Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Después de una discusión por el rechazo de una licencia, el soldado especialista López sacó una pistola Smith & Wesson calibre 45 y comenzó una matanza indiscriminada en Fort Hood, la mayor base de EE.UU., que dejó tres soldados muertos y 16 heridos. Cuando lo hizo, también sacó del armario las mortecinas guerras de EE.UU. Esta vez, una matanza masiva en Fort Hood, la segunda en cuatro años y medio, fue cometida por un hombre que no era un “extremista” religioso ni político. Parece que solo era uno de los veteranos heridos y perturbados de EE.UU. que ahora ascienden a cientos de miles.
Unos 2,6 millones de hombres y mujeres han sido enviados, a menudo repetidamente, a las guerras de Irak y Afganistán, y según un reciente estudio de veteranos de esas guerras realizado por el Washington Post y la Kaiser Family Foundation, casi un tercio dice que su salud mental es peor que cuando partieron, y casi la mitad dice lo mismo de su condición física. Casi la mitad dice que sufren repentinos estallidos de ira. Solo un 12% de los veteranos entrevistados afirman que ahora están “mejor” mental o físicamente que antes de partir a la guerra.
La cobertura de los medios después de la matanza de López fue, por supuesto, continua y hubo mucha discusión sobre el PTSD (trastorno de estrés postraumático).
Es la etiqueta (poco comprensible) que ahora se utiliza indiscriminadamente para explicar casi cualquier cosa desagradable que ocurra a o sea causada por actuales o antiguos hombres y mujeres militares. En medio de la andanada de cobertura, sin embargo, algo faltaba: la evidencia de que desce hace años la violencia de las guerras distantes de EE.UU. vuelve para agobiar a la “patria” junto con los soldados. En ese contexto los asesinatos de López, aunque a una escala a la que no se ha llegado con frecuencia, constituyen una marca más en una sangrienta pista letal que conduce de Irak y Afganistán al corazón de EE.UU., a bases y patios interiores en toda la nación. Es una historia con un número de víctimas que no debemos ignorar.
La guerra vuelve al país
Durante los últimos 12 años, muchos veteranos que han “empeorado” durante la guerra se podían encontrar en las bases del país y sus alrededores esperando para volver a desplegarse y a veces cometiendo daños graves contra otros y contra sí mismos. La organización Veteranos de Irak Contra la Guerra (IVAW) ha hecho campaña durante años por el “derecho a sanar” de un soldado entre despliegues. El próximo mes publicará su propio informe sobre una práctica común en Fort Hood de enviar a soldados dañados y fuertemente medicados de vuelta a zonas de combate a pesar de las órdenes de los médicos y las regulaciones oficiales de la base. No se puede esperar que esos soldados sobrevivan en buena forma.
Inmediatamente después del tiroteo indiscriminado de López, el presidente Obama habló de esos soldados que han servido múltiples períodos en las guerras y “necesitan sentirse seguros” en sus bases de operaciones. Pero lo que el presidente calificó de “ese sentido de seguridad… roto una vez más” en Fort Hood, se ha deshecho una y otra vez en bases y ciudades de todo EE.UU. post 11-S, desde que los soldados vejados, engañados y maltratados comenzaron a llevar consigo la guerra a su país.
Desde 2002, soldados y veteranos han estado cometiendo asesinatos individualmente y en grupos, matando a esposas, novias, niños, otros soldados, amigos, conocidos, personas ajenas a ellos y –en sobrecogedoras cantidades– a sí mismos. La mayoría de esos asesinatos no han ocurrido a una escala masiva, pero se suman, incluso si nadie lleva la cuenta. Hasta la fecha nunca se han contado en su totalidad.
Los primeros veteranos de la guerra en Afganistán volvieron a Fort Bragg, Carolina del Norte, en 2002. En rápida sucesión, cuatro de ellos asesinaron a sus esposas, después de lo cual tres de los asesinos se quitaron su propia vida. Cuando un periodista del New York Times pidió a un oficial de las Fuerzas Especiales que comentara sobre esos eventos, respondió: “A las Fuerzas Especiales no le gusta comentar sobre asuntos emocionales. Somos gente de Tipo A que saltamos a la torera cosas semejantes, como noticias de ayer”.
