La crisis económica entra en una nueva fase
Los últimos 30 años son peculiares en virtud de ciertos rasgos centrales: capitalismo informacional, cultural y desmaterializado; dominio ideológico neoliberal; agresiva trasnacionalización de la producción; globalización de las finanzas. También fue un período de creciente polarización en la distribución de los ingresos. Este último ha sido un fenómeno mundial, presente también en todos o la mayoría de los países ricos –incluida la tradicionalmente igualitaria sociedad japonesa- y especialmente agudo en el capitalismo anglosajón, o sea, Estados Unidos y Gran Bretaña.
El empobrecimiento relativo de los grupos medios y las clases trabajadoras, en un contexto de enfebrecida presión consumista y agresiva sofisticación de los sistemas financieros, incentivó el endeudamiento a fin de sostener el crecimiento del consumo y, con este, el de la economía en su conjunto. Cuando en 2007 se precipita la crisis hipotecaria, lo que luego se produjo, en varias etapas sucesivas, fue el estrepitoso desmoronamiento de un edificio de especulación cuya base era el crecimiento en espiral de las deudas privadas.
El ciclo del endeudamiento privado choca así con pared. En el caso de Estados Unidos, ello se manifiesta en la aún inconclusa crisis inmobiliaria. Muchas familias continúan perdiendo su vivienda y, sin duda, pasará mucho tiempo antes que los precios de los inmuebles recuperen sus niveles previos a la crisis. Ello pone un freno al endeudamiento y obliga a un ajuste en los presupuestos familiares que, muy probablemente, se extenderá por varios años. Esto, a su vez, compromete la sostenibilidad del crecimiento de la economía estadounidense, justo porque, con mucha diferencia, su principal soporte del lado de la demanda es el consumo de las familias.
El enorme endeudamiento asumido por los bancos –que condujo al sistema financiero a una situación de colapso- posiblemente se ha alivianado mediante un mecanismo perverso: la socialización masiva de pérdidas, gracias a los creativos mecanismos puestos en marcha por diversos organismos del Estado durante los últimos dos años (compra masiva de activos tóxicos por la Reserva Federal, los paquetes de rescate financiero, la garantía estatal de deuda, etc.). De ahí que los grandes bancos –responsables directos del desastre- hayan pasado, como por ensalmo, de las pérdidas catastróficas a las ganancias más espectaculares. En cambio, el ajuste presupuestario de las familias queda librado a sus propias posibilidades, y se ve dificultado por los altos niveles de desempleo que persistirán todavía por mucho tiempo. Todo ello tendrá implicaciones de mediano y largo plazo.
Entretanto, en Estados Unidos como en Europa, los desequilibrios fiscales se agudizaron de forma extraordinaria y, con ello, la deuda pública literalmente ha explotado. Ello es fruto de varios factores combinados: la caída de los ingresos fiscales resultantes de la recesión; el costo inmenso del rescate de los sistemas financieros; las políticas fiscales excepcionalmente expansivas necesarias para frenar la debacle económica. Vemos así ejecutarse un movimiento de traslación desde la deuda privada hacia la pública. Es decir, el sostenimiento del sistema parece depender crucialmente de la deuda. En un ayer muy reciente, el endeudamiento privado descontrolado. Hoy la bola de nieve de la deuda pública.
Pero conforme esta crece, aparecen tensiones que fácilmente se desbordan por los puntos más vulnerables. Es lo que estamos observando en Europa. Empieza en Grecia y, en cosa de días, la bola de demolición (la famosa metáfora de Soros a raíz de las crisis financieras de 1997-1998) golpea a España, Portugal e Irlanda. De momento frenaron el colapso, pero recurriendo a mecanismos que tienen toda la apariencia de ser una simple posposición del problema. Lo tiran para adelante, pero posiblemente no mucho.
La Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional conciertan, primero, un paquete conjunto (unos $ 140 mil millones) para el “rescate” de Grecia y, en seguida, proponen un súper-paquete de casi $ 1 000 millones, como respaldo para cualquiera otra economía que pudieran verse amenazada.
El recuento de los daños se resume entonces en lo siguiente: hace muy poco frenaron la debacle de los sistemas financieros y las economías mediante deuda pública. Ahora enfrentan la crisis de la deuda pública mediante…más deuda pública. Es paradójico y no demasiado prometedor.
Por otra parte, la negociación que conduce a este acuerdo implica condiciones extremadamente severas para los países que se suponen están siendo salvados. No se diga Grecia; véase el caso español. El tipo de recorte fiscal que deben aplicar es tan brutal que garantiza, casi con total seguridad, el retorno a la recesión, de la cual España daba algunas débiles y vacilantes señales de estar saliendo. Empujada otra vez cuesta abajo, ¿qué posibilidades reales tendrá España de cumplir con sus deudas y no ser arrastrada a la bancarrota?
