Rehenes de los poderes facticos, --se afirma-- las naciones-Estado ya no controlan la gestión de los recursos naturales (el agua incluida), las materias primas, la energía, la salud, la política económica y monetaria, mientras la soberanía alimentaria les ha sido arrebatada. También, --destaca Cabal--, la OTAN, el Consejo de seguridad de la ONU, (y añadiría, el sistema imperialista mundial hegemonizado por Estados Unidos) limitan la soberanía de los estados en materia de seguridad y tienden a configurar un ejército mundial único. Se mantiene tajantemente: “Ya no son necesarios los ejércitos nacionales…De hecho existe un proceso silencioso y silenciado de desmantelamiento de las estructuras militares, cada vez más subordinadas a organismos globales”.
En el terreno de la política, se argumenta que “los políticos ya no gobiernan, solo administran, son meros gestores al servicio de las grandes corporaciones que, por otra parte, son quienes financian sus campañas electorales”. En suma, en el artículo mencionado se vaticina: “Vacías de contenido, de competencias efectivas, las naciones-Estado son cáscaras huecas, cadáveres, un emergente poder privado global ha decretado su caducidad y tenderán progresivamente a desaparecer.”
Habiendo sintetizado al máximo las tesis de Cabal por razones de espacio, me propongo hacer algunas acotaciones al respecto. Coincido en muchos de los elementos del diagnóstico en torno a la pérdida de soberanía de algunos Estados (los articulados en forma subalterna en la mundialización capitalista actual), y comparto la direccionalidad crítica anticapitalista del texto, el cual toca un tema trascendente que en el marxismo forma parte de la llamada “cuestión nacional”. Sin embargo, discrepo de varias de sus derivaciones argumentativas.
Las ideas en torno al desmantelamiento del Estado en el capitalismo neoliberal son parcialmente ciertas. Es verdad que todas sus obligaciones sociales (salud, educación, seguridad pública, pensiones, etcétera) --y por ende las instituciones a ellas relacionadas-- se deterioran o privatizan al desaparecer los elementos constitutivos del Estado Benefactor. Sin embargo, con el neoliberalismo se fortifican sus tareas represivas y de control social y, en consecuencia, toman preeminencia política las fuerzas armadas, policiales y de inteligencia. Esto es, la violencia y el autoritarismo --intrínsecos del sistema estatal capitalista-- asumen un papel preponderante. Los Estados nacionales se trasforman lisa y llanamente en guardianes del orden y la reproducción del sistema mundial de explotación al trasnacionalizarse sus clases dominantes. Así, mientras el Estado “desmantela” algunos de sus aparatos, da fuerza a otros.
Particularmente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y como resultado de la llamada “lucha contra el terrorismo” --que ha continuado Obama por otras vías--, se globalizan las condiciones de excepción a partir de las cuales los derechos civiles son virtualmente suspendidos para dar pie a procesos de militarización, control de fronteras, aeropuertos, persecución de población emigrante con y sin documentos, sobre vigilancia de la ciudadanía, detención de personas sin órdenes de arresto, criminalización de las luchas sociales, utilización masiva de la tortura, secuestro de ciudadanos y traslado a prisiones clandestinas, cambios en los marcos jurídicos para introducir el delito de “terrorismo” y otros derivados que en la práctica pueden ser aplicados a un amplio rango de opositores de izquierda y luchadores sociales.
