domingo, 19 de septiembre de 2010

La revolñución haitiana







Rebelion. Marx, el jacobinismo negro y la experiencia subalterna de la modernidad















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Opinión






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19-09-2010






El caso de la revolución antiesclavista de Saint-Domingue

Marx, el jacobinismo negro y la experiencia subalterna de la modernidad




Herramienta






La revolución de Saint-Domingue es la primera del continente
americano que combinó una revolución económico-social que transformó la
estructura de clase de la sociedad, la revolución de los esclavos
contra las formas no libres de trabajo, y una revolución política de
independencia o anticolonial. Esta revolución en dos etapas tomó la
forma de revolución republicana en 1794 y de guerra de independencia
1804. Su culminación es el establecimiento de Haití como nación
independiente. Dentro del espacio americano la única que puede
contrastarse en esta dualidad de sentidos es la revolución
norteamericana pero, como afirma Barrington Moore, ésta no puede
concebirse consumada sino mediante dos actos separados por un largo
período de noventa años. Primero la independencia de la dominación
colonial en 1776, que el autor clasifica como una revolución política o
anticolonial; luego la guerra civil en la cual se termina con esa
“institución particular”, la esclavitud de los afroamericanos, en 1865[1].
No sólo por la separación de casi un siglo sino por la inversión de los
acontecimientos, revolución social y revolución de independencia en la
primera, por contraposición a revolución de independencia y culminación
de una revolución económica social dirigida desde el Estado de la
segunda, muestra la complejidad de la recepción de la revolución
burguesa en el espacio americano.


Si la revolución norteamericana, con su sentido constitucional y
moderado, lo que no es igual a “pacífica” (como falsamente ha querido
ser representada por Hanna Arendt en su clásica contraposición con la
Revolución Francesa), ha sido ubicada como parte de un legado positivo
del espíritu de las revoluciones de independencia de Centroamérica y
América del Sur, ése no ha sido el sentido que se ha otorgado al
acontecimiento haitiano, más bien ubicado en las antípodas. De hecho es
el suceso que le permite indicar a José Aricó que las “revoluciones de
independencia” de América del Sur fueron ante todo “revoluciones
pasivas”, de modificaciones estatales y estructurales impulsadas por
las elites dominantes, desencadenadas en parte para evitar la irrupción
radical del movimiento de masas, cuestión que tenían muy presente en el
ejemplo haitiano[2].


Esta relación por negación, mucho más explorada en el espacio del
Caribe e incluso con las independencias de Venezuela y Colombia, no
llega a teñir los festejos del bicentenario nacional y sobre todo de
ese lugar poco explorado que es la imbricación entre el proceso de
conformación de la clase burguesa local y la economía esclavista del
siglo XIX. Si una visión del relato independentista nacional nos ofrece
una genealogía de progreso y lucha por los ideales de la libertad, su
versión hoy oficialista de una soberanía popular enfrentada a la clase
dominante no aparece como reveladora. Ambas omiten en la discusión
sobre los “hechos históricos” mismos su contenido de discurso de poder[3].


Los relatos oficiales ocultan el peso y las influencias recíprocas de
estos acontecimientos así como en qué medida la consolidación de la
clase dominante nacional está estrechamente ligada a las formas de
trabajo no libres. Este elemento está presente por el muy concreto
hecho de que la producción económica principal de aquella serán los
alimentos de baja calidad (como el sebo y el tasajo), “exclusivos” para
los esclavos. Tanto EE.UU. como el Imperio del Brasil se abastecerán de
estos productos de inferior calidad (rechazados incluso por los
trabajadores pobres de Europa, que al menos podían elegir dentro de
ciertas posibilidades qué comer) para alimentar a las “cosas-esclavos”
que no tenían muchas opciones al respecto. Con el Imperio del Brasil
además los unirán empresas políticas como la guerra del Paraguay,
propugnada por los esclavistas de Río Grande do Sul y la banca
inglesa. Si Rosas es el cocinero de los señores esclavistas, aquel
hombre de ideas liberales, Mitre, protagoniza la trágica guerra del
Paraguay para defender la causa de la “libertad” junto al imperio
propietario de un millón de esclavos[4].


Un primer punto de nuestro trabajo estará referido a la relación
entre Marx y el análisis de la esclavitud. En consonancia con esto nos
adentraremos en el debate de los conceptos políticos que Marx utiliza
para analizar las revoluciones burguesas del siglo XVII y XVIII. Uno de estos será el de jacobinismo y la emergencia en su interior
del jacobinismo negro, concepto utilizado por el antillano marxista y
trotskista C.R.L. James para definir el período de gobierno de la isla
de Saint-Domingue bajo Toussaint Louverture. Tras este rastro intentaremos problematizar el contenido concreto que este concepto
posee en los acontecimientos de las Antillas.


Nuestro propósito es explorar, en el ámbito de las
representaciones políticas, la recepción y las particularidades que
adoptó el jacobinismo como fenómeno propio de las revoluciones
burguesas europeas en el proceso de la revolución antiesclavista de
Saint-Domingue. En primer lugar porque se produce una asociación
original en el período de dominación de los sans-culottes y de
los jacobinos entre éstos y la causa de la emancipación de la
esclavitud, expresada en las figuras de los comisionados metropolitanos
Santhonax y Polverel. Trascendiendo esta sociedad inicial entre los
comisionados jacobinos y los líderes de los esclavos, en particular en
la figura de Toussaint Louverture, se origina una tradición política
propia y es en la colonia periférica donde los jacobinos negros, a
diferencia de lo que sucede en la metrópoli, podrán sostenerse en el
poder durante una serie de años.


