jueves, 30 de septiembre de 2010

Balance del Lulismo







Rebelion. “Un social liberalismo a la brasileña”















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Brasil






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30-09-2010






Entrevista con el politólogo Franck Gaudichaud sobre el balance de ocho años de gobierno Lula

“Un social liberalismo a la brasileña”







Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano




A pocos días de las elecciones presidenciales y federales en Brasil, publicamos la versión actualizada de una entrevista publicada en la revista «Nouveaux Regards» (Paris): hacer el balance de los dos mandatos del gobierno Lula es también proyectarse en el próximo ciclo político de un país que tiene una importancia mayor en la geopolítica regional e internacional. Como lo recuerda en un reciente editorial, el periodista de Le Monde Diplomatique Renaud Lambert, ya en 1971 Richard Nixon había entendido que “Hacia donde va Brasil, irá América latina”…

¿Cómo se sitúa Brasil desde una perspectiva geopolítica, especialmente respecto al resto de los países latinoamericanos?

Algunas cifras resultan esclarecedoras: Brasil representa en extensión la mitad del territorio de Sudamérica y su población supera los 190 millones de habitantes. Es un gigante, desde todos los puntos de vista. Su economía se sitúa aproximadamente en el octavo o noveno puesto mundial, justo detrás de España.

Forma parte del grupo “BRIC”: Brasil, Rusia, India y China, acrónimo que designa a los grandes países llamados emergentes. Pero los dirigentes brasileños rechazan ese término y consideran que representan una economía “emergida”. Es un país que, en el plano diplomático y geopolítico, siempre ha buscado la autonomía, el multilateralismo y cierta independencia. Desde que gobierna Lula, ese aspecto se ha acentuado todavía más. Brasil quiere jugar en Primera División. Reclama, por ejemplo, un sitio en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es también uno de los promotores del G-20, que se concibió como un foro económico más amplio que el G-8 y abierto a algunos países del sur.

La voluntad de desarrollarse de forma independiente frente al poder estadounidense llevó a Brasil a decir “no” al proyecto imperial del ALCA (1) en 2005, junto a Venezuela y Argentina. Es un hecho que el voto de Brasil era absolutamente determinante ya que de él dependía la continuidad del proyecto. Por otra parte, no hay duda de que Brasil desempeña un papel predominante en el Mercosur (2) y, en general, es un país clave para plantearse la integración económica de los países de América Latina. Así, ha tenido un papel esencial en la reciente entrada de Venezuela en ese mercado común. Sin embargo, aunque Brasil propugne la autonomía, no defiende un modelo de desarrollo alternativo, sino todo lo contrario. En el terreno económico actúa siguiendo una orientación capitalista desarrollista, e incluso en algunos aspectos neoliberal. En sus relaciones con los países de la región, se detecta una clara voluntad de hegemonía de proximidad. Algunos autores hablan de “semi-imperialismo” o de “imperialismo periférico”. Varias empresas brasileñas son multinacionales que practican una política económica agresiva hacia sus vecinos: Petrobras con el petróleo u Odebrecht en el ámbito de la construcción, que han provocado conflictos importantes con países cercanos como Bolivia o Ecuador... La misma relación desigual se da con Paraguay en cuanto a la gestión de recursos hidroeléctricos comunes en Itaipu, donde Paraguay ha sido literalmente privado de su soberanía en ese sector. Y es que la burguesía financiera e industrial brasileña (en especial la de Sao Paulo) defiende así sus prerrogativas en el mercado mundial, lo que, por otra parte, no impide los acuerdos estratégicos entre Brasil y Estados Unidos, por lo que respecta, por ejemplo, a los agrocombustibles.

Desde el punto de vista diplomático, la presidencia actual ha intentado desmarcarse apoyándose en los gobiernos de izquierda o centro-izquierda de la región. Lula siempre ha apoyado a Chávez (como por ejemplo durante el golpe de Estado de abril de 2002), mantiene también buenas relaciones con el gobierno cubano y fue muy claro sobre la situación en Honduras tras el golpe contra el presidente Zelaya. Además, Lula amenazó con no asistir a la cumbre UE-América Latina de Madrid en mayo si Lobo -el presidente hondureño golpista- estaba presente (este último tuvo que desistir). Su diplomacia favorece las relaciones Sur-Sur en el plano diplomático pero también económico. Así China se ha convertido en uno de sus principales socios económicos: en 8 años, el comercio de ese país con Brasil aumentó de 750%... Siguiendo un principio de multipolaridad y buscando tener más espacio en el escenario mundial, el gobierno brasileño rechaza las injerencias de las grandes potencias del Norte en los asuntos de los países del Sur, lo que explica su apoyo a Irán frente a Estados Unidos o la denuncia de nuevas bases militares estadounidenses en Colombia.

Brasil apuesta por el desarrollo de la Unsasur (Unión de naciones sudamericanas), que responde a su preocupación de independencia política y consolidación económica, con un proyecto que prevé instaurar una moneda y un parlamento comunes. Si se materializa, dicha unión concentraría una población de 360 millones de habitantes y será, en extensión (17 millones de km2), la unión económica, monetaria y política más grande del mundo. Pero quedan por superar numerosos obstáculos a causa de las múltiples competencias económicas intrarregionales y de las tensiones existentes entre los diferentes sectores del capital, obstáculos que paradójicamente han sido creados por las elites brasileñas al intentar defender sistemáticamente sus intereses en detrimento de una perspectiva de cooperación real.

Las relaciones de Brasil con la Unión Europea se inscriben en esa preocupación por una mayor inserción competitiva en el mercado mundial. Así, Brasil ha firmado con Francia un importante contrato de armamento. Además, el Mercosur está en negociaciones con la UE aunque choca con el proteccionismo europeo, sobre todo en el terreno de la agricultura.

¿Qué balance se puede hacer al cabo de los ocho años de gobierno de Lula?

Según varios analistas, las enormes decepciones que siguieron a la llegada del PT y de Lula al gobierno en 2002 se podían prever. Es verdad que una parte de la izquierda y de los movimientos sociales no había analizado bien hasta qué punto el PT había cambiado de naturaleza y de orientación política entre principios de los años ochenta y la victoria electoral de 2002. El PT se fundó en febrero de 1980 a partir de una oposición colectiva y popular radical a la dictadura militar. Desde finales de 1978, sindicalistas, intelectuales, dirigentes de movimientos populares hablaban de la necesidad de crear en Brasil un nuevo partido independiente, de clase y abiertamente socialista. El PT ha sido uno de los partidos obreros más grande del mundo y sigue siendo el partido de izquierdas más importante de América Latina. En sus inicios, reunió una gran variedad de sectores sociales movilizados: sindicalistas, claro está, procedentes principalmente de la CUT (3), que representan su columna vertebral, militantes de movimientos asociativos, feministas, vecinales, pero también muchas comunidades de cristianos de base, inspiradas en la teología de la liberación. En veinte años y tras tres derrotas electorales sucesivas en las elecciones presidenciales, el partido ha cambiado mucho. De un programa inicial anticapitalista, que prometía una alternativa radical, el discurso se ha vuelto cada vez más moderado, de centro izquierda. En 2002, el eslogan de la campaña de Lula era “Paz y amor”... Tenemos aquí un nuevo ejemplo de lo que el británico Perry Anderson analizó en Europa: «la izquierda ganó sus galones de partido de gobierno después de haber perdido la batalla de las ideas». El PT ha sufrido una transformación de su composición social, dejando un sitio cada vez mayor a las clases medias e intelectuales con un proceso de institucionalización-burocratización de su aparato y de su dirección, progresivamente ocupada por los parlamentarios y los diferentes elegidos en detrimento de los sindicalistas de ayer. A pesar de todo, la victoria de Lula en 2002 despertó muchas esperanzas en el país e incluso en toda América Latina. Pero ha llegado el momento de hacer un balance. El sociólogo Emir Sader habla del “enigma Lula”, que escaparía a los juicios ya hechos. Otros sociólogos como Michael Löwy o Atilio Boron son más críticos y este último señala que estos dos mandatos han estado marcados por el “posibilismo conservador”. En efecto, se puede constatar que Lula ha renegado de los ideales del PT de 1980 para poner la estabilidad macroeconómica y los intereses del capital muy por encima de las reformas sociales prometidas.

Hay señales evidentes de continuismo con la política de F. H. Cardoso (el gobernante anterior), con el argumento de que la salvación de Brasil sigue siendo el mercado mundial, la explotación masiva de materias primas y la apertura del país (y de su mano de obra) a las transnacionales. En este sentido, el “éxito” económico es real: la economía de Brasil es una de las más dinámicas del mundo, con más de 5 % de crecimiento anual, y vista desde Brasilia la crisis sólo habría sido una “marejadilla”, en palabras del propio Lula. Sin tocar a la estructura social, y con el aplauso de los grandes empresarios y del FMI, el gobierno de Brasil practica tasas de interés muy elevadas, para gran beneficio de los capitales especulativos internacionales. Este “éxito” tiene como contrapunto el mantenimiento, incluso el incremento, de las desigualdades sociales y de renta, lo que constituye uno de los principales problemas democráticos reales del país. Brasil es una especia de “Suiza-India”, que reúne en el mismo territorio rentas extremas. Sin embargo, Lula no ha actuado sobre esas desigualdades estructurales: en efecto, durante su mandato, las rentas de los más pobres han aumentado de manera notable pero las de los ricos todavía más. Según el economista Pierre Salama, el número de brasileros con más de mil millones de dólares en activos financieros creció de más de 19% solamente entre 2006 y 2007. Otro problema aún más grande es que Brasil se ha embarcado en una política de agrobusiness, que incluye el cultivo intensivo de OGM y de agrocombustibles, para gran regocijo de empresas como Monsanto, acogidas con los brazos abiertos, pero con consecuencias medioambientales y sociales desastrosas. Por lo demás, esto llevó a la Ministra de ecología, Marina Silva, a dimitir al cabo de unos meses.

En estas condiciones, la gran reforma agraria tan esperada, tan anunciada durante la campaña, no se ha llevado a cabo. Si embargo, en Brasil, no podrá haber desarrollo alternativo, democrático y sostenible, sin una reforma agraria radical. Se trata de una problemática ineludible. Toda esta política ha representado una ducha de agua fría para el movimiento social y en particular para el MST (4), el mayor movimiento social del continente (que reúne a varios millones de militantes) y uno de los más interesantes por sus formas de auto-organización y de promover una educación popular impresionante.

