Políticas económicas después de la muerte del neoliberalismo
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El sistema económico internacional que tomó forma después del colapso de la Unión Soviética todavía no está muerto, pero se está muriendo. Lo vemos diariamente, no solo en los informes sobre la crisis sino también en otras noticias en todo el mundo que cuentan la misma historia: el sistema no funciona.
La verdad es que el sistema nunca ha funcionado para los pobres y las clases trabajadoras. No fue diseñado para ello por mucho que nos digan sus propagandistas y unos cuantos intelectuales corruptos. El sistema funcionó para las élites; generó una enorme redistribución de riqueza y poder a favor de los ya ricos y poderosos, a favor de la burguesía. Pero ahora ya no les sirve ni siquiera a ellos. Aunque las élites no sean lo suficientemente valientes para admitirlo el sistema debe transformarse.
Se trata de una verdadera crisis sistémica, si no del capitalismo por lo menos de su forma neoliberal. Y esta crisis no podrá ser superada hasta que el neoliberalismo no sea eliminado. Que ello suponga también el fin del capitalismo depende de la escala de las luchas globales y de sus resultados.
El sistema neoliberal se ha basado en la explotación de la mano de obra barata. Esta carrera hacia abajo tuvo como consecuencia, primero la pérdida de trabajos en Europa, pero en seguida fueron sus víctimas los trabajadores de América Latina, Africa del Norte e incluso Asia. Muchos trabajos industriales se trasladaron a China; de hecho, el crecimiento de China ha golpeado más fuertemente al potencial de desarrollo de la periferia del mundo capitalista que al núcleo del sistema. Europa ya no pierde tantos puestos de trabajo a favor de China, pero sí los países latinoamericanos. En muchos sentidos, las revoluciones árabes del 2011 fueron provocadas por esta lógica de crecimiento sin desarrollo: se eliminaron las oportunidades reales para crear buenos empleos industriales.
La transformación en economías de servicios y finanzas no ha tenido lugar solamente en los países centrales sino también en la periferia. Es más, no ha tenido nada que ver con las nuevas tecnologías. Ha sido el resultado de la destrucción del estado del bienestar, de la creciente debilidad de los mercados internos y del desplazamiento hacia el trabajo barato, lo que de hecho ha bloqueado la innovación tecnológica y el desarrollo en el campo de la producción.
La innovación de la que oímos hablar actualmente raramente tiene que ver con la producción de bienes. Se trata principalmente de consumo; la mayoría de los “productos revolucionarios e innovadores” que encontramos no son en absoluto nuevos, sino que son tan solo formas de vendernos versiones diferentes de los mismos bienes con el subterfugio de que son nuevos y forzándonos a remplazar a los antiguos. Los consumidores y el sentido común se resisten a esta absurdidad, ralentizando así la economía global que no puede avanzar sin ello.
La llamada financiarización del capitalismo global no es la causa de la crisis actual, sino que en sí misma equivale a una secuencia en cambios mucho más importantes – la degeneración y eliminación del estado del bienestar, con el acompañamiento inevitable de salarios más bajos y mercados internos más débiles. La importancia creciente de los mercados internacionales y globales es inseparable del estancamiento y el declive de sus contrapartes nacionales.
Actualmente, sin embargo, estamos llegando al punto en que este declive interno hace imposible la continuación del crecimiento global. Sin cambios radicales en los modelos sociales y económicos, incluyendo la reconstrucción del estado del bienestar, será imposible desplazar las estrategias de producción y desarrollo hacia los mercados internos, incluso si, técnicamente hablando, existen los recursos necesarios para ello. Incluso en China pronto quedará claro que los mercados internos no “despegan” sin llevar a cabo reformas sociales y una redistribución masiva de la riqueza.
Ha llegado el momento, por lo tanto, de volver la página y reorientar las estrategias de desarrollo hacia la producción, hacia un trabajo más cualificado y más bien pagado, hacia la reindustrialización y hacia programas sociales y un nuevo estado del bienestar. Pero para ello hay que destruir las instituciones políticas y económicas del neoliberalismo, lo mismo que el neoliberalismo ha destruido antes las instituciones democráticas y comunistas del antiguo Sozialstaat (estado social). ¿Puede conseguirse sin revoluciones? Quizás en algunos casos, pero solo en el contexto de revoluciones en alguna otra parte, algo así como la forma en que la social democracia escandinava se benefició de la Revolución rusa en 1917.
