China preparó a conciencia la visita, a sabiendas de que necesita distender las relaciones con Washington para afrontar el próximo periodo interno (cambio en el modelo de desarrollo, transición en el liderazgo central) con cierta holgura. El aumento de litigios y desavenencias que han surgido tras la visita de Obama en noviembre de 2009 es un hecho notorio. Entonces, el rechazo chino a un G2 liderado por EEUU derivó en una activación de las desavenencias en todos los frentes (Taiwán, Tíbet, yuan, derechos humanos, etc.), pese a haber coexistido con una sustancial mejora de los mecanismos de diálogo.
Hu Jintao, ya en la última fase de un mandato que ha catapultado a China a posiciones de gran influencia internacional, no quisiera dejar como legado a su sucesor un escenario de confrontación con la principal potencia del globo. Hu se ha esforzado por mostrar un fuerte empeño por construir una “asociación para la cooperación” que permita establecer un marco de acciones comunes capaz de mejorar las relaciones a todos los niveles. La declaración conjunta que rubrica el valor de la visita abunda en expresiones como respeto mutuo, beneficio mutuo, etc., buenas palabras a modo de bálsamo para endulzar otros asuntos de delicada proyección como las relacionadas con el Mar de China meridional, visiblemente ausente en dicho texto.
Hu Jintao es un hombre de consenso (armonía). Lo ha buscado y practicado dentro y quiere aplicar esa misma fórmula al orden exterior. Pero no parece fácil. EEUU es el segundo mayor socio comercial de China y su principal fuente de inversión. Esta visita se ha traducido en operaciones por valor de 45 mil millones de dólares. China ha dado garantías a Washington de que seguirá colaborando en la estabilización del dólar, sin por ello dejar de reclamar un nuevo orden monetario internacional. Sus modelos no son antagónicos, la interdependencia es grande, pero la suspicacia anida en la desconfianza. Valgan de muestra los nulos avances en asuntos de gran trascendencia para China como las restricciones a la alta tecnología estadounidense.
En el plano global y regional, se acordó elevar la coordinación y las consultas para evitar el desbordamiento de las hipotéticas tensiones. Se trata de aprender a tolerarse mejor y a abordar las desavenencias a través del diálogo y la negociación, desde lo económico-comercial a lo político-estratégico, sin postular salidas traumáticas para cualquiera de las partes.
La competencia por la influencia se ha acentuado desde que Hu Jintao visitó EEUU en 2006. El poder de China crece en todos los campos aumentando su proyección internacional con un mundo prácticamente rendido ante la evidencia del éxito de su diplomacia, especialmente la económica. En paralelo, cabe significar la materialización de cierto distanciamiento de las tesis estadounidenses en asuntos clave (desde Corea del Norte, Irán o la presencia militar en Asia). Esto va a seguir siendo así.
¿Ha sido este viaje el de un poderoso impulso a las relaciones bilaterales? El tiempo dirá cuanto está dispuesto a sacrificar cada país para mejorar sus relaciones, pues de otra cosa no se trata. Pero no se advierten, a simple vista, cambios en los asuntos clave. No solo Tíbet, Taiwán, o derechos humanos (pese a las concesiones semánticas de Hu), sino en dominios más duros aún como los relacionados con la seguridad (ciberseguridad, armas nucleares, defensa antimisiles, o el programa espacial).
Hoy por hoy, China prosigue a marchas forzadas su empeño por asentar un proyecto singular que ultrapase una hipotética dependencia de EEUU en asuntos centrales como la soberanía política o la seguridad. Mientras así sea, por más “históricos” que sean los encuentros, no cabe esperar milagros.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Envía esta noticia
Compartir esta noticia:
No hay comentarios:
Publicar un comentario