lunes, 20 de diciembre de 2010

J. Torres, sobre la situación española







Rebelion. ¿A quién interesa y cómo sería el “rescate” de España?















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Economía






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20-12-2010







¿A quién interesa y cómo sería el “rescate” de España?




Sistema Digital






Cuando se está hablando tanto de la

necesidad, de la inminencia o de la posibilidad de un “rescate” de la

economía española conviene reflexionar y poner algunas cosas en claro.

Se dice que un grupo de países o

instituciones, como podrían ser la Unión Europea o el Fondo Monetario

Internacional,”rescatan” a un país cuando le conceden un crédito a

pagar en un determinado plazo que le permite cubrir los “agujeros” que

por diversas razones (generalmente por acumulación de déficit y deudas)

hayan podido producir su insolvencia. Pero hay que tener en cuenta que

esos agujeros pueden ser de naturaleza muy variada. Así, muchas

dictaduras y gobiernos militares de los años setenta y ochenta

endeudaron a sus países, con la connivencia de los grandes bancos

internacionales, con préstamos que en ocasiones ni siquiera llegaron a

ellos sino que se utilizaron fuera del país para negocios corruptos.

Otras veces los utilizaron en obras completamente inútiles o

directamente para enriquecer a los grandes empresarios y banqueros.



En el reciente caso de Irlanda, la

necesidad perentoria de “ayuda” se debe a que hay que cubrir las

pérdidas multimillonarias del sector bancario. Y una parte importante

de la deuda pública griega que ha sido “rescatada” recientemente se

originó para comprar armamento a Francia o Alemania.



Cuando la acumulación de deuda a la que

no se puede hacer frente es muy grande, los acreedores son los primeros

interesados en que se produzca el “rescate” del país pues de esa

manera se aseguran su reintegro. Y suelen ser ellos los que lo

promueven. El dinero que llega con el “rescate” se dedica a saldar sus

deudas y la nueva que se origina con las instituciones que rescatan la

pagan los ciudadanos en su conjunto a lo largo del tiempo. Los

“rescates” consisten, pues, en convertir deuda privada, que por lo

general han generado y disfrutado los sectores más ricos, en deuda

pública que pagarán principalmente las clases de rentas más bajas.



Pero la cosa no queda ahí. El “rescate”

no se produce nunca como una dádiva sino a condición de que el país

“rescatado” cumpla una serie de condiciones. La primera, que esta nueva

deuda tenga siempre carácter preferente y, además, que se tomen las

medidas de política económica y cambio estructural que convengan a

quien “rescata”.



Gracias a ese procedimiento, la deuda

externa que se originó en muchos países a lo largo de los años setenta y

ochenta fue la antesala de la aplicación de las políticas neoliberales

que promueven el Fondo Monetario Internacional y los grupos más

poderosos del mundo que, para cerrar el círculo, son además los que se

benefician del saldo de la deuda.



Pues bien en relación con la situación

española habría que preguntarse si el “rescate” es necesario, es decir,

si es que España es insolvente y no puede o no va a poder pagar su

deuda, y qué efectos tendría.



La deuda española tiene dos componentes,

la deuda pública y la privada. La primera es de unos 600.000 millones

de euros pero en relación con el PIB es casi veinte puntos menor que la

media europea. Se puede afirmar que es sostenible y que a poco que la

economía crezca incluso moderadamente se puede ir amortizando sin

problemas. Además, como todo el mundo sabe, ha crecido

extraordinariamente en los últimos meses pero como consecuencia del

impacto también extraordinario de la crisis. Si bien es un problema al

que siempre hay que hacer frente, no tendría por qué generar una

situación de insolvencia ni muchísimo menos. Los problemas que está

provocando actualmente podrían aliviarse casi por completo si se

recuperase la actividad económica aplicando las políticas adecuadas

para ello, si se frenara la actividad de los especuladores y, con más

seguridad aún, si hubiera una estrategia de apoyo por parte del Banco

Central Europeo como expliqué en otro texto (El Banco Central Europeo

frente a la deuda: se necesita algo más que comprar bonos).