La amenaza que representaría una moratoria de pagos por parte de los españoles ya es asunto suficientemente grave. Pero el panorama se vuelve mucho más incierto al observar que economías más grandes que la española –Italia e incluso Gran Bretaña- están bajo amenaza.
¿Pero acaso Estados Unidos es muy distinto? Sus niveles de déficit fiscal se acercan a los peores casos europeos y el ritmo de crecimiento de su deuda federal es vertiginoso. Tiene la ventaja de que su moneda nacional es al mismo tiempo la divisa universal, lo cual facilita –lo ha hecho por mucho tiempo- que el resto del mundo financie sus excesos. Disponen de dos alternativas adicionales para manejar la deuda: el crecimiento económico y la inflación. Lo primero empequeñecería la deuda relativamente al tamaño de su producción nacional. Lo segundo tiene un efecto de “licuación”; cada dólar de deuda pagado implicará menos bienes y servicios sacrificados.
Y, sin embargo, todas estas son apuestas muy inseguras. Que el resto del mundo –y en especial la China- quieran seguir financiando al infinito la deuda estadounidense es cosa harto incierta, lo cual proyecta sombras de duda sobre la estabilidad y solidez del dólar (peor para la economía mundial, ahora que ya no queda duda posible acerca de la vulnerabilidad del euro). Incluso bajo las hipótesis más optimistas el crecimiento económico de la economía estadounidense –como comenté anteriormente- difícilmente recuperará en los próximos años los niveles del período inmediato anterior a la crisis. La alternativa inflacionaria podría ser más eficaz pero constituye una salida peligrosa, un arma de doble filo.
En lo inmediato, el fantasma de la recesión parece reinstalarse con firmeza en Europa, lo que recortará los índices de crecimiento económico mundial, incluyendo Estados Unidos. No es descabellado pensar que la crisis europea de la deuda dará en próximos meses nuevos y peligrosos bandazos, en cuyo caso no debería descartarse que el “contagio” alcance a la deuda estadounidense.
Así pues, la crisis económica mundial ha entrado en una nueva fase que se desata a partir del colapso de la deuda pública y revierte con furia sobre los sistemas de seguridad social, el empleo y los salarios. Eso es tema para un próximo artículo.
http://www.argenpress.info/2010/05/la-crisis-economica-entra-en-una-nueva.html
El empobrecimiento relativo de los grupos medios y las clases trabajadoras, en un contexto de enfebrecida presión consumista y agresiva sofisticación de los sistemas financieros, incentivó el endeudamiento a fin de sostener el crecimiento del consumo y, con este, el de la economía en su conjunto. Cuando en 2007 se precipita la crisis hipotecaria, lo que luego se produjo, en varias etapas sucesivas, fue el estrepitoso desmoronamiento de un edificio de especulación cuya base era el crecimiento en espiral de las deudas privadas.
El ciclo del endeudamiento privado choca así con pared. En el caso de Estados Unidos, ello se manifiesta en la aún inconclusa crisis inmobiliaria. Muchas familias continúan perdiendo su vivienda y, sin duda, pasará mucho tiempo antes que los precios de los inmuebles recuperen sus niveles previos a la crisis. Ello pone un freno al endeudamiento y obliga a un ajuste en los presupuestos familiares que, muy probablemente, se extenderá por varios años. Esto, a su vez, compromete la sostenibilidad del crecimiento de la economía estadounidense, justo porque, con mucha diferencia, su principal soporte del lado de la demanda es el consumo de las familias.
El enorme endeudamiento asumido por los bancos –que condujo al sistema financiero a una situación de colapso- posiblemente se ha alivianado mediante un mecanismo perverso: la socialización masiva de pérdidas, gracias a los creativos mecanismos puestos en marcha por diversos organismos del Estado durante los últimos dos años (compra masiva de activos tóxicos por la Reserva Federal, los paquetes de rescate financiero, la garantía estatal de deuda, etc.). De ahí que los grandes bancos –responsables directos del desastre- hayan pasado, como por ensalmo, de las pérdidas catastróficas a las ganancias más espectaculares. En cambio, el ajuste presupuestario de las familias queda librado a sus propias posibilidades, y se ve dificultado por los altos niveles de desempleo que persistirán todavía por mucho tiempo. Todo ello tendrá implicaciones de mediano y largo plazo.
