jueves, 16 de septiembre de 2010

Sobre China actual







Rebelion. Un viaje instructivo a China: Reflexiones de un filósofo















Portada ::
Mundo






Aumentar tamaño del texto
Disminuir tamaño del texto
Partir el texto en columnas
Ver como pdf
16-09-2010







Un viaje instructivo a China: Reflexiones de un filósofo




CEPRID






Del 3 al
16 de Julio tuve el privilegio de visitar algunas ciudades y
realidades de China, en el ámbito de una delegación invitada por el
Partido Comunista de China, delegación de la que también hicieron
parte representantes de los partidos comunistas de Portugal, Grecia y
Francia, y de Linke, de Alemania; en cuanto a Italia, además del que
escribe, participaron en el viaje Vladimiro Giacché y Francesco
Maringió. Este texto no es un diario ni una crónica: son solo
reflexiones fruto de una experiencia extraordinaria.

1. La
primera cosa que salta a la vista en el transcurso del encuentro con
los representantes del Partido Comunista de China y con los
dirigentes de las fábricas, de las escuelas y de los barrios
visitados, es la tónica autocrítica, digamos la pasión autocrítica
de que dan pruebas nuestros interlocutores. En este punto es evidente
la ruptura con la tradición del socialismo real. Los comunistas
chinos no dejan de señalar que el camino a recorrer es largo, y
numerosos y gigantescos son los problemas a resolver y los desafíos
a enfrentar, y que, a pesar de todo, su país continua siendo parte
del tercer Mundo.


En
verdad, en el transcurso de nuestro viaje, no encontramos ese Tercer
Mundo. Por lo menos en Pekín que fascina con su aeropuerto
ultramoderno y reluciente, y aún menos en Qingdao, donde se
realizaron los Juegos Olímpicos 2008 y que recuerda una ciudad
occidental de una belleza y elegancia especiales y con un nivel de
vida elevado. Tampoco encontramos el Tercer Mundo cuando nos
apartamos 1.500 kilómetros de las regiones orientales y costeras,
las que son más desarrolladas y aterrizamos en Chongqing, la enorme
megalópolis que tiene un total de 32 millones de habitantes y que,
hasta hace algunos años, parecía tener dificultad en acompañar el
milagro económico. No tenemos dudas de que el Tercer Mundo aún
existe en el enorme país asiático, pero el encuentro frustrado con
él fue consecuencia no de la voluntad de esconder los puntos débiles
de la China moderna, sino del hecho de que el impetuoso crecimiento
en curso desde hace ya más de treinta años está reduciendo,
disminuyendo y fraccionando a un ritmo acelerado el área de
subdesarrollo que se convierte en una lejanía cada vez más
distante.


En
Occidente no faltara, a este respecto, los que van a hacer muecas:
desarrollo, crecimiento, industrialización, urbanización, milagro
económico de una amplitud y duración sin precedentes en la
historia, ¡qué vulgaridad! Este esnobismo del bello mundo parece
considerar insignificante el hecho de que millones de personas hayan
escapado a un destino que los condenaba a la desnutrición, al hambre
y a la muerte por inanición. Y los que encuentran que el desarrollo
de las fuerzas productivas es apenas una cuestión de bienestar
económico y de consumismo deberían de leer (o releer) las páginas
del Manifiesto del Partido Comunista que pone en evidencia el
idiotismo de una vida rural circunscrita por la miseria, incluyendo
la cultural, de las fronteras limitadas e intransponibles. Cuando
visitamos hoy las maravillas de la Ciudad imperial en Pekín y, a
algunos kilómetros de distancia, la Gran Muralla, deparamos con un
fenómeno que no existía en el apenas lejano 1973, ni siquiera en el
año 2000, o sea, en mis dos viajes anteriores a China. Hoy en día,
salta a la vista la presencia masiva de visitantes chinos: son
turistas con características especiales: llegan frecuentemente de
una cantón remoto del enorme país; probablemente es la primera vez
que visitan la capital; en el plano cultural comienzan a apropiarse
de cierta forma de la noción de la civilización muy antigua de la
que hacen parte; dejan de ser simples campesinos ligados como en una
prisión a la parcela de tierra que cultivan y se convierten en
verdaderos ciudadanos de un país cada vez más abierto al mundo.