Sin duda, esas políticas públicas conservadoras se han visto favorecidas por los obstáculos institucionales del Estado federal que es Brasil. El PT es minoritario en el Parlamento y en el Senado y sólo es mayoritario en tres estados. Desde el principio, buscó aliarse con la derecha liberal y latifundista para gobernar, lo que acentuó su inmovilismo, en particular desde el punto de vista de la política agraria. Además, la exigencia de estabilidad económica era un argumento al que Lula era muy sensible en el momento de su elección, como muestra la carta a los brasileños que publicó durante la campaña. Sus principales asesores económicos habían salido de las escuelas del pensamiento neoliberal estadounidense y la contrarreforma del sistema de pensiones de los funcionarios fue una de las primeras medidas que tomó su gobierno. Esta revisión de las conquistas sociales de los funcionarios condujo a la aparición de las primeras diferencias en el seno del PT y llevó a la creación del PSOL (5) en torno a figuras de la izquierda como Heloisa Helena o Plinio Sampaio. Sin embargo, sería erróneo olvidar que Lula sigue siendo extraordinariamente popular, sobre todo entre las clases más pobres (en particular del Nordeste). Ha llevado a cabo varios programas sociales asistencialistas (especialmente durante el segundo mandato), muy rentables electoralmente, como Bolsa Familia (6), programa de ayuda financiera condicionado a la escolarización infantil, que han logrado sacar de la miseria extrema a más de 20 millones de brasileños. La cobertura social y los sueldos mínimos han sido también ampliados y los niveles de criminalización de los movimientos sociales por parte del Estado han bajado considerablemente, abriendo espacios de diálogo e incluso de cooptación de muchos dirigentes sociales y sindicales. Tampoco hay que olvidar que los grandes grupos mediáticos están en manos de una oligarquía arcaica, todavía ferozmente hostil a Lula, que le sigue considerando un sindicalista procedente de la izquierda, y por lo tanto potencialmente peligroso por la composición de su base social.

En resumen, se podría decir que la política de Lula conjuga una política macroeconómica neoliberal y una política social asistencialista centrada en la lucha contra la extrema pobreza, dando in fine estabilidad al sistema, razón por la cual el ex sindicalista es considerado por Wall Street y gran parte de las elites como uno de los mejores presidentes de la historia democrática del país. Se podría calificar su gestión de “social liberalismo a la brasileña” o quizá como hacen algunos autores de “liberal-desarrollismo”, puesto que el Estado brasileño sigue queriendo regular una parte de la actividad económica del país.

¿Cómo ve el futuro del país?

Lula no puede volver a presentarse a las próximas elecciones de octubre. Para el PT, el desafío es hacer “lulismo sin Lula”, captar su popularidad, por supuesto con pocos cambios en la orientación política y económica. La candidata actual es Dilma Roussef. Economista de formación, jefa del gabinete ministerial de Lula, una especie de Primera Ministra, militó en su juventud en los movimientos de lucha armada contra la dictadura. Poco carismática, ha subido mucho en los sondeos gracias al apoyo decidido de Lula y es probable que gane las elecciones en primera vuelta frente al principal candidato de la oposición, José Serra (social-democracia liberal). A la izquierda del PT, el PSOL presenta a Plinio de Sampaio, luchador social incansable y gran defensor de la reforma agraria. Pero desgraciadamente, no habrá candidato común de la izquierda radical en particular con el PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado – trotskista) y el PCB (comunista). Marina Silva será la candidata de los verdes, encarnando la ecología liberal.

A pesar de la crítica de una parte de la izquierda, es probable que el PT consiga el apoyo de importantes sectores populares y de los que no quieren la vuelta de una derecha represiva y del centro neoliberal encarnado por la candidatura de Serra. A medio plazo, creo que es interesante ver lo que sucede en el seno del Movimiento de los Sin Tierra, de los sin techo y de las organizaciones sindicales. Así, este verano se intentó crear una nueva central sindical clasista, en la perspectiva de un sindicalismo más independiente que la CUT frente al poder y que congregue a obreros combativos junto a estudiantes, feministas y colectivos afrobrasileños o indígenas. Este primer paso no resultó. Pero creo que es este tipo de recomposición “desde abajo” que puede hacer surgir la esperanza de una renovación de las alternativas anticapitalistas en Brasil, tierra del Foro Social Mundial y de la consigna “otro mundo es posible”.

NOTAS

1.- Área de Libre Comercio de las Américas o Zona de librecambio de las Américas. Este proyecto de Estados Unidos, preveía la supresión de los derechos de aduana sobre varios tipos de productos, especialmente productos manufacturados y agroalimentarios. Englobaría 34 países, es decir, toda América excepto Cuba.

2.- El Mercosur une desde 1991 a Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay (más Venezuela). Es el tercer mercado integrado del mundo después de la Unión Europea y el ALENA.

3.- La Central Única dos Trabalhadores (CUT – Central Única de Trabajadores) es el principal sindicato brasileño fundado en 1983 por, entre otras personalidades, el actual presidente de Brasil.

4.- Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra / Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra: http://www.mst.org.br/

5.- Partido socialismo y libertad / Partido Socialismo e Liberdade: http://psol50.org.br/

6.- Bolsa Familia forma parte del programa más general Forme Zero (Hambre cero).

Franck Gaudichaud es profesor de la Universidad Stendhal – Grenoble 3, miembro de la dirección nacional de la asociación France Amerique Latine (www.franceameriquelatine.org) y del colectivo editorial de Rebelión.org.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Allan Wood, sobre elecciones en Venezuela







Rebelion. Elecciones en Venezuela: Una advertencia seria para la Revolución















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Venezuela






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29-09-2010







Elecciones en Venezuela: Una advertencia seria para la Revolución










La feroz campaña internacional diciendo que Chávez ha perdido es un reflejo, no de la situación real, sino de los deseos de la burguesía, tanto en Venezuela como internacionalmente, para terminar con la revolución venezolana de una vez por todas. Pero entre los deseos y su realización, siempre hay una gran distancia, como todos saben. Que las aspiraciones de la oposición contrarrevolucionaria se cumplan o no, no depende de los resultados de una elección, sino de la conducta de la Revolución y de su dirección.

Las elecciones son sólo una instantánea del estado de la opinión pública en un momento dado. Estos resultados nos pueden decir mucho sobre el estado psicológico de las diferentes clases en Venezuela; y, sin duda, revelan ciertas tendencias en la sociedad. Constituyen una advertencia que debe ser tomada muy en serio por todos aquellos que defienden los intereses de la Revolución. Pero en sí mismos no deciden nada.

El júbilo de la derecha

La derecha de inmediato comenzó a cacarear como un gallo borracho. María Corina Machado, que fue elegida diputada por el Estado de Miranda, dijo: "Aquí es muy claro. Venezuela dijo no al comunismo al estilo cubano, Venezuela dijo que sí a la ruta de construcción democrática y ahora tenemos la legitimidad del voto de la ciudadanía, somos los representantes del pueblo".

El lunes, los representantes de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) se adjudicaron la victoria en las elecciones, basándose principalmente en su afirmación de haber ganado la mayoría del total de votos emitidos el domingo. Pero se trataba de un bluff. La situación real es más complicada, aunque no hay duda de que la Revolución se enfrenta ahora a nuevos peligros.

Según los resultados oficiales de las elecciones del domingo hechos públicos por el Consejo Nacional Electoral (CNE), el Partido Socialista de Venezuela (PSUV) de Chávez, había ganado hasta el momento 95 escaños, mientras que la coalición de la oposición en torno a la MUD (derecha) ganó 62 escaños. El partido Patria Para Todos (PPT), un ex aliado de Chávez que rompió con el PSUV, obtuvo dos escaños. Tres escaños fueron a los representantes del pueblo indígena no alineados ni con el PSUV ni con el MUD. El CNE aún no ha anunciado los resultados de tres escaños más.

Por supuesto, es posible leer los resultados de diferentes maneras. El diputado electo Roy Chaderton señaló el lunes que los opositores del Presidente Hugo Chávez consiguieron 20 escaños menos que los que tenían durante el período legislativo de 2000-2005, mientras que los partidarios de Chávez aumentaron su presencia en varios escaños.

Los candidatos socialistas ganaron en Aragua, Barinas, Bolívar, Carabobo, Cojedes, Delta Amacuro, Distrito Capital, Falcón, Guárico, Mérida, Monagas, Lara, Portuguesa, Trujillo, Yaracuy, Vargas y hubo un empate en Miranda y Sucre. Pero la derecha ganó en estados importantes como Zulia y Táchira.

Chaderton señaló que la oposición ha perdido terreno en comparación con las elecciones de 2000. Dijo que la oposición había organizado una "farsa mediática" al comparar los resultados del domingo sólo con las elecciones de 2005, que la oposición boicoteó y, por lo tanto, presentándolo como un aumento drástico de la presencia de la oposición en las elecciones de la Asamblea Nacional.

Eso es correcto, y también es cierto que los datos del número total de votos no es un tema sencillo, puesto que la gente puede votar por un candidato en su circunscripción, así como votar por una lista de partido; y algunos diputados son elegidos a través del primer sistema, y otros a través del segundo. Sin embargo, está claro que el voto de la oposición está creciendo, mientras que el del PSUV está disminuyendo aún más drásticamente.

Subestimar la fuerza del enemigo y exagerar la fuerza propia es un error muy peligroso tanto en la política como en la guerra. La Revolución no necesita ilusiones endulzadas sino la verdad. De los últimos resultados, parece que el PSUV obtuvo 5.399.300 votos, mientras que los partidos de derecha obtuvieron 5.312.283 votos.

Falso optimismo

Oficialmente, el PSUV obtuvo la mayoría de los escaños en 16 de los 23 Estados de Venezuela. Esto incluyó victorias arrasadoras en los estados rurales de Apure, Barinas, Guárico, Cojedes, Lara, Portuguesa, Vargas y Yaracuy, y victorias fuertes en los principales estados industriales de Bolívar y Carabobo. El PSUV también ganó siete escaños en el Distrito Capital, frente a tres del MUD.

En el estado Miranda, donde se encuentra la capital, el PSUV y el MUD ganaron cada uno tres escaños, con el MUD derrotando al PSUV por apenas 741 votos de un total de 968.947. Los dos estaban también empatados con tres escaños cada uno en el Estado de Sucre. En el Estado escasamente poblado de Amazonas, el PSUV ganó un escaño, mientras que el PPT ganó dos y el MUD ninguno. Sin embargo, el MUD arrasó en los estados fronterizos de Táchira y Zulia, así como Anzoátegui y Nueva Esparta.

Los dirigentes del PSUV tratan de presentar el resultado como una victoria. El Vice-Presidente Elías Jaua, dijo: "La revolución puede contar con una cómoda mayoría en la Asamblea Nacional... Pocos gobiernos en nuestro continente pueden contar con una mayoría cómoda de un solo partido. [...] La oposición no tiene ninguna posibilidad con este número de diputados de revertir los procesos legislativos que se han completado o la activación de los mecanismos de desestabilización, como la revocación de los poderes públicos o el enjuiciamiento del Presidente".

El responsable de la campaña del PSUV, Aristóbulo Istúriz, expresó su decepción porque no se alcanzó el objetivo de 110 escaños. Sin embargo, dijo que esto no debe distraer la atención de la "victoria verdaderamente decisiva " que ha ganado el PSUV, que "nos reafirma como la principal fuerza política en nuestro país".