Entretanto, en Estados Unidos como en Europa, los desequilibrios fiscales se agudizaron de forma extraordinaria y, con ello, la deuda pública literalmente ha explotado. Ello es fruto de varios factores combinados: la caída de los ingresos fiscales resultantes de la recesión; el costo inmenso del rescate de los sistemas financieros; las políticas fiscales excepcionalmente expansivas necesarias para frenar la debacle económica. Vemos así ejecutarse un movimiento de traslación desde la deuda privada hacia la pública. Es decir, el sostenimiento del sistema parece depender crucialmente de la deuda. En un ayer muy reciente, el endeudamiento privado descontrolado. Hoy la bola de nieve de la deuda pública.
Pero conforme esta crece, aparecen tensiones que fácilmente se desbordan por los puntos más vulnerables. Es lo que estamos observando en Europa. Empieza en Grecia y, en cosa de días, la bola de demolición (la famosa metáfora de Soros a raíz de las crisis financieras de 1997-1998) golpea a España, Portugal e Irlanda. De momento frenaron el colapso, pero recurriendo a mecanismos que tienen toda la apariencia de ser una simple posposición del problema. Lo tiran para adelante, pero posiblemente no mucho.
La Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional conciertan, primero, un paquete conjunto (unos $ 140 mil millones) para el “rescate” de Grecia y, en seguida, proponen un súper-paquete de casi $ 1 000 millones, como respaldo para cualquiera otra economía que pudieran verse amenazada.
El recuento de los daños se resume entonces en lo siguiente: hace muy poco frenaron la debacle de los sistemas financieros y las economías mediante deuda pública. Ahora enfrentan la crisis de la deuda pública mediante…más deuda pública. Es paradójico y no demasiado prometedor.
Por otra parte, la negociación que conduce a este acuerdo implica condiciones extremadamente severas para los países que se suponen están siendo salvados. No se diga Grecia; véase el caso español. El tipo de recorte fiscal que deben aplicar es tan brutal que garantiza, casi con total seguridad, el retorno a la recesión, de la cual España daba algunas débiles y vacilantes señales de estar saliendo. Empujada otra vez cuesta abajo, ¿qué posibilidades reales tendrá España de cumplir con sus deudas y no ser arrastrada a la bancarrota?
La amenaza que representaría una moratoria de pagos por parte de los españoles ya es asunto suficientemente grave. Pero el panorama se vuelve mucho más incierto al observar que economías más grandes que la española –Italia e incluso Gran Bretaña- están bajo amenaza.
¿Pero acaso Estados Unidos es muy distinto? Sus niveles de déficit fiscal se acercan a los peores casos europeos y el ritmo de crecimiento de su deuda federal es vertiginoso. Tiene la ventaja de que su moneda nacional es al mismo tiempo la divisa universal, lo cual facilita –lo ha hecho por mucho tiempo- que el resto del mundo financie sus excesos. Disponen de dos alternativas adicionales para manejar la deuda: el crecimiento económico y la inflación. Lo primero empequeñecería la deuda relativamente al tamaño de su producción nacional. Lo segundo tiene un efecto de “licuación”; cada dólar de deuda pagado implicará menos bienes y servicios sacrificados.
Y, sin embargo, todas estas son apuestas muy inseguras. Que el resto del mundo –y en especial la China- quieran seguir financiando al infinito la deuda estadounidense es cosa harto incierta, lo cual proyecta sombras de duda sobre la estabilidad y solidez del dólar (peor para la economía mundial, ahora que ya no queda duda posible acerca de la vulnerabilidad del euro). Incluso bajo las hipótesis más optimistas el crecimiento económico de la economía estadounidense –como comenté anteriormente- difícilmente recuperará en los próximos años los niveles del período inmediato anterior a la crisis. La alternativa inflacionaria podría ser más eficaz pero constituye una salida peligrosa, un arma de doble filo.
En lo inmediato, el fantasma de la recesión parece reinstalarse con firmeza en Europa, lo que recortará los índices de crecimiento económico mundial, incluyendo Estados Unidos. No es descabellado pensar que la crisis europea de la deuda dará en próximos meses nuevos y peligrosos bandazos, en cuyo caso no debería descartarse que el “contagio” alcance a la deuda estadounidense.
Así pues, la crisis económica mundial ha entrado en una nueva fase que se desata a partir del colapso de la deuda pública y revierte con furia sobre los sistemas de seguridad social, el empleo y los salarios. Eso es tema para un próximo artículo.
http://www.argenpress.info/2010/05/la-crisis-economica-entra-en-una-nueva.html
Envía esta noticia
Compartir esta noticia:
No hay comentarios:
Publicar un comentario