Estimado George Soros:
He leído la entrevista que ha concedido a Le Monde. Viene usted a decir que la Unión Europea debe obtener una legitimidad propia para la zona euro que la faculte para otorgar límites variables a las políticas presupuestarias estatales, con potestad para prohibir o flexibilizar sus déficits públicos. Llámelo gobernanza europea, pero se traduce bien como cesión de soberanía nacional y consiguiente pérdida de representatividad democrática de las decisiones económicas, porque las democracias siguen siendo nacionales y no está a la vista cómo puedan ser sustituidas por instancias supraestatales sin lesionar la representatividad de las decisiones.
Está a favor de la emisión y comercialización de eurobonos, lógicamente, porque es un buen negocio para quienes, como usted, podrán comprarlos. Pero omite pronunciarse sobre un impuesto a las transacciones financieras, lo cual plantea una interesante cuestión: un mercado de eurobonos libre de impuestos que absorbe recursos de los impuestos nacionales, ¿no acabará reforzando la inyección en la economía virtual transnacional de riqueza generada en la economía real de los estados europeos? ¡No puede haber eurobonos sin euroimpuestos, Sr. Soros! Y para qué crear euroimpuestos si el mercado de eurobonos será global: tiene que haber un fisco mundial, pero como eso no es viable, debe implementarse a través de la fiscalidad de los Estados. No es sólo estar de acuerdo con Warren Buffet en la imposición de mayores cuotas fiscales a los ricos. Es usted muy listo, pero yo pregunto: ¿a qué ricos, los que tienen su negocio en las transacciones de las finanzas internacionales, o aquellos cuya riqueza continúa estando localizada en sedes nacionales?
Sería un paraíso para usted poder comprar eurobonos cuyo valor proviene de una fiscalidad reforzada a la producción y las grandes fortunas nacionales y comerciar con ellos en la economía global sin pagar impuestos por esas transacciones, incrementando su propia fortuna. Pero el problema se generó precisamente en decisiones fiscales de ámbito estatal, cuando los Ministerios de Economía consideraron que una forma de atraer la inversión de fondos financieros especulativos e inyectarlos dopando el músculo de sus economías, era reducir a la mínima expresión los impuestos a los operadores de ese tipo de productos, ahora denominados tóxicos: en España se redujo el Impuesto de Sociedades a un 1% a los intercambios de productos financieros sin aval, así que si esa medida fue un aldabonazo para la creación del problema hipotecario e inmobiliario cuya posterior desinversión ha conducido a la actual crisis de déficit y endeudamiento público, no veo por qué no pueden ser los propios Estados los que, incrementando los mismos impuestos que ayer rebajaron, implementen en la práctica esa fiscalidad global para la que no existen, hoy por hoy, ni existirán, estructuras de gobierno mundiales.
Por lo tanto, no es una conclusión necesaria acudir a la gobernanza europea, ni detraer competencias democráticas a los gobiernos nacionales sobre sus propias economías; por el contrario, son estos los que pueden adoptar medidas, a través de sus políticas fiscales propias, empleando las instancias existentes en la Unión Europea solamente como medios de coordinación de aquellas, tal y como acaban de anunciar Alemania y Francia respecto a sus Impuestos de Sociedades, por ejemplo. Pero esas medidas fiscales no se deben aplicar solamente a los empresarios nacionales, aumentando sus contribuciones al erario público, sino que tienen que suponer un castigo desincentivador de la especulación: si usted, Sr. Soros, quiere ganar dinero en todas partes sin producir en ningún sitio, no hay inconveniente, pero tendrá que pagar por ello porque lo que queremos es que ese dinero produzca, a ser posible, en nuestro país; pero no venga a nuestro país si no es para crear riqueza distributiva, es decir, en la economía real, porque si esas son las intenciones lo vamos a freír a impuestos.
En conclusión, plantea en la entrevista elevar el riesgo de los eurobonos y recapitalizar los bancos: no veo cómo puede hacerse sin crear gravámenes a las transacciones financieras transnacionales que van a operar con esos eurobonos, y si las medidas fiscales se hacen recaer solamente sobre los capitalistas locales, no veo cómo se podría evitar que al final ese dinero obtenido por los Estados no acaba, a través de las emisiones de eurodeuda, en manos de los mismos especuladores transnacionales que han generado la actual crisis sin producir nada en la economía real ni pagar impuestos.
Otra llamativa propuesta suya es organizar la salida temporal del euro de Portugal y Grecia, mediante lo que denomina “quiebra organizada”, mientras que los gobiernos de España o Italia deberían ser autorizados a mantener cierto nivel de déficit público, pues lo necesitan para sostener estímulos que mantengan la situación mientras se aplican reformas estructurales, se flexibiliza el mercado laboral, se reduce el coste del crédito y se fomenta la inversión y el consumo. Viene a decir: como hace falta dar algunos palos, eso es mejor que se haga contando con algunas zanahorias. ¿Por qué no pone las suyas, Sr. Soros? ¿Por qué nos tenemos que pagar nosotros las zanahorias y recibir además los palos, sin que a usted le cueste dinero, cuando es la especulación a la que usted se dedica la que nos ha puesto en esta situación? Tráigame sus zanahorias y asuma su parte en los palos, o cállese.