Mucho
después de las horas de la apertura para la visita de los monumentos
y museos, la Plaza de Tiananmen continúa el hormigueo de personas:
son muchos los que esperan y observan con orgullo el izar de los
colores de la República Popular de China. No, no se trata de
chauvinismo: los chinos gustan de ser fotografiados con visitantes
extranjeros (yo también fui objeto y acepte con placer pedidos de
este género); y como si invitasen al resto del mundo a festejar con
ellos el regreso de una civilización muy antigua, oprimida y
humillada durante mucho tiempo por el imperialismo. No hay la menor
duda, el prodigioso desenvolvimiento de las fuerzas productivas no se
limitó a arrancar de la miseria y de privaciones a centenas de
millones de hombres y mujeres; les aseguró una dignidad individual y
nacional, les permitió ampliar considerablemente su horizonte
abriéndoles frente al enorme país del que hacen parte y, más aún,
frente al mundo entero.



2.
¿Pero el desarrollo de las fuerzas productivas no es sinónimo de
degradación y destrucción de la naturaleza? Estamos aquí en
presencia de una preocupación, e inclusive una certeza evidenciada a
modo de grito por la izquierda occidental. Vemos en esto aflorar una
extraña visión de la naturaleza, que es considerada enferma si las
plantas marchitan y se secan pero que, según parece, es considerada
perfecta si los que enflacan y mueren en masa son los hombres y las
mujeres. Hay un cierto ecologismo que acaba por excavar más
profundamente el abismo que, en tanto, pretende querer criticar,
entre el mundo humano y el mundo natural. Pero, igual así,
concentrémonos en la naturaleza en su sentido estricto. Hace algún
tiempo un historiador bastante conocido (Niall Ferguson) escribió un
artículo, publicado también en
Corriere
della Sera,
que en el titulo
denunciaba “la guerra de China a la naturaleza”. En realidad, ya
en el largo trayecto que, siguiendo el recorrido, que va de Pekín al
aeropuerto, percibimos una cantidad impresionante de árboles
obviamente recién plantados, en el marco de un proyecto bien
ambicioso de reforestación y de ampliación de la superficie
forestal en que todo el país participa. Unos días antes del fin de
nuestro viaje tuvimos la posibilidad de visitar un área ecológica
de 10 kilómetros cuadrados, situada en los alrededores de Weifang,
una ciudad del nordeste en rápida expansión, dedicada al desarrollo
de alta tecnología pero que simultáneamente quiere distinguirse por
su calidad de vida. El área ecológica, cuyo acceso es libre y
gratuito para toda la gente, y que solo puede ser visitada a pie, o
en un auto abierto y movido por electricidad, fue liberada
recuperando un territorio hasta entonces muy degradado y que
actualmente resplandece de una belleza encantadora y serenidad. El
desarrollo industrial y económico no está en contradicción con el
respeto por el ambiente. Claro que el equilibrio entre estas dos
exigencias es extremadamente difícil en un país como China, que
tiene que alimentar un quinto de la población mundial teniendo a su
disposición apenas un séptimo de la superficie cultivable; y en
este cuadro es que deben ser situados los errores practicados y los
grandes perjuicios ocasionados al ambiente en los años en que la
prioridad absoluta era el arranque económico necesario para poner
fin a la desnutrición y miseria de las masas. Pero esta fase fue
felizmente rebasada; actualmente es posible promover un ecologismo,
que además de garantizar la vida de los árboles y las flores,
también sepa garantizar la vida y la salud de los hombres y de las
mujeres.



3. Ya hable de la pasión autocrítica que parece
caracterizar a los comunistas chinos. Son ellos quienes insisten en
el carácter intolerable, en especial, del abismo creciente entre
ciudades y el campo, entre zonas litorales por un lado y el centro y
el oeste del país por otro. ¿Esos fenómenos no son la demostración
de la desviación capitalista de China? Es una tesis que está
ampliamente difundida en la izquierda occidental y que parece
encontrar eco entre algunos miembros de nuestra delegación
multipartidaria. En el debate franco y vivo que se desarrolla,
intervengo con una puntualización, por así decir ”filosófica”.
Podemos proceder a dos comparaciones bastante diferentes una de la
otra. No podemos comparar el “socialismo de mercado” con el
socialismo que llamamos de nuestros “deseos”, con el socialismo
de cierta forma maduro, y por tanto poner en evidencia los limites,
las contradicciones, las desarmonías, las desigualdades que
caracterizan al primero; son los propios comunistas chinos los que
insisten en el hecho de que el país que dirigen esta apenas en la
“fase primaria del socialismo”, fase destinada a durar hasta la
mitad del siglo, confirmando la gran duración y complejidad del
proceso de transición necesario para llegar a la edificación de una
sociedad nueva.


