Bilderberg y otras tramas ocultas: la teoría de la conspiración como apología del capitalismo
Iohanes Maurus
L a gran diferencia entre un pensamiento idealista y uno materialista es que el primero, de una forma o de otra, procura reducir la realidad a la unidad de un sentido, mientras que el segundo acepta la radical diferencia entre lo real y el sentido. Para el idealismo lo real es un tipo de escritura más o menos embrollada, pero que siempre quiere decir algo y que, aunque parezca absurda en un primer momento, acabará en último término, aunque sea al final de los tiempos, revelándose como intrínsecamente portadora de sentido. Desde un punto de vista materialista, lo real no está escrito: ni el mundo físico, ni el mundo histórico son libros que esperen a ser leidos o interpretados. No contienen ninguna revelación, ningún mensaje oculto o misterioso de un Dios ni de otro gran sujeto. El conocimiento racional, para el materialismo, no es un acto de lectura ni de interpretación de lo ya escrito, de lo pre-escrito, sino un acto de producción por el cual generamos el concepto de una cosa, un concepto que no está en la cosa misma y que tampoco es efecto de ella. Como sostiene Spinoza, "una cosa es el círculo y otra la idea del circulo", lo que tiene como corolario fundamental que "la idea del círculo no es circular". Conocimiento racional o científico es así producción del concepto como algo distinto de la cosa y no interpretación de la cosa como portadora de los signos de una revelación.
E s frecuente, sin embargo, que la historia se haya entendido como despliegue de un sentido implícito en ella, como la revelación de un misterio. El cristianismo la entendió como economía del misterio, esto es como revelación progresiva de la verdad divina a través de la historia humana. Hegel, en el mismo sentido, la entendió como "teodicea", esto es como "justificación de Dios" en el tiempo humano. En cualquier caso, la historia anterior a Marx, a la formulación del materialismo histórico, es siempre interpretación de un sentido originariamente misterioso que se supone contenido en el devenir de las sociedades y culturas humanas. Poco importa que sea Dios, el hombre, o la historia misma que se hace sujeto en su propio devenir, quien imprima a los hechos humanos ese supuesto sentido, lo determinante es que se dé por supuesto que la historia tiene un sentido que le es otorgado por un sujeto. Lo que justifica en este contexto la labor del historiador es el carácter inicialmente misterioso de este sentido que, trabajosamente puede extraerse de los documentos históricos. Misterio e interpretación son así correlativos: toda interpretación siempre dejará cierto halo de misterio, pero todo misterio se prestará a alguna problemática revelación tras su "correcta" interpretación.
L a teoría de la conspiración se sitúa en la continuidad de estas teorías históricas de la "economía del misterio", pues se despliega entre los dos términos extremos del misterio y de la revelación. Para la teoría de la conspiración la historia es el resultado de una conjura de los poderosos destinada a engañar a los ingenuos. Se basa, al igual que la teoría libertina de la religión defendida, por ejemplo por Voltaire, en una antropología dual según la cual la humanidad se divide entre una minoría de taimados sin escrúpulos y una mayoría de necios e ingenuos. Su lema es la definición de la religión de Voltaire: "mientras haya sinvergüenzas e imbéciles, habrá religiones" (" Tant qu’il y aura des fripons et des imbéciles, il y aura des religions" Voltaire, carta a Federico II, rey de Prusia, 5 de enero de 1767). Gracias a la eterna existencia de los necios, los taimados realizan sus planes engañando a la mayoría. Los astutos poderosos deben su poder al engaño. Según los teóricos de la conspiración, si este engaño llegara a descubrirse, los poderosos perderían el resorte fundamental de su poder. La historia tiene así un sentido, pues se pliega a la voluntad de los poderosos, que, valiéndose de su astucia explotan y oprimen a los demás. La historia responde al plan trazado por los poderosos para imponerse sobre la mayoría de los mortales. El plan divino de salvación y de revelación queda en estas teorías sustituido por la conjura de los malvados, pero la matriz epistemológica de la economía.sigue siendo perfectamente reconocible, por mucho que Dios haya quedado sustituido por la diabólica humanidad de los poderosos. En ambos casos, aunque de forma contraria, se produce una justificación de la realidad existente: en el de la economía cristiana del misterio, por ser toda realidad, incluido el propio mal, un instrumento del plan divino; en la teoría de la conspiración, en la medida en que el único "mal" existente en la realidad social e histórica deriva no de la estructura de esta, sino del engaño de los poderosos. En sí el orden social es bueno y sólo ha sido perturbado por el engaño y la mentira. La revelación de la verdad y el fin del engaño restablecerían esta bondad esencial en su efectividad. Tal es la tarea que se asignan a sí mismos los teóricos de la conspiración, desde el abate Barruel hasta Julian Assange y el inefable Daniel Estulin.
