miércoles, 24 de noviembre de 2010

Manuel Sacristán Luzón







Rebelion. Conclusiones: La filosofía de la práctica en Manuel Sacristán Luzón












Teoría y Práctica. La trayectoria intelectual de Manuel Sacristán Luzón

Conclusiones: La filosofía de la práctica en Manuel Sacristán Luzón










A lo largo de la tesis doctoral publicada durante los últimos meses en la página de Rebelión, he intentado mostrar la personalidad intelectual de Manuel Sacristán en su trato con las realidades de su tiempo y los acontecimientos históricos, ante los que adoptó una actitud consciente y comprometida. Estudioso de la filosofía –esa tradición de pensamiento, que tan importantes frutos ha rendido a la civilización europea-, Sacristán fue un humanista ilustrado, que se hizo marxista por coherencia personal con la sociedad de su tiempo. Poseía un profundo y extenso conocimiento de la cultura y la ciencia del siglo XX, y fue al mismo tiempo un hombre comprometido con la humanidad -la suya y la de los demás, la de todos-, con una perspectiva de emancipación humana en sentido ético y político. Su labor intelectual consistió en el examen crítico de los contenidos de la cultura y el pensamiento, para clarificar los fundamentos sobre los que se construye la conciencia subjetiva, bajo el lema de que la verdad es revolucionaria. Y orientó su reflexión hacia la política, como actividad más fundamental de la vida humana, entendiéndola con el sentido clásico de búsqueda del bien común, tanto como en el sentido moderno que quiere orientar la historia hacia los fines ideales de una humanidad emancipada.

El humanismo marxista

Como humanista recogió la herencia del racionalismo clásico, que reflexiona sobre los rasgos universales de la naturaleza humana, para establecer las características de una buena vida, fundada en la planificación y la coherencia, el intelectualismo y la amistad, junto con la fraternidad entre todos los seres humanos. Como ilustrado, entendió que la existencia humana es un proceso que se desarrolla en el tiempo, por lo que debe ser entendida en sentido histórico, o bien biográfico; realizó, por tanto, su tarea intelectual, situándose dentro de su momento histórico, que interpretó con los instrumentos teóricos y filosóficos que le parecían ser más adecuados, por ser expresión de la racionalidad posible en el mundo que le tocó vivir.

Personalidad íntegra con un fuerte impulso moral, procuró ser un intelectual orgánico con la clase obrera, considerando que el trabajo es la actividad propia de la especie humana. Existe un punto de vista desde el que se puede describir el trabajo como la esencia del ser humano; pues el rasgo distintivo de la humanidad como especie viva, es su especial interacción con el medio ambiente, introduciendo modificaciones profundas y permanentes en él para adaptarlo a sus necesidades y deseos. Todas especies vivas necesitan adaptarse al medio ambiente -si bien modifican en algún grado ese medio-; pero la humanidad transforma el medio a través de su acción colectiva, el trabajo. La acción humana sobre el medio introduce extensos y permanentes cambios en el paisaje natural. Es por eso que las leyes que rigen el desarrollo humano pertenecen a la historia, y no a la evolución biológica descrita por la biología.

En ese proceso de interacción entre la humanidad y el medio ambiente se producen situaciones de alienación, cuando la acción humana destruye el entorno natural poniendo en peligro su propia existencia. El concepto de alienación significa en primer lugar –en sentido de Hegel- la objetivación de los ideales y valores de la humanidad en el mundo material a través del trabajo; pero el concepto marxista de alienación está enraizado en el sentido que da Feuerbach a la palabra, como un extrañamiento de la subjetividad humana que se produce en su objetivación por el trabajo: los ideales quedan sin realización posible en el mundo de la realidad material, relegados a un mundo del más allá. A partir de ese giro mental, Marx definirá la raíz de la alienación como la explotación del trabajo y la opresión del trabajador, lo que conduce a la perversión de las relaciones sociales, y la desviación del proceso histórico respecto de su desarrollo racional. Superar esa alienación supone liberar el trabajo forzoso, impuesto por la coacción social. Para ello sería necesario un aumento de la consciencia y la racionalidad de la especie humana, y en ese sentido la historia podría ser un progreso de la humanidad, que se realiza mediante la caída en la alienación y su superación posterior.