Por cierto, gran parte de los medios y gran parte del país han hecho precisamente eso. Aunque medios cercanos a la escena han informado de asesinatos individuales cometidos por “los héroes de nuestra nación” en el “frente interior”, la mayor parte de esos crímenes nunca llegan a las noticias nacionales y muchos son invisibles incluso localmente cuando solo se informa de ellos como asesinatos de rutina sin mencionar el hecho aparentemente insignificante de que el asesino era un veterano. Solo cuando esos crímenes se agrupan alrededor de una base militar los diligentes periodistas locales parecen juntar las piezas del cuadro general.
En 2005, Fort Bragg había registrado la décima fatalidad semejante de “violencia doméstica”, mientras en la Costa Oeste, el Seattle Weekly había llevado la cuenta de muertes entre soldados en servicio activo y veteranos en el Estado oeste de Washington hasta siete homicidios y tres suicidios. “Cinco esposas, una novia y un niño fueron asesinados; otros cuatro niños perdieron a uno o a ambos progenitores por muerte o encarcelamiento. Tres soldados se suicidaron, dos de ellos después de matar a su esposa o amiga. Cuatro soldados fueron enviados a la prisión. Uno estaba en espera de juicio”.
En enero de 2008 The New York Times intentó por primera vez llevar la cuenta de semejantes crímenes. Encontró “121 casos en los cuales veteranos de Irak y Afganistán cometieron un asesinato en este país, o fueron acusados de cometerlo, después de su retorno de la guerra”. Enumeró titulares tomados de periódicos locales más pequeños: Lakewood, Washington, “Familia culpa Irak después que hijo mata a su esposa”; Pierre, Dakota del Sur, “Soldado acusado de asesinato testifica sobre estrés post-guerra”; Colorado Springs, Colorado, “Veteranos de la guerra de Irak sospechosos de dos asesinatos premeditados, banda de delincuentes”.
The Times estableció que cerca de un tercio de las víctimas de asesinatos fueron esposas, amigas, hijos u otros parientes del asesino, pero significativamente, un cuarto de las víctimas fueron otros soldados. El resto eran conocidos o extraños. Entonces, tres cuartos de los soldados homicidas todavía estaban en las fuerzas armadas. La cantidad de homicidios representó entonces un aumento de cerca de 90% en los cometidos por personal en servicio activo y veteranos en los seis años desde la invasión de Afganistán en 2001. Sin embargo después de rastrear esa “pista de muerte y angustia por todo el país”, The Times señalo que su investigación probablemente había revelado solo “la cantidad mínima de casos semejantes”. Un mes después, descubrió “más de 150 casos de violencia doméstica fatal o abuso infantil [fatal] en EE.UU. en la que estaban involucrados soldados y nuevos veteranos”.
Hubo más casos. Después de que el equipo de Combate de la Cuarta Brigada de Fort Carson, Colorado, volviera de Irak en 2008, nueve de sus miembros fueron acusados de homicidio, mientras “las acusaciones de violencia doméstica, violaciones y abusos sexuales” en la base aumentaban fuertemente. Tres de las víctimas de asesinatos fueron esposas o novias; cuatro fueron otros soldados y dos fueron extraños escogidos al azar.
De vuelta a Fort Bragg, en la cercana base de marines de Camp Lejeune, los militares asesinaron a cinco mujeres militares en un período de nueve meses entre diciembre de 2007 y septiembre de 2008. Hasta entonces, la coronel del ejército Ann Wright había identificado por lo menos 15 muertes altamente sospechosas de mujeres militares en las zonas de guerra que habían sido oficialmente calificadas de “no relacionadas con combates” o “suicidios”. Planteó una pregunta que nunca obtuvo respuesta: “¿Existe encubrimiento por parte del ejército de violaciones y asesinatos de mujeres soldados?” Los asesinatos que tuvieron lugar cerca de Fort Bragg y Camp Lejeune (pero allí), todos investigados y enjuiciados por autoridades civiles, plantearon otra pregunta: “¿Había algunos soldados que traían a casa no solo la violencia genérica de la guerra, sino crímenes específicos que habían practicado en el exterior?
