En España es más que conocido el personaje. Juan Luis Cebrián no es un periodista más. Carga con el mito de ser el director fundador de El País, el que embarcó a Jesús de Polanco en la aventura que concluiría con la construcción del grupo mediático más influyente en España y uno de los más pesados en América Latina: el grupo PRISA. Académico de la Lengua, presidente ejecutivo de El País y miembro del influyente y misterioso Grupo Bilderberg, Cebrián ya no es periodista. Es otra cosa.
¿Por qué entonces baja al terrenal espacio de los mortales para entrevistar a Ollanta Humala, el presidente de Perú? Para eso quizá haya que remitirse al encuentro Invertir en el Perú que se celebra el 26 de enero en Madrid con la presencia del propio Humala, de varios de sus ministros y del ministro de Economía español, Luis de Guindos. La reunión para atraer inversionistas es patrocinada por tres de las transnacionales españoles que exprimen el país andino: Telefónica, BBVA y Repsol.
En ese contexto se produce esta gigante (y colonial) entrevista -publicada en El País y en La República- en la que Cebrián combina sus opiniones personales y su diagnóstico latinoamericano con preguntas benignas a un presidente dudoso al que él unge como socio confiable. No es una entrevista al uso: el presidente y el presidente se tutean, para demostrar que están casi al mismo nivel de poder, aparecen los amigos comunes, el tono relajado es casi contrario a los manuales de periodismo. Sin embargo, es el prólogo fundamental para que los inversionistas tengan claro que en Perú hay “seguridad jurídica”, que el presidente no es de izquierdas –como repite Humala en varias ocasiones- y que, como adelanta el mandatario peruano a los poderosos que están prestos a reunirse en Suiza: “En Davos voy a explicar también que en el Perú hay seguridad jurídica para sus inversiones, que respetamos lo que firmamos. Algunos no entienden que yo pueda tener mis sentimientos y convicciones particulares, pero que en ningún caso van a primar respecto a lo que se tiene que hacer. Dicen que soy un pragmático, pero yo considero que más bien soy objetivo, o trato de serlo, así como trato de ser justo. Ser bueno no es muy difícil, lo difícil es ser justo, y a eso me aplico”.
La entrevista cuenta más entrelíneas que en su lectura directa y son más curiosos los monólogos del entrevistador –que se muestra satisfecho de que a Humala le guste ecucharlo- que las respuestas previsibles del entrevistado. Cebrián tuvo una epifanía ante Ollanta Umala y cambió su forma de pensar que hasta ese momento era la siguiente: “Yo tenía de él la imagen estereotipada que la mayoría de los medios occidentales y la casi totalidad de los de su país habían difundido: un militar golpista, un Chávez a la peruana que había cambiado la exuberancia caribeña por la severidad del inca, pero que en el fondo constituía la misma amenaza para la democracia que la representada por cualquiera otro de los caudillos latinoamericanos de nuevo cuño”.
Claro, que para demostrar que ya había limpiado un poco sus prejuicios antes de sentarse ante el presidente de Perú, Cebrián confiesa haber hablado con un par de amigos (a los amigos los refiere por el nombre de pila, para mostrar su cercanía al poder): “Quien primero me ayudó a escapar de este diagnóstico tan sectario y simplista fue Lula, poco tiempo después de abandonar el sillón presidencial brasileño. Así se lo comenté, por cierto, a Mario Vargas Llosa durante el descanso de un partido Madrid-Barcelona en el Bernabéu”.
No hay nada como un derby futbolístico para mudar de opinión, ni un artículo de Vargas Llosa para entregar la presidencia al ex golpista con ciertos deslices izquierdosos: “Un artículo del premio Nobel en EL PAÍS contribuía a disipar los temores y la confusión de muchos votantes que, detestando lo que significaba Keiko, no se decidían a apoyar con su sufragio la llegada al poder de un militar de tintes progresistas. La actitud de Mario resultó probablemente decisiva para el resultado final de los comicios”. Mario es Mario Vargas Llosa, el intelectual ultra liberal que aspiró a ser presidente del país de Ollanta Humala y que ahora es Nobel español, como señala su pasaporte, y una de las estrellas del grupo PRISA.
Cebrián es inteligente, así que desliza un par de preguntas de autoflagelación que Ollanta se encarga de resolver entre bromas y palmaditas en la espalda. “¿Y han hecho los españoles algo mal, de lo que arrepentirse?”, pregunta el presidente al presidente al referirse a los inversores actuales de la metrópoli y Ollanta Humala lo soluciona bromeando sobre el despojo que se produjo durante la invasión española a América.
Humala, eso sí, defiende bien las posibilidades de organizaciones como UNASUR, a pesar de que Cebrian le deja claro que sin Estados Unidos hay poco que hacer. Para justificar la necesidad del vecino del Norte, el periodista-académico saca de la manga una carta postmoderna y propone contemplar a EEUU como parte de Latinoamérica por obra y gracia de los 50 millones de hispanos que malviven en ese país. Aún así, Cebrián mantiene sus tesis: “En mi opinión, le comento, América Latina ha retrocedido en ese proceso de integración. Hay varias líneas de fractura en el continente, algunas tan obvias como la que separa las naciones del Pacífico de las del Atlántico, otras encarnadas por experimentos políticos que amenazan la institucionalidad democrática si no han acabado ya con ella. ‘Ustedes en el Perú tienen suerte’, añado, ‘están en la orilla de moda, en la que mira hacia Asia”. No está tan desencaminado Cebrián porque los planes que diseñó para Perú su amigo Lula desde Brasil tiene que ver con la salida al Pacífico y los megamercados de Asia, necesitados de las materias primas de América Latina, no de sus precarias manufacturas.
La entrevista gratuita que parece ‘pagada’ se cobrará en especias, algo que los conquistadores llevan haciendo desde hace tiempo. Pocos presidentes latinoamericanos pueden presumir del espacio regalado por El País a Ollanta Humala. Es lógico si se tiene en cuenta el imaginario que Cebrián confiesa, anclado en el tropicalismo y las pesudodictaduras. Pero los asistentes el día 26 a Invertir en el Perú pueden estar tranquilos porque el diagnóstico final del presidente del diario El País es más que positivo: “Este guerrero que todo lo ve y que hoy gobierna el Perú es un hombre correoso y amable. Posee mayores inquietudes intelectuales que la generalidad de los de su profesión y, desde luego, transmite sinceridad y convicción en lo que dice. Proyecta además una imagen de decencia muy necesaria en los tiempos que corren. Humala pertenece a una nueva generación de políticos latinoamericanos que ha emergido de lo que él conceptualiza como golpes de Estado de masas (aunque no se refiere directamente a ello, pienso yo que también en esa categoría encajarían los cambios políticos del norte de África)”.
La frase final, sin embargo, es demoledora y perturbadora. ¿Qué quiere decir Cebrián?: “Lo que mucha gente quiere saber es si el triunfador del torneo cambiará las reglas del juego. Todo indica que no lo hará”. Para los movimientos sociales de Perú la sentencia será desoladora: nada cambiará en el fondo de un Perú injusto, de terratenientes y transnacionales, de exclusión y pobreza. Para los inversores y para la derecha peruana el mensaje es el adecuado: las reglas del juego, la seguridad jurídica, la terrorífica tradición de favorecer al foráneo y machacar al propio… seguirá vigente.
La entrevista, así, es toda una clase de contraperiodismo para las nuevas generaciones y una confirmación del estado del arte para las viejas.
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