Explotación, la gran gallina de los huevos de oro de eso que los medios especializados occidentales no paran de vanagloriar como “el milagro económico de China”. Y es que, en ciencia, no existen los milagros, por lo que tampoco en economía, como bien saben analistas, profesores y políticos. Pero los grandes especialistas hablan con ligereza sobre la maquinaria china, sobre su descomunal productividad, obviando el terrible combustible que utilizan para sus máquinas: seres humanos. Y es que la economía es una ciencia que, a pesar de ‘creer’ en los milagros, no tiene tiempo para preocuparse de los problemas sociales de lo que ella conoce como variable “fuerza de trabajo”.
Este fin de semana leo un reportaje a doble página sobre la de ciudad de Yiwu, denominada felizmente como el ‘hipermercado del mundo’. Resulta que allí hay empresarios que venden más ahora que antes, que conducen BMW y tienen dos o tres teléfonos móviles humeantes como chimeneas. No tienen tiempo para ocio, dicen, pero lo cambian por sus pingües beneficios. Los trabajadores parece que tampoco deben quejarse mucho porque, como muestra el reportaje, cobran el doble que la media nacional, es decir, que alcanzan los 220 euros al mes por 16 horas de labor, un día de descanso a la semana (o tres, o dos días al mes), alojados (hacinados) en salas comunes y comiendo peor que si estuviesen en presidio.
China sigue aumentando su PIB de forma insultante, porcentaje tras porcentaje. Chinos venidos de todas las zonas rurales son esclavizados día y noche sin saber que son los artífices del ‘milagro’ de la economía moderna. Emigrantes en su propio país. La llegada de los rurales a las urbes industrializadas en China es el maná para los explotadores. Los emigrados son registrados como residentes temporales y sufren la discriminación para conseguir vivienda, educación y atención médica. La mayoría de las veces los gerentes se quedan con dos o tres meses de sueldo y pagan con ese atraso para impedir que abandonen.
En Yiwu, parece que están las cinco mayores productoras de calcetines y medias del mundo y el mayor de cremalleras, suministrador directo del gigante yankee Wal-Mart. ¿Qué revela este dato? Sencillamente que la compañía occidental succiona con sus colmillos el cuello de la víctima que sostiene en sus brazos la inhumana logística china. Luego, nosotros compramos esa sangre en lustrosos envases de plástico. ¡Y qué rico sabe! ¡Y a qué precios! Y es una pescadilla mordiéndose la cola, porque, si China no ofrece mano de obra subyugada, la producción sería más cara, y las empresas occidentales se irían con los recursos a otra parte, y China no crecería, pero los vampiros tras los Urales tampoco podrían vender barato y conseguir macro-beneficios.
¿Saben qué sería un milagro? Una China que respetase los derechos humanos y de los trabajadores. ¿Saben qué sería otro milagro? Un occidente honesto, dejándose de hipocresías, lejos de las jerigonzas plutárquicas de políticos, empresarios y medios de comunicación que confunden y adulteran la conciencia general.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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