Este diciembre, Cancún fue el
escenario de un costoso evento para beneficiar a las trasnacionales y
gobiernos más contaminantes. Por los resultados y la dinámica
antidemocrática, se podría pensar que fue una reunión de la Organización
Mundial de Comercio (OMC), como la de 2003, donde el campesino coreano
Lee Kyoung-Hae se inmoló para mostrar la injusticia que significan estos
tratados. Pero fue una reunión del Convenio de Naciones Unidas sobre
Cambio Climático, de facto convertido en una nueva Organización Mundial de Comercio de Carbono. Los muertos los sigue poniendo el Sur global.
Los países más contaminantes y sus grandes industrias –los que más
han emitido gases de efecto invernadero y lucran enormemente con ellos,
devastando el planeta de todos– consiguieron lo que se proponían y más:
rompieron cualquier compromiso vinculante de reducir emisiones; no
establecieron ninguna meta de reducciones; crearon un fondo climático
que será administrado por el Banco Mundial; legalizaron nuevos
mecanismos de mercado, incluidas las peores versiones de REDD
(eufemísticamente llamado Reducción de Emisiones por Deforestación y
Degradación de Bosques) que abre a una ola planetaria de privatización
de bosques y expulsión de comunidades, además de ser un gran aliento a
la especulación financiera. También lograron un comité de tecnología a
su gusto, que eliminó las referencias a las barreras que constituyen las
patentes para el Sur y da amplia participación a las trasnacionales y
la industria para imponer sus tecnologías. Los derechos indígenas y
campesinos, la participación de sociedad civil no comercial, son
mencionados decorativamente, sin efecto real.
Si esto fue una negociación ¿qué recibió el Sur global por tanta
concesión? La respuesta es sorprendente: nada. Sólo promesas vacías, sin
valor jurídico, sobre movilizar
fondos, reconocer la necesidad
de reducir emisiones, abrir
procesos, evaluar
en futuros igualmente inciertos. Mientras los países históricamente más
contaminantes no hacen ningún compromiso de reducción, ahora los países
del Sur tienen que informar sobre sus reducciones. Eso no está mal,
pero la injusticia es evidente.
O sea, lo que se plasmó en Cancún fue la voluntad irrestricta de
Estados Unidos y la aplicación del espurio entendimiento de Copenhague,
con esteroides: todo lo que querían los causantes de la crisis climática
y nada para las víctimas.
Para entender mejor lo que pasó, hay que leer las comunicaciones oficiales al revés: donde dice consenso
, léase desacuerdo
, donde dice multilateralismo
, léase negociaciones secretas entre algunos
, donde dice reconocemos la necesidad de reducir las emisiones
, léase los países del Norte no volveremos a firmar compromisos vinculantes de reducción
, donde dice proteger los bosques
léase privatizarlos
, donde dice recuperamos la confianza
, léase recuperamos los créditos que pagará el público y aumentamos las indulgencias de carbono
, donde dice transferencia de tecnología
, léase jamás evitarán el pago de patentes en la tecnología que venderemos al Sur, basada en sus recursos y subsidiada por ellos mismos
, donde dice progreso
leáse avance de mecanismos de mercado e inyección de optimismo al mercado financiero especulativo
.
La lista es larga y falta que donde dice democracia y participación
, debe leerse censura y represión
, de lo cual varias redes de organizaciones por la justicia ambiental e indígenas presentes en Cancún pueden dar testimonio.
La presidencia de México en el Convenio se encargó de gestionar este
resultado, con una dinámica igual a la de la OMC: llamando a grupos de
delegados por separado, elegidos por la propia presidencia, a
negociaciones ocultas, fragmentarias y nunca en pleno, manipulando
debilidades y deseos, confrontando selectivamente a países o regiones
entre sí, prometiendo quién sabe qué recursos. Finalmente presentó,
tardíamente para no dar tiempo a consideración real en plenario –donde
todos podrían ver todo–, un documento final
no solicitado por los órganos del convenio y como reclamó Bolivia, con la opción tómelo o tómelo
.
No se convocó al pleno para decidir sobre esta propuesta
, sino a una reunión informal con la presidenta
donde se puso a la mesa como paquete completo y cerrado. La presidencia
mexicana destacó por hechos insólitos en Naciones Unidas: en lugar de
aplacar la porra de aplaudidores que curiosamente tuvo acceso masivo a
las reuniones finales –aunque todas las otras sesiones fueron
fuertemente limitadas a los observadores–, la presidenta se sumó a los
aplausos y expresiones de disgusto con posiciones discrepantes
–solamente planteadas por Bolivia– algo totalmente fuera de lugar para
la presidencia de una reunión multilateral. En la misma tónica, decidió
unilateralmente que la objeción argumentada por Bolivia no necesitaba
ser tomada en cuenta, arguyendo arbitrariamente que no era necesario el
consenso para decidir, lo cual es una violación flagrante de las reglas
del Convenio. Sería como afirmar, digamos, que se puede tener la
presidencia sin ganar las elecciones.
Apelar a que no se necesita consenso, es paradójico en el caso de
México, que estando solo en sus posiciones en el Protocolo de Cartagena
sobre Bioseguridad, también de ONU, ha usado repetidamente el recurso de
decidir por consenso
, para impedir por ejemplo, acordar normas
para etiquetar claramente los transgénicos. Allí igual que ahora, fue
para defender los intereses de las trasnacionales y de Estados Unidos.
Bolivia en cambio, defendió en Cancún con dignidad y valentía los
intereses de los pueblos, expresados por más de 35 mil participantes en
la Cumbre de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la
Madre Tierra realizada en Cochabamba. Los movimientos y organizaciones
sociales lo saben y rendirse no está en la agenda.
Silvia Ribeiro. Investigadora del Grupo ETC.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/12/18/index.php?section=opinion&article=024a1eco
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