La emancipación consiste en que el ser humano sea dueño de su destino, realizando una vida plena y conscientemente realizada; pero la sociedad capitalista actual, caracterizada por la división en clases, condena el trabajo a la subalternidad y a los trabajadores al infantilismo. Conseguir la emancipación de aquellas clases que se encuentran oprimidas en la sociedad alienada, es el objetivo de la reflexión de los intelectuales conscientes de la realidad histórica. En ese sentido Sacristán fue un filósofo de la práctica, expresión gramsciana que designa el análisis y la crítica del pensamiento popular espontáneo, para encontrar ahí los objetivos racionales que deben ser propuestos a la acción colectiva de la humanidad, así como los medios institucionales de que una sociedad racional podría dotarse para alcanzarlos.

La expresión ‘filosofía de la práctica’ viene a interpretar una actividad intelectual de las clases subalternas por alcanzar una comprensión más cabal de la realidad social e histórica de la humanidad, condición para realizar una acción moral y política de carácter emancipador a través de la lucha de clases. En esa actividad, el intelectual orgánico con las clases subalternas cumple el papel de clarificar los contenidos de la conciencia obrera, con vistas a fortalecer la lucha colectiva por la justicia social. La filosofía de la práctica parte de la idea de que todo ser humano es filósofo, en cuanto que cada uno piensa su vida con los instrumentos que le proporciona el ‘sentido común’ de la sociedad dentro de la que vive; ese sentido común es un resultado del pensamiento espontáneo de la clase subalterna, y necesita una elaboración crítica para proporcionar a la gente trabajadora las ideas que les permitan actuar en la vida con coherencia.

En sentido clásico, la palabra ‘filosofía práctica’ significa la sabiduría sobre los mecanismos ético-políticos que permiten a un sujeto humano conducir la propia vida hacia sus fines naturales. Pero en sentido marxista e ilustrado, la categoría ‘práctica’ adquiere un matiz fundamental de realización del proyecto de la emancipación humana, el dominio del ser humano sobre la naturaleza, la suya propia y la que le rodea, la interna y la externa. La práctica es la materialización de las ideas en el mundo de la vida, donde debe mostrar su verdad posible; de ahí que la práctica de la emancipación sea la consumación del materialismo dialéctico. De ahí también que la práctica sea el desarrollo omnilateral de las capacidades humanas.

La racionalidad y la historia

Como el mundo anda en continua evolución y cambio, las concepciones de la gente necesitan actualizarse permanente; el marxismo busca aportar a las clases populares los conceptos e ideas que le permitan realizar una práctica coherente sobre esa realidad histórica cambiante. En el mundo moderno, el objetivo de la reflexión consiste en interpretar los conocimientos científicos desde el interés por la emancipación que late en el seno de la gente trabajadora, -interés denominado ‘conciencia de clase’ por los marxistas-. Esa interpretación conlleva una crítica de la ideología que subyace a las formulaciones científicas, especialmente en las ciencias sociales, para alcanzar una política de la ciencia; de ese modo se pretende lograr una intervención racional de la lucha de clases en la ciencia. Por otro lado, el marxismo, como técnica de trabajo intelectual, desemboca en una tarea principal: la elaboración racional del programa político que ha de ser realizado por la acción colectiva de las clases productoras, de modo que pueda conseguirse la emancipación utilizando medios científicos, esto es, la cientificidad en la política.