No veo por qué la única alternativa posible deba ser la salida de Grecia del euro. En primer lugar, la Unión Europea se basta para sostener el tortuoso regreso griego a la veracidad de sus cuentas públicas y a los estándares económicos de la media europea: no estamos afrontando allí un problema nuevo, sino una situación heredada que fue camuflada para que Grecia pudiera entrar en la Unión Europea. El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra. Los alemanes faltaron a la verdad bastante más a todos los demás europeos, incluidos los griegos, para hacer creíble la reunificación de la RFA con la RDA, una solución nacional para Alemania que han pagado las otras economías europeas, sobre todo la española. Poca autoridad moral existe, entonces, para forzar a Grecia a salir del euro, castigándola por hacer lo mismo que hicieron sus socios.
En cuanto a Portugal, tampoco me parece que el opting-out vaya a ser ninguna solución real. En primer lugar, me pregunto por qué usted, Sr. Soros, que se reclama ciudadano europeo, no ha pensado antes en presionar a Inglaterra para que la libra se integre en el euro. La banca británica, como es sabido, es junto a la alemana la que más recursos obtiene de la crisis de los bonos de la deuda de España, Portugal o Italia, mientras sus europarlamentarios participan en las decisiones que fiscalizan a esos países por sus elevados déficits públicos. ¿Cuándo se va a poner sobre la mesa el punto final a los privilegios ingleses en Europa? ¿Por qué proponer una salida de Portugal y no una entrada de Inglaterra no sólo en los derechos, sino también en los deberes, de la Unión Europea? ¡Europa necesita más opting-in, Sr. Soros, y menos opting-out!
Pero desde España existe también una visión propia y una posible alternativa a lo propuesto por usted. Incluso aquí, en un apartado archipiélago ultramarino, puede parecer chocante recordar cómo en las concentraciones obreras de los federalistas canarios de principios del siglo XX los congregados coreaban a voz en grito “¡Viva la unión ibérica!”, es decir, la reunificación de España y Portugal. ¡Qué osadía! Gentes que ignoraban probablemente los estrechos vínculos históricos entre canarios y lusitanos, pues en la colonización de Canarias participaron como pobladores más portugueses que castellanos, no sólo carecían totalmente de un punto de vista separatista y se oponían a la exclusión de las nacionalidades ibéricas catalana, vasca y gallega del estado federal, sino que además pretendían federar también a Portugal. ¡Y esto lo proponían en Canarias, hace exactamente cien años, a dos mil kilómetros de la península ibérica! Me parece a mi, Sr. Soros, que hoy necesitamos algo de este espíritu, de esta osadía que describió José Saramago en “La balsa de piedra” (1986), una utopía que mantuvo el ilustre escritor durante todo su exilio en Canarias hasta su muerte en Lanzarote en junio de 2010. ¿Para qué excluir a Portugal de la zona euro, si existe también la alternativa de la inclusión de Portugal y España en una entidad ibérica de gobierno y, por lo tanto, política económica, común y subsidiaria de la política europea? ¿No es la propia reunificación alemana un precedente real, en el propio corazón de la Unión Europea, de la viabilidad de la unión ibérica? ¿No sería esta nueva entidad de integración un contrapeso equilibrador de las finanzas del euro ante la debilidad de Francia, el aislamiento de Inglaterra y la soledad de Alemania al frente de la productividad y del capital financiero de la Unión?
Como usted debe saber, en España y en Portugal una de las medidas más controvertidas en el debate para disminuir el déficit público es la propuesta de reducir el número de administraciones locales como los ayuntamientos, medida ya adoptada en Grecia que aquí puede justificarse en algunos casos. Pero, créame, en cuanto a los beneficios económicos y la superación de la crisis de la deuda, en cuanto a las medidas de estímulo y las reformas estructurales, no existe reducción de administraciones locales que sea comparable a la unificación de los estados portugués y español.
Ángela Merkel hace bien al ir a depositar coronas de flores por los alemanes caídos intentando cruzar el Muro de Berlín, pero ¿cuántos portugueses y españoles anónimos van a tener que caer para que en la Unión Europea se den cuenta que la unión ibérica también es una asignatura pendiente en el proceso hacia una cada vez mayor integración continental? ¿Por qué sostener con paliativos a dos Estados rehenes de su propia debilidad, si podemos constituir uniéndolos un Estado más fuerte capaz de salir de la vulnerabilidad económica y de contribuir con su potencia al bienestar de todos los ciudadanos europeos y a una mayor estabilidad de la eurozona?
Dejo estas preguntas en el aire, como ideas en las que usted podría hacer apuestas en la perspectiva de hacer un buen negocio, aunque haya de pagar impuestos y asumir riesgos. El tono que empleó en la entrevista a mi me pareció forzadamente distante, propio de un espectador que opina desde la grada sobre cuáles pueden ser las mejores jugadas que se desarrollan en el terreno de juego. No es un entrenador, ni un árbitro, pero admita que tampoco puede presentarse como un simple observador desde la barrera. Sus opiniones no son neutras, influyen en la creación de opinión global. Por eso me permito ponerme a su altura, como simple ciudadano europeo, para decirle que nosotros, los europeos anónimos o no tan anónimos, necesitamos ideas que no son necesariamente nuevas, ni pueden ser solamente bienintencionadas, en apariencia, o prudentes, en esencia. Es el momento de las ideas válidas, aunque sean antiguas, y de las decisiones acertadas, aunque atrevidas, en Europa.
Atentamente,
Octavio Hernández
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