E l Grupo Bilderberg se reúne anualmente desde 1954. Está integrado por jefes de Estado y de gobierno, grandes patronos y capitalistas, académicos de orden y otras personalidades del capitalismo mundial. Como curiosidad hispánica, Sofía Glintzburg de Borbón, esposa del actual jefe de Estado español, asiste desde hace años a estos cónclaves. Los debates son confidenciales, en principio para que los participantes, al margen de sus responsabilidades políticas y económicas, tengan libertad de palabra. En resumen, se trata de una reunión de poderosos en la que estos debaten sobre la actualidad y tal vez coordinen alguna iniciativa que intenten sacar adelante en otros ámbitos nacionales o internacionales. La gente que participa en la reunión es, como diría Marx, un conjunto de "portadores" (Träger") de relaciones políticas y de producción. No son ellos quienes han establecido ni quienes reproducen estas relaciones: tan sólo las personifican, actúan conforme a ellas y dentro de ellas. Ciertamente, los efectos del capitalismo actual sobre las mayorías sociales y sobre el medio ambiente planetario son nefastos, pero según los teóricos de la conspiración, ello se debe a que personas taimadas y sin escrúpulos se reúnen para conspirar con fines diabólicos. Tal es, por ejemplo la posición del "experto" en los "misterios" del Club Bilderberg Daniel Estulin, quien en su página web hace el siguiente balance de la última reunión del Club:
"El Grupo de Bilderberg no es el fin sino el medio para un futuro Gobierno Mundial. Esta organización ha crecido más allá de sus inicios secretos para convertirse en un guiño clave en la toma de decisiones de la élite. El objetivo final de éste en el futuro es transformar la Tierra en un planeta prisión para lograr un mercado único globalizado, controlado por una Única Compañía Mundial, financieramente regulado por un Banco Mundial y habitado por una población enmudecida cuyas necesidades vitales serán reducidas al materialismo y a la supervivencia: trabajar, comprar, sexo y dormir. Todo conectado a un ordenador global que controla todos nuestros movimientos. Y cada vez está siendo más fácil gracias al desarrollo de las tecnologías de la telecomunicación, que, junto con los avances profundos en el conocimiento actual y los nuevos métodos de ingeniería del comportamiento para manipular la conducta individual, están convirtiendo lo que en otras épocas de la Historia eran sólo intenciones diabólicas en una preocupante nueva realidad. Cada nueva medida vista por sí misma podría parecer una aberración, pero un conjunto de transformaciones de todo orden, como parte de un desarrollo continuo, constituye un cambio hacia la esclavitud total."
"Intenciones diabólicas", objetivos totalitarios cósmicos; por mucho que Estulin pretenda desmarcarse de las teorías de la conspiración, no puede sino reincidir en su lenguaje y en su lógica. Incluso cuando se niega a identificarse como un teórico de la conspiración y critica a los demás como "delirantes", Estulin sigue desenvolviéndose en el mismo círculo, pues ningún teórico de la conspiración reconoce serlo: todo buen teórico de la conspiración se ve a sí mismo como alguien que se limita a observar e interpretar la realidad. Estulin insiste incluso en que Bilderberg no es una conspiración, pero no puede evitar caracterizar al Club como "una reunión secreta de los amos del mundo destinada a establecer un gobierno totalitario mundial".
