bielorruso, Alexandr Lukashenko, dijo: “Todos nosotros, y ante todo yo, perdonadme la falta de modestia, moldeamos nuestro país y lo moldeamos como pudimos, no habían otras recetas, ahora tenemos lo que tenemos”.
Estas palabras son el resumen más exhaustivo de la nueva historia de Bielorrusia y del papel que desempeña en su destino el hombre que volverá a ganar las elecciones presidenciales convocadas para el próximo 19 de diciembre.
A diferencia de otras repúblicas de la antigua URSS, donde existen movimientos nacional-democráticos bastante influyentes, Bielorrusia jamás se caracterizó por tener ansias de encabezar la lucha por la independencia y adoptar una nueva idiosincrasia. El país obtuvo la soberanía por razones ajenas a su voluntad.
Los líderes rusos que intentaban deshacerse de Gorbachov, y las tendencias separatistas en países Bálticos y en Transcaucasia, hicieron el trabajo que debieron y no pudieron concluir los escasos y marginales líderes nacionalistas bielorrusos a partir de 1990.
La época de los nacionalistas en Bielorrusia fue muy corta y quedó interrumpida por el voto de confianza al entonces presidente y la promulgación de una nueva constitución, que concluyó con la victoria de un político joven de nueva generación en las elecciones presidenciales de 1994, y ese líder fue Alexandr Lukashenko.
Lukashenko, considerado durante mucho tiempo un títere de Rusia, quien abogaba abiertamente por la integración con Rusia y amistad entre los pueblos, creó la nueva mentalidad bielorrusa casi desde cero. Sus oponentes, que acusaban a Lukashenko de traicionar los intereses de la patria, jamás lo habrían logrado, porque los proyectos nacionalistas como Frentes populares no tendrían éxito en Bielorrusia post-soviética.
Los tres pilares en los cuales estriba la identificación nacional creada por Lukashenko son: la retórica social heredada del pasado soviético como uno de sus mejores rasgos; la preferencia por la Unión de Rusia y Bielorrusia junto con la oposición al Occidente característica de una gran potencia; y elementos de mitos nacionales, como los de la batalla de Grünwald. La base de esta identificación no es estable y va a cambiar; sin embargo, Lukashenko hizo a sus conciudadanos acostumbrarse a que viven en su propio estado soberano. Y tal vez por eso, lo aprecian mucho.
Lukashenko sacó máximo provecho del deseo de Rusia sentirse “hermana mayor”. El Estado de la Unión, o la Unión de Rusia y Bielorrusia, creado en 1996, constituyó un específico intercambio: Minsk obtenía una serie de facilidades económicas por manifestar su lealtad geopolítica a Moscú. En aquel entonces esto fue provechoso para ambas partes. Pero más tarde la situación empezó a cambiar.
La Rusia en la época de Putin hizo mayor hincapié no tanto en relaciones aparentes, como en las económicas, intentando poner la integración a un nivel más elevado, con una divisa común, un centro de emisiones común, un Acta Constitucional…
Pero Lukashenko se daba cuenta de que en el caso de una unión real su status inevitablemente bajaría y que le amenazaba una pérdida del poder real. La diferencia de peso entre los socios es demasiado grande (Putin mencionó una vez la correlación de 97 a 3).
Los últimos dos mandatos (tras los comicios de 2001 y 2006), el líder bielorruso logró mantener las facilidades económicas de Moscú evitando la integración, aunque siguiendo discutirla. Pero sus dilaciones provocaron una irritación por parte del Kremlin.
El año 2010 resultó ser crucial. Las crecientes contradicciones económicas generaron un acuciante conflicto político en torno a una serie de cuestiones: desde el reconocimiento de Abjasia y Osetia del Sur y actitud hacia el derribado presidente de Kirguizia, Bakíev, hasta las políticas a realizar en los principales institutos conjuntos, como la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (OTSC) y la Unión aduanera.