En la lectura cuarentaiochesca de Marx sobre las
revoluciones inglesa y francesa ya se encuentra presente una tensa
relación entre el contenido epocal de la revolución, expresada en que
todo triunfo del movimiento de masas era un triunfo de la burguesía o
beneficiaba-aceleraba su dominación total, y el análisis del
acontecimiento revolucionario mismo que daba origen a fenómenos propios
de las clases explotadas y sectores populares. El contenido de la época
establecía el marco, las relaciones y las condiciones de posibilidad de
un programa político de los sectores explotados diferenciado del de la
burguesía en ascenso. Para Marx, en las revoluciones burguesas de “tipo
europeo”, como él las llamó, las masas proletarias y las fracciones
urbanas no pertenecientes a la burguesía, o no abrigaban intereses al
margen de ésta o no formaban aún una clase diferenciada con un
“desarrollo propio”. Sin embargo, “allí donde se enfrentaba a la
burguesía, como ocurrió por ejemplo en Francia en 1793 y 1794, luchaban
solamente por hacer valer los intereses de la burguesía, aunque no a la
manera de ésta. Todo el
terrorismo francés era sencillamente el modo plebeyo de luchar contra los enemigos de la burguesía, contra el absolutismo, el feudalismo y los filisteos[5].
Sin duda esta paradójica relación entre una revolución que beneficia a
la burguesía como clase social ascendente pero realizada en
determinados períodos contra los intereses inmediatos de esta, con los
métodos de los sectores proletarios y plebeyos urbanos, conforma y
delinea las características de la revolución moderna.


Existe una posición, podríamos decir, oblicua[6],
en la que se encuentran las clases subalternas en las revoluciones
burguesas. Marx la resumirá en la fórmula política que expresa su
primer abordaje de la dinámica permanente de la revolución, indicando
que las clases explotadas luchan en estos acontecimientos contra “los enemigos de sus enemigos[7].
La posición tangencial del enfrentamiento de las clases explotadas, aún
no directamente contra su enemiga de clase, la burguesía, sino contra
los enemigos de ésta (el absolutismo, el feudalismo y la sociedad
estamental) es la que le imprimirá características disruptivas[8].
La emergencia del jacobinismo negro abre en este sentido un campo de
exploración inacabado y que nos interesa abordar en relación a las
paradojas de este fenómeno político de las revoluciones modernas.


Una de las características de esta tangencialidad u oblicuidad que
expresa el jacobinismo como forma plebeya de combate contra el
feudalismo lleva dentro de sí la compleja relación que se establece
entre éste y las masas populares. Durante el período de dominación de
los jacobinos negros -y luego en los gobiernos poscoloniales- existirá
una tensión permanente cuyo punto más destacado se encuentra en las
formas mismas que adopta la transformación económica-social por la que
lucharán los esclavos emancipados. Si el programa de los sans-culottes
metropolitanos giró en torno a la conquista del “bienestar”, resumido
en las demandas de “vestido, alimentación y reproducción de la
especie”, que derivó en el control de precios y los debates en torno a
la limitación de la propiedad, el programa de los ex esclavos girará en
torno a la imposición de las garantías de conservación de la liberación
frente al posible retorno de la esclavitud y que tendrá su expresión en
la demanda de la pequeña propiedad agraria.


Uno de los interrogantes irresueltos a lo largo del proceso que se
inicia con la revolución de los esclavos es la pregunta en torno a
cuáles fueron los elementos que permitieron que de la acción de los sans-culottes
negros no emergiera, como una radicalización del mismo, alguna demanda
colectivista en el terreno de las formas económicas de organización del
trabajo sino que, por el contrario, la demanda de éstos fuese la
pequeña propiedad agraria. Si de la radicalización de los sans-culottes
surgen los primeros elementos de una crítica socialista al programa de
la pequeña burguesía en la figura de Babeuf, en el caso de los esclavos
emancipados de las plantaciones -que ocupan el lugar de la comuna
francesa- será la lucha tenaz por asociar el trabajo social a la
explotación de la pequeña propiedad agraria. Debatiremos por último
entonces con las distintas explicaciones existentes sobre el porqué de
este programa y sus derivaciones ideológicas.

 

El debate de la esclavitud entre los jóvenes hegelianos: Marx vs. Stirner

 

En su conocido ensayo del año 2000 sobre Hegel y Haití, Susan
Buck-Morss se anima a hipotetizar que la revolución de los esclavos de Saint-Domingue
llegó incluso a fagocitar la imaginación de Hegel en su obra de
juventud y que no sólo por Haití sino también por el Terror jacobino
francés fue que el filosofo habló de la lucha de clases[9].
Sin olvidar, claro está, que el método especulativo de Hegel trastoca
las representaciones reales, puesto que la lucha del esclavo para
emanciparse del señor, en la lectura del filósofo (y en la que
posteriormente realizará Kojève) se ubica al individuo burgués moderno
y no al esclavo real y verdadero de la modernidad. A pesar de ello, e
inclusive debido a esta utilización especulativa de la lucha real del
esclavo al servicio de la justificación de un momento del devenir del
“espíritu absoluto” hegeliano, se pone en evidencia cómo el discurso de
la modernidad hegemonizado por la burguesía ha tenido que sacar -y por
ello tomar prestados- recursos externos a ella misma, es decir, los
enfrentamientos más radicales de la época, los del Terror jacobino y
del jacobinismo negro -los dos puntos más sustanciales de la lucha de
clases por aquel entonces- para fundamentar y justificar su “amanecer”
sobre la historia.


