Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Otro anuncio del ISPR, un día después, agregó a cuatro mayores del ejército a la columna del brigadier. Estos cuatro, sin embargo, solo son interrogados y no detenidos, por lo menos de momento.
Las fuerzas armadas de Pakistán son un club exclusivo que no deja salir mucha información sobre sí mismo a menos que haya una razón abrumadora. Y el período actual es, sin duda, una fase semejante en la que han pasado muchas cosas que los integrantes de ese club elitista nunca habrían deseado ver.
La serie de humillaciones comenzó a principios de mayo con el embarazo de Abbottabad y el macabro sitio de la base naval Mehran, en Karachi, y no muestra ninguna señal de disminuir.
Mientras el calor sofocante en las planicies de Pakistán pronto dará lugar a los monzones anuales –con la probabilidad de que las inundaciones vuelvan a cubrir el país– nubes oscuras cubren ominosamente el horizonte del ejército.
La temporada de caza que los políticos opositores, dirigidos por el dos veces primer ministro Nawaz Sharif, han lanzado contra el papel inflado pero malquisto de los militares en el gobierno, basta para poner a prueba su resistencia. Y ahora el presidente de EE.UU., Barack Obama, también se ha inmiscuido para hacer que el desafío sea aún más oneroso para los generales en el Cuartel General.
El discurso de Obama del 22 de junio desde la Casa Blanca –en el que anunció el comienzo de su prometido repliegue de las tropas de EE.UU. de Afganistán en julio de este año, que se realizará en fases durante los próximos tres años– contiene una lista de demandas y advertencias ocultas para Pakistán, en particular para sus militares.
Para Obama, la reducción de la presencia de tropas de combate estadounidenses en Afganistán no significa ninguna dilución de su firme decisión de mantener la presión contra al-Qaida y sus compañeros militantes. Elogió los esfuerzos de Pakistán que, junto con la fuerza estadounidense, han llevado a que se haya eliminado a más de la mitad de los dirigentes de al-Qaida. Sin embargo, no dejó lugar a dudas de que mientras él sea el jefe, no habrá un santuario para terroristas, en ninguna parte.
Por ello, Pakistán y el papel de sus militares tienen una posición fundamental en los cálculos de Obama. Es bastante categórico en que no habrá “refugios para al-Qaida”. Fue un mensaje claro a Pakistán para que asegure que no haya escondites de al-Qaida y sus compañeros de ruta en la “tierra de nadie” de las Áreas Tribales bajo Administración Federal (FATA) que bordean Afganistán.
Los estadounidenses demandan desde hace tiempo y persistentemente que el ejército paquistaní haga en el área tribal de Waziristán del Norte lo que hizo en Waziristán del Sur. El ejército paquistaní –por una serie de razones– ha andado con rodeos respecto a esa demanda. Pero Obama sonó más insistente y resuelto que nunca. Por cierto, su confianza ha aumentado desde que fuerzas especiales de EE.UU. asesinaron al fundador de al-Qaida, Osama bin Laden, en su escondite cercano a un complejo militar en Abbottabad. Por lo tanto, apenas se anduvo con rodeos cuando articuló que “insistiremos” en que Pakistán cumpla sus compromisos.
A Obama le es fácil aumentar la presión sobre Pakistán, combinada con advertencias apenas ocultas de que si Pakistán no lo hace lo hará él por su cuenta, lo que en palabras simples significa otra operación unilateral como en Abbottabad.
Sin embargo, las incesantes exigencias de Obama de que el ejército de Pakistán haga aún más, mientras él mismo le pone una pistola en la cabeza, es un dilema sin salida para los generales. El precio que Obama podría cobrarles a ellos y a su país es enorme.
El último sondeo en Pakistán de Pew Research, basada en Washington, después de la muerte de bin Laden, establece que un 67% de los paquistaníes encuestados, una mayoría sólida, no piensa que la “guerra contra el terror” sea asunto suyo. Una nueva incursión del ejército en Waziristán del Norte para complacer a los estadounidenses, solo podría provocar más indignación pública, algo que difícilmente podría arrostrar una dirigencia del ejército que ya está a la defensiva.
La operación del ejército paquistaní en Waziristán del Sur ya produjo un aumento masivo de los actos de terrorismo que han cobrado un precio elevado en la vida pública. Otra aventura quijotesca inevitablemente agregaria leña al fuego y llevaría al país al borde de la anarquía.
Dicho en pocas palabras, Pakistán podría deslizarse hacia una guerra civil, en vista de una tensión que ya está sobrecargada en su cultura política, en la que la tolerancia de cualquier tipo es extremadamente escasa.
Además, Pakistán está en alerta ante las conversaciones que Washington ha realiza a sus espaldas desde hace algún tiempo con los talibanes afganos. El que no se haya informado a Pakistán solo tiene un significado para Islamabad: el gobierno de Obama no confía suficientemente en los paquistaníes como para dejar que participen en negociaciones que tendrían consecuencias trascendentales para su país, más que para cualquier otro vecino de Afganistán.
Islamabad también se siente cada vez más suspicaz por la aceptación que la denominada "fórmula Blackwill" –dividir Afganistán siguiendo líneas étnicas en un sur pastún y un norte no pastún– encuentra en los niveles superiores del gobierno de Obama.
Prácticamente existe un consenso en la comunidad intelectual de Pakistán, y entre los responsables políticos, de que el autor de esa receta, Robert Blackwill, absorbió mucha influencia india en su luminosa idea. Blackwill fue embajador de George W. Bush en India de 2001 a 2003.
La comunidad intelectual de Pakistán también teme que el repliegue de fuerzas de Obama, repartido en tres años, esté ajustado de manera que el plan Blackwill tenga amplia oportunidad de prevalecer en Afganistán.
Afganistán dividido no solo eliminaría la profundidad estratégica de Pakistán frente a India, sino que también se podría convertir en una causa para que los pastunes a ambos lados de la Línea Durand, la frontera escasamente marcada entre Afganistán y Pakistán, se unan. Una unidad semejante solo significaría más desmembramiento de Pakistán y abriría una caja de Pandora. Pakistán simplemente no puede ver con buenos ojos un resultado semejante y no escatimará esfuerzos para frustrarlo.
Karamatullah K Ghori es ex embajador de carrera de Pakistán, cuyos puestos diplomáticos lo llevaron a EE.UU., Argentina, Japón, China, las Filipinas, Argelia, Kuwait, Iraq, Macedonia y Turquía.
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/South_Asia/MF25Df02.html
rCR
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