martes, 26 de abril de 2016

Sobre reuniones e hipocresia.


Rebelion. Sobre reuniones e hipocresia

Estados Unidos-Arabia Saudí
Sobre reuniones e hipocresia



El presidente estadounidense, Barack Obama, en visita oficial a Arabia Saudí, se reunió con miembros de esa monarquía, en momentos que las relaciones entre ambos países viven un período, aparentemente, de fuertes tensiones.

Viaje de Negocios

Obama aterrizó en Riad el pasado miércoles 20 de abril y desde el primer minuto – en esta cuarta visita al feudo personal de la familia Al Saud - se percibió que la monarquía wahabí deseaba dar muestras de malestar con la administración de gobierno de Barack Obama. Dos hechos ejemplifican esta supuesta expresión de disgusto: primero, Obama no fue recibido en la losa del aeropuerto por el Rey Salman dejando ese papel al gobernador de Riad, el príncipe Bandar bin Abdulaziz al Saud ex embajador saudí en Washington entre los años 1983-2005. Amigo personal de George Bush padre e hijo. Exjefe de la General Intelligence Directorate – GID – conocida también como Istakhbarat, que durante su mandato entre los años 2012 al 2014 se dedicó de lleno a apoyar con armas, financiamiento y apoyo logístico a las bandas takfirí EIIL – Daesh en árabe – y el Frente Al-Nusra en su agresión contra Siria.

En segundo término, en este juego político de expresar mediante gestos el disgusto, el arribo de Obama a tierra saudí no tuvo transmisión televisiva como sí lo fue la llegada a Riad de los gobernantes de los países árabes ribereños del Golfo Pérsico agrupados en el denominado Consejo de Cooperación Para los Países Árabes del Golfo Pérsico – CCEAG –, Grupo que conforma una alianza en coordinación, integración e interconexión entre sus Estados miembros – Kuwait, Baréin, Catar, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Omán y Arabia Saudí – principalmente en el campo político, económico y militar. Una alianza cuyo accionar está digitado por los objetivos que persigue la Casa Al Saud y que ha tenido su expresión bélica con la agresión a Yemen, la represión a la población bareiní y la política de apoyo a las bandas terroristas que tratan de derrocar al Gobierno sirio y balcanizar Irak. Este grupo, a diferencia de Obama fue personalmente recibido por el Monarca saudí Salman bin Abdulaziz Al Saud.

Utilizo el concepto de aparente tensión, entre Estados Unidos y la monarquía wahabí, porque, más allá de estos hechos, que a estas alturas de esta tradicional alianza, parecen esas clásicas discusiones de parejas con largos años de convivencia, la realidad indica que la Casa Al Saud sigue siendo un aliado indispensable para Estados Unidos. Ello, en el marco de una política hegemónica en Oriente Medio, que día a día parece perder preponderancia con la irrupción exitosa en la región – especialmente en Siria - de la Federación Rusa, como también el tradicional apoyo de la República Islámica de Irán a la sociedad siria, su gobierno como también a Irak, El Líbano y Palestina. Cada paso dado por Moscú y Teherán preocupan a la alianza wahabí-estadounidense. Constatación que ha impulsado a Washington y Riad a limar sus asperezas y generar un proceso de impulso a esa mancomunidad de intereses, para desgracia de los pueblos de Oriente Medio, Asia Central y el Magreb.

Obama viajó por cuarta vez a Arabia Saudí para reafirmar su compromiso con el régimen wahabí, para tranquilizarlos en varias puntos que preocupan a la Casa Al Saud. Primero, establecer que Estados Unidos, tal como ha sido prometido en su oportunidad a la entidad sionista, seguirá apoyando a Riad en el plano político, diplomático y militar en su pugna contra la creciente influencia de la República Islámica de Irán, considerada por ambos gobiernos como un enemigo de temer. Igualmente, ha trascendido que Obama se comprometió a no dejar avanzar la posibilidad que el Congreso estadounidense apruebe una investigación que responsabilice a las autoridades saudíes de los atentados del 11 de septiembre del año 2011 en tierras norteamericanas. Recordemos que de los 19 implicados en esos actos terroristas, quince de ellos eran de origen saudí. Prima en esta promesa de Obama el hecho que la monarquía saudí señaló que si esa decisión se concretaba retiraría sus fondos de inversión en bancos Estadounidenses, convertidos en los nuevos paraísos fiscales tras el estallido mediático de los Panamá Papers, lo que generó la alarma del establishment político, empresarial y financiero de ese país.