Como continuidad de la utilización especulativa del combate
filosófico del individuo burgués en su lucha contra la esclavitud
(espiritual) se ubicará el debate de los jóvenes hegelianos, incluido
Marx mismo, en torno a los contornos reales de la categoría de
esclavitud en el momento de disolución del sistema hegeliano. Si bien
Marx realizará asociaciones históricas equivocadas sobre el curso de la
revolución haitiana, como identificar a Toussaint Louverture con
Napoleón, será en el debate con los jóvenes hegelianos, plasmado en La Ideología Alemana, donde aparecerá una mención directa al acontecimiento revolucionario.
Además, la contemporaneidad de Marx con la esclavitud como “institución
particular” del mercado mundial capitalista lo llevará a poner en
contacto dos formas de trabajo social bajo el reinado del capital, la
esclavitud y los asalariados, en aquel sincretismo del Manifiesto
Comunista
de que los proletarios son presentados como los “esclavos
modernos”. Sin embargo, será en la obra antes mencionada (en la cual
Marx avanzará en la formulación del materialismo histórico) donde
aparecerá desarrollada una referencia histórica particular al
acontecimiento de la revolución de los esclavos antillanos.


En el apartado de La ideología alemana sobre la obra El Yo y su propiedad,
de Max Stirner, significativamente denominado “La propia
individualidad”, Marx se dispone a rebatir los argumentos en los cuales
aquél expone el devenir de la individualidad moderna. Es interesante
este debate, puesto que se da en el momento en que Marx avanza en
descifrar el materialismo histórico como método de investigación, pero
no sólo porque devela aquello de que las formas de la conciencia están
ligadas a las “condiciones reales de existencia” y describe al hombre
como un “ser social”, sino también porque refuta el tratamiento
metafórico del recurso a la esclavitud para hablar de la esclavitud
real y de la actitud de los esclavos reales frente a ésta.


Max Stirner, siguiendo el método de Hegel “en lo peor que éste
tenía”, lleva adelante una revisión sobre el “momento estoico” de la
conciencia moderna, según el cual el esclavo aparece como una forma de
existencia de la individualidad moderna, tal vez la más radical porque
implica que aunque sea un esclavo, aunque su voluntad y su cuerpo
pertenezca a otro, al amo, nadie puede negar su propiedad subjetiva, el
hecho de que es él quien siente “y no otro, el dolor de los latigazos
sobre su espalda”.


Dice Stirner: “Interiormente, se puede ser libre a pesar del
estado de esclavitud, aunque solamente libre de mucho, pero no de todo;
pero no se es libre del látigo, de los caprichos imperativos, etc., del
señor […] Interiormente, la propiedad es toda mi esencia y existencia,
soy Yo mismo. Soy libre de aquello de que estoy desembarazado y
propietario de lo que tengo en Mi poder o de aquello de que soy poderoso
”.
Continuando la cita de Stirner, éste quiere afirmar que la libertad
conquistada, la libertad, ahora sí, del látigo y del señor es un
producto o un devenir de la conciencia subjetiva del esclavo, quien
antes de ser realmente libre de esta relación servil hace la
experiencia de su individualidad aún como esclavo en la idea de que “yo
soy mi único propietario”. Nos dice Stirner: “de los horrores de la
tortura y de los latigazos no es libre mi cuerpo bajo el imperio de un
señor cruel; pero son mis huesos los que crujen bajo la tortura, mis
fibras las que se estremecen bajo los golpes, y yo gimo porque gime mi
cuerpo”
[10].
La relación que Stirner establece entre la libertad subjetiva, la
individualidad como propiedad y la esclavitud, aparte de permitirles a
Marx y a Engels continuar su rechazo a las vueltas especulativas de
“San Sancho”, también lleva a éstos a afirmar que “la propiedad” es
transformada en una “casuística de esclavos” que Stirner construye para
indicar que “su poder y su individualidad no consisten en que pueda
disponer de sus miembros, sino en el hecho de que estos miembros son
los suyos. Una vez más salva su individualidad al considerarse
determinado de otro modo, ya sea como simple conciencia, ya como cuerpo
inconciente
(véase la Fenomenología del espíritu, de Hegel)”.


La individualidad del esclavo para Stirner es “determinada”, no
por sus condiciones reales de existencia, su poder y potencialidades
efectivas, sino por su afirmación o como conciencia pura o como cuerpo
inanimado puro. La naturalización de la esclavitud y la ausencia de
rebelión por parte del esclavo están fundamentadas en la defensa de su
interés “individual” como esclavo. En función de su “propio interés” el
esclavo opta por la paciencia, la espera del momento propicio, el no
arriesgarse por las represalias del amo, etc., trazando una ideología
de la resignación. Dice Marx que los esclavos reales “no se dejan
convencer por semejantes necedades” sino que “por el contrario,
insultan a sus verdugos y maldicen su propia impotencia”. Stirner se
“representa que los negros sublevados de Haití y los negros fugitivos
de todas las colonias no querrían liberarse ellos mismos sino liberar ‘al hombre’”[11].
Además del impulso humanista que lleva al esclavo a emancipar su
individualidad de estas sujeciones, “del látigo, el capricho del amo,
etc.”, pues él ya era un individuo propietario de sí mismo, su dolor y
su espalda, además de otras cosas, supone que el esclavo que toma la
resolución de liberarse debe sobreponerse a la idea de que la
esclavitud es “su propia individualidad”[12] y no una condición de sometimiento de clase.


