Traducción por S. Seguí |
Con Emmanuel Todd inauguramos una serie de grandes entrevistas de cara a las elecciones presidenciales. Además de pedir el análisis de personalidades competentes y legítimas, les pedimos que hagan sus propuestas, ejercicio al que se entrega este historiador, antropólogo y demógrafo en el siguiente vídeo: http://www.dailymotion.com/video/xmoa4a_emmanuel-todd-le-jour-ou-l-euro-tombera_news#rel-page-1
Nacido en 1951, y al margen de la universidad francesa después de haber estudiado en Cambridge (Inglaterra), Emmanuel Todd aparece a menudo ante sus pares académicos como terriblemente periodista, y furiosamente académico a los ojos de muchos gacetilleros.
A los 25 años anunció ante las narices de los "kremlinólogos" el fin de la Unión Soviética, basándose en el estudio de las estructuras familiares y otras fantasías, según los cánones todavía dominantes en la época de un marxismo puntilloso (La chute finale , Robert Laffont 1976). También escribió sobre Estados Unidos, coloso del que analizó en detalle sus pies de barro, que se ha convertido ya en un factor de desorden mundial (Après l’Empire, Gallimard 2002). También examinó los problemas por venir en las sociedades árabes-musulmanas ante la transición demográfica (Le Rendez-Vous des civilisations, con Youssef Courbage, Le Seuil 2007), el proceso que propició la aparición de Ségolène Royal y, sobre todo, la llegada al poder de Nicolas Sarkozy en 2007 (Après la démocratie, Gallimard, 2008).
Le divierten los entrevistadores que vienen a veces a verlo como a la Pitia en su trípode. Sus puntos de vista, servidos en un lenguaje de alto nivel, dan en el blanco. Nos confió también que François Hollande podría conocer un destino político opuesto al de François Mitterrand, que llegó al Elíseo bajo banderas de izquierdas para luego arriarlas en 1983 en un “viraje de rigor”. Podría ocurrir que el actual candidato socialista, casi de centro a principios de su carrera, finalmente se convirtiera en el heraldo de una izquierda revitalizada.
Para entender el panorama europeo y sus interrogantes monetarios o sociales, he aquí al hombre cuyas investigaciones sobre la “fractura social” fueron desviadas en beneficio de la campaña de Jacques Chirac, en 1995.
¿Le preocupa que la derecha llegue a adoptar sus ideas sobre el proteccionismo, a causa de esta “necesidad de protección” que tiene la intención de invocar Nicolas Sarkozy?
No me he planteado la cuestión en esos términos. Por el contrario, veo venir una campaña muy dura, lo que podría permitir a la izquierda convertirse de nuevo en izquierda. Podemos ver desaparecer una determinada fantasía (la izquierda de la izquierda, el trotskismo, etc.) en favor de una reconfiguración impulsada por una disciplina poco habitual.
Enfrente, la derecha existe –más allá de la insignificancia de Nicolas Sarkozy– mediante dos componentes de su electorado que se han aproximado muchísimo: la UMP (Union pour un mouvement populaire) y el FN (Front National). La porosidad es ahora obvia.
Espero pues un choque frontal en el plano ideológico, con una izquierda obligada a asumirse, a causa de la crisis, el colapso de la legitimidad librecambista “europeísta” o la quiebra de las clases dominantes. Esta izquierda, obligada a ser más ofensiva, deberá designar al verdadero enemigo: la nueva oligarquía, el nuevo sistema de poder, las nuevas relaciones de clase.
Esta izquierda francesa deberá, por necesidad, abandonar su bendita aquiescencia social-liberal, ante una derecha que no tiene nada que ofrecer y que, por consiguiente, hará uso de temas como la identidad nacional, el Islam o los árabes. Esta derecha, estrechamente relacionada con lo que antes se llamaba “el gran capital financiero”, esta derecha de tipo Fouquet, en pocas palabras, hará populismo, aprovechará los temores y el envejecimiento de un electorado francés que nunca ha sido tan mayor.
