, por ejemplo, este es uno de los puntos. Esto no entró en el programa del próximo Gobierno, y esa es una de las razones por las cuales la CUT no adhirió formalmente a la candidatura de Bachelet, porque este problema, y los derechos laborales, no están incluidos en el programa. Pero la CUT va a seguir presionando. Y como el problema es mucho, y la paciencia es poca, lo que puede ocurrir aquí es que o se le da curso a esto mediante una discusión constitucional que abra la llave para que estas cosas se resuelvan, o el problema asumirá contornos impredecibles”.

- El sistema se implantó por medio del Decreto Ley 3.500. ¿La solución no es tan simple como cambiar un decreto ley?.

“No porque tiene rango de ley orgánica constitucional, y por tanto, exige quorum calificado, lo mismo que para cambiar la propia Constitución”.

- Esto me hace pensar que resolver esto, como la renacionalización del cobre y la reforma a la educación, implica cambiar el paradigma o modelo de desarrollo…

“Resolver esto es lo más fácil que hay, porque la cantidad de dinero es tan enorme, que bastaría que si siquiera se le ponga el tapón completo a lo que se están llevando ellos, sino que se cerrara un poco el espiche. Bastaría que se terminara con las AFP, y el Estado, a través de una AFP estatal, se hiciera cargo de la administración de todo esto, y ya se cerraría el espiche que equivale al monto del fondo de pensiones; o sea, con cerrar las AFP, ya se podría duplicar el monto de las pensiones, dejando todavía un chorro que yaya a los mercados financieros, cosa que también debería taponarse”.

- ¿Y qué sensación tiene respecto a la viabilidad del cambio de sistema?

“Creo que no sólo es inevitable, sino que tiene que resolverse luego. Un país no puede tener a sus profesores a sus jueces o a sus trabajadores calificados sin pensiones. No puede discriminar a las mujeres y darles menores pensiones que a los hombres. Las mujeres son el único grupo que se le discrimina por sus expectativas de vida distinta. Si fuera por eso, las pensiones de los sectores de altos ingresos deberían ser menores, porque su expectativa de vida es mucho mayor que la que tienen las mujeres en relación a los hombres, o respecto al promedio de la población”.

- ¿En qué fuentes se fundamentó el estudio?

“En las cifras oficiales. Lo único bueno que tiene este sistema son las estadísticas, que son maravillosas, porque es un sistema que permite hacer un censo mensual de la fuerza de trabajo real. El estudio tiene la siguiente metodología: son planillas de cálculo que están en la red, y están enlazadas directamente a la fuente, de manera que cualquier dato, por ejemplo que los subsidios público son tres cuartas partes las pensiones pagadas, es posible rastrearlo hasta llegar a las fuentes directas y públicas, principalmente la Superintendencia de Pensiones, que tiene muy buenas estadísticas, magníficas. Tanto es así que esas ´lanillas se actualizan en forma automática, porque tenemos el vínculo directo. Es decir, google va a mirar la página de la superintendencia, saca el dato, lo elabora con las fórmulas que le pusimos a esas planillas de cálculo y finalmente entrega el dato, como el que acabo de mencionar”.

- ¿Y no le llama la atención que nadie debata ni refute los datos del estudio?

“No, para nada. El silencio representa la línea de menor costo y el mejor expediente para no difundir más estos resultados. Ellos se mueven en esto de una manera completamente inmoral. Por ejemplo, contratan “expertos” que hacen estudios que demuestran teóricamente que las pensiones chilenas serías las que tiene las tasa de reemplazo más altas del mundo, respecto del sueldo último, mejores que las pensiones alemanas”. }

- Pero eso es ridículo…

“Ridículo. Las cifras reales muestran que una jueza que gana tres millones de pesos, a pesar de haber cotizado toda su vida por el tope, sin fallar un solo mes, saca una pensión de 330 mil pesos, menos de la décima parte de lo que ganaba como activa. Esa es la realidad. Ellos concluyen que la tasa de reemplazo es de un 80%. Y cómo lo hacen: sacan un promedio de lo que saca la gente y lo comparan con lo que ha aportado en los últimos diez años. Como es tan precario el empleo, y los dos tercios de los chilenos cotiza un mes de cada dos, el promedio es inevitablemente bajo, y eso lo comparan con la pensión que sacan. Y en la pensión que sacan, incluyen los subsidios públicos. Y resulta que los subsidios públicos para la mitad de las pensiones, representan el 73% de las pensiones que reciben los afiliados. Esa es la seriedad con que se maneja esta gente. Comparan subsidios públicos con contribuciones que on un mes sí y el otro no”.

- Me resulta difícil encontrar una lógica detrás de este sistema, y más difícil aún explicarme como se sostiene…

“La lógica es la de un sistema de ahorro forzoso, que le saca dinero a los afiliados y al Estado, y lo inyecta a los mercados financieros, los que se hinchan de plata, y algo de eso chorrean. Algo de eso le llega a las empresas, y las empresas con eso invierten”.

- O sea, un autorretrato del modelo…

“Pero, claro. Esta es una de las principales fuentes de la desigualdad del ingreso. En rigor, son tres las principales fuentes de desigualdad. La primera, es el cobre, por supuesto. Lo que se llevan las transnacionales en renta equivale, más o menos, al 9% del PIB. Esas son las utilidades antes de impuestos. Esas son rentas, es decir, dinero que nos pertenece a todos, porque proviene de un mineral que de acuerdo a la Constitución, nos pertenece a nosotros. Después, vienen los intereses de las tarjetas de crédito, los intereses de los créditos de consumo y los intereses de las tarjetas de las casas comerciales, que en conjunto, representa el 4,5% del PIB. Y la tercera fuente de desigualdad del ingreso es esta, porque se lleva el 3,6% del PIB. Si sumas esos tres conceptos, tienes el 18% del Producto Interno Bruto, que se está sacando a los trabajadores, y pasando a los empresarios. Si ese 18% lo recuperas, la porción de la torta que hoy reciben los trabajadores, que es 35%, según el Banco Central, subiría automáticamente a 53%, con lo cual la distribución del ingreso se normaliza, porque en los países desarrollados esa proporción es del 60%”.

- Eso me parece promisorio, desde el punto de vista de un nuevo modelo de desarrollo…

“Por supuesto. Basta resolver estas tres cosas, y estás listo.

- O sea, en qué topamos…

“Exactamente”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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