En lo anteriormente dicho la palabra ‘racionalidad’ ha jugado un papel fundamental, y se refiere a dos aspectos de la realidad humana: primero, el conocimiento sistemático del mundo natural que proporciona la ciencia; segundo, las características de los fines ideales de la acción humana. Filósofo laico y universalista, Sacristán entendió que lo racional era la nota esencial de la humanidad, señalando al tiempo que la naturaleza no es racional, ni la historia tampoco, atravesada como está de profundas alienaciones, pues el ser humano no tiene un dominio suficiente sobre su práctica. La razón es la mejor facultad del ser humano, su mejor arma para la difícil y dura interrelación con la naturaleza. ‘Razón’, podríamos decir, es una conducta compleja del ser humano, que consiste esencialmente en la cooperación colectiva para alcanzar los fines naturales de la especie –en el sentido en que Marx decía en las Tesis sobre Feuerbach que la esencia de la humanidad es el conjunto de las relaciones sociales-; esa acción colectiva tiene varias condiciones: primero, para hacer posible esa cooperación es necesaria una capacidad comunicativa –la razonabilidad derivada del lenguaje-; segundo, sus objetivos sobrepasan la mera supervivencia y se amplían hacia la transformación del medio ambiente para adaptarlo a las necesidades humanas –la humanización de la naturaleza-; tercero, esto se consigue desarrollando los instrumentos que potencian sus actividades –eficacia y eficiencia de la acción-; al tiempo que, cuarto, la capacidad de previsión de los acontecimientos futuros a partir de la experiencia conocida –la sistematización científica de la experiencia-.

La naturaleza racional del ser humano coincide con su ser sociable y su laborar sobre el mundo natural, motivo para considerar con fundamento que la racionalidad humana radica en los ideales que forman la conciencia de las clases subalternas, cooperativas y trabajadoras. Se entiende que esos ideales promueven, primero, la solidaridad social como forma moral de la personalidad; segundo, materialismo que sirve de fundamento a la interpretación científica del mundo; tercero, la crítica del poder político en el orden clasista de la sociedad; y finalmente, la democracia como mal menor dentro del orden político. Esos puntos de vista fueron adoptados por Sacristán bajo la forma de valores comunistas, aunque reconoció también la pertinencia de la perspectiva anarquista de las clases subalternas. Por otra parte, consideró que esos valores no están sólo en la conciencia de la clase obrera bajo el capitalismo, sino en general en la conciencia de las clases subalternas de todos los tiempos y en la mayor parte de la sociedades, pues constituyen la matriz misma de la vida social humana –en cuanto que la humanidad ha vivido la mayor parte de su historia y toda su prehistoria en sociedades que no eran clasistas-.

Eso significa que para Sacristán el materialismo dialéctico marxista –como elaboración de la conciencia de la clase subalterna- contiene los valores e ideales racionales que deben inspirar el quehacer científico de la humanidad. A partir de la perspectiva ilustrada se entiende que los valores e ideales son proyectos de futuro, objetivos propuestos a la acción humana; así en el análisis kantiano la razón se traduce por un conjunto de ideales sobre la humanidad en su devenir histórico. Los ideales no son actuales más que parcialmente, en la medida en que existe una acción social –económica, política y cultural- de la clase trabajadora y sus aliados, en oposición al manejo de la sociedad por la clase dominante. Los valores comunistas o anarquistas se manifiestan en los sujetos históricos como conciencia de clase, que se constituye como tal en la lucha obrera y las clases subalternas y explotadas en general.

El hecho de que el ser humano esté dotado de racionalidad y una conciencia regida por valores e ideales, significa que la humanidad es una ‘emergencia’ –en el sentido técnico de la ontología: ‘aparición de nuevas formas de ser en la historia natural del planeta Tierra’-. La existencia humana no es reductible a la vida biológica o material, y la nota característica de la humanidad es el desarrollo de sus capacidades para transformar el mundo natural, -el desarrollo de las fuerzas productivas a través de los modos de producción-, esto es, las leyes de la historia descubiertas por Karl Marx y Federico Engels, y desarrolladas por el marxismo contemporáneo a lo largo del último siglo y medio.

La cuarta generación de marxistas

Sacristán utilizó el análisis generacional para interpretar los rasgos de pensamiento en los intelectuales, en cuanto que una generación se plantea problemas nacidos de la coyuntura histórica y busca resolverlos colectivamente. Él mismo perteneció a la cuarta generación de marxistas, aquella que asistió a la victoria sobre el fascismo en la segunda guerra mundial y concibió grandes esperanzas de rápida evolución hacia socialismo, decepcionándose más tarde por el rumbo que tomó la historia desde finales de los años 70.

