Abandonar la leyenda nacional-populista sobre la eurocrisis, supone riesgos considerables para el establishment alemán |
peor que el de 2008, Alemania repite estos días sin cesar su rechazo al
eurobono. Tras una serie de supuestos planes ocultos y desmentidos de
Berlín, la situación recuerda a la del año pasado con Grecia, cuando no
había nada más allá del “no”. Fortalecer la disciplina en Europa basta y
sobra para calmar a los mercados, dicen ahora los principales políticos
y responsables económicos alemanes; desde la señora Merkel hasta su
ministro de finanzas Wolfgang Schäuble, pasando por el economista jefe
del Banco Central Europeo, Jürgen Stark y el presidente del Bundesbank,
Jens Weidmann. Todos ellos decían hace un año que Atenas se saldría por
si sola y que no era necesario paquete de salvamento alguno. Esa es la
“posición de Berlín”. Como entonces, no hay “plan B” ¿Cómo se explica
este empecinamiento que mantiene en vilo a Europa, y con ella a la
economía global, desde Nueva York a Shanghai?
Todo parte de la versión nacional-populista de la crisis que el
establishment alemán ofrece a la nación, y que ahora se propone a todo
el continente. Esa versión afirma que Europa sufre una crisis fiscal
motivada por la conducta gastadora e indolente de toda una serie de
países que han parasitado con el euro. Para entender la lógica de esta
leyenda, hay que remitirse a los últimos veinte años.
Veinte años os contemplan
Con la reunificación de 1990, Alemania cambió. Dejó de tener que
demostrar nada a un enemigo –el bloque socialista- ya desaparecido. Vio
ampliado su mercado y patio trasero histórico europeo, y comenzó a
liberarse de las hipotecas que la derrota de 1945 impuso a su soberanía.
Libre y más fuerte, sí, pero también con problemas. Entre ellos, un
lastre, el costo de la anexión de la RDA superior al billón de euros, y
un desafío, el ingreso en la economía global de China, la ex-Urss y la
Europa del Este, con mano de obra barata, complicando los costes de su
exportación. La solución fue el desmonte parcial del “modelo social”
alemán mediante un gran ajuste neoliberal para apuntalar una estrategia
nacional exportadora y de enriquecimiento empresarial que rebajara
costes de producción.
En una sociedad que se caracterizaba por la relativa decencia de sus
relaciones laborales –por lo menos comparada con la del Mediterráneo-,
la solidaridad de su estado social y una nivelación de rentas por encima
de la media europea, arrancaron la desigualdad, el recorte del estado
social y la precariedad laboral. Desde 1990 hasta hoy, los impuestos a
los más ricos bajaron un 10%, mientras la imposición fiscal a la clase
media subía un 13%, los salarios reales se redujeron un 0,9% y los
ingresos por beneficio y patrimonio aumentaron un 36%. En este contexto
de degradación social general, el desempleo se redujo y las
exportaciones se dispararon: si en 1990 aportaban el 25% del PIB alemán,
en 2008 representaban el 47,2% (China menos del 30%), la mayor
proporción del mundo. Con estos sacrificios, Alemania “salía de la
crisis”, sobre todo sus empresas: desde la introducción del euro la
exportación alemana ingresó más de 800.000 millones ¿Qué hacer con todo
ese dinero? Naturalmente, invertirlo.
Invirtiendo en la estafa global
Los bancos alemanes no crearon la burbuja inmobiliaria de Estados
Unidos o de España, ni otras estafas meridionales, pero las alimentaron.
Como ha explicado José Manuel Naredo, su principal analista y cronista,
la burbuja española nació en el franquismo y aumentó con la democracia,
pero el exceso de capital alemán no hizo más que alimentarla y
multiplicarla con créditos sin control, como ocurrió con las
enfermedades de otros países europeos que compartían moneda. La culpa no
es alemana ni española (aunque, desde luego, es mucho más española que
alemana), sino de un sistema internacional que perjudica a la inmensa
mayoría de la ciudadanía europea, que sin embargo es la que debe pagar
ahora con nuevos recortes. Europa tiene una descomunal crisis bancaria
en la que los bancos más fuertes –alemanes y franceses- están expuestos
en las deudas de todos.