Pero eso
no hace lícito confundir el “socialismo de mercado” con el
capitalismo. Como ilustración de la diferencia radical que subsiste
entre los dos podemos intentar recurrir a una metáfora. En China
estamos en la presencia de dos trenes que se separan de la estación
llamada “subdesarrollo”. Sí, uno de esos trenes es muy rápido,
el otro es de velocidad más reducida; por causa de eso, la distancia
entre los dos aumenta progresivamente, pero no podemos olvidar que
los dos avanzan en la misma dirección; es también necesario
recordar que no faltan los esfuerzos para acelerar la velocidad del
tren, relativamente menos rápido y que, de cualquier modo, dado el
proceso de urbanización, los pasajeros del tren más rápido son
cada vez más numerosos. En el ámbito del capitalismo, por el
contrario, los dos trenes en cuestión avanzan en direcciones
opuestas. La última crisis destaca un proceso en acción desde hace
arias décadas: el aumento de la miseria de las masas populares y el
desmantelamiento del Estado social se encuentran a la par que la
concentración de a riqueza en manos de una restringida oligarquía
parasitaria.



4. Y, en
tanto, entre los comunistas chinos crece la intolerancia en lo que se
refiere a la separación entre las zonas litorales y las áreas del
centro-oeste, entre las ciudades y el campo y en el seno de la propia
ciudad. Es una actitud observada con sorpresa y agrado por toda la
delegación de Europa occidental. Esta intolerancia se exhibe de
forma aguda en Chongqing, la metrópoli situada a 1.500 kilómetros
de distancia de la costa. La consigna (¡Vamos para el Oeste!), que
llama a extender al centro y al oeste del enorme país los
prodigiosos desarrollos del este, fue lanzada hace ya diez años. Los
primeros resultados son visibles: por ejemplo, el Tíbet y Mongolia
interior exhiben en los últimos años una tasa de crecimiento
superior a la media nacional. No es el caso de Xinjiang donde, en
2009 (el año de la crisis), en relación a la media nacional del
8.7%, el PIB “solo” aumento 8.1%. Y fue en Xinjiang precisamente
que se derramos, durante las últimas semanas y meses, una nueva ola
de financiamientos y de estimulantes. Pero ahora, además de las
regiones habitadas por minorías nacionales, a las que el gobierno
central dedica evidentemente una atención especial, se trata de
aplicar a nivel general una aceleración decisiva y un significado
nuevo y más radical a la política de ¡Vamos para el oeste!.


Transformada
en un municipio autónomo bajo la dependencia directa del gobierno
central (en esta misma situación está Pekín, Shanghái y Tianjin)
y pudiendo así beneficiarse de estimulantes y de apoyos de todo
tipo, Chongqing aspira a volverse la nueva Shanghái, es decir aspira
no solo a rebasar el atraso sino a alcanzar el nivel de la China más
avanzada, y constituirse en un punto de referencia también en el
plano mundial. La megalópolis situada en el interior del gran país
asiático aparece frente a nuestros ojos como un enorme astillero: la
actividad para potenciar las infraestructuras se desarrolla
plenamente, tal como la construcción de fabricas, de oficinas, de
habitaciones civiles; las filas de árboles recién plantadas y
cuidadosamente tratadas salta a la vista, tal como los campos verdes
que franquean y a veces también separan calles y avenidas. Sí,
porque más allá del milagro económico, Chongqing persigue un
objetivo aún más ambicioso: pretende presentarse ante toda la
nación como un “nuevo modelo” de desarrollo, regulando mejor y
de modo más “armonioso” las relaciones en el interior de la
ciudad, entre la ciudad y el campo y entre el hombre y la naturaleza.
En aquello que vendrá a ser la nueva Shanghai, la referencia a Mao
Tsetung es permanente, y no solo se trata de un homenaje necesario al
gran protagonista de la lucha de liberación nacional del pueblo
chino, al padre de la patria que, y no es por casualidad está en la
Plaza de Tiananmen y en los billetes de banco; se trata de que en
serio han retomado el “pensamiento de Mao Tsetung”, inscrito en
el Estatuto del Partido Comunista de China. En Chongqing tenemos la
nítida impresión de que comienzan los debates y, presuponemos, la
lucha política para la preparación del Congreso previsto a
efectuarse en dos años.