A partir de las investigaciones que realizaron filósofos y filósofas de esa cuarta generación –y especialmente los estudios de investigadores de la Europa del Este como Agnés Heller, Wolgang Harich o Jindrich Zeleny-, y tras el estudio de los clásicos marxistas, Sacristán emprendió una reconstrucción de la teoría marxista que tuvo por base un enfoque epistemológico, en sustitución del enfoque ontológico corriente en los autores marxistas de la tercera generación (Lenin, Lukács y Gramsci). El objetivo consistía en recuperar la actividad crítica propia de la filosofía racional, más o menos embotada por los acontecimientos políticos en los que se vieron envueltos los comunistas durante el siglo XX. Especialmente, Heller propuso una teoría de los valores, que sirvió a Sacristán para explicar el papel de la metafísica en el conocimiento de la realidad como explicitación de los valores propios de la conciencia de clase; esa idea introduce algunas perspectivas innovadoras en el marxismo, al tiempo que enlaza con la crítica de la ideología que realizó Marx. Harich señaló tempranamente los límites del crecimiento, idea que orientó a Sacristán hacia el movimiento ecologista. Y Zeleny realizó un estudio la estructura de la teoría económica de El Capital de Marx.

Su investigación del leninismo le llevó a una formulación del marxismo como técnica política, que en el plano de la teoría sirve para una elaboración racional del programa político y en el plano de la práctica fomenta las instituciones sociales capaces de realizar ese programa, en estrecho contacto con la actividad de las clases trabajadoras: el partido obrero, los sindicatos de trabajadores, las asociaciones populares de todo tipo, culturales, vecinales, deportivas, etc. El marxismo es así un punto de vista en la reflexión sobre el mundo social y natural, que elabora el pensamiento de las gentes del trabajo, de modo que éstas sean capaces de alcanzar la autonomía en su actuación histórica; por eso, el marxismo es independiente respecto de cualquier otro enfoque del problema humano. En ese aspecto, Sacristán enlazaba con la tradición -lo que aquí se ha llamado la ortodoxia marxista-. Pero la crisis aguda del marxismo obligó a Sacristán a una profundización en el estudio de la teoría marxista desde la década de los 70, cuando las perspectivas del socialismo comenzaron a oscurecerse por diferentes problemas históricos. Lo que hemos denominado revisión heterodoxa del marxismo, en el sentido de que una clara visión de los problemas del socialismo en su realización presente en el siglo XX, le llevó a buscar la preservación del legado marxista en los aspectos que consideraba esenciales, más allá de la construcción sistemática del mismo como forma autónoma de pensamiento.

Por tanto, a lo largo de su vida, Sacristán fue moldeando sus convicciones fundamentales para adaptarlas a las diferentes coyunturas históricas que se iban sucediendo. Si bien su labor intelectual tuvo un objetivo constante, pues la intervención cultural que realizó en la sociedad catalana, durante el franquismo y los primeros años de la democracia, tuvo como ejes la construcción de la solidaridad democrática y el desarrollo de la ciencia; no obstante, se puede observar a lo largo de su vida, cómo cambió su manera de interpretar la teoría científica y su papel en la historia. Por ejemplo, consideró que el marxismo como materialismo dialéctico habría de ser una filosofía de la ciencia, y como materialismo histórico habría de contener una sociología de la ciencia. En la primera parte de su militancia comunista exploró la primera idea; en la etapa final de su vida se interesó sobre todo por la segunda.

Entre esos dos momentos de su pensamiento, media una intensa etapa de reflexión y estudio, cuyo objetivo fue repensar el marxismo a la luz de los acontecimientos históricos contemporáneos. Como muchos de los marxistas de su generación, que vieron hundirse las esperanzas suscitadas por la Revolución soviética de 1917, hubo de hacer una profunda revisión de los presupuestos doctrinales del marxismo, para hacer frente a la situación histórica en la que se encontraba. Para ello se apoyó en la filosofía de la ciencia corriente en el tercer cuarto del siglo XX, y que se ha entendido como el giro historicista en la filosofía de la ciencia –donde Thomas Kuhn, Imre Lakatos y Paul Feyerabend han jugado un papel fundamental-.