Stirner transformaba una forma de existencia social -la esclavitud
de los pueblos africanos por parte de la burguesía europea- en una
propiedad puramente metafísica de la individualidad moderna, a la vez
que hacía de la esclavitud una característica del individuo y no al
revés, planteando que es el individuo quien la “sufre”. La libertad
subjetiva para Hegel surgía de la lucha del amo y el esclavo por el
reconocimiento y concretamente emanaba de las actividades contrapuestas
de éstos (el goce y el trabajo). Así, era el trabajo del esclavo lo que
llevaba a éste a tomar conciencia de su autonomía y no dependencia del
amo. Esta independencia del esclavo a través del trabajo tomaba la
forma de libertad subjetiva, movimiento que se continuaba en el
capítulo dedicado al “Espíritu” en la figura del cortesano, el vasallo
y el hombre de letras. Pero Stirner, tomando el método de la dialéctica
especulativa “en lo que ésta tenía de malo”, otorga a la esclavitud
-como figura de la conciencia- un contenido de verdad mucho menor que
el que poseía en Hegel. Si ya Marx había criticado en el método de la
dialéctica especulativa hegeliana el “positivismo lógico” en el cual
los hechos reales eran un fundamento incuestionado, para hacer efectiva
su crítica a los neohegelianos contrapondrá ahora a la especulación
stirneriana de la esclavitud como condición de la individualidad
moderna (es decir, al esclavo especulativo), el esclavo real, a los
hombres sometidos a la esclavitud, a los que lucharon a muerte por
emanciparse de ésta.

 

La experiencia del jacobinismo negro

 

Lejos de esta casuística de esclavos, los trabajadores esclavos de las colonias americanas -particularmente de Saint-Domingue-
dieron vida a una revolución radical que reinterpretó a su manera la
lucha por una condición libre y universal de los hombres proclamada por
la Revolución Francesa, estableciendo una alianza original con los sans-culottes
de las comunas de París, avanzando más allá de los límites impuestos
por estos mismos derechos formales mediante la liberación efectiva de
las relaciones estamentales, feudales y de esclavitud.


Pocos años después de la escritura de la Ideología Alemana,
Marx tiene la oportunidad de recapitular sobre sus afirmaciones en
torno al origen y transcurso de la dominación burguesa en la historia
de la modernidad. En los combates de la Nueva Gaceta Renana
Marx hará referencia a los principales fenómenos de la revolución (que
él denomina de “tipo europeo”) para indicar que, a pesar del objetivo
“limitado” que le imponía el ascenso de la burguesía, ésta había
habitado el terreno de su época histórica y representado un gran avance
para la humanidad. Pero esta relación entre revolución y modernidad
capitalista planteaba una serie de complejidades que para Marx
caracterizaban a la “época revolucionaria” y que develaba un contenido
específico en el mismo acontecimiento revolucionario, cuyas expresiones
más sustanciales fueron la aparición del jacobinismo y el terror.


El mismo acontecimiento revolucionario moderno llevaba inscripta
una fractura, una falla interna. Por un lado, el impulso que la
burguesía imponía a la transformación de la sociedad, destruyendo la
organización estamental y pugnando por establecer su dominación basada
en la escisión entre el Estado y la sociedad civil, entre los derechos
universales del hombre y las diferencias económico-culturales de clase.
Pero la burguesía -en su lucha contra el antiguo régimen- había abierto
la posibilidad de la irrupción de las masas oprimidas, que dejó huellas
indelebles en los acontecimientos revolucionarios. Esta fractura
interna, esta experiencia diferenciada de la modernidad, actuará a
ambos lados del Atlántico, en la metrópoli y en la colonia, pues “fue
la querella entre burguesía y monarquía la que lanzó a las masas
parisinas a la esfera política. Fue la querella entre bancos y mulatos
la que terminó por despertar de su letargo a los esclavos
[13].


La experiencia de una modernidad quebrada traza la emergencia de
una temporalidad propia de las revoluciones burguesas, diferente de la
de las revoluciones proletarias del siglo XX, expuesta en las
conjunciones e intersecciones originales de estos acontecimientos, así
como el surgimiento de las disputas en torno a esta herencia escindida.
Al respecto, Daniel Bensaïd dice: “A través de las experiencias
americana y francesa, la revolución aparece como la gran aceleradora
del progreso y mito movilizador de las clases oprimidas. En el Siglo de
las Luces la espera apocalíptica se metamorfosea en esperanza
histórica. Después de la exploración de la perspectiva espacial se
profundiza a su turno la perspectiva temporal. Ésta es el resultado de
un cambio en el campo de lo posible y de una potencia inédita de la
anticipación racional. Lejos de la incertidumbre de la predicción
apocalíptica, a su turno el futuro deviene calculable. Pero la
previsión enunciada modificaba recíprocamente los parámetros de la
decisión. […] mientras que la predicción suponía un tiempo ‘vacío y
homogéneo’, la profecía revolucionaria se apoyaba sobre la hipótesis de
un tiempo roto, discontinuo, del cual puede surgir el acontecimiento”[14].


El espíritu racionalizador del Siglo de las Luces, contra su
ahínco de previsión y cálculo, habría la posibilidad del acontecimiento
y de la ruptura de sus mismas previsiones, “modificaba los parámetros”
de las decisiones políticas y abría la posibilidad, por la aparición de
las masas oprimidas, de lo “incalculable” e “impensable”. Sin duda es
en este campo ambivalente de la modernidad donde se inscribe la
apropiación de la ciudadanía política burguesa por parte de los
esclavos de la colonia de Saint-Domingue yla posterior guerra de independencia.


Pero la irrupción de los oprimidos y la impronta que éstos le
imponen al desarrollo de la época histórica se ubican en los
intersticios de la nueva sociedad que para Marx se resumía en una
fórmula paradójica, dado que constituyendo estos acontecimientos
revolucionarios los oprimidos luchaban contra “los enemigos de sus
enemigos”. Luchaban contra la sociedad feudal y no directamente contra
la sociedad burguesa, de allí que su dominación podía ser sólo pasajera
e incluso basada en un programa inacabado. Su intervención imprime de
manera tangencial el sentido estratégico de los combates por venir
contra la sociedad burguesa, que en esos momentos completaba así la
imposición de su dominación “absoluta”.