Sin embargo, es cierto que podría

plantear una grave problema si la actividad económica se sigue

deteriorando como consecuencia de la aplicación de las políticas

equivocadas que se vienen adoptando y si no se cambia de rumbo pronto

hacia otra base de generación de actividad pues el modelo anterior es

justamente el que provocó los problemas que sufrimos, si no encuentra

financiadores a pesar de ser limitada en su cuantía o si se encarece en

demasía, lo que suele ser el resultado de que se recurra al mercado en

lugar de a los bancos centrales y de que se permita que los

especuladores que lo controlan aprovechen la situación para provocar

alzas en los tipos o para extorsionar a los gobiernos. Y también si

alguna o varias de estas circunstancias, aunque se dieran en pequeña

medida, coinciden al mismo tiempo en momentos en los que se concentre

una cantidad más importante de ventas de títulos de la deuda (como va a

ocurrir en los primeros meses de 2011).



La deuda privada española es mucho mayor

que la pública. Las familias españolas deben aproximadamente un billón

de euros a los bancos y las empresas algo más de 1,3 billones. Y, por

otro lado, los bancos españoles tienen deudas, por su parte, tanto con

el Banco Central Europeo (aunque fluctúa mucho, algo más de 60.000

millones de euros en estos momentos) como con otros bancos del resto

del mundo, en una cantidad global muy difícil de cuantificar pero de

cuya magnitud da idea el que tengan que amortizar unos 200.000 millones

de euros en 2011 y 2012.



El problema se plantea lógicamente

cuando toda esa deuda empieza a fallar, cuando la economía no genera

suficientes ingresos y aumenta la morosidad como viene ocurriendo como

consecuencia de la crisis, y es especialmente grave cuando el

incumplimiento afecta a extranjeros y cuando, además, está concentrada

en pocos acreedores, como en gran medida está ocurriendo con España.



Según el último informe del Banco

Internacional de Pagos, España tiene una deuda de alrededor de un

billón de dólares con bancos extranjeros, de la cual un 11% procede del

sector público, un 25,7% de los bancos españoles, un 36% de empresas y

el resto (26,6%) de operaciones con derivados que implican

principalmente a la banca.



La cuestión, pues, está en dilucidar,

por un lado, si los bancos españoles podrían absorber sin problemas la

morosidad al alza y las pérdidas patrimoniales derivadas del estallido

de la burbuja inmobiliaria porque estos bancos, a su vez, han

financiado esa deuda con préstamos que han recibido de bancos

extranjeros. Y, por otro lado, si los bancos extranjeros, y

principalmente europeos, van a esperar a que todo vaya solucionándose o

si van a tratar de garantizarse el pago de deuda mediante un

“rescate”. Aquí, precisamente, radica el quid de la cuestión.



El incremento de la deuda privada

española es el resultado de dos circunstancias coincidentes. Por un

lado, los bancos de países con exceso de ahorro como los alemanes

tuvieron un excedente muy grande en los últimos años y en lugar de

dedicarlo a impulsar el desarrollo económico alemán y a favorecer el

incremento de las rentas en aquel país, lo dedicaron a financiar a

bancos de otros países, entre ellos los españoles. Por otro, para

obtener esa financiación lo que hicieron los bancos españoles fue

vender a los alemanes activos financieros vinculados al negocio

inmobiliario (cédulas hipotecarias por ejemplo).



Cuando estalla la crisis eso produjo un

hecho singular que a grandes rasgos es el siguiente. Gracias a las

normas contables existentes, los bancos españoles podían seguir

valorando los activos relativos al negocio inmobiliario al precio de

adquisición (y no al más bajo que tienen cuando estalla la burbuja).

Pero los bancos alemanes tienen su inversión en títulos secundarios (no

la hipoteca original que tiene el banco español, sino el derivado de

ella que han comprado para financiarlo) que han de valorar al precio

actual de mercado.