En este aspecto, hay que subrayar la importancia de la sección IV de El Capital, donde Marx trata la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa, como un estudio del uso de la ciencia por la burguesía, como arma para derrotar la fuerza de la clase obrera. En ese texto están explicados los mecanismos que permiten al sistema capitalista innovar tecnológicamente, haciendo de la ciencia una importante fuerza productiva. La revolución tecnológica capitalista de mediados de siglo –la automatización de la producción y la informatización del conocimiento, estudiadas por los marxistas Radovan Richta y Ernest Mandel-, ha sido la clave para la victoria del capitalismo a fines del siglo XX. Sacristán consideró que los sistemas socialistas no habían conseguido desarrollar la ciencia de forma consistente, y dedicó sus esfuerzos a investigar ese problema en la última parte de su vida.

El marxismo habría de ser una ciencia social en acto –según la definición de Lenin-, esto es, un sistema económico que resolviera los problemas de la subsistencia humana sin explotar a los trabajadores. Con ello la humanidad entraría en el reino de la libertad; para eso habría de ser capaz de introducir la innovación tecnológica sin crear las fuertes distorsiones sociales que crea la propiedad privada del capital. Sin embargo, la conclusión de Sacristán es que el marxismo se convirtió en una ideología de la nomenclatura soviética –en términos marxistas: una concepción del mundo-, que sirvió para justificar su dominación de clase burocrática. La denuncia de esa esclerotización del marxismo es constante en los escritos de Sacristán, en sintonía con la crítica reflexión de György Lukács sobre el estalinismo y dentro de una línea política afín a la diseñada por los intelectuales del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti.

El proyecto político de la emancipación

La historia de la humanidad está impulsada por el desarrollo de las fuerzas productivas: infraestructuras, tecnología, maquinaria, conocimientos científicos, población, cualificación de los trabajadores, etc., son los diferentes aspectos de ese crecimiento imparable de la realidad humana, que existe en simbiosis con sus productos técnicos y transforma el paisaje terrestre hasta convertirlo en un medio humanizado: la humanización de la naturaleza. Los procesos de trabajo son de ese modo cada vez más complejos y especializados, requiriendo una organización social bien articulada para hacer posible la cooperación en la división del trabajo. Por eso a través del proceso histórico las relaciones humanas se hacen más intensas y necesarias, más sólidas y cooperativas en un proceso de socialización de la humanidad. Sin embargo, la realización de ese desarrollo no se hace sin dificultades, contratiempos y hasta retrocesos, que hacen dudar de su posibilidad y racionalidad. En términos técnicos esas contradicciones del avance humano las hemos denominanado ‘alienación’. La alienación histórica supone que el ser humano crea las condiciones de su propia autodestrucción, por falta de previsión y conocimiento –como sucede con la actual destrucción ambiental-, a causa de los conflictos entre sociedades por el dominio del territorio y las materias primas –en las continuas guerras históricas-, o también por aquellos otros que se producen en el interior de la sociedad de clases –los conflictos económicos y políticos-.

La teoría marxista ha mostrado que la raíz de la alienación histórica se encuentra en la alienación del trabajo, la falta de libertad de los trabajadores y las capas populares para hacer uso de su razón y actuar consecuentemente. Los modos de producción clasistas dividen a la sociedad en clases sociales, sobre la base de la división social del trabajo: el trabajo intelectual es realizado por la clase dominante, y trabajo manual por la clase subalterna. La división social del trabajo supone una sociedad desarrollada en la que se produce excedente, una cantidad importante de bienes producidos que no son objeto de consumo inmediato y pueden almacenarse, o exceden las necesidades de los trabajadores y pueden servir para sostener a una clase de superiores dedicados a tareas intelectuales. En esos modos de producción se produce un conflicto estructural entre los intereses de las clases subalternas productoras y las clases dominantes organizadoras, de modo que las luchas clases se han producido a lo largo de la historia humana, hasta el punto de poderse decir que es éste el motor de la historia.