Conviene
en este momento, librarnos de un equívoco posible: la discusión no
se trata sobre la política de reforma y de apertura definida hace
más de treinta años en la Tercera Sesión Plenaria del XI Comité
Central (18-22 de Diciembre de 1978); en el estatuto del PCCh está
inscrita también la “teoría de Deng Xiaoping” y la “importante
idea de las tres representaciones”, a pesar de que la categoría de
“pensamiento” tiene una importancia mayor que la categoría de
“teoría” (que hace referencia a una coyuntura, a pesar de ser
una coyuntura de largo plazo) y a que la categoría de “idea” (la
cual, por más importante que sea, designa una contribución sobre un
aspecto determinado). Pero, encima de todo, nadie quiere volver a la
situación en que en China no había “igualdad” sino en el
sentido en que los dos trenes de la metáfora que utilice varias
veces estaban ambos parados en la estación “Subdesarrollo” o se
separaban de ella lentamente. No, de ahora en adelante se puede
considerar como definitivamente adquirida la conciencia según la
cual el socialismo no es la distribución igual de miseria. Tanto más
que una “igualdad” de esas es totalmente ilusoria y puede
igualmente funcionar al contrario. Cuando la miseria alcanza un
cierto nivel, puede contener el riesgo de la muerte por inanición.
En ese caso, por más modesto y reducido que sea el pedazo de pan que
garantice la supervivencia a los más afortunados significa a pesar
de todo una desigualdad absoluta, la desigualdad absoluta que se
mantiene entre la vida y la muerte. Fue, antes de la introducción de
la política de reforma y de apertura, lo que se constato en los años
más trágicos de la república Popular de China; consecuencia además
de la herencia catastrófica derivada del pillaje y de la opresión
imperialista, del embargo impiedoso impuesto por el occidente, de los
graves errores practicados por la nueva dirección política. La
centralidad de la responsabilidad de desarrollar fuerzas productivas
se mantiene pues garantizada, pero esa centralidad puede ser
interpretada de modo sensiblemente diferente...



5. La
persona que fue llamada para dirigir Chongqing es Bo Xilai, el
brillante ex-ministro de comercio exterior. Es una circunstancia que
nos permite reflexionar sobre el proceso de formación del grupo
dirigente en China. Un representante del gobierno central que, en el
desarrollo de su función, se distinguió y adquirió un prestigio,
también a nivel internacional, es enviado para la provincia para
enfrentar una tarea de naturaleza diferente y de proporciones
gigantescas. Combatiendo la corrupción de modo capilar y radical y
proponiendo en la teoría y en la práctica real del gobierno un
“modelo nuevo”, destinado a quemar etapas en la liquidación de
las desigualdades, que se volvieron intolerables, y en la realización
de una “sociedad armoniosa”, Bo Xilai suscito un debate nacional;
es fácil prever su presencia en una posición eminente en el grupo
dirigente que saldrá del XVIII Congreso del PCCh, a pesar de que
sería un error dar como dato adquirido el resultado (y de la lucha
política) en curso. Por tanto: al concluir un período de
incertidumbres, de conflictos y de violencias, a la primera
generación de revolucionarios que tenía como centro a Mao Tsetung,
la sucedió la segunda generación de revolucionarios con Deng
Xiaoping en el centro. Seguirán después las tercera y cuarta
generaciones de revolucionarios teniendo al centro, respectivamente a
Jiag Zemin y Hu Jintao. Del próximo Congreso del Partido y del
Estado saldrá la quinta generación de revolucionarios. Es una
perspectiva abierta en su tiempo por Deng Xiaoping que confirmo así
su clarividencia y su lucidez en la construcción del Partido y del
Estado; la personalización del poder y el culto a la personalidad
fueron rebasados; se puso fin a la ocupación vitalicia de los cargos
políticos; se afirmo un proceso de formación y de selección del
grupo dirigente, que hasta ahora, ha dado excelentes resultados.