El Objetivo es Irán

El viaje de Obama también tuvo la tarea de encauzar los objetivos políticos, diplomáticos, económicos y militares contra la República Islámica de Irán, que le quita el sueño a la monarquía wahabí y sus afanes de consolidarse como la única potencia regional. Riad no acepta el importante papel que cumple Irán en defensa de sociedades agredidas por el terrorismo takfirí como Irak y Siria, a lo que se suma el apoyo sostenido a Hezbolá en El Líbano y el pueblo palestino. Un rol que ha significado una creciente influencia de Irán en el concierto de una región, que solía moverse al ritmo impuesto por occidente, sin tener un contrapeso como el que se ha erigido tras los acuerdos nucleares, que muestra a la nación persa inclinando la balanza en favor de sociedades tradicionalmente sometidas a la alianza entre las potencias occidentales y la traída conformada por Turquía, el régimen de Israel y Arabia Saudí.

Prueba de esta afirmación respecto a que el foco se centrará contra Irán, ha sido la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos – dada a conocer el mismo día miércoles 20 de abril, día en que se concretaba la visita de Obama a Arabia Saudí - de condenar a Irán a pagar 1.760 millones de euros a los familiares de las víctimas del atentado ejecutado en Beirut el año 1983, en el que fallecieron 241 marines y de las Torres Khobar en Arabia Saudí donde murieron otros 19 estadounidenses. Actos atribuidos a Hezbolá y de los cuales se responsabiliza a Irán de proporcionar apoyo material, para perpetrar dichos actos.

Dicho dinero se tomará de los fondos iraníes congelados ilegalmente en bancos Norteamericanos. Esto a pesar del levantamiento de las sanciones impuestas a la República Islámica de Irán por el tema nuclear y que los acuerdos firmados en julio del año 2015 dejaban sin efecto. Sin embargo, ha quedado claro que la justicia estadounidense marcha en línea paralela a los compromisos internacionales y los suscritos por su gobierno. Lo han sostenido los líderes políticos y religioso iraníes “no se puede confiar en Estados Unidos”.

La vinculación entre el viaje de Obama a Arabia Saudí, la decisión judicial que decide ocupar dineros de Irán para pagar indemnizaciones por atentados donde Irán no ha participado y las amenazas wahabíes de retirar miles de millones de dólares del sistema financiero estadounidense son parte de una misma obra: presionar a Irán, cercarlo, tratar de ahogarlo. El próximo paso en el campo judicial cae de cajón: condenar a Irán por los atentados del 11 de septiembre del año 2001 a las Torres Gemelas tal como se ha venido gestando desde que un tribunal neoyorquino, presidido por el Juez George Daniels, culpó a Irán de dichos atentados en suelo norteamericano. Sin prueba alguna. En marzo de este año sostuve que lo más probable es que la decisión de Daniels escondía un plan mucho más escabroso. No sólo destinado a apropiarse de los fondos iraníes sino que parte de un plan político que trata de sindicar a Irán como patrocinante del terrorismo con toda la carga política y comunicacional que tal hecho conlleva.

En aquella crónica “Irán y la tragicomedia estadounidense” señalé: “el fallo de Daniels teje sus hilos por una telaraña más fina que el sólo hecho de señalar a Irán como culpable de hechos en el cual no tiene participación. Este terreno escabroso va por el lado de la legislación internacional, que consigna que resulta muy difícil obtener algún tipo de indemnización de una nación que no esté dispuesta a pagar pero que facilita la posibilidad si esa nación es catalogada como “patrocinadora del terrorismo” o tiene activos congelados en función de sanciones internacionales como ha sido el caso de Irán… así, se expresa la vieja máxima que “hecha la ley, hecha la trampa” y decidir, finalmente que los familiares de las víctimas del 11 de septiembre del 2001 y las compañías de seguros sean reparadas con los fondos congelados a Irán. En palabras simples, se está preparando un robo a mansalva, una apropiación indebida bajo el manto de la mentira y el descaro de una justicia que sirve al poder y no a la verdad”.