La clase subalterna tiene interés en que el excedente sea utilizado de forma productiva incrementando los conocimientos y la riqueza social, permitiendo el desarrollo omnilateral de las capacidades humanas. En la clase dominante, en cambio, existe una tendencia a utilizar el excedente de forma improductiva, mediante el despilfarro y la destrucción, a través de consumo suntuario o conflictos bélicos –hasta el punto que hay suficiente evidencia para dar la razón a los anarquistas cuando afirman que el poder corrompe-. Por eso, la lucha social se produce alrededor del uso del excedente. Cuando la clase dominante consigue imponer un uso improductivo del excedente el modo de producción es decadente y necesita cambiarse. Es claro, por tanto, que la lucha de la clase subalterna es imprescindible para evitar el desastre al que conducen las actitudes insolidarias e irresponsables, cuando se apoderan de los dirigentes sociales y a través de ellos de toda la sociedad. Y es fácil que esto suceda periódicamente, como muestra abundantemente la historia humana –y en especial nuestro actual momento histórico-. En la España que le tocó vivir a Sacristán bajo la dictadura fascista, sólo el tesón de las clases subalternas logró restablecer un relativo equilibrio social, tras el hundimiento de la sociedad por el alzamiento militar y la subsiguiente guerra civil. La consciencia de ello hizo que nuestro filósofo se adhiriera a las instituciones de la clase obrera y aportara su esfuerzo personal en el desarrollo del movimiento político contra el régimen de Franco.

Por otro lado, Sacristán comprendió prontamente el desastre ecológico al que se ve abocada la humanidad en el siglo XXI, por el abuso en la explotación de la biosfera, el despilfarro de recursos escasos, la contaminación ambiental y la desaparición de especies vivas, además de la continuidad de la guerra como forma de las relaciones internacionales y la persistencia del imperialismo para apropiarse de los recursos de continentes enteros, que dirige la riqueza del globo hacia las naciones desarrolladas. La mala organización del orden internacional bajo el capitalismo, que es un orden social, económico y político, despilfarrador y destructivo, irracional y a todas luces insuficiente, son índice de la decadencia del modo de producción. El peligro es que la decadencia del modo de producción capitalista arrastre a toda la humanidad hacia su destrucción, dadas las enormes fuerzas que la ciencia y la tecnología modernas han puesto en juego –combustibles fósiles, energía atómica, armas de destrucción masiva, manipulación genética, viajes espaciales, crecimiento poblacional, etc.-; dado también el alto grado de destrucción medioambiental que está afectando a todos lo ecosistemas terrestres, y dada la debilidad de las fuerzas racionales de la especie humana. El grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad contemporánea es excesivo para el planeta Tierra, sobre todo porque viene acompañado de un incremento paralelo e insoslayable de fuerzas destructivas. Es por eso que en las reflexiones de la última etapa de su vida, Sacristán un más que justificado pesimismo acerca de la evolución inmediata de la historia. La humanidad es una especie de hybris, la especie del pecado original –y ese pecado original es su sobreabundancia de recursos, su enorme potencialidad-.

La estructura de una ciencia social marxista

Sería imprescindible para superar el actual estado de alienación humana, conseguir desarrollar una ciencia social que hiciera posible una organización racional de las sociedades humanas. El marxismo estaba orientado hacia ese objetivo; sin embargo, el resultado de construir una sociedad a partir de los instrumentos teóricos de la ciencia social marxista fracasó en diversos lugares del mundo. En buena parte, eso se debe a la violencia que opusieron las clases dominantes y las corrientes conservadoras al triunfo del socialismo; pero también cuenta la existencia de ciertos errores básicos de la filosofía marxista, derivados de los valores progresistas que asumieron los comunistas como continuadores de la tradición ilustrada. Esos valores son propiamente burgueses y consisten en la ignorancia de que existen límites naturales a la acción humana, los cuales deben ser cuidadosamente observados.

Es claro que esa contradicción afecta directamente al proletariado y su acción transformadora sobre el medio terrestre. En cuanto producto del sistema capitalista, la máxima aspiración proletaria –expresada en la teoría marxista del socialismo y en la práctica política de los países que adoptaron esta teoría para enfocar su futuro- consiste en realizar el proceso industrial y tecno-científico de la producción, mejorando los aspectos del capitalismo que resultan irracionales y fallidos. Pero la conclusión de Sacristán es que el socialismo debe realizarse a través de una vida humana completamente cambiada. Las relaciones sociales y de las técnicas productivas, las formas de organizar la producción y distribuirla, la cultura y el ocio, deben ser profundamente modificadas para resolver la crisis actual de la humanidad provocada por el dominio de la burguesía.