6. ¿Pero
hasta donde podemos considerar como socialista el “socialismo de
mercado” teorizado y practicado por el Partido Comunista de China?
En la delegación multicolor que viene de occidente no faltan las
dudas, las perplejidades, las críticas abiertas. Se desarrolla un
debate, abierto y encendido, más de una vez asumido por nuestros
interlocutores y anfitriones. No quedan dudas de que, en secuencia de
la afirmación de la política de reforma y apertura, el área de
economía del Estado fue reducida y que el área de la economía
privada creció; ¿estaremos en la presencia de un proceso de
restauración del capitalismo? Los comunistas chinos hacen notar que
el papel central y dirigente del Estado (y del Partido Comunista) se
mantiene firme. ¿Cuál es?


El
panorama económico y social de China de hoy se caracteriza por la
presencia simultánea de las formas más diversas de propiedad:
propiedad del Estado; propiedad pública (en este caso el propietario
no es el Estado central sino, por ejemplo, un municipio); sociedades
por acciones en el marco de las cuales la propiedad del Estado o la
propiedad pública tienen la mayoría absoluta, o en su caso una
mayoría relativa, o un porcentaje significativo del paquete de
acciones; propiedad cooperativa; propiedad privada; en estas
condiciones se hace muy difícil calcular con rigor el porcentaje de
la economía del Estado y pública. Cuando regrese a casa, encontré
un número especialmente interesante del
International
Herald Tribune
; leo en él un
cálculo efectuado por un profesor de la prestigiada Universidad de
Yale, precisamente Chen Zhiwu (un norteamericano, por tanto, de
origen chino, que esta tal vez en una posición privilegiada para así
orientarse en la lectura de la economía del gran país asiático)
indicando que “el estado controla tres cuartas partes de la riqueza
de China” (7 de Julio del 2010, pág. 18). Es preciso sumar a esto
un dato generalmente olvidado; en China la propiedad del suelo está
enteramente en manos del Estado; los campesinos tienen el usufructo
de él, que también pueden vender, pero su propiedad no. En lo que
se refiere a la industria, otros cálculos atribuyen un peso más
reducido al Estado. En todo caso, los que imaginan un proceso gradual
e irreversible de retirada del Estado de la economía, están
completamente engañados. En el Newsweek del 12 de Julio, un artículo
de Isaac Stone Fish llama la atención sobre las “empresas
propiedad del Estado que dominan de modo creciente la economía
china”. En todo caso – reafirma el semanario norteamericano –
en el desarrollo del oeste (que a partir de ahora se diseña en toda
su amplitud y profundidad), el papel de la empresa privada será más
reducido de lo que el desempeñado en su tiempo en el desarrollo del
este.


Los
camaradas chinos nos hacen notar que, al introducir fuertes elementos
de concurrencia, al área económica privada contribuyó en último
análisis para el refuerzo del área del Estado y pública, que fue
así obligada a desembarazarse de la burocracia, de la falta de
empeño, de la ineficiencia, del clientelismo. En efecto, gracias a
las reformas de Deng Xiaoping, las empresas del Estado gozan
actualmente de una solidez y de una competitividad sin precedentes en
la historia del socialismo. Es un punto que puede ser aclarado a
partir de un número del
Economist
(10-16 de Julio 2010) que compro y hojeo en el confortable aeropuerto
de Pekín, en tanto espero el vuelo de regreso; el artículo de fondo
señala que cuatro de los diez bancos mundiales más importantes son
actualmente chinos. Esos bancos contrariamente a los bancos
occidentales, están en excelente salud, “ganan dinero”, pero “el
Estado mantiene la mayoría de las acciones y el Partido Comunista
nombra a los más altos dirigentes, cuya retribución es una fracción
de la de sus homólogos occidentales”. Además de ello, esos
dirigentes ”tienen que responder a una autoridad superior a la de
la bolsa”, o sea, a las autoridades de un Estado dirigido por el
Partido Comunista. El prestigiado semanario financiero ingles no
consigue convencerse de estas novedades inauditas; tiene esperanza y
apuesta que las cosas van a cambiar. Hoy hay un hecho que aparece a
la vista de toda la gente: la economía del Estado y pública no es
sinónimo de ineficacia, como pretenden los paladines del
neoliberalismo, y los bancos no tienen que pagar a sus dirigentes
como a nababs para que sean competitivos en el mercado interno e
internacional.