He aquí el destino desgarrado de los oprimidos: encerrados entre
dos enemigos, teniendo que apoyar a uno contra otro para conquistar y
hacer reales las proclamas de “igualdad” y “libertad” con las que uno
de éstos se lanzaba al combate. Porque “los negros estaban
cumpliendo su papel en la destrucción del feudalismo europeo que había
iniciado la Revolución Francesa, y las palabras ‘libertad’ e
‘igualdad’, los lemas revolucionarios, significaban más para ellos que
para cualquier francés
[15].
La lucha contra el espíritu de casta, contra la “aristocracia de la
piel” -como la denominó Santhonax-, fue definitivamente completada por
el levantamiento de los esclavos, quienes eran los más interesados en
conquistar de manera real la igualdad de derechos declarada
abstractamente en la primera constitución de la República Francesa,
radicalizando de esta manera la constitución de 1794. Su intento de
restauración bajo el consulado y el Imperio Napoleónico mostraba hasta
dónde la burguesía, una vez en el poder, podía mantener y convivir, en
el espacio periférico, con otras formas de sometimiento
económico-social, lo que será una constante a lo largo del siglo XIX y
parte del siglo XX[16].


Es esta ubicación oblicua, este lugar de avanzada pero tangencial
de las clases oprimidas y su programa inacabado, lo que caracteriza al
fenómeno jacobino impulsado por la irrupción de los sans-culottes metropolitanos y los esclavos antillanos, categorías de la política que a su vez nos permiten avanzar en “la
conceptualización y la representación de las figuras subjetivas que han
hecho la experiencia de la modernidad en posición subordinada y
antagonista”
[17].

Es el combate para enfrentar a la contrarrevolución y sus alianzas
geopolíticas lo que radicaliza a las masas de la metrópoli y lleva a
los comisionados de la Asamblea Nacional Francesa a la asociación
original entre el jacobinismo metropolitano y los esclavos sublevados.
Esta asociación particular quedará plasmada en la sanción legislativa
de la emancipación de la esclavitud, que será impuesta sin discusión en
la Convención Nacional Francesa y festejada en las comunas parisienses.
Pero el jacobinismo, como ala radical de la revolución burguesa, como
momento y mediación entre el movimiento de las masas oprimidas y el
programa burgués limitado, expresará de manera concisa las
contradicciones de clase sobre las cuales se había elevado como quedó
de manifiesto en la negativa de Robespierre a organizar la insurrección
de las comunas contra la Convención Nacional. Aunque ésta estuviera
legalizada por la constitución, el respeto de Robespierre por las
formas instituidas de poder, por el poder constituido, lo llevará a
subordinar el poder constituyente, el impulso de las masas de los sans- culottes.
Su negativa actúa como catalizador de esta tangencialidad inscripta en
el fenómeno jacobino, en la forma republicana plebeya, que incluye en
su sanción el derecho a la insurrección contra el orden instituido pero
que sin una estrategia política alternativa, sin un sustento de clase
definido, lleva a la impotencia y a la derrota.


Robespierre y Toussaint Louverture compartirán esta ubicación
mediadora entre los sectores más radicales de las masas, a los cuales
también reprimirán de manera implacable, y la burguesía blanca y
mulata, a la que impondrá la aceptación de las nuevas libertades
conquistadas, la liquidación de la esclavitud. El rechazo de
Toussaint Louverture a romper con la metrópoli y declarar la
independencia de la isla cuando los signos de la reacción dentro de
Francia eran evidentes, y su negativa a preparar la guerra contra las
medidas ofensivas de la metrópoli serán muestras de esta limitación del
jacobinismo.


En este sentido, el paralelo entre el jacobinismo metropolitano y
el jacobinismo negro es ilustrativo. No sólo porque en la isla
existieron fenómenos de doble poder, como aquel entre las comunas y la
Convención Nacional, así como entre las plantaciones y el gobierno
jacobino de Toussaint Louverture, sino además por el hecho de que la
estructura de la sociedad de la isla (menos diversificada si se la
compara con la metrópoli), que trazaba sus estamentos en la piel, y se
dividía en una gran masa de trabajadores esclavos en las plantaciones y
en el servicio doméstico, por un lado, y por otro, en el sector de los
propietarios de las plantaciones y el comercio marítimo (en este
sentido muy similar a una sociedad moderna), permitió a los jacobinos
negros detentar el poder por un período mucho más largo que sus pares
metropolitanos.


Es este firmamento social mucho más homogéneo[18],
lo que lleva a James a diferenciar el jacobinismo negro de
Toussaint Louverture respecto a su par metropolitano, puesto que aquel
no compartía completamente las limitaciones de clase, los formalismos y
las ambigüedades de sus pares metropolitanos. Toussaint Louverture era
un hombre que expresaba mucho más directamente las aspiraciones de las
masas negras a mantener su libertad recientemente conquistada, pero su
posición histórica sólo podía llevarlo al desgarramiento, al igual que
Robespierre. Ante la posibilidad incluso de una muerte segura se negó a
tomar la determinación de preparar un enfrentamiento directo con sus
nuevos enemigos (y aliados de antaño), el Estado francés ya en manos de
la reacción burguesa. Cuando la independencia de Haití respecto a
Francia fue declarada, Boisrond-Tonnerre, quien fue su redactor a
pedido de Dessalines y de los jefes del ejército independentista
-muchos de ellos analfabetos-, exclamó las palabras precisas de este
desenlace: “Para avanzar en redactar el acto de independencia,
nosotros hemos necesitado por pergamino la piel de un hombre blanco, su
cráneo para escribirlo, su sangre por tinta y una bayoneta por pluma
[19].