La construcción de una ciencia social marxista es, por tanto, un objetivo prioritario para el desarrollo humano, y Sacristán investigó las características y los conceptos fundamentales que habrían de hacerla posible, siempre en contacto con las luchas obreras y sociales por superar la alienación alcanzando la liberación de la humanidad. El materialismo histórico debe recoger, junto a su tesis central sobre el desarrollo de las fuerzas productivas, la noción de entropía y sus consecuencias para la economía científica, tal como se ha empezado a hacer desde el movimiento ecologista. Tal vez así nos sea posible descubrir que el crecimiento capitalista de las fuerzas productivas no es sino un gigantesco desarrollo de fuerzas destructivas. Y por otra parte, junto a la teoría de los modos de producción se deberá añadir una nueva caracterización de las clases sociales para incluir la burocracia estatal, como clase social nacida en los Estados de orientación socialista. La aclaración metodológica es fundamental en ese proceso teórico y si bien el siguiente análisis no aparece expuesto en los textos de Sacristán de esta forma, su forma de presentación del marxismo conduce fácilmente hacia él.

El marxismo es un emergentismo, es decir, una filosofía de la ciencia que considera una ontología diversificada, con diferentes niveles de existencia que empiezan con el ser inerte -estudiado por las ciencias físico-químicas-, y luego el ser vivo, el ser social y el ser ideal. Esos niveles están unidos entre sí por la historia natural del cosmos, ya que la vida nace del mundo material en determinadas condiciones que se produjeron en el planeta Tierra hace 3.000 ó 4.000 millones de años, y a partir de la evolución del ser vivo durante ese tiempo, aparece el ser social hace un millón de años –esta fecha es aproximativa, pues se necesitaría una definición más precisa de lo que es ‘ser social’ y estudios arqueológicos que nos proporcionaran una historia más completa del pasado humano-. A su vez el universo de las ideas sería una emergencia de la historia humana –y la teología de Teilhard de Chardin intenta pensar esa emergencia como la aparición de Dios a partir de la humanidad-.

La clasificación de las ciencias –tema clave del positivismo científico-, puede hacerse siguiendo ese esquema emergentista, dividiéndolas en físico-químicas, biológicas, sociales y formales. Si dejamos aparte estas últimas por su característica peculiar de no ser empírica, la metodología en cada una de las otras tres modalidades científicas tiene diferencias específicas:

-la ciencia físico-química ha utilizado con enorme éxito el método hipotético-deductivo y la explicación causal –noción correspondiente a la causa eficiente de Aristóteles-;

-en la teoría de la evolución establecida por Darwin como el núcleo teórico de las ciencias biológicas, el método causal –utilizado para explicar la variabilidad de los caracteres de las especies-, viene acompañado de la explicación funcional –que se funda en el equilibrio sistémico que constituye un ser vivo o un ecosistema, como una totalidad holista-. Es la causa final aristotélica.

-¿Qué método habrá que utilizar la ciencia social, en la explicación de la historia? En los últimos años se ha señalado que la metodología en ciencias sociales necesita ser más compleja que en las otras modalidades científicas. Además de utilizar la explicación causal –por ejemplo, en la teoría de mercado o en la ley del desarrollo de las fuerzas productivas-, se utiliza la funcional –en la teoría del Estado o en la de los modos de producción-, y además la explicación intencional para dar cuenta de la capacidad de la persona para orientar su conducta individual según objetivos y finalidades conscientemente decididas.

La composición del ser social necesita de esa variedad metodológica para ser captada en su complejidad. Los distintos factores de la existencia humana deben encontrarse en equilibrio dentro de una sociedad bien ordenada. Para ello es necesario tenerlas presentes y evitar confusiones entre unas y otras. El desarrollo de una conciencia personal fundada en ideales racionales es tan importante para la supervivencia de la especie humana en la Tierra, como el desarrollo de las fuerzas productivas en el plano económico y la organización equilibrada de un Estado democrático, eliminando la represión violenta y la coacción sobre las conductas individuales. El marxismo recoge esos tres aspectos: una teoría causal o hipotético-deductiva, con posibilidad de contrastación empírica como es la ley del desarrollo de las fuerzas productivas –si bien se debe redefinir sus categorías básicas para adaptarla al ecologismo-. Un funcionalismo en la teoría de los modos de producción, que muestra la variación de las relaciones sociales en función del desarrollo de las fuerzas productivas. Una teoría intencional en relación con la acción política de las clases subalternas, fundada en la conciencia de clase y el partido político proletario.