Paso a paso se está cumpliendo este augurio y ante ello el gobierno iraní ha declarado que actuará con firmeza. La cancillería de la nación persa acusó a Estados Unidos de robar sus fondos bajo una sentencia que ridiculiza la justicia y la ley, además de atentar contra los principios básicos del derecho internacional. Para el canciller Mohamad Yavad Zarif “Irán no reconoce dicha sentencia y el Gobierno estadounidense lo sabe bien. Además, es consciente de que tendrá que responder en el futuro de toda medida que adopte respecto a los fondos iraníes, y devolverlos a Irán”.

La visita de Obama se prestó, igualmente, para tratar de limpiar la imagen de un gobierno estadounidense involucrado abiertamente en las guerras de agresión contra Siria e Irak a través de sus políticas aliancistas con Turquía, el régimen de Israel y la Casa Al Saud. Todos ellos responsables del surgimiento y desarrollo de los movimientos terroristas, que hoy devastan y tratan de fragmentar a Siria, Irak, trasladando su campo de acción al Magreb. La acción desestabilizadora de Washington se expresa, en toda su magnitud, al definir como eje de la conversación entre el Rey Saudí y Obama el instalar en Siria un Gobierno de transición sin Bashar al-Asad como presidente, tal como lo anunció, en un comunicado la Casa Blanca.

Obama en Arabia Saudí es la expresión de la hipocresía, de la puesta en escena de una política que asquea por lo sibilino de sus argumentos. Encuentro donde se afirma que se discutió sobre el combate a los grupos takfirí, en especial Daesh y como frase para la galería sostener que “Arabia Saudí debe compartir el vecindario con Irán y preocuparse más de reformas internas que de la supuesta amenaza iraní”. ¿Cómo es posible tragarse tamaña mentira? ¿Cómo es posible que los medios internacionales repitan como un papagayo dichas ideas sin siquiera cuestionarlas con firmeza? ¿Cómo aceptar tamañas palabras sin parecer ingenuo o decididamente descerebrado?

Es imposible pensar con racionalidad y un mínimo de inteligencia y decencia, que sea real el hecho que Obama le solicite a la monarquía wahabí, a su Rey Salman bin Abdulaziz al Saud, coordinar acciones e implementar una política destinada a combatir a Daesh y compartir el vecindario con Irán. Esto, porque lo que Obama tendría que haber dicho, para que algo de credibilidad tengan sus palabras es que Riad cese de inmediato su apoyo a los grupos terroristas que masacran y destruyen en nombre de una ideología criminal, que se haga justicia y reparación con los países agredidos, que se avance en consolidar una democracia efectiva en el país más absolutista del mundo en lugar de andar exigiendo democracia en sociedades que le podrían dar ejemplo a la feudal sociedad saudí. Esas palabras no se escucharon de labios de Obama, ciego, sordo y mudo frente a un socio que se protege contra viento y marea.

Obama tendría que haberle solicitado a su socio saudí, principal patrocinador, financista y padre putativo de Al-Qaeda y sus ramificaciones como el Frente Al-Nusra, Boko Haram, Ansar al Dine, entre otros, que termine de brindar dinero, armas, entrenamiento y sostén al terrorismo. Como también certificar que su país no seguirá solicitando sanciones contra la República Islámica de Irán, bloquear sus fondos o permitir que la justicia estadounidense avale el robo descarado y ruin, bajo un supuesto manto de legalidad.

La visita de Obama a Riad, bajo el lujo insultante de su monarquía feudal, fue simplemente un espectáculo penoso, indecoroso por parte de un mandatario que en pocos meses dejará la Casa Blanca sin cumplir gran parte de sus promesas electorales en el plano interno y externo. Un presidente que se irá con cifras que lo sitúan como el jefe de Estado que más gastos militares ha efectuado durante su gestión – 600 mil millones de dólares presupuestados para el 2016 –. El político que más intervenciones militares, agresiones políticas, desestabilización, deja tras su paso por el gobierno: Siria, Libia, Yemen, Baréin, Afganistán, Venezuela, el Dombas, entre otros.

Un presidente que privilegió la protección al sistema financiero, la banca privada que a sus propios ciudadanos. Un Político que con su política del Leading From Behind y el apoyo al terrorismo takfirí, que sirve a sus objetivos de cercar a Irán y presionar a Rusia, ha generado la mayor cantidad de refugiados y desplazados desde la Segunda Guerra Mundial. La visita de Obama al reino wahabita se sintetiza en muy pocos conceptos: Reuniones bajo el lujo de una monarquía absoluta e hipocresía destinada a ocultar una alianza criminal.


Articulo del Autor cedido por Hispantv.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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