Así que, es verdad, en la confusión es posible que Nicolas Sarkozy pida a su charlatán jefe, Henri Guaino, que le escriba sus trolas habituales de última hora sobre el proteccionismo. Ya lo instrumentó en 2007, como antes en beneficio de Jacques Chirac. Bastará con recordar estos precedentes para hacer frente a este engaño sobre la mercancía. Pero tal vez tenga usted razón, probablemente haya alguien ya colocado ya en la parrilla de salida, listo para contar cualquier cosa.
¿No teme que Sarkozy se las arregle para presentarse como barrera de contención?
Pero si lleva ya así cinco años, ¡ha dicho ya todo sin hacer nada! Pero, el electorado lo entiende, a pesar de los medios de comunicación que mantiene el dinero. Todavía estamos en una fase en la que el establishment comunicativo-periodístico se embriaga en su propio aislamiento: con el pretexto de la política sólo se oye a expertos que hablan entre sí.
Pronto aparecerá en las encuestas el voto popular, que todavía representa el 50% de la población votante. Estas personas entienden lo que va mal, en la derecha como en la izquierda. Saben ya que las declaraciones del presidente sobre su “protección” resultarán sólo un juego de manos. Para ellos, Sarkozy es el hombre que ha visitado las fábricas asegurando que las salvaría, sin hacerlo.
Este electorado –y espero no comportarme aquí como el establishment al hablar en lugar de la gente– ha interiorizado profundamente la impotencia de Sarkozy. Éste no ha podido echar a Fillon, lo que cualquier otro presidente de la V República nunca habría soportado; y se ha visto obligado a recuperar a Juppé, lo que le priva de la totalidad de la política exterior, ese supuesto “ámbito reservado”.
He ahí a alguien que siempre se presenta como un carácter fuerte. Sin embargo es vacilante, esa es su realidad psicológica. Se ubica en un modelo jerárquico: se muestra fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Se somete a los poderosos (los Estados Unidos, China, Alemania) y se dedica a repartir collejas a los niños de los suburbios o a los gitanos. Estoy convencido de que la gente lo sabe.
Además, acaba de producirse una ruptura ideológica. Me han sacudido durante más de una década sobre el tema del proteccionismo europeo: decían que lo único que hacía era el juego al Front National. ¡Y por fin llegaron las primarias socialistas! Arnaud Montebourg, que comprendió antes que yo –puesto que ya pedía una fiscalidad europea sobre determinados productos en 1997, cuando lo entendí en 1999– tuvo éxito entre las clases medias (el electorado de estas primarias). No sabemos todavía cuál será el eco de su voz en los círculos populares.
Es demasiado tarde para Nicolas Sarkozy: el tema de la protección económica no puede ser manejado por la derecha. Está ahí, anclado a la izquierda. No suficientemente, sin duda, pero puede resonar de manera más amplia debido a la crisis. El tímido concepto de “comercio justo” discutido en el PS está superado. En cuanto a los bancos y la deuda pública –por no mencionar al euro– será necesaria una toma de control por el Estado para evitar el pánico. Ahora bien, es precisamente ahí donde se halla el subconsciente de la izquierda...
“Estamos en un momento de duda histórica”
¿Y con el FN emboscado?
Es cierto que el FN está sin duda alto en las encuestas y todavía puede estarlo más. Pero por fin hay una oportunidad de verlo tragado por la izquierda vigorizada. Todo depende de la campaña que lleve el PS: estamos en un momento de duda histórica.
Así que hay esperanza, aun cuando nos estemos moviendo hacia algo muy duro y angustioso. Anteriormente, sólo podíamos esperar un vencedor derechista de las elecciones, más o menos civilizado, o bien un socialista que continuara haciendo lo mismo. Ya no estamos en esa continuidad: o vamos a peor o claramente a mejor.
¿Cree usted en una ruptura?
Será inevitable que haya ruptura. Si Nicolas Sarkozy fuera reelegido, después de lo que ha hecho, Francia ya no sería Francia. No volvería a levantarse después de un segundo mandato de un presidente así, que persigue chivos expiatorios en pleno caos económico. Dada su imagen en el mundo, los franceses pagarían un alto precio: si votasen mal serían castigados por la Historia.