Si una fracción de los hombres blancos, los jacobinos y las masas
obreras y plebeyas de París habían sido aliados de los esclavos negros
en su lucha por la libertad, ahora la identificación era absoluta: el
hombre blanco era la burguesía intentando reestablecer el sometimiento
a la esclavitud a los hombres negros. El relato que propugna la
integración de la particularidad dentro de una praxis universalista,
tanto como aquel acerca de la negritud tienen sus antecedentes en estas
fallas internas, en estas dislocaciones, de la modernidad periférica.

 

Las formas de subjetividad y la acción revolucionaria de los ex esclavos…

 

Como planteamos, es la relativa división y homogeneidad
estructural de los antagonistas de clases en Haití lo que permite al
jacobinismo negro poseer la dirección política del proceso
revolucionario a lo largo de una serie de años. Desde James en
adelante, y en parte rescatando su análisis de la estructura de clase
de la isla, se ha destacado la importancia que tuvo en el desarrollo de
los acontecimientos la estructura de la gran plantación de azúcar del
norte de la isla. Para este autor, la plantación de caña de azúcar era
la expresión de una combinación entre modernismo y arcaísmo, entre
civilización y corrupción, entre una técnica de organización del
trabajo “racional” muy similar a aquella de las grandes industrias
inglesas y la forma social de la esclavitud con su barbarismo y
arcaísmo. Serán los esclavos de las grandes plantaciones-factorías del
norte de la isla la vanguardia de la revolución antiesclavista.


Marx pensó las características del sujeto revolucionario anclado
en la forma social de la gran industria moderna, con las formas del
trabajo cooperativo. De manera similar se ha explicado la capacidad
organizativa y política de los esclavos en su rebelión. Esta
asociación, por la amplitud y el nivel de organización de la conjura de
los esclavos en 1791, se comprende por las similitudes o
características comunes de las formas del trabajo del proletariado y de
los esclavos[20].
Sin embargo, este parecido estructural no da origen a un mismo
trayecto. A medida que va madurando y avanza la rebelión de los
esclavos, la distancia trazada entre uno y otro se hace evidente. En
este terreno es donde se irá tejiendo una serie de hipótesis que nos
interesa poner en cuestión.


Para algunos como Léon-François Hoffmann: “La revuelta de los
talleres del norte en agosto de 1791, que marca la irrupción en la
historia de la población negra servil, se hizo contra el sistema
esclavista y estuvo en el origen de un movimiento de reivindicaciones
proletarias (atreviéndonos con este anacronismo), expresión de un
hartazgo desesperado, más que de una acción política impulsada por un
modelo de sociedad precisa o coherente
[21].
Esta visión, aunque tiende a jugar con similitudes y diferencias de los
trabajadores esclavos con los trabajadores asalariados, desde el punto
de vista del programa de los primeros tiende a separar sus
reivindicaciones sociales de las políticas, cuestión que presenta dos
problemas. Respecto a las causas del levantamiento de los esclavos,
éste es interpretado desde un reduccionismo economicista; incluso, como
diríamos hoy, puramente corporativo. Mientras que sus reivindicaciones
políticas se reducen a un acompañamiento acrítico de las formas
políticas de la burguesía en ascenso desvalorizando la utilización de
las contradicciones que los oprimidos plantean desde el punto de vista
del uso que hacen de las proclamas que la burguesía lanza en su lucha
contra el feudalismo. Es decir, no sólo porque a partir de la
revolución de los esclavos surge un republicanismo negro que liga las
reivindicaciones económicas a las políticas[22],
sino también porque esta interpretación no establece el carácter y las
contradicciones del programa que irá madurando entre los esclavos, en
lo que éste tiene de potente y en los límites del mismo.


El principal problema que se plantea en este terreno gira en torno
a la reivindicación principal que se planteará entre los ex
trabajadores esclavos, es decir, la pequeña propiedad agraria, que dará
origen a una nueva estructura económica y social, pasando de una
estructura agrario-exportadora basada en grandes concentraciones
“proletarias”, en grandes talleres agrarios-esclavistas, a una economía
agraria ligada al abastecimiento del mercado interno, sustentada por el
nuevo pequeño campesinado haitiano. ¿Cuáles son entonces los elementos
que actúan en el desarrollo de las reivindicaciones y del programa de
los ex esclavos?


Sidney Mintz indica que en las grandes plantaciones azucareras los
esclavos accedieron a los conocimientos de las técnicas agrarias, así
como también el hecho de que muchos de éstos, en los lugares donde
dormían y habitaban, realizaban de manera complementaria actividades
agrarias autónomas, generándose de esta manera un “cuasi-campesinado” a
la sombra de la plantación esclavista[23]. Por otro lado se ubican las prácticas del marronaje,
sobre todo en el sur de la isla, a partir de las cuales los esclavos
fugitivos vivían en comunidades y desarrollaban actividades agrarias
más o menos cooperativas, como la comunidad marron Le Royaume des platons (“El Reino de los plantadores”, en creole),
quienes se negaron a regresar a las haciendas-factorías ante la
ordenanza de Santhonax y Polverel después de abolida la esclavitud en
la isla.


Según esta segunda interpretación, es en los resquicios de la
sociedad esclavista donde los trabajadores esclavos hacen la
experiencia con la pequeña propiedad, aceptada legalmente por los
plantadores para consolidar el sistema de plantación o ilegalmente en
el marronaje, y es a través de la misma que se plantea que “el hundimiento del viejo orden ha sido el resultado de la victoria de esta economía interna sobre el sector de exportación[24].