En el caso alemán explicar esto supone reconocer que el sacrificio de
los últimos veinte años, coronado por un irritante rescate a los bancos
en 2008, no solo perjudicó a la mayoría de los alemanes sino que,
además, contribuyó a precipitar la crisis europea al incrementar los
desequilibrios en el interior de la zona euro. Admitirlo significa
invalidar veinte años de política económica que se ha vendido como
“exitosa”, lo que se volvería en contra de todo el establishment alemán,
incluida la oposición de socialdemócratas y verdes que cuando estaba en
el gobierno ejecutaron el ajuste neoliberal de 2003 con la llamada
“Agenda 2010”. Reconocer el error sería “razonable” y algo se mueve en
ese sentido en el Partido Verde, pero apenas nada en el SPD, reconoce
Gustav Horn, director del instituto IMK y consejero económico del líder
del SPD, Sigmar Gabriel. La situación de Merkel es aun más complicada.
En medios de la industria y la elite alemana, así como en su
coalición –tanto los liberales como en la CDU y la CSU- hay un fuerte
consenso contra los eurobonos y alrededor del discurso de una Alemania
virtuosa y pagadera perjudicada por los errores de otros. La canciller
no se atreve, ni seguramente quiere, enfrentarse a eso, porque ella
misma participa de esa mentalidad. Su “Alemania va bien” recuerda al
“España va bien de Aznar”, que Zapatero no se atrevió a cuestionar: dar
marcha atrás exige valor, admitir responsabilidades y emprender un giro
político, algo muy complicado. Por todo ello triunfa la leyenda
nacional-populista, que niega la interrelación de la eurocrisis y
atribuye sus causas a los defectos de unos indolentes meridionales, a
quienes hay que imponer la virtud nacional alemana en forma de
austeridad y recortes. Si se impone la austeridad los mercados se
calmarán, se dice. Pero los mercados están nerviosos por otra cosa:
porque constatan la inseguridad de una Europa cuyos países en crisis
están cada vez más asfixiados en su economía real por esa austeridad, y
también por la ausencia de una red de seguridad colectiva: los
eurobonos.
Abriendo la caja de Pándora
El discurso nacional-populista de Merkel funcionó bastante bien hasta
que en septiembre la canciller conoció las previsiones económicas para
el año que viene, que sugieren que Alemania podría entrar en recesión,
como consecuencia del enfriamiento global y de la recesión europea,
agravada por la política unilateral de austeridad. Merkel comprendió
que, como dice el periodista Thomas Wolf, mientras no se descubran
nuevos mercados para las exportaciones alemanas en el planeta Marte, la
recesión de sus clientes europeos se acabará volviendo contra la
economía alemana. Fue entonces cuando ideó su plan de reforma europeo
con un nuevo pacto de estabilidad para la zona euro que institucionalice
y amarre la austeridad y la disciplina para imponerla. Desgraciadamente
la receta no solo no ataja el problema, sino que lo agrava, pues reduce
la necesaria reforma institucional europea a un único vector
disciplinario, con aspecto de “castigo para malos”. Y eso instala al
nacional-populismo en un nivel aun superior.
“¿Donde queda la Europa democrática y diversa en la que todos
somos iguales ante la ley, cuando, bajo liderazgo alemán, las medidas
de austeridad ideadas en Berlín se imponen en los países del sur de la
eurozona como una necesidad inherente y sin alternativa y son aplicadas
por los llamados gobiernos de expertos?”, dice el periodista Holger
Schmale. Europa comienza a temer la superioridad alemana y los alemanes
no ven nada malo en ello, constata Schmale. Los políticos alemanes
incluso lo celebran con una ingenuidad asombrosa que denota un
extraordinario desconocimiento del frágil tejido nacional europeo, al
jactarse entre aplausos de sus correligionarios, como hizo el jefe del
grupo parlamentario de la CDU, Volker Kauder, diciendo que, “en Europa
se habla alemán”.