Sin embargo, Francia puede volver a surgir como el país de la igualdad, capaz de utilizar el Estado de manera original para someter a los poderes financieros. Recordemos que las consecuencias de la crisis de 1929: cuando Alemania producía a Hitler, Gran Bretaña a sus conservadores asténicos y Estados Unidos a Roosevelt: Francia elegía al Frente Popular.
¿Ve usted una tensión entre el capitalismo que tiende a su autodestrucción y la Europa que se está moviendo, después de todo, hacia su autoconstrucción?
Veo en realidad otra cosa. El campo de fuerzas es difícil de analizar, sólo vemos lo que es común en el mundo desarrollado: el aumento de la desigualdad y los fenómenos de dominación. Entre los anglosajones, las libertades individuales están fijadas indisolublemente al individuo. Pero en Europa continental, existen manifestaciones de autoridad política y de burocratización. En la zona del euro, o más bien en sus partes más débiles (es decir, toda ella excepto Alemania), nos enfrentamos a una forma de hibridación: se nombra a funcionarios, por la presión de Berlín, para levantar las finanzas públicas después de haber trabajado para Goldman Sachs. Se encuentran en la intersección de dos áreas de dominación.
Sin embargo, Francia navega sin brújula, precisamente en esta intersección, con unas elites de derechas, en la tradición de las católicas de Vichy, muy seducidas por Alemania y los sistemas autoritarios de la Europa continental, mientras que el temperamento de la población francesa está más cercano de los valores de libertad anglosajones. De ahí que haya interesantes tensiones en términos históricos y antropológicos.
En lo que respecta a la integración europea, las fuerzas de la desigualdad y la dominación están en una especie embriaguez terminal: imposición de un servicio frenético de la deuda pública, ansia de privatizaciones, sed de austeridad. En resumen, ¡más de lo mismo! Como si las élites que enarbolan este discurso estuvieran cegadas por unos dioses empeñados en su perdición: estamos empantanados en la tragedia de la Historia.
Sin embargo, esta vuelta a la tragedia tiene lugar en nuestro caso de un modo senil, debido a nuestra pirámide de edades. Es por esta razón que no se ve una juventud europea que invada masivamente el espacio público, como en los países árabes.
¿Qué pasa con la democracia en Europa?
Podemos descubrir la superchería siguiente: los valores europeos se suponía que se encarnaban en un espacio de democracia liberal en el que se había renunciado a las relaciones de poder entre las naciones, tratadas éstas en un plano de igualdad, independientemente de su poder. Era una ficción. Sabíamos que Luxemburgo no tenía efectivamente nada que decir, por supuesto. Sin embargo, Bélgica, por ejemplo, en realidad tenía voz.
Ahora bien, Europa se ha convertido ya en lo contrario de este mito fundador: ¿igualdad?, estamos ante un sistema jerárquico demente: débiles y fuertes (con un fuerte absoluto: Alemania). Los débiles sólo pueden seguir el paso, privados de su sistema democrático, mientras surge un nuevo personal venido de Bruselas, Frankfurt y Berlín –los tres polos del sistema de dominación– entre los aplausos de París, convertido en sucursal responsable de la claque.
“Ya no hay relaciones de igualdad en Europa”
Así pues, ¿de nuevo Alemania como enemigo?
Sé todo lo que Alemania trajo a Europa antes de los nazis, empezando por la Reforma protestante y la alfabetización masiva. Este país descansa sobre una cultura particular, de raíz familiar; un sistema de heredero único, un poco autoritario. De ahí su eficiencia industrial, su posición dominante en Europa, pero también su rigidez mental. Alemania siempre ha perdido la cabeza cuando se ha hallado en una posición dominante. Particularmente bajo Guillermo II, antes de la Primera Guerra Mundial, cuando, escapando a la razón de Bismarck, se encontró en situación hegemónica. La situación actual está más cerca de este período de Guillermo II que de la secuencia nazi.
Ahora bien, esta embriaguez de poder sería más fácil de controlar si los dirigentes políticos franceses fuesen normales: Alemania es vieja, con 80 millones de personas con dificultades para renovarse; ya no está en una cultura total; su industria, en promedio, aunque hiperexportadora, por supuesto, está lejos del nivel de Japón, técnicamente hablando. En resumen, sería fácil hacerla entrar de nuevo en razón. Sin embargo, la neurosis de las clases dominantes francesas las lleva a arrodillarse.