No se puede volver al modelo keynesiano de los años 1950 y 60. No solamente porque las tecnologías y las estructuras sociales han cambiado, aparte de que el keynesianismo tiene aspectos negativos que ahora entendemos mucho mejor. La razón clave es que el estado del bienestar occidental de las décadas pasadas se mantuvo a sí mismo en los llamados países capitalistas avanzados usando recursos extraídos de la periferia. Además, la democracia estuvo reservada como un lujo para el llamado Primer Mundo desarrollado, con la única, notable y duradera excepción de la India. Durante algún tiempo el modelo de estado de bienestar soviético también se comportó pasablemente bien, sin explotar a la periferia, pero también sin democracia en su centro. En muchos sentidos esta falta de democracia preparó el terreno a la derrota de la URSS en la Guerra Fría y al colapso soviético.
Nos encontramos ahora ante la enorme tarea de crear un nuevo modelo de estado del bienestar que no solamente incluya la democracia como elemento de funcionamiento interno sino que esté basado, además, en la extensión de las prácticas democráticas más allá de la política, a las esferas económica y social. Este modelo no puede depender del actual sistema mundial jerárquico de estados ricos y pobres, es más, tiene que actuar como un medio para superarlo.
¿Es factible esta tarea? Creo que sí, a largo plazo, aunque solo a través de un proceso revolucionario que tiene que llevarse a cabo a escala internacional. Este proceso acaba solamente de empezar y estamos ahora en su primera fase.
Mientras tanto, la necesidad de políticas económicas nuevas es urgente. ¿Cuáles son las prioridades a corto plazo por las que, en tanto que izquierdas, deberíamos luchar? La primera necesidad es un desarrollo complejo, que cree trabajos productivos, oportunidades culturales, posibilidades de educación e investigación, así como vivienda e infraestructuras. Todos estos elementos deben estar interconectados y la gente implicada (desde los profesionales técnicos hasta los consumidores y residentes locales) debe ser informada, consultada e implicada en la planificación. Se pueden utilizar algunos elementos de planificación tecnocrática – hay cosas que no pueden hacerse espontáneamente – pero estos elementos deben enfrentarse al test de la discusión y el control democráticos. Los profesionales son necesarios, pero los buenos profesionales reciben su liderazgo del público; los malos profesionales son los que tratan de decir al público lo que hay que hacer, luego ignoran las dudas y las protestas del público cuando no consiguen convencerlo.
Otro aspecto de la nueva política tiene que ser la reconstrucción y el desarrollo de los mercados internos. Puede hacerse sin proteccionismo, pero ¿qué tiene de malo? El proteccionismo tiene malos resultados cuando sirve a los intereses egoístas de las élites locales frente a los competidores extranjeros, pero no hay ninguna razón para no poder proteger nuestro bienestar y nuestros bienes públicos frente a las tentativas de arrebatárnoslos. Cuando los productos son baratos debido a la sobreexplotación del trabajo y del medioambiente, tenemos derecho a cerrar nuestros mercados a estos bienes, ayudando así a la mejora de los estándares de trabajo y al medioambiente general. Sin embargo, el desarrollo de los mercados internos no debería basarse en un consumismo renovado; la mayor parte de la nueva demanda debería estar generada por las necesidades y el consumo colectivos. Se necesita un buen transporte público y vivienda accesible, así como acceso universal a internet financiado públicamente, programas culturales y desarrollo e investigación científica orientados hacia las necesidades populares como la salud y la descontaminación del medioambiente. Por último, se necesita nueva infraestructura para el suministro de energía, agua y comunicaciones.
Estas son las nuevas demandas que harán avanzar la economía con mucha más fuerza que el consumo individual.
Finalmente, no podemos tener una nueva economía sin un nuevo sector público. La mayoría de las privatizaciones de las últimas décadas han resultado ser un fracaso, algo que actualmente está ampliamente aceptado por el público, los expertos e incluso los media. Las élites ricas se ven actualmente obligadas a reconocer que la privatización no ha funcionado, pero por razones obvias no quieren hacer marcha atrás. Por lo tanto, el trabajo de hacer marcha atrás nos corresponde a nosotros. De todas formas se necesita mucho más que simplemente devolver numerosas compañías a la propiedad pública. Debemos reestructurar estas compañías interconectando sus tecnologías, prácticas y conocimientos. Todos estos elementos deben ser integrados para servir a las necesidades del desarrollo, y la gestión debe ser democratizada.