Se instala el llamado terrorismo global de Estado en el que el marco jurídico internacional deja de tener vigencia para dar paso a una extraterritorialidad de reformas jurídicas, programas operativos y prácticas administrativas que facilitan las tareas de los aparatos de inteligencia, militares y paramilitares. En los hechos se da una especie de internacionalización de la represión y control de las oposiciones anticapitalistas, democráticas, nacionalistas o de cualquier otro signo que se manifieste contra Estados Unidos y contra los gobiernos proclives a este nuevo orden mundial. (Ver: Terrorismo made in U. S. A. en las Américas www.terrorfileonline.org)
Por ello, es vital entender el doble espacio de las luchas sociales de nuestro tiempo (en los ámbitos nacionales y mundiales), las transformaciones de los Estados nacionales (que no su desmantelamiento) y el nuevo papel que esos Estados asumen en la lucha de clases contemporánea y, sobre todo, es ineludible identificar el carácter rector que adquiere el imperialismo estadounidense (y sus aliados europeos e Israel) como un permanente interventor y participante activo a favor de sus intereses y los de esas burguesías trasnacionalizadas. Lejos de la desaparición de los ejércitos nacionales, para el caso de América Latina, lo que tenemos es una modernización en todos los órdenes, fortalecimiento de su capacidad de fuego, mayor tecnificación, entrenamiento intensivo en tareas contrainsurgentes, cambio en sus misiones para transformarse en fuerzas de ocupación interna de los pueblos con la justificación ideológica de “la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo”.
Por otra parte, autores como Leopoldo Mármora (El concepto socialista de nación. México: Cuadernos de Pasado y Presente, 1986) y Ana María Rivadeo (Lesa Patria. Nación y globalización. México: UNAM, 2003) han insistido en la naturaleza contradictoria inherente al capitalismo. Rivadeo lo plantea de esta manera: “Así, pues, ya en el concepto simple de capital anida una determinación doble y contradictoria: la tendencia a la universalización y la homogeneización de la vida social en todos sus aspectos, y la tendencia, contrapuesta y simultánea, a la desarticulación y la particularización. De modo tal que la primera se realiza por medio de la segunda: la matriz espacial presupuesta –producida y reproducida—por las relaciones de producción y la división social del trabajo capitalista, enhebra en su seno dos dimensiones: está hecha de cortes, de segmentaciones en serie. De límites y de fronteras; pero, al mismo tiempo, no tiene fin…Así, el espacio moderno es un espacio en el que es posible desplazarse indefinidamente, pero a condición de atravesar separaciones…De ahí que el imperialismo no pueda ser más que inter-nacional, o más exactamente, tras-nacional, y por ende consustancial a la nación…Esta contradicción del capitalismo entre su carácter social-universal, a la vez que privado-individual, condiciona la necesidad del estado nacional burgués.” (Pp. 84-91) Teniendo un sustrato económico que abre las fronteras nacionales al capital transnacional, particularmente a su fracción financiera especulativa, para garantizarle condiciones óptimas de rentabilidad, la mundialización capitalista neoliberal se manifiesta en todos los espacios políticos, ideológicos y culturales de nuestras sociedades por medio de la intervención permanente y decisiva del Estado.
En este contexto, se da una doble determinación, por un lado, la explotación capitalista se desarrolla sobre un horizonte mundial, y por el otro, los Estados nacionales controlan localmente los conflictos y las contradicciones de la fuerza de trabajo y de los grupos subalternos en general. Así, en la Europa del capital, por ejemplo, las condiciones de la dominación en cada país mantienen sus peculiaridades nacionales, la correlación de agrupamientos políticos, las formas de la resistencia y la lucha de clases.
En esa dirección, el Grupo Paz con Democracia en su Llamamiento a la nación mexicana (La Jornada, 16 de noviembre del 2007), señalaba: “A contracorriente de la propaganda neoliberal, la nación sigue siendo el espacio de nuestras luchas de resistencia, y la base estratégica de nuestra articulación con las resistencias de las naciones y los pueblos del mundo entero al capitalismo. La disputa por la nación pasa por la defensa de sus recursos naturales y estratégicos, por la lucha contra la ocupación neoliberal de nuestros países. La resistencia patriótica es fundamento de las transformaciones democráticas y sociales de largo aliento, que nuestro país requiere urgentemente”.
En el terreno de las coincidencias con Esteban Cabal, destaco una de singular importancia con la que concluye su estimulante trabajo: “El capitalismo puede y debe ser sustituido porque es incompatible con la paz y los derechos humanos. Pero la alternativa a la “soberanía nacional” de Sieyéz sigue siendo la “soberanía popular” de Rousseau, la democracia directa, transparente, participativa, y de ningún modo nos podemos encomendar al gobierno plutocrático de las élites. A la sociedad de consumo sólo puede sucederle la sociedad del conocimiento.”
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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