Alemania ha abierto la peligrosa caja de Pándora nacionalista. Antes
era en aras de la gobernanza alemana, ahora en el contexto de la reforma
de Europa. La simple realidad es que no hay visión estratégica ni
comprensión de la situación, pero el malestar se extiende. Si el año
pasado sólo en Alemania se maldecía a los manirrotos del Sur y el
establishment español aun consideraba a Merkel ejemplo de buen gobierno,
este año han cambiado las cosas. En todo el Mediterráneo se comienza a
maldecir a la canciller y a Alemania. La peligrosa espiral nacionalista
ya ha hecho su aparición. Para una crisis cuyo culpable es un sistema
financiero transnacional, este es un óptimo escenario para dividir y
desviar la atención. Para Europa, por el contrario, es una clara receta
de desintegración.
Mal ambiente para un debate racional
“La desintegración puede ocurrir si traspasamos el punto más allá del
cual ya se pierde de vista el debate racional, lo que ya está pasando
en Alemania”, dice Ulrike Guerot, del Consejo Europeo de Relaciones
Exteriores. Ese momento en el que el discurso populista cruza el punto
de no retorno, condena a Europa a un debate con aspecto de guerra
religiosa, parecido al que mantiene el Tea Party con los demócratas en
Estados Unidos, o el de partidarios y adversarios del aborto en España,
explica Guerot. “En esas discusiones, nadie convence a nadie y cada
campo expone sus argumentos únicamente para que sus seguidores se
reconozcan en ellos”. Si el empecinamiento alemán con los eurobonos
concluye en una quiebra, esa espiral aún podría empeorar, pues raramente
una crisis social mejora el clima para un debate racional en clave de
solidaridad y de recetas colectivas. Más bien lo complica.
Ni siquiera Guerot –una de las pocas que habla en Berlín del riesgo
de desintegración europea – puede evitar repetir los tópicos más
groseros de esta crisis, la afirmación de que “Alemania ya hizo los
deberes y ahora deben hacerlos los otros”, de que “no podemos seguir
alimentando a los griegos” o el “trauma de Weimar” para explicar la
alergia alemana a la inflación. Hace un cuarto de siglo que murió la
gente con algún recuerdo maduro de los años veinte. La verdadera lección
de historia alemana de todo aquello para la Europa de hoy, es mucho más
Versalles que la inflación: el humillante diktat de unas
naciones sobre otras. Sin embargo el grotesco argumento de la inflación
de Weimar se repite una y otra vez para justificar la irracionalidad del
gobierno alemán.
El empecinamiento con los eurobonos no sólo es económicamente
irracional, sino también profundamente contradictorio. El Banco Central
Europeo ya ha emitido, y con creces, lo que podría llamarse “el eurobono
privado”. Desde que estalló la crisis, el Deutsche Bank, Commerzbank y
otros bancos privados alemanes han transferido al Banco Central Europeo
cuatro veces más deuda privada –sus valores basura, recibiendo a cambio
créditos a bajo interés- que el volumen de la deuda pública comprada “in
extremis” con tanto escándalo por el mismo BCE.
“Ni Merkel ni el Bundesbank han criticado nunca esta creación privada
de dinero, pero cuando los Estados quieren tener el mismo derecho, los
critican como si fuera algo endemoniado”, dice Dierk Hierschel,
economista jefe del sindicato alemán Verdi. El argumento es el peligro
de inflación, pero los bancos centrales de Estados Unidos, Inglaterra y
Japón llevan años comprando ingentes cantidades de deuda pública sin que
haya ocurrido nada con la inflación.
Respecto a los “deberes”, nadie se pregunta lo más importante: ¿Quien
es el maestro que los impone y con qué propósito e intereses? ¿Por qué
hay que conformarse con el papel del alumno obediente? ¿Quién ha
declarado menores de edad a la ciudadanía de países enteros?
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