S i fenómenos como Bilderberg y la malvada trama que rodea a este sulfuroso Club no se dieran y la cosa pública se gestionara de manera transparente por personas de intachable moralidad, según Estulin y otros autores afines el capitalismo no debería, en buena lógica, plantear ningún problema. Lo que oculta la conspiración sólo puede ser, efectivamente, un abuso, una injusticia o una ilegalidad, pues no puede ocultarse el conjunto de un sistema social y económico. Si el mal está en el abuso y el engaño, el sistema mismo es inocente. La teoría de la conspiración funciona, por consiguiente, como una apología del capitalismo. Su lógica es exactamente la contraria de la que Marx adopta en el Capital, donde afirma en el prólogo a la primera edición: "No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas." El historiador racional, materialista, trata la historia como una parte de la naturaleza sin ponerse al acecho de signos ni mensajes de ocultos sujetos conspiratorios, sin subjetivizarla ni moralizarla. El teórico de la conspiración, por su lado, pinta de negro a las personas blanqueando así las relaciones sociales y los intereses de clase que aprecen como algo "natural". La historia para él no necesita de ningún concepto para entenderse, basta suponer la intención más o menos oculta de un sujeto detrás de ella y buscar cuidadosamente todo signo, por mínimo que sea, de esta intención, de ahí la enorme dimensión de las tramas conspirativas que mediante el juego desatado de la metáfora y la metonimia cubren enormes extensiones espaciales y dilatados períodos históricos.
L as teorías de la conspiración legitiman el orden establecido al criticar sus perversiones explicables en términos de intenciones subjetivas, pero dejando libre de toda crítica sus estructuras. Hay, sin embargo, algo más grave: también transmiten una concepción del poder -que corresponde a las mistificaciones fundadoras del Estado soberano- que considera el poder como sustancia, como algo que se puede tener o se puede tomar. Los "amos del mundo" tienen todo el poder y frente a ellos somos, según estas "teorías", enteramente impotentes. Sin embargo, toda concepción materialista del poder parte del hecho de que el poder no es sustancia sino relación. El poder implica siempre un contrapoder sobre el que se ejerce, una correlación de fuerzas. La idea de una conspiración mundial todopoderosa o incluso la del totalitarismo son fantasmas del Estado soberano, del Leviatán de Hobbes para el cual, una vez constituido el Estado, su poder es el único poder, siendo las potencias singulares de los súbditos meras dependencias, meros modos subsumidos en ese poder único y sustancial. Sin embargo, para el materialismo la realidad es siempre multiplicidad y complejidad irreductible: el poder en ese contexto, como cualquier otra realidad sólo puede ser del orden de la relación. La idea de una gran conspiración omnipotente es, en conclusión, una representación generadora de tristeza y de impotencia, pues hace que nos contemplemos como una nada frente a un poder omnímodo; por el contrario, la consideración del poder como relación hace posible modificar la relación, actuar sobre ella mediante nuevas combinaciones de la potencia de los individuos, nuevas formas de hegemonía que liquidan la fama de omnipotencia de los supuestos "amos del mundo", sean estos los representantes políticos "legítimos" o las oscuras fuerzas de una conjura. Sólo una concepción relacional del poder como la de Maquiavelo,o Marx aleja y disipa los fantasmas tristes del poder absoluto capaz de dar sentido a toda la realidad social y a toda la historia humana. Sólo un poder entendido como relación da cabida a la política.
Fuente: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/06/bilderberg-y-otras-tramas-ocultas-la.html
E s frecuente, sin embargo, que la historia se haya entendido como despliegue de un sentido implícito en ella, como la revelación de un misterio. El cristianismo la entendió como economía del misterio, esto es como revelación progresiva de la verdad divina a través de la historia humana. Hegel, en el mismo sentido, la entendió como "teodicea", esto es como "justificación de Dios" en el tiempo humano. En cualquier caso, la historia anterior a Marx, a la formulación del materialismo histórico, es siempre interpretación de un sentido originariamente misterioso que se supone contenido en el devenir de las sociedades y culturas humanas. Poco importa que sea Dios, el hombre, o la historia misma que se hace sujeto en su propio devenir, quien imprima a los hechos humanos ese supuesto sentido, lo determinante es que se dé por supuesto que la historia tiene un sentido que le es otorgado por un sujeto. Lo que justifica en este contexto la labor del historiador es el carácter inicialmente misterioso de este sentido que, trabajosamente puede extraerse de los documentos históricos. Misterio e interpretación son así correlativos: toda interpretación siempre dejará cierto halo de misterio, pero todo misterio se prestará a alguna problemática revelación tras su "correcta" interpretación.