7. Es
probable que el área económica privada satisfaga las exigencias
ulteriores. Primero que todo, hace más fácil la introducción de la
tecnología más avanzada de los países capitalistas: no olvidemos
que en ese punto los EEUU procuran aún imponer un embargo a China.
Pero hay otro punto, del que me doy cuenta cuando visitamos el muy
avanzado parque industrial de Weifang. En ciertos casos son los
chinos de ultramar quienes fundaron las empresas privadas: estudiaron
en el extranjero (sobre todo en los EEUU), obteniendo excelentes
resultados y acumulando en ocasiones algún capital. Regresan ahora a
la patria con una decisión que suscita alguna perturbación en la
región en que se establecieron. ¿Cómo es posible que intelectuales
de primer nivel abandonen la “democracia” para regresar a la
“dictadura”? Pero además del llamado patriótico que los convoca
a participar en el esfuerzo colectivo de todo un pueblo para que
China alcance los niveles más avanzados de desarrollo, de tecnología
y de civilización, estos chinos de ultramar son también atraídos
por la perspectiva de hacer valer sus talentos y su experiencia tanto
en las Universidades como en las empresas privadas de alta tecnología
que fundan. En otros términos, estamos frente a la continuación
política del frente unido teorizado y practicado por Mao no solo en
el curso de la lucha revolucionaria sino también durante varios años
después de la fundación de la República Popular de China.


Pero entremos finalmente en esas fábricas de
propiedad privada. Con o sin chinos de ultramar, nos reservan grandes
sorpresas. Los que van a nuestro encuentro son en primer lugar
miembros del Comité del Partido, cuyas fotografías están en gran
destaque en los diversos servicios. En las conversaciones aparecen
casi casualmente los condicionalismos que pesan sobre la propiedad.
Esta es obligada o presionada a reinvertir una parte considerable de
las ganancias (a veces hasta el 40%) en el desarrollo tecnológico de
la empresa; otra parte de las ganancias, cuyo porcentaje es difícil
de calcular, es utilizada para inversiones de carácter social (por
ejemplo, la construcción de escuelas profesionales que son
entregadas al Estado o al municipio, o en su caso al auxilio de las
víctimas de una catástrofe natural). Si nosotros recordamos que
estas empresas dependen fuertemente del crédito atribuido por un
sistema bancario controlado por el Estado y si pensamos también en
la presencia en el interior de esas empresas del Partido y del
sindicato, se impone una conclusión: en esas empresas privadas el
poder de la propiedad privada es equilibrado y limitado por una
especie de contra-poder.


¿Pero
cuál es el papel desempeñado por el Partido y por el sindicato? Las
respuestas que recibimos no satisfacen a todos los miembros de la
delegación. Ciertamente, dando eco nuevamente a una tendencia
bastante divulgada en la izquierda occidental, concentran su atención
exclusivamente en el nivel de los salarios. Nuestros interlocutores
chinos, por el contrario, nos explican que, además de la mejoría de
las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, se preocupan por
la contribución que las empresas puedan dar para el desarrollo de la
economía y de la tecnología de toda la nación. De este intercambio
de ideas vemos nuevamente surgir la oposición entre dos figuras en
que Lenin insiste en el ¿Qué hacer? El representante de la
izquierda occidental, que llama a los obreros chinos a rechazar todos
los compromisos con el poder del Estado en su lucha por salarios más
elevados, considera ser radical, e igualmente revolucionario. En
realidad se coloca en la estela del reformista o, peor aún, del
“secretario” corporativista “de un sindicato cualquiera” que
Lenin censura por perder de vista la lucha de emancipación en sus
diversos aspectos nacionales e internacionales, volviéndose así, en
ocasiones, en punto de apoyo de “una nación que explota a todo el
mundo” (en aquella época Inglaterra). El revolucionario “tribuno
popular” se conduce de una forma muy diferente. Claro que, en
relación con 1902 (año de la publicación del ¿Qué hacer?), la
situación cambio radicalmente. En tanto, en China el “tribuno
popular” puede contar con el apoyo del poder político; lo que no
quiere decir que para ser revolucionarios, él aprovechándose de las
enseñanzas de Lenin, no deba saber encarar el conjunto de las
relaciones políticas y sociales a un nivel nacional y a un nivel
internacional. Se impone un aumento consistente de los salarios y
esta ya previsto, favorecido o promovido por el propio poder central
(como es reconocido por la propia gran prensa internacional) y este
aumento además de mejorar las condiciones de vida y de trabajo de
los obreros, intenta aumentar el contenido tecnológico de los
productos industriales y consolidar así la economía china en su
conjunto, haciéndola menos dependiente de las exportaciones. Las
(justas) reivindicaciones salariales inmediatas no puede comprometer
la realización del objetivo estratégico de refuerzo de un país
que, con su crecimiento económico, frena cada vez más los planes
del imperialismo o de la “hegemonía”, como nuestros
interlocutores chinos prefieren decir de modo más diplomático.



