La crisis del capitalismo financiero surgida en los últimos treinta años tiene su reflejo en la relación entre capital y trabajo que marcó el fin del régimen fordista de acumulación y la transición a un capitalismo caracterizado por la centralidad de la renta con respecto a las variables “reales", es decir, salario, precio y ganancia. La financiarización de la economía iniciada en los años setenta con la desregulación de los mercados de divisas que siguió a la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods, desarrolla la desregulación de los mercados financieros con el surgimiento de los mercados de obligaciones a los que los Estados están recurriendo para financiar su propia deuda pública, se expande posteriormente a fines de los años ochenta con el desarrollo de los mercados de productos derivados y, a mediados de los noventa hasta hoy, con la globalización de los mercados monetarios y financieros. "Pero lo más impresionante –escribe François Morin en su ¿Un mundo sin Wall Street?- es, sin duda, la rapidez con la que los mercados de cobertura se han desarrollado.
En 1987, el volumen de cambio sobre los mercados de opciones era de 1,7 T$, mientras que a finales de 2009 había alcanzado los 426,7 T$. Si se exceptúan los CDS que han pasado de 0,9 T$ en 2001 a 62,1 T$ en 2007, para luego caer a 30,4 T$ en 2009, esta fulgurante expansión no ha sido detenida por la crisis". La creación de liquidez, en otras palabras, es prácticamente ilimitada y alimenta un mercado financiero donde los riesgos asociados a los más diversos productos están todos relacionados entre sí, dando lugar a procesos infecciosos que mantienen una burbuja tras otra, de la burbuja internet a la burbuja de las subprime, pasando a la de la deuda soberana.
Está en la naturaleza de los mercados financieros el ser intrínsecamente inestables, sujetos a procesos autorreferenciales, de tal manera que el aumento del precio de un activo financiero no causa la reducción de su demanda, sino todo lo contrario su posterior aumento, facilitado por el acceso al crédito. La autonomía de las finanzas de la economía real es la otra cara de la autonomía del capital en la relación directa entre capital y trabajo asalariado, aquel proceso en que el capital coloniza siempre nuevas "tierras vírgenes", subsumiendo primero el trabajo asalariado a las finanzas y a la deuda, y después los bienes comunes de toda la población a través de la privatización de la deuda pública y, por último, la soberanía misma de los Estados. Es un proceso sincopado, que se expande y se contrae alternativamente, que en las últimas décadas ha visto la bifurcación entre las tasas de beneficio y las tasas de acumulación, las primeras en constante aumento y las segundas estancadas, si no en regresión.
El aumento de los beneficios se efectúa a través de recortes en los salarios y el empleo, la flexibilización del trabajo y la externalización de los procesos de extracción/apropiación del valor producido en la esfera de la circulación de capital. En este movimiento de expansión del capital, los bienes comunes son "cercados", es decir, privatizados, generando la marginación y la pobreza. La acumulación de capital se realiza por medio de la exclusión, de la explotación no remunerada de la vida, de la "desocupación activa". Se realiza a través de la generalización de las relaciones de deuda/crédito para todo el ciclo de la vida del capital y de la fuerza de trabajo. De hecho, como ha escrito Maurizio Lazzarato, el capitalismo financiero es una auténtica "fábrica del hombre endeudado".
Los márgenes de reforma en la actual configuración del capitalismo financiero, de reglamentación de los mercados, de reestructuración de la deuda privada y soberana, son extremadamente reducidos. De hecho, la reivindicación del “derecho a la insolvencia" tiene sentido como objetivo para salir del capitalismo, como un proceso de insubordinación desde abajo, que debe encontrar las formas de auto-determinación en sí mismo. Está en juego no la caída de un país u otro, dado que la financiarización ha alcanzado ya tal nivel de interdependencia que hace casi imposible cualquier reducción de la deuda sin efectos devastadores para todos, sino la constitución de un contrapoder constituyente dentro de los procesos de movilización social.
Traducido por nemoniente
Original: http://www.alfabeta2.it/2011/
Fuente: https://n-1.cc/pg/blog/read/
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