"Hemos conseguido nuestro objetivo en el sentido de ser capaces de garantizar la defensa del Presidente Hugo Chávez y la política del gobierno revolucionario, y de haber conseguido las fuerzas suficientes para impulsar cambios estructurales en esta era de la construcción del socialismo".

Pero los hechos no apoyan esta interpretación optimista. Si comparamos los resultados con los votos en las elecciones regionales del 2009, la diferencia es evidente de inmediato. En aquel entonces el PSUV obtuvo 6.310.482 votos, en comparación con 5.190.839 para los partidos de derechas. Se ha encendido la luz roja y sería el colmo de la irresponsabilidad negarlo.

Durante el periodo legislativo de 2000-2005 los partidos pro-Chávez tenían entre 83 y 92 escaños en todo momento, mientras que los partidos de la oposición tenían entre 73 y 82, de un total de 165 escaños. Pero este fue un período en el que las masas se despertaron. La derrota del golpe de Estado contrarrevolucionario en el año 2002, y la posterior derrota del sabotaje petrolero y el referendo revocatorio fueron logrados por el pueblo revolucionario - es decir, los obreros y campesinos - .

Desde entonces, está claro que el entusiasmo revolucionario se ha ido erosionando. Hay descontento y desilusión entre las masas. Las cifras hablan por sí mismas. Mientras que el voto de la derecha aumentó en un mero 2,28%, el voto de la izquierda cayó fuertemente en 14,44%. Esto significa que la oposición no ganó las elecciones; los chavistas las perdieron.

La importancia de la dirección

¿Cuál es la principal característica de la situación actual? Lo principal a tener en cuenta es que, al menos en términos electorales, la distancia entre las fuerzas de la revolución y la contrarrevolución se ha reducido. Hay un fuerte aumento de la polarización entre las clases.

El primer efecto, y posiblemente el más importante, es el efecto psicológico en los dos bandos contendientes. Napoleón señaló que en la guerra la moral es un factor vital. Los contrarrevolucionarios se animarán y envalentonarán para ir a la ofensiva. Por el contrario, muchos activistas bolivarianos se sentirán desanimados y descontentos ¡Esto no es algo irrelevante!

Un ejército que ha sufrido una derrota necesita tener confianza en sus dirigentes, los soldados deben sentir que los generales saben lo que están haciendo y son capaces de recuperarse de la derrota para seguir adelante.

En tiempos de retirada en una guerra la importancia de tener buenos generales es cien veces mayor que en un avance. Con buenos generales, el ejército puede llevar a cabo una retirada organizada, manteniendo así sus fuerzas agrupadas y en buen estado, con un mínimo de pérdidas. Pero los malos generales convierten una retirada en una derrota general.

El papel de la burocracia reformista en esta situación es particularmente negativo. Ellos sacarán todas las conclusiones erróneas. Dirán: "Mira, esto demuestra que no tenemos el apoyo del pueblo. Tenemos que hacer concesiones a la oposición, llegar a acuerdos, retroceder". Este es el peor consejo posible. Por cada paso atrás de la Revolución, la oposición exigirá diez más.

Los reformistas argumentan que las elecciones significan que tenemos que adoptar una política de reconciliación entre las clases. Pero esa es justamente la política que ha minado la Revolución y alienado a su base proletaria. Esto se muestra gráficamente por el resultado en el Estado de Anzoátegui, donde el gran margen de victoria logrado por la contrarrevolución refleja el descontento con la conducta escandalosa del gobernador, Tarek William Saab, y el ala de derecha de la burocracia chavista, que apoyaron a los patrones contra las ocupaciones de fábrica en Mitsubishi, Vivex y Macusa, y así alejaron a los proletarios que antes habían votado siempre al chavismo.

La única salida para el PSUV es confiar en su base real: los obreros y campesinos revolucionarios. Ellos están mirando hacia al PSUV para que lleve a cabo sus promesas. El PSUV debe romper de una forma decisiva con la burguesía y sus agentes, la burocracia reformista que representa una Quinta Columna burguesa dentro de la Revolución.

La amenaza de la contrarrevolución

A pesar del revés electoral, la Revolución tiene todavía importantes reservas de apoyo. A lo largo del último año, las encuestas de opinión pública han mostrado consistentemente que el PSUV aún cuenta con el apoyo de un 35 por ciento de la población aproximadamente, mientras que el apoyo de los partidos de oposición es mucho más débil. Sin embargo, una gran parte de la población está indecisa, lo que refleja un creciente desencanto con la marcha de la Revolución. Con el fin de asegurar su futuro, la Revolución debe encontrar una manera de motivar y entusiasmar a estas capas. Esto sólo puede hacerse a través de una acción decisiva.

El índice de aprobación a la presidencia de Chávez sigue siendo elevada, en torno al 55% ó 60%. Esto refleja el hecho de que la Revolución aún posee enormes reservas de apoyo en la población. El problema es que Chávez está rodeado por todos lados de una gruesa capa de burócratas y arribistas que no ven la revolución como un medio para cambiar la sociedad, sino sólo como un vehículo para su progreso personal y el enriquecimiento.

El PSUV todavía tiene una mayoría en la Asamblea Nacional, y podrá controlar la aprobación de las leyes ordinarias y la mayoría de las otras funciones del cuerpo legislativo. Sin embargo, el PSUV no ganó una mayoría de dos tercios, lo que significa que la oposición tendrá el poder para bloquear las leyes orgánicas, las leyes habilitantes que dan el poder decisorio al presidente, y algunos nombramientos. La derecha, a pesar de que es una minoría en el Parlamento, ha aumentado su capacidad para interferir en el proceso revolucionario venezolano y obstaculizar las acciones del gobierno del presidente Chávez.

La oposición hará uso de su posición en la Asamblea para tratar de paralizar el gobierno y sabotear las leyes progresistas. Pero su verdadero objetivo es derrocar a la Revolución y tomar el poder. Para ello utilizará la Asamblea Nacional para movilizar en las calles a las masas de la pequeña burguesía enfurecida y crear una atmósfera de caos y desorden. Es necesario hacer frente a esta amenaza de una forma decidida.

Aporrea tenía razón cuando, el 27/09/10, escribió: "El PSUV consigue la mayoría simple en la AN, pero la burguesía recupera espacio y crecen las amenazas". El artículo dice correctamente que lo que el resultado electoral muestra es que "el grueso de la población se inclina por la lucha anti-capitalista y el rumbo socialista. Pero se implanta, de manera notable, un factor de vulnerabilidad, ya que el PSUV y sus aliados no alcanzaron los dos tercios necesarios para contar con una mayoría calificada". Y concluye: "Más que nunca requerimos... ¡limpieza y más revolución!"

Los resultados electorales muestran un avance de las fuerzas contrarrevolucionarias, pero todavía están muy lejos de alcanzar su objetivo real. Para tener éxito, la oposición tendrá que enfrentarse con el Presidente y la revolución. El choque principal se dará cuando el período presidencial llegue a su fin en 2012. Es posible que un enfrentamiento llegue incluso antes, si la oposición recurre a un referéndum revocatorio. La única manera de impedir esto es acelerando el proceso revolucionario, llevando a cabo la expropiación de la tierra, los bancos y las principales industrias.

"¡Pero no tenemos una mayoría suficiente en la Asamblea Nacional para hacer esto!" Este argumento de los reformistas es falso de principio a fin. Todo el mundo sabe que los problemas fundamentales de la sociedad no se resuelven en los parlamentos, o mediante las leyes y las constituciones, sino con la lucha de clases.

En términos electorales, las masas pequeñoburguesas pueden parecer una fuerza formidable. Pero cuando se enfrentan en las calles con el poder de los obreros, campesinos y la juventud revolucionaria, su aparente fortaleza se evaporará como una gota de agua sobre una estufa caliente. Si la Revolución es digna de su nombre, se negará a bailar el joropo parlamentario con la contrarrevolución. Movilizará a sus fuerzas allí donde realmente importa: no en el debate de las cámaras, sino en las calles, en las fábricas y en los cuarteles del ejército.

En una rueda de prensa el lunes por la noche, Chávez dijo que la próxima fase de su gobierno es "la aceleración de los programas del nuevo proyecto histórico, político, social y tecnológico". Eso va en la dirección correcta, pero debe ser traducido en acciones . El Presidente concluyó: "¡Debemos continuar fortaleciendo la revolución!" Eso, y no las recetas cobardes del reformismo, es la única manera de avanzar.

Nos vemos enfrentados con sólo dos posibilidades: o bien la más grande de las victorias o la más terrible de las derrotas. Con el fin de asegurar la victoria, debemos basarnos en la famosa consigna del gran revolucionario francés Danton: "¡De l'audace! ¡De l'audace! ¡Et encore de l'audace! ": "¡Audacia! ¡Audacia¡ ¡Y más audacia!".


Fuente: http://argentina.elmilitante.org/content/view/4919/42/







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Sobre China(MB)







Rebelion. China en la crisis, cuatro aspectos de su actualidad















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29-09-2010







China en la crisis, cuatro aspectos de su actualidad










Nota edición: El pasado 16 de septiembre, nuestro amigo, el antiguo corresponsal de La Vanguardia en Moscú y en Pekín, Rafael Poch (actualmente, corresponsal de ese diario en Berlín), visitó Barcelona para ofrecer una conferencia en el CIDOB sobre la actualidad de China y su futuro como actor geopolítico en el escenario internacional. La conferencia se dio en el marco de unas jornadas sobre la emergencia de los BRIC y la consolidación de un escenario internacional postunilateral organizadas por la Associació Cultural Roig en colaboración con la Fundació Pere Ardiaca. Rafael ha tenido la generosidad de enviar su texto a la redacción de Sin Permiso.

Buenas tardes,

En esta conferencia voy a ofrecer cuatro brochazos, sobre aspectos importantes de la actualidad china. Hablaré sobre: 1º Los méritos del buen gobierno de China, que explican cómo ese país está capeando la actual crisis financiera. 2º Los cambios en la leyenda sobre la superpotencia China que este dato aporta, cotejados con la realidad de la debilidad de China en la globalización. 3º El movimiento obrero en China, que a diferencia de la situación general en el mundo, tiene ciertas oportunidades en esta crisis, y 4º, sobre el comportamiento mundial de China, en el pasado y el presente, dejando el futuro para los profesionales de ese ramo, me refiero a los adivinos.

I. Sobre los méritos y eficacia del buen gobierno de China, que continúan en la crisis.

En Occidente la crisis está creando algunos problemas sociales, pero en un país como China, inserto en un esquema exportador extraordinariamente dependiente de los humores de la economía global, una fuerte contracción de la demanda occidental crearía dilemas existenciales. De ahí se deriva la imperiosa necesidad de afirmar un modelo económico más endógeno, más basado en el potencial del mercado interno y menos en la exportación de productos de bajo valor añadido. Es una tarea enorme que precisa cambios colosales a todos los niveles, incluido cambios en la ideología y en el discurso.