8.
Finalmente, último objeto de escándalo: en homenaje a “la
importante idea de las tres representaciones”, hasta los
empresarios son aceptados en las filas del Partido Comunista de
China. Y de nuevo surgen las preocupaciones y las angustias de
algunos miembros de la delegación europea: ¿estaremos asistiendo al
aburguesamiento del Partido que debe garantizar el sentido de la
marcha socialista de la economía de mercado? Para comenzar los
interlocutores chinos hacen notar que el número de empresarios
aceptados en las filas del Partido (después de un riguroso proceso
de verificación y selección) es insignificante en comparación con
una masa de militantes que casi alcanza los 80 millones; en otros
términos, se trata de una presencia simbólica. Pero esta
explicación no es suficiente. Vemos que algunos de esos empresarios
desempeñan un papel nacional: en ciertos sectores de la economía
han cancelado o reducido la dependencia tecnológica de China del
extranjero; en ocasiones, no solo en el plano objetivo sino más de
modo consciente algunos de ellos se colocaron en la primera fila en
la lucha librada por el Partido Comunista desde 1949: la lucha para
derrotar el imperialismo pasando de la conquista de la independencia
en el plano político a la conquista de la independencia también en
el terreno económico y tecnológico. En un mundo que se caracteriza
cada vez más por la knowledge economy, o sea por una economía
basada en el conocimiento, puede acontecer que el héroe del trabajo
stajanovista de la URSS de Stalin asuma el aspecto totalmente nuevo
de un técnico super-especializado que, lanzando una empresa de alto
valor tecnológico, aporte una contribución importante para la
defensa y para el refuerzo de la patria socialista.


Podemos
hacer una última consideración. En la onda del “socialismo de
mercado” se constituyó un nuevo estrato burgués en rápida
expansión. La cooptación de algunos de sus miembros en el marco del
Partido Comunista significa una decapitación política de este nuevo
estrato, del mismo modo que en la sociedad burguesa la cooptación
por parte de la clase dominante de algunas personalidades de
extracción obrera y popular estimula la decapitación política de
las clases subalternas.



9. Llego
al momento de sacar conclusiones. En mi inglés claudicante, las
expongo en ocasión de algunos banquetes y, sobre todo, del almuerzo
que precede al viaje de regreso y que se desarrolla en presencia
entre otros de Huang Huaguang, director general del gabinete para
Europa occidental del Departamento Internacional del Comité Central
del PCCh Todos los participantes en el viaje son invitados a
expresarse con gran franqueza. En mis intervenciones intento dialogar
también con los otros miembros de la delegación de Europa
occidental y probablemente sobre todo con ellos.


Cuando
declaran encontrarse apenas en la fase primaria del socialismo y
prevén que esa fase va a durar hasta la mitad del siglo XXI, los
comunistas chinos reconocen indirectamente el peso que las relaciones
capitalistas continúan ejerciendo en su país inmenso y tan variado.
Por otro lado, el monopolio del poder político en las manos del
Partido Comunista (y los otros 8 partidos menores que reconocen su
dirección) está a la vista de toda la gente. Para un observador
atento, tampoco debe escapar el hecho de que, situadas como están en
una posición de subalternidad en el plano económico, político y
social, las propias empresas privadas, más que llevadas por la
lógica de la máxima ganancia, son estimuladas, empujadas y
presionadas a respetar una lógica diferente y superior: la del
desarrollo cada vez más generalizado y cada vez más ramificadamente
divulgado tanto de la economía como de la tecnología nacional. En
último análisis, a través de una serie de mediaciones, igualmente
esas empresas privadas están sujetas y subordinadas al “socialismo
de mercado”. Y por tanto esos sermones moralistas que una cierta
izquierda occidental no se cansa de hacer al Partido Comunista de
China son, por un lado, redundantes y superfluas y, por otro lado,
infundadas en inconsistentes.


