Correa llegó a la presidencia después de un periodo de profundas inestabilidades que provocaron la caída de varios presidentes –el último de ellos fue el coronel Lucio Gutiérrez- y tras media década de la puesta en vigencia de la dolarización, que reemplazó el Sucre por la divisa norteamericana. Ese periodo de “resistencia heroica” al neoliberalismo tuvo como uno de sus protagonistas a los indígenas, nucleados en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). Pero la corta participación de los “indios” en el gobierno de Gutiérrez –quien comenzó como un “Chávez ecuatoriano” y terminó como un aliado autoritario de EEUU- debilitó la proyección política del Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik y abrió paso a Correa, un economista académico heterodoxo poco conocido y “antipartido”.
En verdad, Correa adquirió cierta popularidad con su fugaz paso por el ministerio de Economía durante el gobierno de Alfredo Palacio y se presentó a las elecciones de 2006 “por fuera” de la política, con una fuerte dosis de extroversión. Para reforzar esa posición resignó presentar candidatos a diputados al “congreso corrupto” y apenas llegó al poder reemplazó al Parlamento por una Asamblea Constituyente, presidida por el economista ecologista Alberto Acosta, que dictó una Constitución que reconoce el Estado plurinacional y los “derechos de la naturaleza”.
Hasta hoy Correa mantiene una mezcla de carisma juvenil, aura de competencia tecnocrática y cierta prepotencia mesiánica. En cierto sentido, su forma de “autoritarismo” es muy “ejecutiva”, mezclada con una especie de narcisismo característico de los intelectuales públicos. En los debates se caracteriza por su gran eficacia para desarmar los argumentos de sus adversarios (si no vean como vapuleó a Jorge Lanata) : en su programa de los sábados, donde se presente como el gran profesor de la nación no duda en lanzar duras acusaciones contra sus contendientes, quienes llaman a la audición presidencial “la insultadera”.
La principal particularidad de la experiencia ecuatoriana es su voluntad de poner en pie una meritocracia capaz de llevar adelante un proceso de refundación del país. El Senplades (Secretaria Nacional de Planificación y Desarrollo) atrajo a numerosos jóvenes con doctorados en el exterior. Por otra parte, desde el Consejo de evaluación, acreditación y aseguramiento de la calidad de la educación superior, Guillaume Long promovió el cierre de 14 universidades privadas que no cumplían con los requisitos de calidad. Para algunos, todo esto refleja una visión tecnocrática del poder, para otros, la vía para transitar hacia una economía del conocimiento desde una basada en la explotación de recursos naturales. Ahora, desde el Ministerio de Conocimiento y Talento Humano, Long impuso la obligación del doctorado para institucionalizar la carrera académica y su escalafón universitario, e incentivar la investigación. Frente a los críticos, varios de ellos desde posiciones poscoloniales, Long argumenta que “el Ph.D. es igual de occidental que los antibióticos, la cerveza o el fútbol, todos elementos poco resistidos en el quehacer diario latinoamericano”. Todo ello dicho en una columna sintomáticamente titulada “La ‘peachedefobia’” ( El Telégrafo , 2/4/2013).
Allí agrega que “nuestra academia poco académica y nuestros ‘doctores’ sin doctorados han estado dedicados, en el mejor de los casos, a la transferencia –y no a la generación– de conocimientos. El estado lamentable de la mayoría de las tesis de tercer nivel, es un resultado evidente de la falta de práctica investigativa de tutores y profesores, y del sistema universitario en su conjunto. Y esta ausencia de cultura investigativa responde a un círculo vicioso, íntimamente ligado a la existencia de un profesorado con título de tercer nivel que no ha transcurrido aquel lustro de soledad y concentración frente a una pregunta de investigación”.La ciudad del Conocimiento Yachay –concebida con apoyo surcoreano- busca fomentar la economía del talento en estrecha alianza con varias grandes empresas. De hecho, no son pocos, en el gobierno, los que imaginan un “jaguar ecuatoriano” que empiece a rugir, en una poco velada comparación con los tigres asiáticos. Entretanto, la ausencia de soberanía monetaria generó un curioso nacionalismo dolarizado capaz de cambiar en muchos sentidos el país.
Correa logró reducir la pobreza, mejorar las infraestructuras y reformar el sistema impositivo. También aumentó el consumo popular, y en varias zonas de Quito se reprodujeron restaurantes sofisticados (aniñados, dicen en Ecuador) y otras expresiones de “consumismo” posmoderno.
La visión jacobina propia del correísmo chocó con los movimientos indígenas (especialmente con sus dirigentes). Hoy muchas críticas se enfocan en la decisión oficial se sacar petróleo del Yasuní-ITT, luego de un intento frustrado de conseguir financiamiento internacional para dejar ese petróleo bajo tierra.
Otros cuestionamientos se enfocan el “autoritarismo benigno” de Correa y en nuevas figuras legales como el “linchamiento mediático” o la judicialización de la protesta social. Pero casi todos le reconocen eficiencia en el manejo del Estado. El correísmo es, en muchos aspectos, una contracara del evismo boliviano: la Revolución ciudadana es opuesta a las formas corporativas de la representación social que predominan en Bolivia; también es una contracara del manejo económico desordenado y derrochón del gobierno venezolano. La revista colombiana Dinero tituló su portada en enero de 2014 “Milagro ecuatoriano”. “Para Colombia, el modelo de Correa despierta, sin duda, una enorme envidia. Las carreteras se hacen sin escándalos de corrupción y sin que haya que esperar años para que se resuelvan unos alegatos con comunidades. Los intereses particulares no frenan las iniciativas. Las carreteras no están llenas de huecos. El cambio se ve”, dice la publicación del país vecino.
Correa repite a “Woody Allen para afirmar que “no conozco la fórmula del éxito, pero la fórmula del fracaso es querer contentar a todo el mundo”. De hecho, el mandatario ecuatoriano está lejos de eso y no ahorra en epítetos para los “ecologistas infantiles”, los “excesos de la ideología de género” (es un católico militante) y la “prensa corrupta”. Sus posiciones sobre temas ético-morales son tan conservadores como los del Papa Francisco.
En 2013, Correa fue reelecto con el 57% pero las recientes elecciones locales significaron una derrota para Alianza País (notablemente con la pérdida de Quito y otras grandes ciudades). Mientras en la capital ganó la derecha, con Mauricio Rodas, en localidades más pequeñas pareció expresarse un rechazo a la expansión minera. Los resultados en Quito, a su vez, debilitaron al sector socialista democrático que encabezaba el alcalde Augusto Barrera.
“ De la lectura respecto a los resultados electorales en los gobiernos provinciales del Azuay, Morona Santiago y Zamora Chinchipe, cabría deducir que en los territorios afectados por el ‘planificado’ desarrollo de la minería se estaría reflejando el rechazo local a las formas y lógicas por las cuales pretenden ser implementadas las políticas nacionales de perfil extractivista”, escribió el analista Decio Machado. La defensa del Yasuní es esgrimida hoy por un bloque ecologista partidario del Buen Vivir, con más fuerza en Ecuador que en naciones andinas como Bolivia.
Al mismo tiempo, esta derrota del oficialismo volvió a activar la posibilidad de reforma constitucional para que Correa –con 51 años recién estrenados- pueda re-reelegirse en 2017. El argumento será la necesidad de “asegurar la revolución”. Pero el correísmo como tal vive un momento de tensiones y algunas reconfiguraciones internas. De hecho, varios de sus líderes, se pronunciaron contra la reelección inmediata.
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