Atrapados en "modo combate"
Mientras esta especie de combate en el interior pocas veces llegó a las noticias nacionales, los asesinatos no se han detenido. En realidad han continuado mes tras mes, año tras año, generalmente mencionados solo por medios locales. Muchos de los asesinatos sugieren que los asesinos se sentían como si estuvieran en alguna especie de misión privada en “territorio enemigo” y que ellos mismos eran hombres que, en distantes zonas de combate, se habían acostumbrado a matar y adquirieron el hábito. Por ejemplo, Benjamin Colton Barnes, un veterano del ejército de 24 años, fue a una fiesta en Seattle y se involucró en un tiroteo en el que hubo cuatro heridos. Entonces huyó al Parque Nacional Mount Rainier donde mató a tiros a una guarda forestal (madre de dos pequeños niños) y disparó a otros antes de escapar hacia las montañas cubiertas de nieve donde se ahogó en un torrente.
Según las informaciones, Barnes, veterano de Irak, había vivido una dura transición a la vida dentro del país después de que le dieran de baja en el ejército en 2009 por mala conducta tras haber sido arrestado por conducir borracho y portar un arma. (También amenazó a su esposa con un cuchillo). Fue uno de más de 20.000 veteranos perturbados del ejército y de los marines que las fuerzas armadas dieron de baja entre 2008 y 2012 por motivos “distintos de los honorables” y sin prestaciones, atención sanitaria o ayudas.
Enfrentadas a la costosa perspectiva de prestar atención a largo plazo a estos veteranos más frágiles, las fuerzas armadas prefirieron librarse de ellos. Barnes fue despedido de la Base Conjunta Lewis-McChord cerca de Tacoma, Washington, que en 2010 había sobrepasado Fort Hood, Fort Bragg, y Fort Carson en violencia y suicidios para convertirse en la base del interior “más conflictiva” de las fuerzas armadas.
Algunos soldados homicidas actúan en conjunto, tal vez recreando en casa ese famoso sentimiento fraternal de la “banda de hermanos” militares. En 2012 en Laredo, Texas, unos agentes federales dándoselas de dirigentes de un cártel mexicano de la droga arrestaron al teniente Kevin Corley y al sargento Samuel Walker –ambos del tristemente célebre equipo de combate de la Cuarta Brigada de Fort Carson– y a otros dos soldados en su escuadrón de la muerte privado que habían ofrecido sus servicios para matar a miembros de cárteles rivales. “Trabajo húmedo”, le denominaban los soldados y estaban tan bien entrenados para hacerlo que los auténticos cárteles mexicanos de la droga habían contratado a ambiciosos veteranos de Fort Bliss, Texas, y probablemente de otras bases en las zonas fronterizas, para eliminar objetivos mexicanos y estadounidenses a 5.000 dólares por cabeza.
Parece que semejantes soldados nunca salen del modo de combate. El psiquíatra de Boston Jonathan Shay, bien conocido por su trabajo con veteranos perturbados de la Guerra de Vietnam, señala que las habilidades inculcadas al soldado de combate –astucia, engaño, rapidez, sigilo, un repertorio de técnicas asesinas y la supresión de los sentimientos de compasión y culpabilidad– lo equipan perfectamente para una vida de crimen. “Lo diré del modo más directo posible”, escribe Shay en Odysseus in America: Combat Trauma and the Trials of Homecoming, “El servicio en combate per se prepara el camino hacia carreras criminales después, en la vida civil”. Durante la última década, cuando el Pentágono aflojó los estándares para rellenar las filas, algunos miembros emprendedores, por lo menos de 53 bandas estadounidenses distintas, iniciaron sus carreras criminales alistándose, entrenando y sirviendo en zonas de guerra para perfeccionar sus habilidades especiales.