Al fin, los presidentes Medvédev y Lukashenko armaron una bronca criticando el uno al otro en términos muy francos.
El mandatario bielorruso lleva tiempo intentando ganar simpatías de la Unión Europea (UE). Hace poco, le llamaban allí “el último dictador en Europa”. Luego la UE decidió que era más razonable dejar las críticas, intentando reducir la influencia de Rusia en Minsk, atrayéndolo a su lado. Pero la crisis económica estropeó sus planes: las ambiciones de la UE fueron reducidas considerablemente, no está dispuesta ahora a gastar dinero y tiempo en los estados vecinos.
Sin embargo, Lukashenko no pierde la esperanza de aprovecharse de las relaciones con Europa, al menos para fortalecer su posición en negociaciones con Rusia. Ya tiene logros en este campo. Europa, a diferencia de la práctica de los años pasados, no va a anunciar las elecciones presidenciales del próximo 19 de diciembre inválidas y la victoria de Lukashenko ilegítima.
Moscú dudablemente lo hará también, pese a su antipatía abierta hacia el presidente bielorruso. Primero es que esto contradiría a la postura de Rusia según la cual los comicios es un asunto interno de cualquier país. Además, de no reconocer los resultados de las próximas elecciones, llevaría la interacción en el marco de los institutos existentes a una vía muerta. Lo más probable es que Rusia no reaccione a los resultados de las elecciones de ninguna manera.
Luego son posibles dos variantes. Las partes pueden fingirse abrir una página nueva en relaciones. De iniciarlo Minsk, Moscú le apoyará. El primer ministro ruso, Vladímir Putin, dijo hace poco que las reivindicaciones económicas de Bielorrusia podrían ser satisfechas en el marco del espacio económico común que las partes tienen previsto crear a base de la Unión aduanera.
Pero si Lukashenko no deja sus ambiciones y, después de la reelección, sigue atacando Rusia, es posible que las relaciones se desarrollen de acuerdo con otro argumento: una guerra económico-comercial a gran escala, cerrando Rusia mercados para la mercancía bielorrusa y estableciendo precios de hidrocarburos lo menos favorables posible. Esta variante será desagradable para las dos partes, pero si a Rusia la provocan, no va a tragárselo.
En verano de 1994, en la inauguración de Alexandr Lukashenko, nadie pudo sospechar que aquel ex -director de una granja colectiva y demagogo desenfrenado asumía la presidencia para gobernar luego dos decenios y convertirse en un político europeo de peso, quien se atrevería a un juego de azar con los jugadores más potentes.
Muchos le veían como una personificación de los vestigios de la URSS, pero resultó ser un político más providente que muchos en el espacio post-soviético y europeo. Un populismo talentoso, falta manifiesta de cualquier ideología y de restricciones éticas, sustituidas por la desarrollada intuición de un “animal político”, un político quien presume de su forma física, no desdeña ningunos métodos y está dispuesto a manipulaciones, Lukashenko acumuló todas las cualidades que reúnen hoy muchos líderes en el enorme espacio desde Vladivostok hasta Lisboa. Aunque todavía le faltan algo de lustre y formación de Silvio Berlusconi o Nicolás Sarcozy (el origen no lo ocultarás), puede ponerse en una fila con estos políticos.
Hace poco parecía disonar en el fondo de Europa renovada, pero ahora no parece tan diferente ya. No es que haya cambiado Lukashenko, ha cambiado todo lo demás. El Mundo Viejo ha tomado un curso hacia la derecha, el liberalismo falla aquí bajo la presión de globalización, y todo lo que se diga sobre los derechos humanos son palabras vacías. En cuanto a Rusia, ésta adoptó en los últimos 10 años muchos de los know-how que el líder bielorruso aplicó ya a mediados de los 1990. Lukashenko fue el primero en el espacio post-soviético quien empleó el método de democracia totalitaria o imitada, un sistema más flexible que el profundo autoritarismo centroasiático. Y los pioneros siempre deben cosechar triunfos.
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* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
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