Esta incapacidad para poner a Berlín en su lugar, por parte de un presidente de la República aquejado de enanismo político e incapaz de enfrentarse a Angela Merkel, mantiene a Alemania en su delirio. Delirio al que se responde con una increíble hostilidad contra Berlín en todo el continente.
Acabamos de asistir, en Grecia e Italia, a una prohibición del referéndum y a la deposición de jefes de gobierno.
Los países a los que se les acaba de marcar el paso –Grecia e Italia, y pronto España y Portugal– son países cuyas tradiciones democráticas resultan ser recientes y frágiles. Europa, que se suponía que era el continente de la democracia liberal, se ha convertido en una máquina que la ha quebrado precisamente en unas regiones en las que acababa de nacer.
Al parecer Alemania, que da el tono, tiene una democracia más sana que Francia: los sindicatos obreros siguen siendo representativos, el extremismo político es menos evidente que en otras partes y todo parece ir mejor. Angela Merkel no aparece ante los ojos del mundo y de su gente como un problema grave para la democracia, a diferencia del actual presidente de la República Francesa.
Sin embargo, si nos fijamos en la superpotencia económica alemana en el espacio europeo, descubriremos que lo consiguió mediante una política egoísta, con la deslocalización de los productos intermedios a Europa del Este, fuera de la zona euro. Al otro lado del Rin ha habido, desde hace años, un bloqueo y una baja de los salarios más bajos apoyándose en los mecanismos autoritarios de la cultura alemana en favor de una política de exportación hacia la zona del euro, donde Berlín consigue sus mayores superávit comerciales.
Una política de este tipo, llevada a cabo contra sus socios, fue realizada de principio a fin por coaliciones, a menudo incluyendo el SPD, lo que pone en cuestión en última instancia el principio de una alternativa real.
Así surge una pregunta en forma de cruel regreso de la historia: ¿no será Alemania el factor central de la degeneración de la democracia en el sistema europeo?
¡Las multitudes, desde Atenas a Madrid, ya invocan el IV Reich!
El hartazgo se expresa mediante expresiones exageradas. Pero si nadie dice realmente lo que está sucediendo, los oprimidos tienen la impresión de ser negados. Las cosas no se dicen al nivel adecuado, ya que Nicolas Sarkozy carga contra todo. Así que ya no hay relaciones igualitarias en Europa.
Los alemanes no son en sí arrogantes. Han echado mucho las culpas sobre la gestión del Banco Central. Por supuesto, para este país con una visión muy poco igualitaria, la “comunitarización” de la deuda parece un obstáculo insalvable. Sin embargo habría sido posible someterlo cuando aún era tiempo.
El día que caiga el euro se dirá que una clase gobernante ha quedado deslegitimada. ¡Y por un precio inferior al de 1940! ¡Sin gastos militares! Por último, yo podría ofrecerle una historia risueña de Francia, no de inmediato pero sí un año después de la caída del euro, mientras que los alemanes no podrán hacer frente a este acontecimiento con tanta facilidad.
“¡El “eurototalitarismo”, en sentido monetario!”
¿Cree usted en una Europa sin euro?
Soy un apasionado, culturalmente, de Europa. Ahora bien, la moneda única, que vemos en la actualidad, y que produce una frustración en el continente, era, desde el principio, la negación de Europa. Así que yo estuve en contra, en un primer momento. Acabé por aceptarlo, convencido de que Europa sólo podía salvarse si pasaba al proteccionismo.
El libre comercio, que se nos vende como un comercio suave entre las naciones, es en realidad una declaración de guerra económica de todos contra todos. Crea este estado de selva, de relaciones de fuerza que están destruyendo Europa. Conduce a una jerarquización de naciones en función de su situación económica.
En principio, en el momento actual, yo optaría por ir a un rescate del euro por medio del proteccionismo europeo. Por lo tanto, sería preciso que Francia tuviera el coraje de negociar la solución con Alemania. Debemos crear las condiciones para una recuperación de la demanda en todo el continente, y para dejar de echarnos el uno sobre el otro. Europa volvería a ser lo que ha dejado de ser: una carta ganadora. Lo que aparece hoy como una debilidad desestructurante, la diversidad antropológica, recuperaría su vigor en un contexto global protegido.