El desmoronamiento del casino financiero, que en Occidente ha rehabilitado el keynesianismo, en China ha potenciado tendencias anti mercado y un nuevo apoyo a las empresas estatales, que han sido las principales receptoras del paquete anticrisis de medio billón de euros y de los créditos de casi un billón concedidos por los bancos, estrechamente controlados por el Estado. En algunos casos el giro a la izquierda en el discurso del Partido Comunista ha sido rampante.

Bo Xilai, el ex ministro de comercio hijo de un padre de la patria, era el niño bonito de los diplomáticos occidentales y de los ejecutivos de las multinacionales en Pekín. Tenía un impecable nivel de inglés, su hijo estudiaba en un colegio británico de elite y era capaz de distinguir un buen vino de Burdeos o de discutir una jugada de golf... Gente como él, miembro del Politburó desde 2007, le ponían rostro a una China neoliberal y capitalista. Y en eso fue nombrado jefe del partido en Chongqing, la metrópoli, sucia y currante, del curso medio del Yangtze. Al lado de Chongqing, ciudades como Pekín, Shanghai o Nanjing son como delicadas bailarinas del Bolshoi junto a un rudo minero de rostro tiznado. Otro mundo. En Chongqing los dirigentes han acuñado un nuevo concepto, el llamado "PIB rojo" que describe, "un desarrollo económico que se orienta en las necesidades de las masas y no viene dictado por la codicia de las clases privilegiadas representadas por los 30 millones de millonarios", explica preocupado, Willy Lam, un conocido analista de derechas de Hong Kong. En Chongqing, Bo Xilai ha promocionado la construcción de una gigantesca estatua de Mao, símbolo del igualitarismo, y su administración ha estipulado que por lo menos una tercera parte de las viviendas que se construyan en la ciudad deben ser asequibles para los obreros y campesinos. El jefe del partido adquirió fama por enviar mensajes con pasajes extraídos del Libro Rojo de Mao, a través de la red local de telefonía móvil con trece millones de abonados. Lam dice que, "en menos de dos años, Bo Xilai, ha citado frases y pensamientos de Mao en por lo menos treinta discursos". Hasta el presunto sucesor de Hu Jintao, Xi Jinping, ha pronunciado discursos rescatando el "servir al pueblo" y el "fortalecer el vínculo con las masas".

Sin tener nada que ver con un “regreso al maoísmo” o al “socialismo”, todo esto no es un adorno, ni un capricho, ni exclusivo del jefe de partido en Chongqing, sino algo serio, que de alguna forma ya adelantaron Hu Jintao y Wen Jiabao en los últimos años con su giro socialdemocratizante, por llamarlo de alguna manera. Es un síntoma de por donde va la cabeza de unos dirigentes pragmáticos que saben que el futuro es incierto y que están caminando, como se suele decir, sobre cáscaras de huevo.

Lo más extraordinario de China es que la política anti crisis comenzó antes de la crisis. En 2002 ya estaba en marcha un cambio de rumbo de dirección keynesiana. ¿Por qué?; porque el sistema chino vio venir muchos de los problemas de la economía global, entre ellos el peligro de la extrema dependencia del país de la exportación, lo que la dejaba completamente expuesta a los bandazos de un brusca caída de la demanda, como ha ocurrido.

La crisis ha supuesto también una prueba para el control político de la economía. La mayoría de los observadores coincide en que ese control, que se creía mermado por el auge que la empresa privada registró en los últimos años, es más robusto de lo que se pensaba. Eso ha sido resultado de lecciones aprendidas en la crisis de 1998. Entre entonces y hoy:

- los ingresos del gobierno se doblaron (hasta alcanzar el 21% del PNB),

- los beneficios del sector público se multiplicaron por cuatro (hasta el 23% del PNB).

- los “malos créditos” de los bancos se redujeron un 75%

- y las reservas en divisas se multiplicaron por trece.

Para el año 2007, todo eso ya había incrementado la capacidad de intervención del gobierno, que respondió a la crisis de 2008 lanzando la consigna de gastar, gastar y gastar, y de reconducir hacia el mercado interno la menguante demanda exterior, una operación compleja que precisa créditos. Precisamente por eso, la clave ha sido, y es, el control político del crédito:

-Dos tercios de la banca está en manos del Estado y sus directivos son nombrados por el departamento de cuadros del Partido.

-Cuatro de los cinco jefes de los grandes bancos son miembros del Comité Central, así que las órdenes se cumplen.

El resultado es que los gobernadores de provincias compiten entre ellos por ver quien logra dar más créditos a través de los bancos de sus provincias, en estricta aplicación de la directiva del Politburó de facilitar el crédito. Como consecuencia, en el primer trimestre de 2009, los bancos chinos concedieron más créditos que en todo 2008.

La conclusión de todo esto es que mientras en Alemania oímos a la Canciller Merkel quejarse de que los bancos que están siendo rescatados con dinero público no dan créditos (y mucha gente si pregunta si no son ellos los que gobiernan a Merkel), China muestra una gobernabilidad mucho más efectiva de la situación. Como resultado, China mantiene su nivel de crecimiento anterior a la crisis y se ha convertido en el principal exportador mundial.

A partir de este dato se actualiza la leyenda de la superpotencia china.

II. Sobre la debilidad de China en la globalización y la evolución de la leyenda china al calor de la crisis

Refirámonos muy brevemente a la historia reciente de esa leyenda.

Lo de la superpotencia nos viene acompañando desde que las realidades sostenidas del crecimiento y vigor chinos se hicieron ineludibles, de tal forma que hubo que cambiar de discurso. Antes de la “superpotencia amenazante”, durante los años noventa, el discurso sobre China en medios como The Economist o el Financial Times -la Biblia en medios de comunicación- era diferente. Entonces lo que se decía era que el crecimiento chino era algo coyuntural y que pronto se desmoronaría como un castillo de naipes. No fue así, y desde finales de los noventa, la interesada y manipulada exageración sobre la superpotencia china, tomó el relevo a la embarazosa constatación de que un gran país en desarrollo salía adelante con recetas estatistas bien diferentes a las pregonadas por el consenso de Washington, un embarazo que en los noventa se solucionaba diciendo, “...pero no va a durar mucho”. La leyenda actual, la del siglo XXI, podríamos decir, tiene que ver con la obsesión por buscar enemigos y amenazas que tiene un sistema fundamentalmente agresivo y belicista.

China tenía todos los números para ser declarada “siguiente enemigo”. Recodemos que su embajada en Belgrado recibió un misil que entró “por error” por el balcón del despacho del embajador, en el inicio de la “guerra humanitaria” de Kósovo, en 1999. Que luego un avión espía americano se metió en el espacio aéreo chino y acabó retenido en Hainan. Y recordemos también los artículos que los ideólogos de la “seguridad nacional” de Estados Unidos dedicaban a China en el cambio de siglo. Afortunadamente para China apareció Bin Laden y en 2001 la “guerra contra el terrorismo” canalizó todo eso hacia otro enemigo. Evidentemente, los avances y posiciones imperiales en Asia Central y Afganistán, también tienen algo que ver con China, más exactamente con tomar posiciones entre Rusia y China junto a la primera zona energética del mundo, pero la situación podría haber sido mucho peor...

En cualquier caso, en el momento actual la leyenda afirma que mientras la crisis hace estragos en la potencia occidental la superpotencia china está avanzando aun más posiciones en la globalización. Ese discurso afirma lo siguiente:

- Que China ha superado a Alemania como primer exportador mundial.

- Que su PIB ya es el segundo del mundo, por delante de Japón.

- Que tres bancos chinos ocupan los primeros puestos mundiales en capitalización.

- y que las empresas chinas están aprovechando la crisis y sus fabulosas reservas de divisas de 2,3 billones de dólares, las mayores del mundo, para comprarlo todo. Es lo que ilustra el titular de la revista “Fortune” de noviembre del año pasado: “Los chinos se van de compras, ¿está su empresa, o su país, en la lista?”.

Todo es verdad menos lo último, pero incluso lo que es verdad hay que saber leerlo.

China es una gran potencia exportadora, pero su posición en la globalización , por más que pueda mejorar con la crisis (toda propaganda se basa en algún momento real) sigue siendo muy débil, y no parece que la crisis vaya a alterar ese problema fundamental. Veamos algunos datos significativos que nos ofrece Peter Nolan (1):

El capitalismo actual se caracteriza por un vivo proceso de concentración empresarial y tecnológico: empresas grandes que se comen a las más pequeñas y controlan los mercados. La crisis ha sido aprovechada para incrementar ese proceso, mediante fusiones y adquisiciones. En 2007-2008 se produjeron 169 operaciones de concentración empresarial, pero las empresas chinas –ni las de los países en desarrollo en general- no figuran en ninguna de ellas.

En el grupo de las 1400 empresas más punteras, las de Estados Unidos, Japón y Europa forman el 80%. Es verdad que China tiene las mayores reservas de divisas, pero:

1- si esos 2,3 billones se reparten per cápita, resultan 1800 dólares (Corea, 5600$ per capita, Japón 8400$).

2- solo las diez principales empresas de Estados Unidos ya superan en capital de mercado esa suma

y 3- Los 500 principales administradores de activos, de los que el 96% pertenecen a empresas de la tríada (EE.UU, UE, Japón), manejan 64 billones de dólares, es decir 27 veces más del capital de la reserva china.

En la construcción de empresas globales, China está en pañales. Hay algunas empresas que han logrado determinados nichos en el mercado global (Huawei telecom/ Haier Linea Blanca/Lenovo ordenadores personales), pero son excepciones y en nichos no estratégicos. Huawei, seguramente la más notable de ellas podría acabar fusionándose con alguna empresa occidental mayor...

Los bancos chinos son grandes, pero tampoco están en el mundo: no figura ni un sólo banco chino entre los 50 principales por su presencia mundial.

- Esa realidad contrasta mucho con el ruido que se hace cuando una empresa china, sea en Estados Unidos, en Rusia o Kazajstán, pretende hacerse con una empresa local. Leyendo la prensa mucha gente puede tener la sensación de que los chinos se nos van a comer. Hasta la entrada de China en África, -donde ha invertido 7800 millones en un año (2009) una cantidad moderada y en países relativamente abandonados por la tríada por su ruina o peligrosidad- es objeto de leyendas sobre “el nuevo colonialista”. Eso nos lleva al aparato de propaganda.

El aparato de propaganda chino ha mejorado mucho. La televisión china tiene emisiones globales en chino, inglés y español. Si en los noventa la tele global se reducía prácticamente a la CNN y la BBC, sin apenas diferencia en momentos de gran premura propagandística, como la guerra de Yugoslavia o Irak, ahora existe Al Jazira, y teles rusas y chinas globales. Se ha mejorado algo (muchos chinos, fuera de China ven esas emisiones de Pekín), pero el desequilibrio es patente y los “menús” informativos siguen determinados por el mundo anglosajón. Es inimaginable que la CCTV, la tele china, determine los menús informativos, lo que es noticia y lo que no lo es, en Australia, en el Golfo Pérsico, en África o en Europa.

