concepto procedente del capitalismo industrial y contaminado para
intentar suavizar la explotación ha sido ahora revertido por el
capitalismo cognitivo. Ese tiempo cedido se reutiliza y se destina, en
gran medida de forma espontánea, para la producción de capital en forma
de conocimiento y su explotación a través de las tecnologías. En muchos
casos los usuarios (prosumidores) de las redes sociales nos convertimos
en trabajadores no asalariados de un sistema de producción que excede a
los cánones fordistas y taylorianos. El tiempo cedido se convierte en
tiempo de producción y lo hace desde un paradigma que nada tiene que ver
con los activos económicos tradicionales. Por ello, entre otras cosas y
por mucho que se empeñen de modo ciego y proteccionista, la gestión
económica del conocimiento no reside en la regulación mercantil de la
propiedad intelectual, eso es lo de menos y otro asunto, la verdadera
paradoja reside en que la explotación de los réditos de esta generación
de conocimiento se acumula en unas pocas manos a través de su
distribución por medios y mecanismos propietarios con vocación e interés
de beneficio. La desalarización del trabajo. Tú generas, tú compartes y
la industria de la tecnología se beneficia. Si bien el conocimiento se
ha convertido en un recurso esencial, su distribución sigue siendo
propietaria. El sistema capitalista evoluciona en cuanto a los medios de
explotación pero no en cuanto a los intereses. Si antes el capital era
la fuerza física y quienes menos beneficio obtenían eran los que
generaban esa fuerza hoy ocurre lo mismo con la fuerza intelectual.
La explotación del capitalismo cognitivo no se fundamenta por ello en
la dicotomía trabajador-fuerza y la distribución de sus excedentes sino
en la portabilidad de ese mismo conocimiento. Por ello el interés
manifestado desde ciertas superestructuras por superar la brecha digital
no reside en la conciencia altruista por ofrecer oportunidades para que
todo el mundo acceda a las tecnologías y sus maquinarias sino en el
interés por que ese conocimiento pueda circular amplia y abundantemente y
por lo tanto generar beneficios. (Un ejemplo evidente lo podemos ver en
la telefonía móvil ¿es posible que se puedan regalar aparatos sin tener
en cuenta sus costes de fabricación? Sí, teniendo en cuenta que lo que
genera beneficio no es su venta sino su uso). En la medida en que esos
canales de comunicación sean más o menos sustanciales, sean de uso
mayoritario, ese conocimiento puede circular y generar valor exógeno,
eso es, no para quienes lo producen sino para quienes lo distribuyen.
Otro asunto, incuestionable y no quiero decir lo contrario, es que esa
tecnología es verdaderamente necesaria y que produce un desarrollo
evidente. Pero se trata del mismo paradigma que moviliza el capital
industrial: no es que el trabajo no sea necesario y que, por tanto,
traiga progreso a la comunidad, sino que ese progreso proviene de los
excedentes y que sin una garantía de sobrelucro no tendría el menor
interés para el capital. Es necesario tener claro que el trabajo, físico
o intelectual, no se ofrece de un modo altruista.
Con ello, nuestro tiempo y lugar de trabajo se han expandido de modo
absoluto sin que tengamos ningún control ni sobre sus rentas ni sobre
sus efectos. Sirve como beneficio para terceros y lo hace sin esa
necesaria co-responsabilidad que, aunque difusa, irregular y muchas
veces injusta, existe en el capitalismo industrial. Si quien tenía la
propiedad (tierra, industria…) tenía el poder sobre lo elaborado
(productos, mercancías…) ahora quien tiene ese poder no es quien
controla la propiedad (la propiedad en este caso somos nosotros mismos)
sino quien controla sus flujos. Es decir, de modo indirecto y
externalizado se obtiene rendimiento sin necesidad alguna de poseer el
lugar de producción. Con dos enormes ventajas: el conocimiento no se
agota con su consumo, por una parte, y, por otra no es necesaria
inversión ni mantenimiento del lugar de producción. Tremenda artimaña
del capital. De este modo el conocimiento generado desde el trabajo
espontáneo (existe una gran diferencia entre el trabajo espontáneo y el
voluntario) y desde la filosofía del bien común genera una plusvalía
derivada que depende de los mecanismos de distribución y transmisión. La
expropiación del conocimiento que mucho tiene que ver con la
expropiación de la cultura.
Vayamos con otro asunto. ¿Cómo medimos la relación valor-producción
si, como hemos dicho, no podemos definir un tiempo estricto y exacto
para la producción de ese conocimiento? Mientras en la organización
industrial existe un tiempo de trabajo y un tiempo de no-trabajo no
tenemos tan clara esa diferencia cuando el producto generado es
intelectual. Es difícil delimitar los tiempos de producción y no
producción ya que en cualquier momento lo podemos generar y distribuir
(tecnología móvil, conectividad ubicua). La jornada laboral no existe.
Resulta evidente que quienes estamos insertos como piezas en el
mencionado capitalismo cognitivo no lo estamos por pertenecer a una
estructura laboral tradicional, es decir, no trabajamos (la mayor parte
de nuestro tiempo) para nadie en concreto sino que nuestra fuerza de
trabajo, colectiva en si misma, está dedicada a satisfacer el
enriquecimiento intelectual global, por una parte, mediante la
distribución voluntaria de nuestros saberes (esta es la parte amable del
asunto), y, por otra, al enriquecimiento material de quienes ponen “a
nuestra disposición” los canales y las tecnologías. ¿Para quién
trabajamos entonces y sin necesidad de contrato? ¿Dónde queda el
principio de escasez sobre el que se sustenta el capitalismo industrial
si el conocimiento no es escaso y además lo multiplicamos sin necesidad
de control logístico ni de almacenamiento? Si el fordismo planteaba el
poder desde la propiedad ahora esa propiedad se centra en el control de
los flujos. Deviene con ello un paradigma extraordinario: cuanto más se
expande la producción de conocimiento más se concentran los centros de
poder que gestionan los flujos de ese conocimiento. La expropiación
intelectual diferida.
Pero, siendo conscientes de esto, démosle otra lectura. Al no existir
una productividad controlada sujeta a leyes de mercado, fuera también
de las lógicas de acumulación y generado desde un sistema
supraindividual colectivo, el valor de lo generado se fundamenta en su
gran capacidad de replicabilidad (que nada tiene que ver con la
reproductibilidad ya que esa sí necesita elementos físicos y tangibles).
En todo caso manifestar mi más absoluta inclinación por la producción
espontánea de conocimiento así como mi ferviente defensa de su libre
distribución. De hecho cualquiera que haya podido experimentar la
intercomunicación y el intercambio intelectual en red comprenderá la
inmensa capacidad de crecimiento que todo ello conlleva. Únicamente
debemos ser conscientes, debemos tener claro que por más que nos quieran
hacer creer que ni esas redes de intercambio ni la cacareada
superación de la brecha digital están ahí por principios altruistas. Ser
conscientes y revertir.
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