L a teoría de la conspiración se sitúa en la continuidad de estas teorías históricas de la "economía del misterio", pues se despliega entre los dos términos extremos del misterio y de la revelación. Para la teoría de la conspiración la historia es el resultado de una conjura de los poderosos destinada a engañar a los ingenuos. Se basa, al igual que la teoría libertina de la religión defendida, por ejemplo por Voltaire, en una antropología dual según la cual la humanidad se divide entre una minoría de taimados sin escrúpulos y una mayoría de necios e ingenuos. Su lema es la definición de la religión de Voltaire: "mientras haya sinvergüenzas e imbéciles, habrá religiones" (" Tant qu’il y aura des fripons et des imbéciles, il y aura des religions" Voltaire, carta a Federico II, rey de Prusia, 5 de enero de 1767). Gracias a la eterna existencia de los necios, los taimados realizan sus planes engañando a la mayoría. Los astutos poderosos deben su poder al engaño. Según los teóricos de la conspiración, si este engaño llegara a descubrirse, los poderosos perderían el resorte fundamental de su poder. La historia tiene así un sentido, pues se pliega a la voluntad de los poderosos, que, valiéndose de su astucia explotan y oprimen a los demás. La historia responde al plan trazado por los poderosos para imponerse sobre la mayoría de los mortales. El plan divino de salvación y de revelación queda en estas teorías sustituido por la conjura de los malvados, pero la matriz epistemológica de la economía.sigue siendo perfectamente reconocible, por mucho que Dios haya quedado sustituido por la diabólica humanidad de los poderosos. En ambos casos, aunque de forma contraria, se produce una justificación de la realidad existente: en el de la economía cristiana del misterio, por ser toda realidad, incluido el propio mal, un instrumento del plan divino; en la teoría de la conspiración, en la medida en que el único "mal" existente en la realidad social e histórica deriva no de la estructura de esta, sino del engaño de los poderosos. En sí el orden social es bueno y sólo ha sido perturbado por el engaño y la mentira. La revelación de la verdad y el fin del engaño restablecerían esta bondad esencial en su efectividad. Tal es la tarea que se asignan a sí mismos los teóricos de la conspiración, desde el abate Barruel hasta Julian Assange y el inefable Daniel Estulin.
E l Grupo Bilderberg se reúne anualmente desde 1954. Está integrado por jefes de Estado y de gobierno, grandes patronos y capitalistas, académicos de orden y otras personalidades del capitalismo mundial. Como curiosidad hispánica, Sofía Glintzburg de Borbón, esposa del actual jefe de Estado español, asiste desde hace años a estos cónclaves. Los debates son confidenciales, en principio para que los participantes, al margen de sus responsabilidades políticas y económicas, tengan libertad de palabra. En resumen, se trata de una reunión de poderosos en la que estos debaten sobre la actualidad y tal vez coordinen alguna iniciativa que intenten sacar adelante en otros ámbitos nacionales o internacionales. La gente que participa en la reunión es, como diría Marx, un conjunto de "portadores" (Träger") de relaciones políticas y de producción. No son ellos quienes han establecido ni quienes reproducen estas relaciones: tan sólo las personifican, actúan conforme a ellas y dentro de ellas. Ciertamente, los efectos del capitalismo actual sobre las mayorías sociales y sobre el medio ambiente planetario son nefastos, pero según los teóricos de la conspiración, ello se debe a que personas taimadas y sin escrúpulos se reúnen para conspirar con fines diabólicos. Tal es, por ejemplo la posición del "experto" en los "misterios" del Club Bilderberg Daniel Estulin, quien en su página web hace el siguiente balance de la última reunión del Club:
"El Grupo de Bilderberg no es el fin sino el medio para un futuro Gobierno Mundial. Esta organización ha crecido más allá de sus inicios secretos para convertirse en un guiño clave en la toma de decisiones de la élite. El objetivo final de éste en el futuro es transformar la Tierra en un planeta prisión para lograr un mercado único globalizado, controlado por una Única Compañía Mundial, financieramente regulado por un Banco Mundial y habitado por una población enmudecida cuyas necesidades vitales serán reducidas al materialismo y a la supervivencia: trabajar, comprar, sexo y dormir. Todo conectado a un ordenador global que controla todos nuestros movimientos. Y cada vez está siendo más fácil gracias al desarrollo de las tecnologías de la telecomunicación, que, junto con los avances profundos en el conocimiento actual y los nuevos métodos de ingeniería del comportamiento para manipular la conducta individual, están convirtiendo lo que en otras épocas de la Historia eran sólo intenciones diabólicas en una preocupante nueva realidad. Cada nueva medida vista por sí misma podría parecer una aberración, pero un conjunto de transformaciones de todo orden, como parte de un desarrollo continuo, constituye un cambio hacia la esclavitud total."