Las inversiones directas en el extranjero del conjunto de los BRIC, sumados (Brasil, Rusia, India y China), representan menos que las de Holanda. El monto total de las inversiones que China realiza en el extranjero es inferior al realizado por Rusia, Brasil o Singapur. En 2009 su monto de inversiones FDI en los países desarrollados ascendió a 17.500 millones, es decir menos de un 5% de lo que China recibe en inversiones, procedentes en su mayoría de la tríada y de Asia Oriental. Es decir: las transnacionales están muy metidas en China, pero las empresas chinas NO existen en el mundo desarrollado.

La realidad es que China sigue siendo un país en desarrollo y la prueba es que con una población que supera en 300 millones a los 1.000 millones de los países más ricos, su PIB es una quinta parte, y sus exportaciones una décima parte, del PIB de aquellos. Así que la conclusión sigue siendo la de que el éxito de China es el de una hábil administración de su debilidad en la globalización. Si hay que quedarse con una simple imagen, la afirmación de que China es taller mundial de productos de escaso valor añadido y que cambia millones de pares de zapatos por un solo Boeing 747, es más realista que lo de “próxima e inminente superpotencia”.

Por su condición de país en desarrollo, por su debilidad en la globalización y por los costes humanos y en medio ambiente que acarrean, todos estos éxitos de crecimiento deben ser considerados éxitos en la crisis, más que victorias en un proceso que conduciría inevitablemente hacia el estatuto de superpotencia. Me parece que esa es la visión sobria que el propio grupo dirigente chino tiene de la situación.

El año pasado, en Munich, el Ministro de exteriores chino, Yang Jiechi recordó lo obvio: que, "las ciudades como Pekín y Shanghai no representan al conjunto de China", donde hay "muchas zonas rurales y remotas muy pobres, con 135 millones de chinos viviendo con menos de un dólar diario (el 18% de los 750 millones que hay en el mundo en esa categoría), 400 millones (más del 30% de la población) que viven con menos de dos dólares diarios, y 10 millones sin acceso a electricidad".

Muy pocos países han logrado en el último medio siglo salir del agujero del subdesarrollo e ingresar en el club de los más desarrollados. La lista se limita a Corea del Sur, la isla de Taiwán y poco más. Si China puede realizar esa gesta, es algo que queda para el futuro y que desconocemos. Yang dijo que para que China alcance una "modernización verdadera", "deberán pasar una docena de generaciones".

III. Sobre el movimiento obrero en China

El imperativo de desarrollar el mercado interno tiene enormes implicaciones sociales, porque la mejora de las condiciones generales de vida de los de abajo y el aumento de sus ingresos salariales, son condiciones ineludibles para afirmar un crecimiento más endógeno, más basado en el consumo nacional, y menos dependiente de la turbulenta economía global. Ese es el sentido general de invertir en la sociedad, de disminuir los gastos en educación para los más pobres, de liberar de impuestos a los campesinos y de organizar un sistema de seguridad social y atención médica que cubrirá al 100% de la sociedad en el año 2020, comenzando por los más débiles y desprotegidos; ancianos, mujeres embarazadas, niños... Cuando estalló la crisis, todo eso –una tarea colosal- ya estaba en marcha. No conozco ningún otro país que en los seis o siete años anteriores a la crisis, estuviera en esa clave preventiva y, digamos, avisada, sobre lo que podía venir.

¿De donde partió ese reflejo? En primer lugar, como he dicho, del precedente sentado en 1998 por la crisis asiática y el creciente desorden financiero en Estados Unidos -de la misma naturaleza que el de nuestro ladrillo y del que nadie con responsabilidades ejecutivas parecía consciente. En segundo lugar, del impacto de la crisis del Sars, el brote de neumonía atípica del 2003, que evidenció que una simple crisis sanitaria –que no llegó a mayores- podía hacer tambalear el crecimiento y trastocar toda la economía debido a la ausencia de socialismo, de redes sanitarias y de seguridad social. Fueron alarmas que hicieron tomar consciencia de la insostenibilidad de un crecimiento desigual y desequilibrado. Toda esta reflexión social tiene grandes consecuencias para la clase obrera china y abre oportunidades institucionales al movimiento obrero allá.

Recordemos brevemente de lo que estamos hablando cuando decimos “clase obrera china”:

En primer lugar estamos hablando del colectivo laboral mayor del mundo, cuyos salarios y condiciones materiales de vida, determinan mucho. Lo que ha pasado en el mundo del trabajo en los últimos veinte o treinta años, no se entiende sin el ingreso en la economía capitalista de los trabajadores del bloque del Este, la India y China. Ese aporte duplicó el número de la mano de obra global (pasamos de 1.460 millones de obreros a más de 2.900 millones). Muchos más trabajadores compitiendo por el mismo capital alteraron la correlación global entre capital y trabajo. La explotación, vía salarios-basura, deslocalización, etc, recibió nuevas oportunidades, que, como vemos por doquier, se están aprovechando muy bien.

China responde de la mitad de ese incremento global de mano de obra. Las condiciones de trabajo de su clase obrera repercuten en el escenario global, tanto en otros países en desarrollo (el caso del textil mexicano es conocido: los mexicanos perdieron segmentos enteros del mercado americano que tienen allí al lado y del que forman parte, vía el NAFTA) como en los países centrales. Por eso, que las autoridades chinas estén interesadas, por razones de la sostenibilidad general de su economía y de su régimen, en la mejora de las condiciones sociales, tiene gran relevancia fuera de China, en el mundo entero.

También la evolución demográfica del país, con una tendencia hacia el envejecimiento poblacional bastante dinámica, y las mejoras fiscales en el campo, apoyan indirectamente ese vector de mejora, porque tienden a secar para las empresas más explotadoras la hasta ahora inagotable fuente de mano de obra rural y es un factor de subidas salariales. Muchos obreros pueden pensárselo más a la hora de aceptar determinadas condiciones de trabajo, y de hecho, los sectores más explotadores de la manufactura vienen sufriendo desde 2007/2008 problemas de escasez de mano de obra.

Hay que decir que la voluntad tecnocrática de los dirigentes de Pekín es importante, pero se ve mermada y relativizada por su limitada capacidad para hacer cumplir sus decisiones y directivas; por ejemplo la relativa cobertura que el gobierno central ha prestado a la última ola de huelgas, o una nueva legislación sobre convenios colectivos y representación sindical en las empresas (2). Gobiernos provinciales y locales –muchas veces estrechamente dependientes de intereses empresariales- pueden convertir en papel mojado esas directivas.

El escenario ideal sería que China llegara a una situación como la de Vietnam, donde existe el derecho de huelga y donde los tribunales (que en China dependen del poder local, lo que merma su independencia, un problema gravísimo) suelen dar la razón a los obreros en las disputas laborales. Habrá que ver....

Finalmente, hay otro factor muy importante que es la presión de los propios obreros, legalista, o, cuando esa vía falla, explosiva, que puede determinar mucho el proceso futuro. En China hay dos clases obreras, la antigua y atípica, producto de la industrialización maoísta, que tuvo puestos de trabajo vitalicios, pensiones, y redes de vivienda y sanidad, en gran parte desmantelada en los años noventa, y la de origen campesino-emigrante, que alimenta la manufactura para la exportación, una clase obrera “clásica” en el sentido de Marx, cuya situación, salvando todas las distancias, podría compararse con la de nuestros emigrantes extranjeros. Estos dos ejércitos laborales están unidos por una reclamación de legalidad que deja fuera de juego a las autoridades, porque ellas mismas hablan de gobernar de acuerdo a la ley. Para las autoridades el norte no es la justicia social sino la estabilidad, y reprimen de la forma más feroz cualquier intento de organización obrera autónoma. Los obreros lo saben y renuncian a ello, pero su protesta es muy viva.

Contra la idea tópica que se tiene de ellos, los chinos son muy rebeldes, y sus exigencias de derechos y salarios más altos están creciendo. En China hubo huelgas, en el Shanghai de 1957 y en 1976. En el año 2000 se produjo la movilización más potente desde Tiananmen (1989): fue una revuelta de jubilados, parados y trabajadores del sector estatal del Noreste (Dongbei), un bastión de la primera de las dos clases obreras citadas... El potencial para la protesta va a más, pero siempre de forma aislada, sin organización que supere a una empresa (una estrategia consciente para no provocar la represión) y apoyándose en el discurso oficial sobre la legalidad. El resultado es un sutil tira y afloja, pero la actividad va a más:

En 2008 se registraron 127.000 protestas y tumultos sociales que implicaron a 12 millones de ciudadanos (en 2005, fueron 87.000). En 467 casos esa protesta incluyó el asalto a sedes del gobierno, en 615 casos ataques a la policía y en otros 110 casos destrozos e incendios de vehículos. Muchos de estos desórdenes son obreros. Estos datos muestran una sociedad viva y reactiva, con cuya ira el gobierno debe contar a la hora de tomar decisiones que afectan a la gobernabilidad. Llegamos así a un aspecto crucial, el último, para comprender el comportamiento internacional de China que es el de su potencial de caos interno como factor disuasorio de aventuras exteriores de tipo imperial.

IV. Sobre el comportamiento mundial de China en el pasado y en el presente

Pese a todo lo dicho sobre la leyenda de su potencia y la debilidad de su posición en la globalización, es obvio que China crece, en economía y en poder ¿Cómo administra esa nueva fuerza? La perspectiva histórica la explicó muy bien Giovanni Arrighi, siguiendo a Fernand Braudel y toda una serie de historiadores japoneses, en su Adam Smith in Beijing, que me dio la idea esencial que defiendo en mi libro (3).

En primer lugar la relativa escasez de conflictividad exterior de China y su entorno hoy y ayer. En el ayer vemos: Dos guerras con Japón provocadas por este, alguna incursión en Birmania, guerras de afianzamiento de las fronteras –como las sangrientas en Xinjiang y contra los pueblos de la estepa en el XVIII y XIX- y poca cosa mas. En la época moderna, estando amenazada por la superpotencia, la guerra de Corea, la guerra fronteriza con India de octubre de 1962, provocada por ésta, los incidentes fronterizos con la URSS durante la Revolución Cultural -que ni siquiera los generales soviéticos implicados sabían explicar en Moscú- y, como excepción, la invasión de Vietnam, esta sí, una vergonzosa operación de castigo de la que los chinos salieron trasquilados...

Hoy constatamos un papel moderado, prudente y pacificador en los dos escenarios más calientes que China tiene en su entorno inmediato: el de la península coreana y el de Taiwán, ambos vinculados a la guerra fría y los impulsos agresivos de Estados Unidos. También vemos moderación en gastos militares (150.000 millones de dólares) y en la doctrina nuclear que rige un arsenal discreto (su tamaño es comparable al británico) y que apenas se ha renovado desde los años ochenta.

