Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Por lo tanto, una vez más, se introduce al mundo en la pornografía de la guerra, a la historia como farsa, a una mala reedición de “conmoción y pavor”. Todos –las Naciones Unidas, EE.UU., la OTAN– ponen el grito en el cielo por una zona de exclusión aérea. Fuerzas especiales están en movimiento, así como barcos de guerra de EE.UU.
Algunos senadores estadounidenses comparan, sin resuello, a Libia con Yugoslavia. Tony “El regreso de los muertos vivientes” Blair ha reaparecido lleno de celo misionero, y el primer ministro británico David Cameron presenta su reflejo exacto, escarnecido debidamente por el hijo de Gadafi, el “modernizador” Saif al-Islam. Hay miedo de las “armas químicas”. Bienvenidos al imperialismo humanitario –un crack.
Y como un personaje salido directamente de Scary Movie, incluso el arquitecto de la guerra contra Iraq, Paul Wolfowitz, quiere una zona de exclusión aérea impuesta por la OTAN, mientras la Iniciativa de Política Extranjera –vástago del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense– publica una carta abierta al presidente Barack Obama de EE.UU., pidiendo medios militares para convertir Libia en un protectorado regido por la OTAN en nombre de la “comunidad internacional”.
El simple hecho de que toda esta gente esté apoyando a los manifestantes libios hace que todo huela que apesta. El envío del Gran Atemorizador Charlie Sheen a aporrear a Gadafi parecería más verosímil.
Tocó al ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov, introducir una nota de cordura describiendo la noción de una zona de exclusión aérea sobre Libia como “superflua”. Esto significa en la práctica un veto ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU. Anteriormente China ya había cambiado de tema.
En su histeria al estilo de Sheen –en la que la secretaria de Estado de EE.UU. Hillary Clinton ofreció histéricamente “todo tipo de ayuda”– los políticos occidentales no se tomaron la molestia de consultar a los que arriesgan sus vidas para derrocar a Gadafi. En una rueda de prensa en Bengasi, el portavoz del nuevo Consejo Nacional Transicional Libio, el abogado de derechos humanos Abdel-Hafidh Ghoga, lo dijo claramente: “Estamos contra toda intervención extranjera o intervención militar en nuestros asuntos internos… Esta revolución será completada por nuestro pueblo.”
El pueblo en cuestión, a propósito, está protegiendo la industria petrolera de Libia, e incluso cargando petroleros gigantes destinados a Europa y China. El pueblo en cuestión no tiene mucho que ver con oportunistas como el ex ministro de justicia nombrado por Gadafi, Mustafa Abdel-Jalil, quien quiere un gobierno provisional que prepare elecciones dentro de tres meses. Además el pueblo en cuestión, como ha informado al-Yazira, está diciendo que no quiere intervención extranjera desde hace una semana.
El Consejo de Bengasi prefiere describirse como la “cara política de la revolución”, que organiza asuntos cívicos, y no instalado como un gobierno interino. Mientras tanto, un comité militar de oficiales desertores trata de establecer un esqueleto de ejército para enviarlo a Trípoli; mediante contactos tribales parece que ya han infiltrado pequeñas células en la vecindad de Trípoli.
Queda por ver si esta dirigencia revolucionaria autoproclamada –elementos fragmentarios de la elite establecida, las tribus y el ejército– será la cara de un nuevo régimen, o si será sobrepasada por activistas más jóvenes, más radicales.
Báñame en hipocresía
En todo caso, nada de esto ha aplacado la histérica narrativa occidental, según la cual hay sólo dos opciones para Libia: convertirse en un Estado fallido o en el próximo refugio de al-Qaida. Qué irónico. Hasta 2008, Libia estaba descartada por Washington por que era un Estado canalla y miembro extraoficial del “eje del mal” que originalmente incluía a Iraq, Irán y Corea del Norte.
Como confirmó hace años el comandante supremo de la OTAN Wesley Clark, Libia estaba en la lista oficial del Pentágono y los neoconservadores para ser eliminarla después de Iraq, junto con Somalia, Sudán, el Líbano, Siria y el santo grial, Irán. Pero en cuanto el astuto Gadafi se convirtió en socio oficial en la “guerra contra el terror”, Libia fue instantáneamente ascendida por el gobierno de George W. Bush al estatus de país civilizado.
En cuanto a que el Consejo de Seguridad de la ONU haya decidido unánimemente enviar al régimen de Gadafi ante la Corte Penal Internacional (CPI), vale la pena recordar que la CPI fue creada a mediados de 1998 por 148 países reunidos en Roma. La votación final fue de 120 contra siete. Los siete que votaron contra la CPI, fueron China, Iraq, Israel, Qatar y Yemen, Libia y… EE.UU. A propósito, Israel mató más civiles palestinos en dos semanas alrededor del año nuevo de 2008 que Gadafi en esta última quincena.
Este tsunami de hipocresía provoca inevitablemente la pregunta: ¿Qué sabe Occidente en todo caso del mundo árabe? Recientemente el consejo ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI) elogió a cierto país norteafricano por su “ambicioso programa de reforma” y su “fuerte rendimiento macroeconómico y el progreso en el realce del papel del sector privado”. El país en cuestión era Libia. El FMI sólo había olvidado hablar con los principales protagonistas: el pueblo libio.
¿Y qué pensar de Anthony Giddens –el gurú que está tras la “Tercera Vía” de Blair– quien en marzo de 2007 escribió un artículo en The Guardian en el que dice que “Libia no es especialmente represiva” y que “Gadafi parece ser genuinamente popular”? Giddens apostó a que Libia será “en dos o tres décadas una Noruega del norte de África: próspera, igualitaria y progresista”. Puede que Trípoli esté de camino a Oslo, pero sin el clan Gadafi.
EE.UU., Gran Bretaña y Francia maniobran de una forma tan torpe para conseguir la mejor posición después de Gadafi que es casi cómico. Pekín, incluso contra su voluntad, esperó tiempo extra para condenar a Gadafi en la ONU, pero se aseguró de que seguía la iniciativa de países africanos y asiáticos (una acción inteligente, como en “escuchamos las voces del Sur”). Pekín está extremadamente preocupado de que su compleja relación económica con la fuente de petróleo libia no se deshaga (entre todo el ruido de los expatriados en fuga, China evacuó silenciosamente a más de 30.000 trabadores chinos del petróleo y la construcción).
Otra vez es el petróleo, estúpido. Un factor estratégico crucial para Washington es que la Libia después de Gadafi puede representar una bonanza para el Gran Petróleo de EE.UU. –que por el momento está excluido de Libia. Bajo esta perspectiva, Libia se puede considerar otro campo de batalla entre EE.UU. y China. Pero mientras China busca acuerdos de energía y negocios en África, EE.UU. apuesta por sus fuerzas del AFRICOM así como por el progreso de la “cooperación militar” de la OTAN con la Unión Africana.
El movimiento contra Gadafi debe mantenerse en máxima alerta. Es justo argumentar que la mayoría absoluta de los libios está utilizando toda su inventiva y está dispuesta a hacer cualquier sacrificio para construir un país unido, transparente y democrático. Y lo hará por su propia cuenta. Podrá aceptar ayuda humanitaria. En cuanto a la pornografía bélica, tiradla al cubo de la basura de la historia.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
rCR
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