"Intenciones diabólicas", objetivos totalitarios cósmicos; por mucho que Estulin pretenda desmarcarse de las teorías de la conspiración, no puede sino reincidir en su lenguaje y en su lógica. Incluso cuando se niega a identificarse como un teórico de la conspiración y critica a los demás como "delirantes", Estulin sigue desenvolviéndose en el mismo círculo, pues ningún teórico de la conspiración reconoce serlo: todo buen teórico de la conspiración se ve a sí mismo como alguien que se limita a observar e interpretar la realidad. Estulin insiste incluso en que Bilderberg no es una conspiración, pero no puede evitar caracterizar al Club como "una reunión secreta de los amos del mundo destinada a establecer un gobierno totalitario mundial".
S i fenómenos como Bilderberg y la malvada trama que rodea a este sulfuroso Club no se dieran y la cosa pública se gestionara de manera transparente por personas de intachable moralidad, según Estulin y otros autores afines el capitalismo no debería, en buena lógica, plantear ningún problema. Lo que oculta la conspiración sólo puede ser, efectivamente, un abuso, una injusticia o una ilegalidad, pues no puede ocultarse el conjunto de un sistema social y económico. Si el mal está en el abuso y el engaño, el sistema mismo es inocente. La teoría de la conspiración funciona, por consiguiente, como una apología del capitalismo. Su lógica es exactamente la contraria de la que Marx adopta en el Capital, donde afirma en el prólogo a la primera edición: "No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas." El historiador racional, materialista, trata la historia como una parte de la naturaleza sin ponerse al acecho de signos ni mensajes de ocultos sujetos conspiratorios, sin subjetivizarla ni moralizarla. El teórico de la conspiración, por su lado, pinta de negro a las personas blanqueando así las relaciones sociales y los intereses de clase que aprecen como algo "natural". La historia para él no necesita de ningún concepto para entenderse, basta suponer la intención más o menos oculta de un sujeto detrás de ella y buscar cuidadosamente todo signo, por mínimo que sea, de esta intención, de ahí la enorme dimensión de las tramas conspirativas que mediante el juego desatado de la metáfora y la metonimia cubren enormes extensiones espaciales y dilatados períodos históricos.
L as teorías de la conspiración legitiman el orden establecido al criticar sus perversiones explicables en términos de intenciones subjetivas, pero dejando libre de toda crítica sus estructuras. Hay, sin embargo, algo más grave: también transmiten una concepción del poder -que corresponde a las mistificaciones fundadoras del Estado soberano- que considera el poder como sustancia, como algo que se puede tener o se puede tomar. Los "amos del mundo" tienen todo el poder y frente a ellos somos, según estas "teorías", enteramente impotentes. Sin embargo, toda concepción materialista del poder parte del hecho de que el poder no es sustancia sino relación. El poder implica siempre un contrapoder sobre el que se ejerce, una correlación de fuerzas. La idea de una conspiración mundial todopoderosa o incluso la del totalitarismo son fantasmas del Estado soberano, del Leviatán de Hobbes para el cual, una vez constituido el Estado, su poder es el único poder, siendo las potencias singulares de los súbditos meras dependencias, meros modos subsumidos en ese poder único y sustancial. Sin embargo, para el materialismo la realidad es siempre multiplicidad y complejidad irreductible: el poder en ese contexto, como cualquier otra realidad sólo puede ser del orden de la relación. La idea de una gran conspiración omnipotente es, en conclusión, una representación generadora de tristeza y de impotencia, pues hace que nos contemplemos como una nada frente a un poder omnímodo; por el contrario, la consideración del poder como relación hace posible modificar la relación, actuar sobre ella mediante nuevas combinaciones de la potencia de los individuos, nuevas formas de hegemonía que liquidan la fama de omnipotencia de los supuestos "amos del mundo", sean estos los representantes políticos "legítimos" o las oscuras fuerzas de una conjura. Sólo una concepción relacional del poder como la de Maquiavelo,o Marx aleja y disipa los fantasmas tristes del poder absoluto capaz de dar sentido a toda la realidad social y a toda la historia humana. Sólo un poder entendido como relación da cabida a la política.
Fuente: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/06/bilderberg-y-otras-tramas-ocultas-la.html
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