Volviendo a la historia, constatamos un desinterés histórico por el comercio de larga distancia y por el dominio y conquista exterior, factores de imperialismo. En lugar de eso domina una tradición de imperio tributario claramente dominante de su entorno asiático, basado en valores confucianos compartidos con Asia Oriental, e interesado en la armonía de su entorno y que arroja un resultado de 500 años de relativa paz, en franco contraste con el estado de cosas en la historia europea, con potencias en permanente competencia y guerra, que practican cambiantes alianzas entre ellas para impedir el dominio continental de una sola.

¿Cómo se explica eso? Mucho tiene que ver con la propia complicación de mantener China estable. Si un gobernante tiene grandes problemas y debe dedicar enormes energías y atención a la gobernabilidad interna de su país, su predisposición hacia la aventura y agresividad exterior es necesariamente reducida. Ese es el caso de la historia de China, país de revueltas, muy vulnerable a catástrofes naturales (es crónica la simultaneidad de sequía e inundación en un mismo año), con una capacidad de caos sin parangón, como nos sugiere su historia moderna. La serie de poco más de un siglo es impresionante:

Desde la revuelta Tai Ping (la mayor guerra civil de la historia con 50 millones de muertos en el XIX), hasta las grandes hambrunas del cambio de siglo. De ahí a la quiebra imperial, la disolución y fragmentación nacional de los señores de la guerra, la invasión extranjera, la guerra, la guerra civil y la revolución. Desde entonces el gran salto adelante (la mayor hambruna del siglo XX que el voluntarismo político agravó), la revolución cultural, la actual degradación medioambiental...

No creo que haya en el mundo un país con tal potencial y concentración de caos, lo que explica con creces la prudencia de China y su obsesión por la estabilidad, interna, y, por extensión, externa. Porque lo externo es visto como algo subordinado a lo interno, al problema de la gobernabilidad. Es cierto que la viva y creciente dependencia china de recursos energéticos exteriores es un factor nuevo que altera el histórico desinterés chino por el comercio de larga distancia (aquí hay terreno de debate sobre las consecuencias que ello puede tener en el comportamiento mundial de China, pero el hecho es que este país no construye el instrumento tradicional para la salvaguardia de rutas comerciales: poderosos recursos militares aeronavales), pero, en general, creo que tenemos argumentos razonables para pensar en un papel paliativo de China de puertas afuera, en el caos que anuncia el inquietante siglo XXI. Muchas gracias.

NOTAS:

(1) En la última New Left Review. Nolan es un observador competente que en un libro de 1995, China's Rise, Russia's Fall: Politics, Economics and Planning in the Transition from Stalinism, defendió correctamente la superioridad de la vía china con respecto a la rusa, algo obvio pero que nadie quería ver entonces por no contradecir a las biblias mediáticas y académicas, que entonces afirmaban lo muy bien que iban las cosas en Moscú y lo poco que iba a durar el crecimiento chino.

(2) La crisis hizo que la aplicación de esas leyes, “se paralizara en ciertas zonas”, dice Qiao Jian, del Instituto chino de relaciones laborales. Los casos de salarios impagados aumentaron sensiblemente, pero también aumentaron notablemente los pleitos interpuestos por los obreros ante el Tribunal Supremo: 295.000 en 2008, con un incremento del 90% con respecto al año anterior. Fueron 318.000 en 2009 y 207.000 en los primeros ocho meses de 2010. El relativo apoyo del gobierno a la presión obrera quedó patente en unas declaraciones del primer ministro Wen Jiabao sobre los “bajos salarios” en las empresas en huelga, y en el hecho de que diarios como China Daily denunciaran “la frecuente violación de los legítimos derechos de los trabajadores” e incluso publicaran artículos de Anita Chan, una buena especialista laborista del movimiento obrero chino.

(3) La actualidad de China. Un mundo en crisis, una sociedad en gestación. (Barcelona, Editorial Critica, 2009).

Rafael Poch es el actual corresponsal en Berlín del diario barcelonés La Vanguardia. Ha sido anteriormente corresponsal de ese mismo diario en el Moscú de Yeltsin (1985-2002) y, luego, entre 2002 y 2008, en Pekín. La editorial crítica de Barcelona ha publicado dos libros de Poch, dos soberbios testimonios, tan analíticamente lúcidos como literariamente lucidos, de su paso por Moscú (La gran transición. Rusia 1985-2002, 2004) y por Pekín (La Actualidad de China. Un mundo en crisis, una sociedad en gestación, 2009).

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3596







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Atilio Borón, sobre eleccienes en Venezuela(MB)







Rebelion. Venezuela: lecciones del 26-S















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Venezuela






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29-09-2010







Venezuela: lecciones del 26-S










El pasado domingo hubo en Venezuela varias elecciones. Una fue de carácter nacional, realizada a distrito único, y que eligió los diputados venezolanos que se integrarán al Parlamento Latinoamericano (Parlatino). Otra, la de los diputados de la Asamblea Nacional, fue la caprichosa sumatoria de un conjunto de situaciones estaduales y en las cuales factores tales como las desafortunadas –a veces impopulares- designaciones de algunos candidatos chavistas y el desprestigio o la indiferencia de las autoridades locales jugaron decisivamente en contra de las expectativas oficiales. A nadie se le escapa, además, que las elecciones legislativas invariablemente arrojan resultados distintos de las presidenciales porque en éstas la gravitación de un líder de masas -¡y nada menos que de un líder de la talla de Chávez!- queda mediatizada por las cualidades de sus representantes locales, las más de las veces para su desgracia. Analizar estas dos elecciones, convocadas en simultáneo, nos ofrece un cuadro cuasi experimental que permite calibrar algunos datos de importancia para la caracterización del escenario político que se abre en Venezuela a partir del 26-S.

En las elecciones para el Parlatino el voto popular, expresado al margen de aquellos condicionantes locales, arrojó los siguientes resultados: 5.268.939 para la alianza PSUV-PCV contra 5.077.043 de sus adversarios, o sea 46.71 % de los votos contra el 45.01 del heteróclito conglomerado opositor. En el referéndum del 2007 el chavismo había obtenido 4.404.626 votos, contra 4.521.494 de los partidarios de rechazar la nueva constitución socialista. De lo anterior se deduce que en la elección del 26-S el gobierno aumentó su gravitación electoral en casi 900.000 votos mientras que la oposición lo hizo en algo menos de 500.000. En las presidenciales de Diciembre del 2006 Chávez había sido re-electo con 7.309.080 votos, en contra de la coalición derechista liderada por Manuel Rosales, que se alzó con 4.292.466 sufragios. Obviamente que cualquier comparación de estas cifras debe hacerse muy cautelosamente pero indican algo interesante, al menos como una tendencia: (a) que el gobierno se debilita, y mucho, en elecciones en las cuales Chávez no es candidato. Entre el 2006 y el 2010 hay unos dos millones de votos que se alejaron de las filas bolivarianas, si bien sería un grueso error inferir, a juzgar por lo que ha venido ocurriendo desde 1998, que ese alejamiento sea definitivo. Lo más probable es que los desilusionados con los candidatos locales retornen, inclusive con creces, para votar por Chávez en las presidenciales del 2012 a condición, claro está, de que éste sea el candidato; (b) si bien la derecha crece cuando Chávez no compite su crecimiento parece tener un techo relativamente bajo. En condiciones muy favorables para ella, que es harto improbable vuelvan a repetirse en el futuro, apenas araña los cinco millones de votos. En otras palabras, no hay migración del voto chavista hacia la derecha, que era lo que esperaba la reacción. Lo que si hay es un (comprensible) desencanto o enojo de la base bolivariana con algunas ofertas electorales propuestas por el PSUV y un (también comprensible) malestar ante los problemas que afectan la vida cotidiana de los sectores populares, como veremos más abajo. Pero lo que no hay, y esto es una gran victoria ideológica del gobierno de Chávez, es una fascistización o derechización de los sectores populares, lo cual no es poca cosa. El pueblo sabe que, más allá de las limitaciones de la acción gubernamental, de su corrupción o su ineficiencia, lo cierto es que fue la revolución bolivariana quien le confirió la dignidad y los derechos fundamentales de una ciudadanía que no es sólo política y jurídica, limitada al sufragio, sino también económica y social. Y esa revolución operada en el plano de la conciencia resiste los más diversos avatares, las penurias económicas, o los inconvenientes e incomodidades derivadas, por ejemplo de situaciones como la crisis energética. Allí, en el plano de la conciencia, se encuentra una formidable muralla que la propaganda de la derecha no ha podido derribar.

Hay que tener en cuenta que fueron varios los factores que incidieron negativamente sobre el gobierno en estas elecciones y que generaron el malhumor social en contra de no pocos candidatos oficialistas: la crisis energética, la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad, la ineficiencia en el funcionamiento del aparato estatal, el influjo desmoralizante de la ostentosa “boliburguesía” y sus corruptelas, fenómenos objetivos pero que fueron agigantados extraordinariamente por la oligarquía mediática venezolana e internacional en una extensa y costosísima campaña sin precedentes en la región: ¡la CNN produciendo un insólito documental claramente orientado a aterrorizar a la población en vísperas de las elecciones!, y la “prensa seria” de América Latina, Estados Unidos y Europa –que de seria no tiene nada- fustigando a diario a Chávez y descargando una fenomenal catarata de mentiras que, pese a sus afanes, no surtió el efecto deseado que, por cierto, era mucho más que obtener el 40 % de los escaños en la Asamblea Nacional. Iban por más, por mucho más: querían recrear en Venezuela las condiciones parlamentarias que en Honduras hicieron posible el golpe de estado en contra de Mel Zelaya, pero la jugada no les salió bien y seguramente volverán a la carga. Esta descarada campaña mediática fue acompañada por un verdadero diluvio de más de 80 millones de dólares que tan sólo en este año fueron canalizados -a través de “inocentes e independientes” ONGs europeas y estadounidenses, pérfidos instrumentos del intervencionismo norteamericano- hacia el conglomerado de fuerzas políticas opositoras bajo el pretexto del “empoderamiento de la sociedad civil”, “educación ciudadana” y otras argucias por el estilo.