Necesitamos un nuevo modelo de empresa pública basada en la apertura, en la eliminación de barreras dentro del sector público y en nuevos criterios de eficiencia que incluyan la contribución al desarrollo social. Tenemos que socializar el sistema bancario, suprimiendo la especulación financiera y alentando la inversión y proporcionando micro-créditos a las pequeñas empresas, a los municipios, a la creación de empleo y a la experimentación tecnológica a nivel local. La energía y los transportes deben convertirse en servicios públicos, lo mismo que la sanidad y la educación y gran parte de la producción orientada a estos sectores debe ser llevada a cabo también por la empresa pública. Ello debería formar parte de un esfuerzo general para conseguir una mayor interacción e integración. Productores, usuarios y consumidores deben cooperar directamente a través de redes públicas.
Que algo sea público no quiere decir automáticamente que pertenezca al estado. Sin embargo, la propiedad pública se crea a través de la propiedad estatal y si hay que nacionalizar (no hay otra manera de crear un nuevo sector publico) hay que transformar el Estado. Los neoliberales hablan largo y tendido sobre los peligros de la burocracia y sobre la corrupción oficial, pero en el mundo de la privatización absoluta las toleran alegremente. Es más, en muchos sentidos están interesados en que el estado sea ineficiente y corrupto para así disuadir al público de querer expandirlo a través de la socialización de la propiedad privada. Así se explica que después de tres décadas de neoliberalismo en Occidente, y dos décadas en otras partes, no haya decrecido el nivel de corrupción ni el número de escándalos ni el ejército de burócratas frecuentemente incompetentes. Por el contrario, han crecido en todas partes, incluso en los países europeos que están orgullosos de sus tradiciones democráticas y de su eficiencia. Hay que descentralizar el Estado, democratizarlo y hacerlo más abierto al público. Deberíamos acordarnos de lo que Lenin dijo de los soviets en 1905 y 1917. Necesitamos organismos directamente implicados con la población. La democracia parlamentaria es buena, pero no es suficiente, necesitamos instituciones de democracia directa.
Finalmente, necesitamos integración regional, que no tiene que ver con abrir mercados para corporaciones occidentales decididas a vendernos mercancías chinas. Se trata de proteger colectivamente el desarrollo industrial e introducir estándares de educación que correspondan a las necesidades de la región. Tiene que ver con la ciencia, orientada a esas mismas necesidades locales, con el desarrollo de nuevas tecnologías que sean baratas, fáciles de usar y adaptadas a un tipo particular de entorno. Tiene que ver con crear mercados para las industrias locales y en el proceso, no solo abrir el camino a la industrialización y reindustrialización, sino también vincularlas al desarrollo humano. Tiene que ver con la integración de los sistemas de transporte. Tiene que ver con la abolición colectiva del absurdo sistema de propiedad intelectual que nos imponen las corporaciones multinacionales, al mismo tiempo que nos pronunciamos contra esas corporaciones con una voz unida. No tiene que ver con la abolición de la soberanía nacional, como ha tratado de hacer la Unión Europea, sino de fortalecerla mediante instituciones internacionales representativas responsables ante el público.
Las revoluciones árabes que actualmente estremecen al mundo ofrecen una oportunidad para dirigir la región y toda la humanidad hacia el cambio democrático, lo que a largo plazo nos conducirá a la superación del capitalismo. Esas revoluciones tienen que plantear los temas de integración regional y depolíticas económicas orientadas hacia intereses sociales. Pero las revoluciones también pueden fracasar y ser derrotadas. La lucha para hacer revoluciones y defenderlas tiene lugar en un ámbito nacional, pero en su significado es verdaderamente internacional. Para comenzar una revolución, pueden bastar la cólera popular y la voluntad de cambio, pero para que triunfe, es esencial una fuerza política seria. La izquierda en los países árabes se enfrenta a la tarea de unirse y de ayudar a construir dicha fuerza, no solo como un modo de contribuir a la transformación del mundo árabe, sino para ayudar a cambiar el mundo en su conjunto.
Boris Kagarlitsky es investigador asociado de Transnational Institute y director del Instituto de Globalización y Movimientos Sociales de Moscú. Este trabajo se presentará en una conferencia en Ramala, Palestina ocupada, el 20 de diciembre para discutir políticas económicas alternativas, organizada por el Centro Palestino por la Paz y la Democracia.
Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Maria Garriga
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4569
La verdad es que el sistema nunca ha funcionado para los pobres y las clases trabajadoras. No fue diseñado para ello por mucho que nos digan sus propagandistas y unos cuantos intelectuales corruptos. El sistema funcionó para las élites; generó una enorme redistribución de riqueza y poder a favor de los ya ricos y poderosos, a favor de la burguesía. Pero ahora ya no les sirve ni siquiera a ellos. Aunque las élites no sean lo suficientemente valientes para admitirlo el sistema debe transformarse.
Se trata de una verdadera crisis sistémica, si no del capitalismo por lo menos de su forma neoliberal. Y esta crisis no podrá ser superada hasta que el neoliberalismo no sea eliminado. Que ello suponga también el fin del capitalismo depende de la escala de las luchas globales y de sus resultados.
El sistema neoliberal se ha basado en la explotación de la mano de obra barata. Esta carrera hacia abajo tuvo como consecuencia, primero la pérdida de trabajos en Europa, pero en seguida fueron sus víctimas los trabajadores de América Latina, Africa del Norte e incluso Asia. Muchos trabajos industriales se trasladaron a China; de hecho, el crecimiento de China ha golpeado más fuertemente al potencial de desarrollo de la periferia del mundo capitalista que al núcleo del sistema. Europa ya no pierde tantos puestos de trabajo a favor de China, pero sí los países latinoamericanos. En muchos sentidos, las revoluciones árabes del 2011 fueron provocadas por esta lógica de crecimiento sin desarrollo: se eliminaron las oportunidades reales para crear buenos empleos industriales.
La transformación en economías de servicios y finanzas no ha tenido lugar solamente en los países centrales sino también en la periferia. Es más, no ha tenido nada que ver con las nuevas tecnologías. Ha sido el resultado de la destrucción del estado del bienestar, de la creciente debilidad de los mercados internos y del desplazamiento hacia el trabajo barato, lo que de hecho ha bloqueado la innovación tecnológica y el desarrollo en el campo de la producción.
La innovación de la que oímos hablar actualmente raramente tiene que ver con la producción de bienes. Se trata principalmente de consumo; la mayoría de los “productos revolucionarios e innovadores” que encontramos no son en absoluto nuevos, sino que son tan solo formas de vendernos versiones diferentes de los mismos bienes con el subterfugio de que son nuevos y forzándonos a remplazar a los antiguos. Los consumidores y el sentido común se resisten a esta absurdidad, ralentizando así la economía global que no puede avanzar sin ello.
La llamada financiarización del capitalismo global no es la causa de la crisis actual, sino que en sí misma equivale a una secuencia en cambios mucho más importantes – la degeneración y eliminación del estado del bienestar, con el acompañamiento inevitable de salarios más bajos y mercados internos más débiles. La importancia creciente de los mercados internacionales y globales es inseparable del estancamiento y el declive de sus contrapartes nacionales.
Actualmente, sin embargo, estamos llegando al punto en que este declive interno hace imposible la continuación del crecimiento global. Sin cambios radicales en los modelos sociales y económicos, incluyendo la reconstrucción del estado del bienestar, será imposible desplazar las estrategias de producción y desarrollo hacia los mercados internos, incluso si, técnicamente hablando, existen los recursos necesarios para ello. Incluso en China pronto quedará claro que los mercados internos no “despegan” sin llevar a cabo reformas sociales y una redistribución masiva de la riqueza.
Ha llegado el momento, por lo tanto, de volver la página y reorientar las estrategias de desarrollo hacia la producción, hacia un trabajo más cualificado y más bien pagado, hacia la reindustrialización y hacia programas sociales y un nuevo estado del bienestar. Pero para ello hay que destruir las instituciones políticas y económicas del neoliberalismo, lo mismo que el neoliberalismo ha destruido antes las instituciones democráticas y comunistas del antiguo Sozialstaat (estado social). ¿Puede conseguirse sin revoluciones? Quizás en algunos casos, pero solo en el contexto de revoluciones en alguna otra parte, algo así como la forma en que la social democracia escandinava se benefició de la Revolución rusa en 1917.