Evidentemente,
es siempre legítimo formular dudas y críticas sobre el “socialismo
de mercado”. Pero por lo menos en un punto considero que debería
ser posible a la izquierda llegar a un consenso. La política de
reforma y de apertura introducida por Deng Xiaoping no es de forma
alguna la homologación de China al Occidente capitalista como si el
mundo entero pasase a ser caracterizado por un mapa en calma. En
realidad, a partir precisamente de 1979 se desarrolló una lucha que
escapó a los observadores más artificiales pero cuya importancia se
manifiesta con una evidencia cada vez mayor. Los EEUU y sus aliados
esperaban reafirmar una división internacional en esta base: China
se tenía que limitar a la producción, a bajo precio, de mercancías
desprovistas de real contenido tecnológico. En otras palabras,
estaban a la espera de conservar y acentuar el monopolio occidental
de la tecnología; en ese plano, China, como todo el Tercer Mundo,
debería continuar sufriendo una relación de dependencia en relación
a la metrópoli capitalista. Se comprende bien que los comunistas
chinos hayan interpretado y asumido la lucha para hacer fracasar ese
proyecto neo-colonialista como la continuación de la lucha de
liberación nacional; no hay una verdadera independencia política
sin una verdadera independencia económica; ¡por lo menos los que se
reclaman marxistas deberían estar de acuerdo con esta verdad!
Gracias a la manutención encubierta del monopolio de la tecnología,
los EEUU y sus aliados pretendían continuar dictando las leyes de
las relaciones internacionales. Los comunistas y también todos los
verdaderos demócratas deberían congratularse con ese resultado.
Actualmente hay mejores knowledge economy condiciones para la
emancipación política y económica del Tercer Mundo.


En este
punto conviene desembarazarnos de un equívoco que hace difícil la
comunicación entre el PCCh y la izquierda occidental en su conjunto.
Igualmente en medio de las oscilaciones y contradicciones de todo
tipo, desde su fundación la República Popular de China se empeño
en luchar no contra una, sino dos desigualdades, una de carácter
interno y la otra de carácter internacional. En su argumentación de
la necesidad de la política de reforma y apertura que planteaba Deng
Xiaoping, en una conversación el 10 de Octubre de 1978, llamaba la
atención para el hecho de que el “foso” tecnológico estaba en
vías de ampliarse en comparación con los países más avanzados.
Estos se desenvolvían “a una velocidad terrible”, en tanto que
China corría el riesgo de quedar cada vez más rezagada (Selected
Works, vol. 3, pág. 143). Pero si fallara a la cita con la nueva
revolución tecnológica, se encontraría en una situación de
debilidad semejante a la que estaba entregada, indefensa, en las
guerras del opio y la agresión del imperialismo. Si fallase a esa
cita, además del daño a sí misma, China provocaría un importante
perjuicio a la causa de la emancipación del Tercer Mundo en su
conjunto. Es preciso añadir que, precisamente porque supo reducir de
forma drástica la desigualdad (económica y tecnológica) en el
plano internacional, China está hoy en mejores condiciones, gracias
a los recursos económicos y tecnológicos que acumulo entonces, para
enfrentar el problema de la lucha contra la desigualdad en el plano
interno.


El “siglo
de las humillaciones” de China (el periodo que va de 1840 a 1949,es
decir, desde la primera guerra del opio a la conquista del poder por
el PCCh) coincidió históricamente con el siglo de la más profunda
depravación moral del occidente: guerras de opio con la devastación
infligida a Pekín en el Palacio de Verano y con la destrucción y el
pillaje de las obras de arte que le siguió, expansionismo colonial y
el recurso de las practicas esclavistas y genocidas en detrimento de
las “razas inferiores”, guerras imperialistas, fascismo, nazismo,
con la barbarie capitalista, colonialista y racista que alcanzo el
auge. De la forma como Occidente sepa encarar el renacimiento y el
regreso de China, podremos evaluar si él está decidido a hacer
realmente el ajuste de cuentas con el siglo de su más profunda
depravación moral. ¡Que por lo menos la izquierda sepa ser
intérprete de la cultura más avanzada y más progresista del
Occidente!



http://domenicolosurdo.blogspot.com/



Traducción:
Pável Blanco Cabrera


Fuente:
http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article935







Envía esta noticia

Compartir esta noticia:
delicious 
digg 
meneame
twitter









No hay comentarios:

Publicar un comentario