Pese a todo lo anterior, Chávez obtuvo una cómoda mayoría en la Asamblea Nacional y la derecha tiene ahora 20 escaños menos que los que, por ejemplo, tenía en el 2000; y si bien aquél no podrá obtener de ese cuerpo facultades extraordinarias tiene una mayoría suficientemente amplia como para seguir avanzando en el proceso de transformaciones en el cual se halla inmersa Venezuela. No tiene sentido alguno, por esto mismo, hablar del inicio de una fase Termidoriana como consecuencia del reciente resultado electoral. Siempre y cuando, claro está, se haga una correcta lectura del mensaje enviado por el pueblo bolivariano evitándose las actitudes negadoras de quienes creen que los problemas se solucionan ignorándolos; se tome adecuada nota de los errores cometidos y los grandes desafíos con que se enfrenta el gobierno y, se recuerde, sobre todo, que no habrá de ser la mecánica parlamentaria la que le irá a insuflar nueva vida a la Revolución Bolivariana sino la eficaz tarea de organizar, movilizar y concientizar a las propias bases del chavismo, procesos que o bien se encuentran largamente demorados o fueron realizados muy defectuosamente. La tarea por delante es enorme, pero no imposible. Hay que revisar y rectificar muchas cosas, desde la calidad de la gestión pública hasta el funcionamiento del PSUV y sus procesos de selección de dirigentes, que en algunos casos falló miserablemente. Pese a lo que dicen los publicistas del imperio, admiradores por ejemplo de la democracia uribista en Colombia, Chávez tiene un record democrático extraordinario, inigualado a nivel mundial: en elecciones rigurosamente vigiladas triunfó en 15 de las 16 convocadas desde 1998. A diferencia de lo ocurrido en tantos países –desde el robo de las elecciones del 2000 en Estados Unidos, cuando Al Gore derrotó a George Bush Jr. por medio millón de votos y el Tribunal Superior del Estado de Florida, casualmente gobernado por Jebb Bush, “corrigió” en las cortes esta “equivocación” del electorado, hasta los fenomenales robos perpetrados en México primero por el PRI, en 1988, contra Cuauhtémoc Cárdenas, y luego por el PAN, en el 2006, contra Andrés Manuel López Obrador- en la Venezuela bolivariana jamás hubo fraude. Este excepcional desempeño de Chávez, fundado en la profunda identificación que existe entre el pueblo y su líder, permite pronosticar que si corrige lo que debe ser corregido y relanza el proceso revolucionario el pueblo lo plebiscitaría una vez más a la presidencia en el 2012. No sólo Venezuela sino América Latina y el Caribe necesitan que así sea.

www.atilioboron.com

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.







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lunes, 27 de septiembre de 2010

J. Petras







Rebelion. Imperialismo y barbarie imperialista















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Opinión
:: J. Petras






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27-09-2010







Imperialismo y barbarie imperialista







Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández




El imperialismo, su carácter, medios y fines, han ido cambiando según la época y el lugar. Históricamente, el imperialismo occidental ha ido adoptando las modalidades tributaria, mercantil, industrial, financiera y, en el período contemporáneo, una forma única de construcción del imperio “brutalmente militarista”. Dentro de cada “período”, “coexisten” con el modo dominante elementos de pasadas y futuras formas de dominación y explotación imperialista. Por ejemplo, en los antiguos imperios griego y romano, los privilegios comerciales se complementaban con la extracción de pagos tributarios. El imperialismo mercantil se vio precedido y acompañado inicialmente por el saqueo de las riquezas y la extracción de impuestos, en ocasiones referido como “acumulación primitiva”, donde el poder político y militar diezmaba a las poblaciones locales y extraía la riqueza, transfiriéndola obligatoriamente a las capitales imperiales. Cuando el ascendiente comercial imperial se consolidó, empezó a aparecer cada vez más, como co-participante, el capital industrial, que se vio apoyado por las políticas estatales imperiales de manufacturación de productos que acabaron con los fabricantes nacionales locales consiguiendo controlar esos mercados locales. El imperialismo impulsó la industria moderna, combinó producción y comercio, ambos complementados y apoyados por el capital financiero y sus instrumentos auxiliares: los seguros, el transporte y otras fuentes de “ingresos invisibles”.

Bajo las presiones de los movimientos nacionalistas y antiimperialistas socialistas, los imperios coloniales estructurados tuvieron que dar paso a nuevos regímenes nacionalistas. Algunos de ellos reestructuraron sus economías, diversificando sus sistemas productivos y socios comerciales. En algunos casos impusieron barreras protectoras para promover la industrialización. El imperialismo basado en la industria se opuso primero a estos regímenes nacionalistas, colaborando con los sátrapas locales para deponer a los dirigentes nacionalistas que se orientaban hacia la industria. Su objetivo era conservar o restaurar la “división colonial del trabajo”, la producción de base que se intercambiaba por productos terminados. Sin embargo, en la tercera parte del siglo XX, la construcción del imperio industrial empezó un proceso de adaptación “saltando sobre las barreras tarifarias”, invirtiendo en formas elementales de “producción” y en el trabajo intensivo en productos de consumo. Los fabricantes imperiales contrataron plantas de ensamblaje organizadas alrededor de productos ligeros de consumo (textiles, zapatos, productos electrónicos).

Sin embargo, esos cambios básicos en las estructuras políticas, sociales y económicas, tanto del imperio como de los antiguos países coloniales, llevaron por caminos imperiales divergentes a la construcción del imperio, lo que motivó actuaciones opuestas de desarrollo en ambas regiones.

El capital financiero anglo-estadounidense consiguió aventajar al industrial, invirtiendo en tecnología altamente especulativa, biotecnología, sector inmobiliario e instrumentos financieros. Los constructores del imperio japonés y alemán decidieron modernizar las industrias de exportación para asegurarse los mercados exteriores. Como consecuencia, se aumentaron las cuotas de mercado, especialmente entre los países emergentes en la industria, como los del Sur de Europa, Asia y Latinoamérica. Algunos antiguos países coloniales y semicoloniales evolucionaron también hacia formas más elevadas de producción industrial, desarrollando industrias de alta tecnología, produciendo capital e intermediarios, así como productos de consumo, desafiando la hegemonía imperial de Occidente alrededor suyo.

En los primeros años de la década de 1990 se produjo un cambio básico en la naturaleza del poder imperial. Esto llevó a una profunda divergencia entre las políticas imperialistas pasadas y presentes y entre los regímenes expansionistas establecidos y los emergentes.

Pasado y presente del imperialismo económico

La construcción del imperio moderno de base industrial (IMI) se lleva a cabo asegurando las materias primas, explotando mano de obra barata y aumentando las cuotas de mercado. Esto se ha logrado en colaboración con gobernantes maleables, ofreciéndoles reconocimiento político y ayuda económica en términos que superaban a los de sus competidores imperiales. Esa es la senda seguida por China. El IMI se abstiene de cualquier intento de obtener posesiones territoriales, ya sea en forma de bases militares o de posiciones ocupantes “consultivas” en el núcleo de instituciones del aparato coercitivo. En su lugar, el IMI trata de maximizar el control a través de inversiones que consigan la propiedad directa o “asociación” con el estado y/o funcionarios privados en sectores económicos estratégicos. El IMI utiliza incentivos económicos en forma de subvenciones y préstamos concesionarios a bajo interés. Ofrece construir proyectos de infraestructuras de ferrocarriles, aeropuertos, puertos y autopistas a gran escala y largo plazo. Estos proyectos tienen el doble objetivo de facilitar la extracción de la riqueza y abrir mercados a las exportaciones. El IMI mejora también las redes de transporte para los productores locales a fin de conseguir aliados políticos. Es decir, que los IMI de China y la India dependen en gran medida del poder del mercado para ampliar o eliminar competidores. Su estrategia se basa en crear “dependencias económicas” para conseguir beneficios económicos a largo plazo.

En contraste, la barbarie imperial se desarrolla a partir de una fase anterior de imperialismo económico que combinó el uso inicial de la violencia para asegurar los privilegios económicos seguida del control económico sobre los recursos lucrativos.

Históricamente, el imperialismo económico (IE) recurrió a la intervención militar para derrocar a los regímenes antiimperialistas y asegurarse clientes políticos colaboradores. Posteriormente, el IE estableció bases militares frecuentemente y formó y envió misiones de asesoramiento para reprimir los movimientos de resistencia y asegurar una oficialía militar local receptiva al poder imperial. El objetivo era asegurar los recursos económicos y una dócil fuerza laboral dócil para maximizar las rentabilidades económicas.

Es decir, en esta vía “tradicional” de la construcción del imperio económico, el ejército quedaba subordinado a la necesidad de maximizar la explotación económica. La potencia imperial trataba de preservar el aparato estatal post-colonial y el equipo profesional, utilizándolos para el nuevo orden económico imperial. El IE busca preservar a las elites para mantener la ley y el orden como cimientos básicos de la reestructuración de la economía. El objetivo era asegurar una serie de políticas que se adaptaran a las necesidades económicas de las corporaciones y bancos privados del sistema imperial. La táctica principal de las instituciones imperiales era designar profesionales educados en Occidente para que diseñaran políticas que maximizaran las ganancias privadas. Esas políticas incluían la privatización de todos los sectores económicos estratégicos; la demolición de todas las medidas protectoras (“mercados iniciales”) que favorecían a los productores locales; la implantación de impuestos regresivos sobre los consumidores locales, trabajadores y empresas mientras reducían o eliminaban los impuestos y controles sobre las firmas imperiales; la eliminación de legislación laboral protectora y la ilegalización de las organizaciones independientes de clase.

En su apogeo, el imperialismo económico occidental llevó a la transferencia masiva de beneficios, intereses, royalties y riquezas espurias de las elites nativas de los países post-coloniales a los centros imperiales. En la medida en que el imperialismo post-colonial se adaptaba, los trabajadores, agricultores y empleados locales eran quienes soportaban los costes de administrar todas estas dependencias imperiales.

Aunque el imperialismo económico histórico y el contemporáneo tienen muchas similitudes, se aprecian varias diferencias importantes. Por ejemplo, tenemos el caso de China, el modelo principal de imperialismo económico contemporáneo, que no ha establecido sus “puestos de avanzada” mediante golpes o intervenciones militares, de ahí que no posea “bases militares” ni una casta militarista poderosa compitiendo con su clase empresarial a la hora de moldear la política exterior. A diferencia, el imperialismo económico occidental contenía las semillas para la aparición de una poderosa casta militarista capaz, en determinadas circunstancias, de afirmar su supremacía moldeando las políticas y prioridades de la construcción del imperio.

Esto es exactamente lo que se ha transpirado en los últimos veinte años, especialmente con respecto a la construcción del imperio estadounidense.

El surgimiento y consolidación de la barbarie imperial

El doble proceso de intervención militar y explotación económica que caracterizó al imperialismo occidental tradicional fue evolucionando gradualmente hacia una variante del imperialismo dominante intensamente militarizada. Los intereses económicos, tanto en términos de costes económicos, beneficios y cuotas de mercado global, fueron sacrificados en aras a la dominación militar.

La desaparición de la URSS y la reducción de Rusia al estatus de estado roto, debilitaron a los estados que eran sus aliados, “abriéndoles” a la penetración económica occidental, haciéndoles vulnerables al ataque militar occidental.