No se puede volver al modelo keynesiano de los años 1950 y 60. No solamente porque las tecnologías y las estructuras sociales han cambiado, aparte de que el keynesianismo tiene aspectos negativos que ahora entendemos mucho mejor. La razón clave es que el estado del bienestar occidental de las décadas pasadas se mantuvo a sí mismo en los llamados países capitalistas avanzados usando recursos extraídos de la periferia. Además, la democracia estuvo reservada como un lujo para el llamado Primer Mundo desarrollado, con la única, notable y duradera excepción de la India. Durante algún tiempo el modelo de estado de bienestar soviético también se comportó pasablemente bien, sin explotar a la periferia, pero también sin democracia en su centro. En muchos sentidos esta falta de democracia preparó el terreno a la derrota de la URSS en la Guerra Fría y al colapso soviético.
Nos encontramos ahora ante la enorme tarea de crear un nuevo modelo de estado del bienestar que no solamente incluya la democracia como elemento de funcionamiento interno sino que esté basado, además, en la extensión de las prácticas democráticas más allá de la política, a las esferas económica y social. Este modelo no puede depender del actual sistema mundial jerárquico de estados ricos y pobres, es más, tiene que actuar como un medio para superarlo.
¿Es factible esta tarea? Creo que sí, a largo plazo, aunque solo a través de un proceso revolucionario que tiene que llevarse a cabo a escala internacional. Este proceso acaba solamente de empezar y estamos ahora en su primera fase.
Mientras tanto, la necesidad de políticas económicas nuevas es urgente. ¿Cuáles son las prioridades a corto plazo por las que, en tanto que izquierdas, deberíamos luchar? La primera necesidad es un desarrollo complejo, que cree trabajos productivos, oportunidades culturales, posibilidades de educación e investigación, así como vivienda e infraestructuras. Todos estos elementos deben estar interconectados y la gente implicada (desde los profesionales técnicos hasta los consumidores y residentes locales) debe ser informada, consultada e implicada en la planificación. Se pueden utilizar algunos elementos de planificación tecnocrática – hay cosas que no pueden hacerse espontáneamente – pero estos elementos deben enfrentarse al test de la discusión y el control democráticos. Los profesionales son necesarios, pero los buenos profesionales reciben su liderazgo del público; los malos profesionales son los que tratan de decir al público lo que hay que hacer, luego ignoran las dudas y las protestas del público cuando no consiguen convencerlo.
Otro aspecto de la nueva política tiene que ser la reconstrucción y el desarrollo de los mercados internos. Puede hacerse sin proteccionismo, pero ¿qué tiene de malo? El proteccionismo tiene malos resultados cuando sirve a los intereses egoístas de las élites locales frente a los competidores extranjeros, pero no hay ninguna razón para no poder proteger nuestro bienestar y nuestros bienes públicos frente a las tentativas de arrebatárnoslos. Cuando los productos son baratos debido a la sobreexplotación del trabajo y del medioambiente, tenemos derecho a cerrar nuestros mercados a estos bienes, ayudando así a la mejora de los estándares de trabajo y al medioambiente general. Sin embargo, el desarrollo de los mercados internos no debería basarse en un consumismo renovado; la mayor parte de la nueva demanda debería estar generada por las necesidades y el consumo colectivos. Se necesita un buen transporte público y vivienda accesible, así como acceso universal a internet financiado públicamente, programas culturales y desarrollo e investigación científica orientados hacia las necesidades populares como la salud y la descontaminación del medioambiente. Por último, se necesita nueva infraestructura para el suministro de energía, agua y comunicaciones.
Estas son las nuevas demandas que harán avanzar la economía con mucha más fuerza que el consumo individual.
Finalmente, no podemos tener una nueva economía sin un nuevo sector público. La mayoría de las privatizaciones de las últimas décadas han resultado ser un fracaso, algo que actualmente está ampliamente aceptado por el público, los expertos e incluso los media. Las élites ricas se ven actualmente obligadas a reconocer que la privatización no ha funcionado, pero por razones obvias no quieren hacer marcha atrás. Por lo tanto, el trabajo de hacer marcha atrás nos corresponde a nosotros. De todas formas se necesita mucho más que simplemente devolver numerosas compañías a la propiedad pública. Debemos reestructurar estas compañías interconectando sus tecnologías, prácticas y conocimientos. Todos estos elementos deben ser integrados para servir a las necesidades del desarrollo, y la gestión debe ser democratizada.