Algunos veteranos han llegado a convertirse en terroristas nacionales, como el veterano de la "Tormenta del Desierto" Timothy McVeigh, quien mató a 168 personas en el edificio federal de Oklahoma en 1995 o en asesinos masivos como Wade Michael Page, el veterano del ejército y superracista que asesinó a seis creyentes en un templo sij en Oak Creek, Wisconsin, en agosto de 2012. Page había llegado a conocer la ideología de la supremacía blanca a los 20 años, tres años después de entrar al ejército, cuando se adhirió a un grupo neonazi en Fort Bragg. Eso fue en 1995, el año en el que tres paracaidistas de Fort Bragg asesinaron a dos residentes locales negros, un hombre y una mujer, para merecer sus tatuajes neonazis en forma de telas de araña.
Una cantidad desconocida de asesinos semejantes, simplemente queda libre, como el soldado raso del ejército (y excadete de West Point) Isaac Aguigui, quien fue finalmente condenado el pasado mes en un tribunal penal en Georgia por asesinar a su mujer embarazada, sargento Deirdre Wetzker Aguigui, lingüista del ejército, hace tres años. Aunque el cuerpo esposado de Deirdre Aguigui había revelado múltiples golpes y señales de lucha, el médico legista militar no “detectó una causa anatómica de muerte”, un hecho conveniente para el ejército, que no tuvo que seguir investigando, e Isaac Aguigui cobró medio millón de dólares en prestaciones militares por fallecimiento y seguro de vida para financiar su propia guerra.
En 2012, las autoridades en Georgia acusaron a Aguigui y a tres veteranos de Fort Stewart de los asesinatos al estilo de ejecuciones del exsoldado raso Michael Roark, de 19 años, y su amiga Tiggany York, de 17. El juicio en un tribunal penal civil reveló que Aguigui (quien nunca fue enviado al frente) había formado su propia milicia de veteranos de combate perturbados llamada FEAR (Eternamente estoicos, siempre listos) y conspiraba para apoderarse de Fort Stewart apoderándose del punto de control de municiones. Entre otros planes de su grupo, estaba asesinar a oficiales no nombrados con coches bomba, hacer volar una fuente en Savannah, envenenar una cosecha de manzanas en el Estado natal de Aguigui, Washington y unirse a otros grupos de milicias privadas en todo el país en un complot para asesinar al presidente Obama y tomar el control del Gobierno de EE.UU. El año pasado, el tribunal en Georgia condenó a Aguigui en el caso de las ejecuciones de FEAR y lo sentenció a cadena perpetua. Solo entonces un médico legista civil determinó que primero había asesinado a su mujer.
El mantenimiento del orden
Los ejercicios rutinarios de entrenamiento básico y los eventos catastróficos de la guerra dañan a muchos soldados de maneras que parecen sombríamente irónicas cuando vuelven a casa para traumatizar o matar a sus parejas, sus hijos, otros soldados o extraños al azar en una ciudad o en una base. Pero de nuevo para obtener las historias tenemos que basarnos en periodistas locales. The Austin American-Statesman, por ejemplo, informa de que, desde 2003, en el área alrededor de Fort Hood en Texas central, casi el 10% de los involucrados en incidentes de disparos con la policía han sido veteranos de las fuerzas armadas o miembros en servicio activo. En cuatro enfrentamientos separados desde diciembre pasado, la policía mató a tiros a dos veteranos que habían vuelto recientemente e hirió a un tercero, mientras un policía resultó muerto. Un cuarto veterano sobrevivió a un tiroteo sin daño alguno.