El Presidente Bush (padre) percibió la desaparición de la URSS como una “oportunidad histórica” para imponer unilateralmente un mundo unipolar. Según esta nueva doctrina, EEUU reinaría de forma suprema a nivel global y regional. Las proyecciones del poder militar estadounidense operarían ahora sin ningún estorbo de disuasión nuclear alguna. Sin embargo, Bush (padre) estaba profundamente incrustado en la industria petrolera estadounidense. Por tanto, trató de alcanzar un equilibrio entre la supremacía militar y la expansión económica. De ahí que la primera guerra de Iraq de 1990-91 provocara la destrucción militar el ejército de Sadam Husein, aunque sin ocupar todo el país ni destruir la sociedad civil, la infraestructura económica ni las refinerías de petróleo. Bush (padre) representó un difícil equilibrio entre dos series de intereses poderosos: por una parte, las corporaciones petrolíferas ansiosas de acceder a los campos petrolíferos de propiedad estatal y, por otra, la configuración militarista del poderoso poder sionista dentro y fuera de su régimen. El resultado fue una política imperial que perseguía debilitar a Sadam identificándole como amenaza para los estados clientelistas estadounidenses del Golfo, aunque sin derrocarle del poder. El hecho de que siguiera en su cargo y continuara apoyando la lucha palestina contra la ocupación colonial del estado judío irritó muchísimo a Israel y a sus agentes sionistas en Estados Unidos.

Con la elección de William Clinton, el “equilibrio” entre el imperialismo económico y militar cambió de forma espectacular a favor del segundo. Bajo Clinton, se nombró a varios fervientes sionistas para muchos de los puestos estratégicos de política exterior de su Administración. Esto aseguró el bombardeo continuo e inmisericorde de Iraq que destrozó su infraestructura. Este brutal giro se vio complementado con un boicot económico para destruir la economía del país y no sólo “debilitar” a Sadam. De igual importancia es que el régimen de Clinton adoptó completamente y promovió el ascendiente del capital financiero nombrando a bien conocidos elementos de Wall Street (Rubin, Summers, Greenspan y demás) para puestos clave, debilitando el poder relativo de las industrias petroleras y del gas como fuerzas motrices de la política exterior. Clinton puso en movimiento a los “agentes” políticos de un imperialismo altamente militarizado, totalmente comprometido con la destrucción de un país en aras a su dominación…

El ascenso de Bush (hijo) amplió y profundizó el papel del personal sionista-militarista en el gobierno. Las explosiones inducidas que derrumbaron las torres del World Trade Center en Nueva York sirvieron como pretexto para precipitar el lanzamiento de la barbarie imperial y auguraron el eclipse del imperialismo económico.

Mientras la construcción del imperio estadounidense se convertía en militarismo, China aceleraba su giro hacia el imperialismo económico. Su política exterior se encaminó a asegurar las materias primas a través del comercio, las inversiones directas y las empresas mixtas. Fue ganando influencia mediante fuertes inversiones en las infraestructuras, una especie de imperialismo del desarrollo, estimulando el propio crecimiento y el del país “anfitrión”. En este nuevo contexto histórico de competición global entre un mercado emergente, dirigido por un imperio, y un atávico estado militarista imperial, el primero obtuvo inmensos beneficios económicos sin coste administrativo o militar prácticamente alguno, mientras que el segundo vaciaba su tesoro para asegurar efímeras conquistas militares.

La conversión del imperialismo económico en militarista fue en gran medida la consecuencia de la omnipresente y “profunda” influencia de políticos de credo sionista. Los políticos sionistas combinaron habilidades técnicas modernas con lealtades tribales primitivas. Su singular búsqueda del dominio de Israel en Oriente Medio les llevó a orquestar una serie de guerras, operaciones clandestinas y boicots económicos que han paralizado la economía estadounidense, debilitando las bases económicas de la construcción imperial.

La deriva militarista de la construcción del imperio en el actual contexto global post-colonial fomentó inevitablemente las invasiones destructivas de estados-nación relativamente estables y funcionales, con fuertes lealtades nacionales. Destructivas guerras convirtieron la ocupación colonial en conflictos prolongados con movimientos de resistencia vinculados a la población general. De ahí que la lógica y práctica del imperialismo militarista llevara directamente a la barbarie y adaptación generalizada y a largo plazo del modelo israelí de terrorismo colonial contra toda una población. Esto no fue una mera coincidencia. Los fervientes defensores sionistas de Israel en Washington habían “bebido profundamente” en la fosa séptica de las prácticas totalitarias israelíes, incluyendo el terrorismo masivo, las demoliciones de casas, el saqueo de la tierra, los equipos de asesinas fuerzas especiales en el exterior, los arrestos masivos sistemáticos y las torturas. Estas y otras prácticas brutales, condenadas por las organizaciones de derechos humanos del mundo entero (incluidas las existentes en Israel), se convirtieron en prácticas rutinarias de la barbarie imperialista estadounidense.

Los medios y objetivos de la barbarie imperialista

El principio organizador de la barbarie imperialista es el concepto de guerra total. Total en el sentido de que 1) se aplican todas las armas de destrucción masiva; 2) toda la sociedad se convierte en objetivo; 3) se desmantelan, completamente, los aparatos civil y militar del estado y se reemplazan por funcionarios coloniales, mercenarios y sátrapas corruptos y sin escrúpulos. Se ataca a toda la clase moderna profesional por constituir una expresión del estado nacional moderno y se la reemplaza con bandas y clanes retrógrados de carácter étnico-religioso, bien dispuestos a los sobornos y a compartir cuotas del botín. Se pulverizan todas las organizaciones existentes de la sociedad civil y se las reemplaza con compinches del saqueo vinculados con el régimen colonial. Se desarticula la economía entera mientras se bombardean las infraestructuras elementales como las referidas al agua, electricidad, gas, carreteras y sistemas de saneamiento, junto con las fábricas, las oficinas, los lugares del patrimonio cultural, los campos cultivados y los mercados.

El argumento israelí de objetivos de “uso doble” sirve a los políticos militaristas como justificación para la destrucción de las bases de una civilización moderna. Desempleo masivo, desplazamientos de población y retorno a los intercambios primitivos característicos de las sociedades pre-modernas son los rasgos que definen la “estructura social”. Las condiciones sanitarias y educativas se deterioran y en algunos casos hasta desaparecen. La población se ve acosada por enfermedades que tendrían curación y las deformidades en los recién nacidos, como consecuencia del uso del uranio empobrecido, son las armas principales de la barbarie imperialista.

En resumen, el ascendiente del imperialismo brutal produce el eclipse de la explotación económica. El imperio agota su tesoro buscando la conquista, la destrucción y la ocupación. Incluso son “otros” los que explotan la economía residual: los comerciantes y fabricantes de estados colindantes no beligerantes. En el caso de Iraq y Afganistán, eso va referido a Irán, Turquía, China y la India.

El evanescente objetivo del imperialismo brutal es el control militar total, basado en la prevención de cualquier renacimiento económico y social que pudiera llevar a una recuperación del antiimperialismo laico enraizado en una república moderna. El objetivo de asegurar una colonia gobernada por compinches, sátrapas y señores de la guerra de carácter étnico-religioso –que proporcionan bases militares y permiso para intervenir- es fundamental en toda la concepción de la construcción del imperio de carácter militar. La eliminación de la memoria histórica de un estado-nación moderno, laico e independiente y de su correspondiente patrimonio nacional resulta de singular importancia para el imperio de la barbarie. Esa tarea se le asigna a los prostitutos académicos y publicistas afines que van y vienen entre Tel Aviv, el Pentágono, las universidades de la Ivy League y las fábricas de propaganda para Oriente Medio en Washington.

Consecuencias y perspectivas

De forma muy clara, la barbarie imperial (como sistema social) es el enemigo más retrógrado y destructivo de la vida civilizada moderna. A diferencia del imperialismo económico, no explota el trabajo y los recursos, destruye los medios de producción, asesina trabajadores, agricultores y socava la vida moderna.

El imperialismo económico es claramente más beneficioso para las corporaciones privadas pero también coloca potencialmente las bases para su transformación. Sus inversiones llevan a la creación de unas clases trabajadora y media capaces de asumir el control en los momentos culminantes de la economía a través de la lucha nacionalista o socialista. En cambio, el descontento de la población asolada y el pillaje de las economías bajo la barbarie imperial han provocado la aparición de movimientos de masas pre-modernos étnico-religiosos, con prácticas retrógradas (terrorismo de masas, violencia sectaria, etc.). La suya es una ideología adecuada para un estado teocrático.

El imperialismo económico, con su “división colonial del trabajo”, extracción de materias primas y exportación de productos terminados, llevará inevitablemente a nuevos movimientos nacionalistas y quizá, posteriormente, socialistas. Aunque el IE destruye a los productores locales y desplaza, mediante las exportaciones industriales baratas, a miles de trabajadores de la industria, hace que aparezcan una serie de movimientos. China puede tratar de evitar esto a través de los “transplantes de plantas”. En contraste, el imperialismo brutal no es sostenible porque lleva a guerras prolongadas que drenan el tesoro imperial e hieren y matan a miles de soldados estadounidenses cada año. La población interna no puede aceptar inacabables guerras imposibles de ganar.

Los “objetivos” de la conquista militar y del gobierno sátrapa son ilusorios. Una clase política estable, “arraigada”, capaz de gobernar mediante consentimiento tácito o manifiesto es incompatible con los supervisores coloniales. Los objetivos militares “extranjeros”, impuestos a los políticos imperiales mediante la influyente presencia de sionistas en los puestos clave, han asestado un golpe fortísima en contra de la búsqueda de oportunidades de las multinacionales estadounidenses mediante políticas de sanciones. El recurso a la barbarie, impulsado arriba y abajo por los altos gastos militares y por los poderosos agentes de una potencia extranjera, tiene poderosos efectos en perjuicio de la economía estadounidense.

Es mucho más probable que los países que buscan inversión extranjera acepten empresas mixtas con exportadores económicos de capital que arriesgarse a atraer a EEUU con todo su ejército y sus clandestinas fuerzas especiales y otros muchos equipajes violentos.

Actualmente, el panorama global se muestra sombrío para el futuro del imperialismo militarista. En Latinoamérica, África y especialmente en Asia, China ha desplazado a EEUU como principal socio comercial en Brasil, Sudáfrica y el Sureste Asiático. Mientras, EEUU se revuelca en guerras ideológicas imposibles de ganar en países marginales como Somalia, Yemen y Afganistán. EEUU organiza un golpe en la diminuta Honduras, mientras China firma empresas mixtas por miles de millones de dólares en proyectos alrededor del acero y del petróleo en Brasil y Venezuela y de producción de grano en Argentina. EEUU se especializa en apoyar estados rotos como Méjico y Colombia, mientras China invierte fuertemente en industrias extractivas en Angola, Nigeria, Sudáfrica e Irán. La relación simbiótica con Israel convierte a EEUU en el aliado ciego de la barbarie totalitaria y de inacabables guerras coloniales. En contraste, China profundiza sus vínculos con las dinámicas economías de Corea del Sur, Japón, Vietnam, Brasil y las riquezas petrolíferas de Rusia y las materias primas de África.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rJV







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