Si en un primer momento se plantea una identificación entre
proletariado asalariado y trabajadores esclavos, la evolución del
movimiento revolucionario de los últimos en el terreno de sus demandas
de “democracia social” será una constante y persistente lucha por
liquidar la gran plantación pos-revolucionaria bajo la forma de trabajo
asalariado, y conquistar la pequeña propiedad como forma de afirmación
de su libertad y como garantía de ésta. La dualidad inscripta en la
forma que adquieren los talleres del norte (vanguardia de la revolución
antiesclavista) entre modernismo y arcaísmo es identificada en la
subjetividad del esclavo como un rechazo abierto a toda forma de
trabajo directamente cooperativa (incluyendo la crítica de su aspecto
modernizante), optando de esta manera por formas indirectas de
cooperación social como las de la comunidad campesina y del mercado
regional.


Las formas bárbaras y embrutecedoras del trabajo esclavo, a
diferencia del trabajo asalariado, no permiten así entrever el
desarrollo de una práctica y una ideología comunitaristas-comunistas
modernas basadas en la propiedad colectiva de los medios de producción
y en el trabajo cooperativo directo. Ni los decretos jacobinos de
Santhonax y Polverel para organizar las plantaciones nacionalizadas o
aquellas abandonadas por sus dueños, ni las disposiciones de Louverture
para continuar con la producción a gran escala, ni las normativas casi
feudales de Christopher pudieron impedir esta lucha persistente de los
ex esclavos por liquidar todo vestigio de la gran producción agraria y
por atar su libertad individual a la pequeña propiedad de la tierra,
legalizada definitivamente bajo la presidencia de Boyer en 1828[25].


Irónico resulta que los esclavos, que eran hombres y mujeres que
poseían sólo una experiencia negativa de la “propiedad”, como absoluta
ausencia de ella, hayan encontrado un sentido positivo, de
autoafirmación, en la forma de pequeña propiedad agraria. En 1797, uno
de los líderes de las huelgas de los nuevos trabajadores asalariados de
las plantaciones nacionalizadas de Guadalupe contra el gobierno del
jacobino metropolitano Victor Hugues sostenía de esta manera un diálogo
con los nuevos trabajadores rurales (ahora asalariados), planteando las
asociaciones que los esclavos hacían entre clase, status racial y
dominación política. Hablando a los huelguistas, señalaba: “¿No
estamos cansados de ser pobres? Si son libres ¿por qué trabajan en la
tierra de los blancos? ¿Por qué todo lo que produce su trabajo no les
pertenece? Ustedes son trescientos contra uno. En Saint-Domingue cada
uno hace lo que quiere, todos los que comandan son negros, los blancos
han sido echados y los pocos que quedan sirven a los negros como
ustedes sirven aquí a los blancos
[26] .


Desde el punto de vista de una interpretación afincada en la pura
racionalidad económica que cifra el antagonismo entre mercado externo
versus mercado interno se presenta como el inmediato reverso de una
visión apologética de la modernización capitalista, que ve una actitud
irracional en la liquidación del sistema de la gran producción de
mercancías agrarias a favor del sistema de la pequeña explotación
parcelaria y de subsistencia. El camino que terminará liquidando la
gran plantación, incluido sus aspectos modernistas, liquidación que
sumado al aislamiento internacional y la guerra de baja intensidad de
las potencias imperialistas de la época arrojará grandes padecimientos
para las masas en la época pos-revolucionaria, sólo puede comprenderse
entreviendo la “racionalidad” de las acciones de clase de los esclavos
que vieron en el parcelamiento de la propiedad agraria la definitiva liquidación
de aquella institución que había albergado la esclavitud,
comportamiento similar en este sentido al de “tierra arrasada” de los
siervos contra los señores feudales.


De este elemento surge la asociación efectiva entre pequeña
propiedad y libertad para los ex esclavos, puesto que ésta era la
definitiva consumación de la gran hacienda –factoría cuya supervivencia
identificaban como un posible retorno a la esclavitud. A contrapelo de
la racionalidad del homo economicus moderno, de los estudios
poscoloniales que buscan en los intersticios de la vieja sociedad la
idea de una racionalidad económica alternativa, subalterna, en las
revoluciones las clases sociales actúan impulsadas por un enorme ánimo
destructivo de las relaciones económicas y sociales del antiguo
régimen, que pretenden terminar mediante su acción, la esclavitud, y a
ella asociada la principal institución que la albergó, la gran
hacienda- factoría. Esta racionalidad propia, interna de la lucha entre
las clases, de los esclavos versus los burgueses esclavistas, planteaba
una enorme barrera a la radicalización del programa de los trabajadores
ex esclavos para dar un nuevo salto en la lucha contra la modernización
capitalista en su fase siguiente.

El estancamiento de las relaciones económicas posrevolucionarias
estuvo dado por un conjunto de condicionantes. Por un lado el fracaso
de L’Ouverture y Dessalines en unificar la isla, incorporando la parte
española, que hubiera dado una base más amplia para un desarrollo
económico posterior. Por otro lado el fracaso de éste y de sus
continuadores, de preservar la gran industria-factoría azucarera como
forma de capitalizar al nuevo Estado mediante la exportación de azúcar
a los EEUU. Este fue el intento de L’Ouverture, pero el impulso de los
ex trabajadores esclavos enfrentó el proceso de asalarización y tendió
a la liquidación de la gran propiedad. Por otro lado la ausencia de una
industria manufacturera urbana que pudiera complementar a la pequeña
producción agraria dio paso a una estructura económica imposibilitada
de acceder a una vía de desarrollo autónomo. Estos elementos sumado a
los factores políticos, el odio de las clases dominantes americanas y
europeas hacía la pequeña nación independiente condiciono las
posibilidades de mantener un desarrollo nacional autónomo.






Artículo enviado especialmente para su publicación en Herramienta.

 



[1] Barrington Moore, Jr., Los orígenes de la dictadura y la democracia. El señor y el campesino en la formación del mundo moderno, Ed. Península, Barcelona, 2002.