Así, los bancos españoles han podido

ocultar sus pérdidas verdaderas porque siguen contabilizando activos

descapitalizados al valor anterior pero los alemanes sí las registran. Y

la cuestión radica, por tanto, en saber si los bancos alemanes (en la

mayor parte, aunque también el resto de los grandes acreedores de

España) van a confiar en que se irá saliendo bien de la situación

actual y así cobrando poco a poco si, por el contrario, prefieren

asegurarse el cobro de su deuda “rescatando” a España antes de que

ésta, si no mejora la situación económica o si se ve acosada por los

especuladores y se ve obligada finalmente a declarar que no puede hacer

frente a compromisos. Si esto último ocurriera sería fatal, porque el

“default” de España arrastraría con él a los bancos europeos y quizá a

otras economía. De ahí que muchos acreedores piensen que es mejor

forzar el “rescate”.



Pero un “rescate” de España tiene graves

inconvenientes. El mayor, que el dinero que habría que poner para

llevarlo a cabo es mucho: se ha llegado a decir que incluso alrededor

de 500.000 millones de euros, o incluso más, una cantidad que

desestabilizaría a toda la zona euro no solo desde el punto de vista

financiero o monetario, entre otras cosas, porque daría pie a que otros

acreedores quisieran hacer lo mismo con la deuda de otros países…



Pero, por otro lado, la operación de

“rescate” tendría para los grandes grupos de poder otras ventajas no

solo financieras. Daría un extraordinario impulso a los bancos y

justificaría un replanteamiento general de la estrategia europea en la

líneas que al parecer desea, yo creo que muy equivocadamente, el

gobierno y los grandes centros del poder económico alemanes. Además, el

“rescate” iría acompañado de un programa de reformas de liberalización

en España en la línea neoliberal que lógicamente sería proporcional al

shock que provocaría la situación y a la inmensa cuantía del rescate,

lo que daría satisfacción a los sectores que lo vienen reclamando desde

hace tiempo.



De todo lo anterior se podrían deducir tres conclusiones fundamentales.



En primer lugar, que el “rescate” de

España sería en realidad y como en otras ocasiones, el de sus

acreedores y, en este caso, principalmente de los bancos alemanes y

europeos, lo que da a entender que efectivamente éstos pueden estar

altamente interesados en que se lleve a cabo. Y dado que el “rescate”

justificaría la aplicación de medidas de liberalización excepcionales,

podría aventurarse también que en él pueden estar igualmente

interesados sectores nacionales que quieren “transformar” España en

esta línea ya expresada al Rey por grandes empresarios y líderes de

opinión.



En segundo lugar, que la economía

española no es en estos momentos insolvente ni hay razones

estructurales que aventuren que tenga que estar en esa situación (salvo

que se sigan aplicando durante mucho más tiempo las equivocadas

políticas de austeridad actuales y que se tarde en modificar las bases

de nuestro modelo de crecimiento), de modo que su “rescate” solo podría

ser consecuencia de un proceso provocado o inducido.



Tercero, que esa inducción del rescate

podría venir por dos posibles vías. Una, la presión especulativa muy

fuerte concentrada en algún momento, posiblemente a finales de enero o

en febrero de 2011 cuando se negocie el gran volumen de emisiones de

deuda inmediatamente posteriores. Otra, por una presión externa que

fuerce a reconocer la situación patrimonial real de los bancos

españoles hasta mostrarla como explosiva y de ahí se obligue a

intervenir para actuar con ellos como con los irlandeses.



No sé si eso va a ser inevitable o no, o

si las autoridades europeas ayudarán a evitar o a que se produzca el

“rescate”. Pero tengo la impresión de que un gobierno solo dispuesto a

cumplir con las demandas constantes de los acreedores y especuladores

para tratar de generarles confianza, como hizo precisamente el

irlandés, lejos de ahuyentar el peligro, lo va a atraer sin remisión. Y

también la seguridad de que si la ciudadanía no influye en el proceso

será la que finalmente pague, en cualquier escenario que se produzca,

sus consecuencias.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.







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