Sin embargo, al ritmo que va esta crisis financiera, monetaria y económica, con una recesión programada por los planes de austeridad, veo perfilarse una salida preventiva del euro. Doy en este punto la razón al economista Jacques Sapir. Los alemanes se verían entonces obligados a aceptar una reestructuración integral, así como el proteccionismo europeo.
Pero estamos asistiendo a una ausencia de debate económico. Están pregonando que no hay alternativa. Esta actitud de negación de las posibles soluciones traiciona la fosilización mental del Viejo Continente. Los expertos gritan a voz en cuello, como en un coro de ancianos: “¡No es posible!”
Da miedo ver que un discurso totalitario impone la negación de la vida, de la realidad, de la Historia, de la capacidad de influir en las cosas. Tuvimos la sumisión a la raza con el nazismo, la sumisión a una doxá llamada socialista con las democracias populares; ahora hay una sumisión a los planes de austeridad, que conducen mecánicamente a la regresión.
He aquí una patología mental digna de las que condujeron al totalitarismo. El totalitarismo se basaba en sociedades en las que la juventud era todavía el resorte. Ahora, nosotros lo estamos reproduciendo en su versión decrépita: el eurototalitarismo, en el sentido monetario.
¿Vamos hacia una economía de guerra en suelo europeo, mientras que el equilibrio del terror parece haber pasado del ámbito nuclear al ámbito financiero?
Las amenazas de guerra forman parte de la panoplia agitada por el sistema. Si hay algo que no amenaza a este continente agotado es la guerra. Nadie nos va a invadir. El peligro viene del descenso del nivel de vida, del colapso de los sistemas educativos o de la destrucción de los servicios públicos.
Sin embargo, los regímenes autoritarios son posibles. Especialmente en Francia, donde la combinación de valores liberales e igualitarios en tensión pueden llevar al “bonapartismo”. Si la disminución de los niveles de vida se acelera y la izquierda no es capaz de ofrecer una alternativa y recuperar el control del sistema financiero y la reestructuración de Europa, si la derecha se mantiene en el poder, vamos a ir sin duda hacia un régimen autoritario.
Todas las decisiones del actual presidente de la República se inscriben en la creación de dicho plan. Esto va desde el control de la información a la voluntad de fusionar la policía y la gendarmería, mientras que estos dos cuerpos separados de mantenimiento del orden –en la gran tradición republicana– demuestran ser una de las garantías de la democracia.
Así pues, tendríamos la dictadura sin la guerra. Algo es algo, ¿no le parece?
¿Los indignados es lo que queda cuando todo se ha perdido?
Los indignados son pocos en nuestras sociedades europeas, donde la edad media está en la cuarentena (40 años en Francia, 44 en Alemania), y donde el estado de fragmentación de la estructura social dificulta la acción colectiva. No creo en el poder de las fuerzas de protesta. Necesitamos tomas de conciencia fuertes y no un cambio general y revolucionario. Estoy a favor de un regreso de las elites a la razón, no de su derrocamiento.
No tengo nada en contra de las élites, pero no puedo soportar que traicionen su misión. La lucha de clases existe y me parece parcialmente resoluble mediante la negociación. Siempre habrá clases altas, pero éstas me resultan intolerables cuando se vuelven locas e irresponsables. Las grandes democracias se basan en un sistema en el que una parte de las élites aceptó un contrato así, hasta el punto de ponerse al lado del pueblo. Sin embargo, ahora tenemos unos oligarcas furiosos que responden a la definición de un marxismo de caricatura.
Tengo una conciencia igualitaria de pequeño burgués de izquierda y tengo apego a una forma de moral social, lo cual no hace de mí un revolucionario.
Su retórica encendida habla sin embargo de cambio...
Sí, expreso con mucha violencia ideas muy moderadas.
Fuente: http://www.mediapart.fr/article/offert/c0f3881a39acaa0774cfc36eadf74bde
rCR
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