[2] José Aricó, Marx y América Latina, Ed. Alianza, México, 1982.




[3] Ver Michael-Rolph Troullot, Silencing the past. Power and the production of history, Beacon press, Boston, 1995.




[4]
Al finalizar la guerra las calles de Asunción se transforman en un
verdadero mercado de esclavos. Como expresaba un general del ejército
nacional: “había que ponerse el traje militar si uno no quería ser tomado por esclavo y vendido por esa gente”. Ver León Pomer, La guerra del Paraguay, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971.




[5]
Karl Marx, “La Burguesía y la contrarrevolución, Nueva Gaceta Renana Nº
169, 15 de diciembre de 1848”, en Marx, K. y Engels, F., Las revoluciones de 1848. Selección de artículos de la “Nueva Gaceta Renana”, FCE, México, 1989, pág. 217.




[6] Derrida ha trabajado sobre este concepto en J. Derrida, Pasiones. La ofrenda oblicua, 1991.




[7] Esta categoría es utilizada por Marx en El Manifiesto del Partido Comunista a propósito de la política de los comunistas en la revolución alemana de 1848.




[8]
El debate historiográfico francés en torno a si existió un único
acontecimiento revolucionario o varios acontecimientos, o varias
revoluciones (aristocrática, burguesa y democrática- plebeya), deriva
de esta oblicuidad de la posición de los oprimidos. Ver en este sentido
José Sazbon, “La revolución burguesa y los avatares de la modernidad”, Seis estudios de la Revolución Francesa, Ed. Al Margen, Buenos Aires, 2005.




[9] Susan Buck-Morss, Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo: una interpretación revolucionaria, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2005.




[10] Carlos Marx y Federico Engels, La Ideología Alemana, Ed. Nuestra América, Argentina, 2004, pág. 322.




[11] Ídem., pág. 322.




[12] Ídem, pág. 324.




[13] C.R.L. James, Los jacobinos negros. Toussaint Louverture y la revolución de Haití, FCE, España, 2003, pág. 80.




[14] Daniel Bensaïd, Éloge de la Politique Profane, Ed. Albin Michel, France, 2008, pág. 34.




[15] C.R.L. James, op. cit., pág. 190.




[16]
El debate en torno al imperialismo en todas sus versiones en el siglo
XX suponía la idea de que el sistema implicaba la convivencia con
formas no capitalistas o no plenamente capitalistas de existencia
social. Un mundo donde las relaciones capitalistas desarrolladas
graviten a nivel global es un fenómeno relativamente reciente. Ver
Ellen Maiksins Word, El Imperio del Capital, Ed. El Viejo Topo,
España, 2003. Ver también Juan Chingo, “Crisis y contradicciones del
‘Capitalismo del siglo XXI’. Anexo III: Una asalarización universal”, Revista Estrategia Internacional Nº 25, 2007/ 2008, pág. 11-75.




[17] Sandro Mezzadra, “Temps historique et sémantique politique dans la critique post-coloniale”, Multitudes 2006/3, 26, pág. 75-93.




[18]
Si bien Eugene Genovese destaca las diferencias que el sistema
esclavista anglo-francés posee respecto al ejercido en Norteamérica y
Brasil planteando que el primero se caracteriza por una mayor
diversidad debido a la existencia de un sistema de tres castas y no dos
(blancos, mulatos y negros), así como producto del acceso de mulatos y
de facción de los esclavos a tareas de mayor sofisticación, como el
artesanado, que favoreció el surgimiento de una intelligentsia
revolucionaria, este hecho sin embargo no niega la polarización social
reinante en el sistema esclavista colonial, incluido el anglo-francés.
Ver Eugene Genovese, Esclavitud y capitalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1971.




[19] Jean Luc Bonnid, “From Dessalines to Duvalier. Race, Coulour and nacional Independence in Haiti”, Annales, año 1983, vol. 38, Nº 3, pág. 658.




[20] Es este sentido moderno e “industrial” de la plantación –factoría azucarera ha sido ampliamente estudiado, ver Yann Moulier-Boutang, De la esclavitud al trabajo asalariado: economía histórica del trabajo asalariado embridado, Ediciones AKAL, Barcelona, 2006.




[21]
Léon-François Hoffmann, “L´Haitïenne fut-elle un révolution?”, en
Léon-François Hoffmann, Frauke Gewecke, Ulrich Fleischmann (Dir.), Haïti 1804. Lumières et ténébres: impact et résonances d'une révolution, Ed. Bibliotheca Ibero-Americana- Verveuert, España, 2008.




[22]
Ver Laurent Dubois, “‘Citoyens et amis!’. Esclavage, citoyenneté et
République dans les Antilles françaises à l´époque révolutionnaire”, Annales. Historie, Sciences Sociales 2003/2, 58e année, págs. 281-303.




[23]
Esta práctica fue impulsada por los propios esclavistas para abaratar
el costo de alimento de los esclavos, además de llevar a éstos a que
trabajen en la parcela asignada en sus días de descanso.




[24] Michael Levy, “La naissance de la paysaneirie haïtianne dans la période révolutionnaire, 1791-1804” en Giulia Bonacci (comp), La révolution haïtienne au-delà de ses frontières, Karthala Editions, París, 2006.




[25] Frank Moya Pons, La independencia de Haití y Santo Domingo en Leslie Bethell (ed), Historia de América Latina, Tomo 5: La Independencia, Ed. Crítica, Barcelona, 1991.




[26] L. Dubois, op. cit., pág.299.

*La autora de este texto es socióloga, miembro del Instituto de Pensamiento Socialista Karl Marx

Fuente:http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-6/marx-el-jacobinismo-negro-y-la-experiencia-subalterna-de-la-modernidad-el-caso-de-



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