Necesitamos un nuevo modelo de empresa pública basada en la apertura, en la eliminación de barreras dentro del sector público y en nuevos criterios de eficiencia que incluyan la contribución al desarrollo social. Tenemos que socializar el sistema bancario, suprimiendo la especulación financiera y alentando la inversión y proporcionando micro-créditos a las pequeñas empresas, a los municipios, a la creación de empleo y a la experimentación tecnológica a nivel local. La energía y los transportes deben convertirse en servicios públicos, lo mismo que la sanidad y la educación y gran parte de la producción orientada a estos sectores debe ser llevada a cabo también por la empresa pública. Ello debería formar parte de un esfuerzo general para conseguir una mayor interacción e integración. Productores, usuarios y consumidores deben cooperar directamente a través de redes públicas.
Que algo sea público no quiere decir automáticamente que pertenezca al estado. Sin embargo, la propiedad pública se crea a través de la propiedad estatal y si hay que nacionalizar (no hay otra manera de crear un nuevo sector publico) hay que transformar el Estado. Los neoliberales hablan largo y tendido sobre los peligros de la burocracia y sobre la corrupción oficial, pero en el mundo de la privatización absoluta las toleran alegremente. Es más, en muchos sentidos están interesados en que el estado sea ineficiente y corrupto para así disuadir al público de querer expandirlo a través de la socialización de la propiedad privada. Así se explica que después de tres décadas de neoliberalismo en Occidente, y dos décadas en otras partes, no haya decrecido el nivel de corrupción ni el número de escándalos ni el ejército de burócratas frecuentemente incompetentes. Por el contrario, han crecido en todas partes, incluso en los países europeos que están orgullosos de sus tradiciones democráticas y de su eficiencia. Hay que descentralizar el Estado, democratizarlo y hacerlo más abierto al público. Deberíamos acordarnos de lo que Lenin dijo de los soviets en 1905 y 1917. Necesitamos organismos directamente implicados con la población. La democracia parlamentaria es buena, pero no es suficiente, necesitamos instituciones de democracia directa.
Finalmente, necesitamos integración regional, que no tiene que ver con abrir mercados para corporaciones occidentales decididas a vendernos mercancías chinas. Se trata de proteger colectivamente el desarrollo industrial e introducir estándares de educación que correspondan a las necesidades de la región. Tiene que ver con la ciencia, orientada a esas mismas necesidades locales, con el desarrollo de nuevas tecnologías que sean baratas, fáciles de usar y adaptadas a un tipo particular de entorno. Tiene que ver con crear mercados para las industrias locales y en el proceso, no solo abrir el camino a la industrialización y reindustrialización, sino también vincularlas al desarrollo humano. Tiene que ver con la integración de los sistemas de transporte. Tiene que ver con la abolición colectiva del absurdo sistema de propiedad intelectual que nos imponen las corporaciones multinacionales, al mismo tiempo que nos pronunciamos contra esas corporaciones con una voz unida. No tiene que ver con la abolición de la soberanía nacional, como ha tratado de hacer la Unión Europea, sino de fortalecerla mediante instituciones internacionales representativas responsables ante el público.
Las revoluciones árabes que actualmente estremecen al mundo ofrecen una oportunidad para dirigir la región y toda la humanidad hacia el cambio democrático, lo que a largo plazo nos conducirá a la superación del capitalismo. Esas revoluciones tienen que plantear los temas de integración regional y depolíticas económicas orientadas hacia intereses sociales. Pero las revoluciones también pueden fracasar y ser derrotadas. La lucha para hacer revoluciones y defenderlas tiene lugar en un ámbito nacional, pero en su significado es verdaderamente internacional. Para comenzar una revolución, pueden bastar la cólera popular y la voluntad de cambio, pero para que triunfe, es esencial una fuerza política seria. La izquierda en los países árabes se enfrenta a la tarea de unirse y de ayudar a construir dicha fuerza, no solo como un modo de contribuir a la transformación del mundo árabe, sino para ayudar a cambiar el mundo en su conjunto.
Boris Kagarlitsky es investigador asociado de Transnational Institute y director del Instituto de Globalización y Movimientos Sociales de Moscú. Este trabajo se presentará en una conferencia en Ramala, Palestina ocupada, el 20 de diciembre para discutir políticas económicas alternativas, organizada por el Centro Palestino por la Paz y la Democracia.
Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Maria Garriga
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4569
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