Semejantes enfrentamientos trágicos llevaron a los funcionarios estatales y municipales de Texas a desarrollar un Programa de Reacción Táctica ante Veteranos para entrenar a la policía en el manejo de tipos militares perturbados. Algunas de las técnicas estándar que utiliza la policía de Texas para intimidar y controlar a sospechosos –gritos, lanzamiento de “flashbangs” (granadas), o incluso realizar disparos de advertencia– son contraproducentes cuando el sospechoso es un veterano en crisis, armado y altamente entrenado a abrir fuego por reflejo. El policía civil promedio es inferior a un combatiente enfurecido, como dijo el presidente en Fort Hood, “del mejor ejército que el mundo haya conocido”. Por otra parte, un veterano con su cerebro dañado que necesita tiempo para responder órdenes o responder preguntas puede ser maltratado, aplastado, atacado con táser, aporreado o algo peor por policías antes de que tenga tiempo de decir una palabra.
Y hay otro giro irónico. Durante la última década, los reclutadores militares han presentado como atractivo la política de “preferencia para veteranos” en las prácticas de reclutamiento de los departamentos de policía. La perspectiva de una carrera vitalicia en el mantenimiento del orden después de un solo período de servicio militar tienta a muchos adolescentes vacilantes a alistarse. Pero los veteranos que son finalmente dados de baja del servicio y se ponen el uniforme de un policía civil ya no son los mismos que cuando se alistaron.
En Texas en la actualidad, un 37% de la policía de Austin, la capital del Estado, está compuesta de exmilitares, y en ciudades más pequeñas y pueblos en el área de Fort Hood, la cifra supera la marca del 50%. Todos saben que los veteranos necesitan puestos de trabajo, y en teoría pueden ser muy buenos para controlar a soldados conflictivos en crisis, pero llegan a su puesto entrenados para ser muy buenos en la guerra. Cuando encuentran al próximo Ivan López, forman un combo potencialmente combustible.
La mayor parte de los hombres y mujeres militares de EE.UU. no quieren ser “estigmatizados” por asociación con los soldados violentos mencionados. Tampoco lo quieren los exmilitares quienes ahora, como miembros de las fuerzas de policía civil, se enfrentan periódicamente a violentos veteranos en Texas y en todo el país. El nuevo sondeo Kaiser del Washington Post revela que la mayoría de los veteranos están orgullosos de su servicio militar y no están contentos con su retorno a casa. Casi la mitad de ellos piensan que los civiles estadounidenses, como los ciudadanos de Irak y Afganistán, no los “respetan” genuinamente y más de la mitad se sienten desconectados de la vida en EE.UU. Creen que tienen mejores valores morales y éticos que los demás ciudadanos, una virtud pregonada por igual por el Pentágono y los presidentes. El 60% dice que son más patrióticos que los civiles. El 70% dice que los civiles no los comprenden en absoluto. Y casi un 90% de los veteranos dicen que en un santiamén se volverían a alistar para combatir.
Los estadounidenses en el “frente interior” nunca fueron movilizados por sus dirigentes y generalmente no han asumido las guerras libradas en su nombre. Al respecto, sin embargo, tenemos otra ironía: resulta que tampoco lo han hecho la mayoría de los hombres y mujeres militares de EE.UU. Como sus contrapartes civiles, muchos de los cuales están demasiado fácilmente dispuestos a volver a desplegar a esos soldados para intervenir en países que ni siquiera pueden encontrar en un mapa, una cantidad significativa de veteranos todavía tiene que deshacer sus maletas y examinar las guerras que han traído a casa en su equipaje y en demasiados casos sórdidos, ellos, sus seres queridos, los demás soldados, y a veces extraños al azar pagan el precio.
La colaboradora regular de TomDispatch Ann Jones es autora del nuevo libro: They Were Soldiers: How the Wounded Return from America’s Wars -- the Untold Story, un proyecto de Dispatch Books en cooperación con Haymarket Books. (Jeremy Scahill acaba de elegirlo como su libro favorito de 2013.) Jones, quien ha informado desde Afganistán desde 2002, es también autora de dos libros sobre el impacto de la guerra en civiles: Kabul in Winter y War Is Not Over When It’s Over. Su sitio en la web es annjonesonline.com.
Copyright 2014 Ann Jones
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175832/tomgram%3A_ann_jones%2C_star-spangled_baggage/#more
rCR
Compartir esta noticia:
No hay comentarios:
Publicar un comentario