La conciencia personal en los individuos que viven en la sociedad capitalista se encuentra obnubilada por las ideologías burguesas –falsa conciencia, fetichismo de la mercancía, filosofía irracionalista, pragmatismo conformista, etc.-; aquí el sistema de valores está invertido por el predominio del mercado y el dinero en la organización social, y el Estado organizado según un orden violento que desarrolla ingentes cantidades de medios destructivos. Esos errores básicos conducen a la alienación de la acción histórica de la humanidad presente y a la ingente destrucción de la vida en las últimas décadas.

La ciencia social marxista busca construir la utopía: un orden social armonioso y equilibrado, donde el individuo y la sociedad se encuentran reconciliados, y puede suprimirse la coacción y la violencia en las relaciones sociales. Como ha sido señalado desde la antigüedad clásica –Platón, La República-, la condición para construir ese orden social es que su estructura organizativa sea idéntica a la forma en que se estructura la personalidad individual, -que la sociedad sea un fractal de la persona, podríamos decir-. El orden político democrático está fundado en la deliberación pública conseguida mediante las libertades políticas, la participación ciudadana en la decisiones de gobierno gracias a la instrucción pública y el libre acceso a la información, la acción colectiva cooperativa y solidaria libremente asumida por las personas particulares en la consecución del bien común, exige personalidades conscientes y fraternas, con un alto grado de autoconocimiento y dominio de la conducta, motivadas a conseguir una formación intelectual por el estudio y el conocimiento, al tiempo que no rechazan participar de las tareas físicas, de modo a estar capacitados para integrarse plenamente en la vida social, cultural y política.

La forma de organizar la economía de una sociedad socialista al servicio de un orden democrático contiene importantes problemas teóricos. No está resuelto todavía el problema de organizar la economía eficiente prescindiendo de un mercado competitivo, donde el intercambio y distribución de los bienes producidos según las necesidades de consumo. El socialismo será un sistema eficiente, que elimine la eficacia capitalista a la hora de incrementar la producción, sustituyéndola por sistemas de ahorro económico, en función de las constricciones que los límites del planeta Tierra ponen al desarrollo de la humanidad. Otra de las principales dificultades que tiene ese proyecto de sociedad emancipada es la necesidad de la especialización en la compleja organización del trabajo de las sociedades contemporáneas. Dificultad con la que Sacristán no dejó de lidiar a lo largo de su trayectoria intelectual. El humanismo busca personalidades con variadas capacidades intelectuales y manuales –como muestra la Ética de Spinoza-, mientras que la sociedad reclama una fuerte formación especializada. La apuesta por la especialización conlleva a su vez el problema de la inserción de los intelectuales con las instituciones de las clases productoras y el trabajo físico, sin que ello reproduzca de algún modo las diferencias clasistas.

Una convicción esencial de nuestro filósofo es que el nuevo orden social se conseguirá sobre la base de una reforma moral de las conciencias, más que a partir de nuevas conquistas tecnológicas o a través de un mayor desarrollo de las fuerzas productivas por el sistema de producción industrial. Dado que las fuerzas productivas de la humanidad han excedido las capacidades del planeta Tierra para sustentarlas, más bien se trata de frenar ese desarrollo industrial, variando la forma del desarrollo. El programa político que nos legó Sacristán toma ese problema ecológico como fundamental, y muestra la necesidad de detener selectivamente ciertos desarrollos ciegos, como la carrera de armamentos, el crecimiento de la población mundial, la ingeniería genética, la sobreexplotación de los ecosistemas naturales por la agricultura capitalista, etc. La dificultad es que si bien el ser humano es el agente de los mismos, éstos tienen una dinámica propia que escapa al control humano –ver los análisis de Marx sobre el desarrollo de la maquinaria en El Capital-. Por eso sólo mediante un refuerzo de la conciencia colectiva se hará posible un verdadero mundo humano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.







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