Un espacio en donde las ilusiones funden una suerte de identidad colectiva, universal, uniforme, pero al mismo tiempo se enfrentan con la realidad de las diferencias y la desigualdad social. Para el antropólogo francés Marc Augé, la ciudad encarna el nudo de la globalización pero también revela todas esas contradicciones que encierra ese proceso. Autor de nociones célebres como la “sobremodernidad” y los “no lugares”, Augé -de paso por Buenos Aires- no abandona el tono ameno que lo caracteriza mientras se predispone, con un perfecto español, a explicar aquellos fenómenos que, a su entender, marcan el pulso de la realidad actual y que, a diferencia de lo que se cree, están muy lejos de una ruptura o el cambio de paradigma que suponía la idea de posmodernidad.
¿Por qué la ciudad asume tanta centralidad en su análisis?
Es que creo que lo que llamamos globalización podría llamarse urbanización. Lo que se da es una expansión del tejido urbano que tiene dos aspectos. Por un lado, un desarrollo de las grandes ciudades. A través de una explosión de las formas de circulación, el mundo pasó a ser una gran ciudad. Por el otro, las grandes ciudades pasaron a ser una ciudad- mundo a través de una enorme uniformización cultural que se ve reflejada tanto en la arquitectura como en los servicios, comercios, etcétera. Ahora, esa universalización es sólo una ilusión. Porque dentro de esas ciudades- mundo tenemos una gran diversidad, étnica, religiosa, y también desigualdades sociales. Es decir, mientras a escala planetaria se viven los efectos de una homogeneización, dentro de las ciudades se viven los efectos de las diferencias.
En más de una ocasión ha afirmado cómo “en la gran metrópolis vemos la realidad de las ilusiones de homogeneización”.
Es exactamente eso. Piense hoy, con el desarrollo de los medios, cómo nos llegan constantemente imágenes de todo el mundo. Pero, en realidad, nos encontramos también con una dimensión que escapa de esa ilusión de universalización, y es la de las grandes desigualdades. Como decía, eso aparece reflejado tanto desde un punto de vista cultural como económico, con las condiciones sociales de exclusión. En la ciudad-mundo hay enormes barreras, códigos de seguridad. Mientras que las imágenes del mundo entero nos dan la ilusión de que se circula libremente y sin fronteras, dentro de las ciudades se viven los efectos de las diferencias.
Algunos sociólogos hablan de una “territorialización” de la pobreza.
Es que las grandes ciudades son lugares de desigualdad aunque se trate de un fenómeno reciente en los grandes países desarrollados.
Y el discurso sobre la seguridad no puede dejar de leerse, justamente, con relación a ese fenómeno.
Bueno, en algunas ciudades hoy no se puede entrar en determinados barrios sin acreditar su identidad. Fíjese, en términos culturales y sociales, lo que significa tener que mostrar un papel para circular en un espacio público. En El Cairo, por ejemplo, hay barrios de lujo cerrados, con la vista al desierto. En París, al lado de Euroworld, crearon también una pequeña Disney, pero con habitantes de verdad.
¿A qué se refiere -específicamente y después de tantas interpretaciones- cuando habla de los “no lugares”?
Utilizo esa expresión para evocar los espacios en los que no se pueden leer inmediatamente las relaciones sociales. Es decir, en un pueblo tradicionalmente entendido es posible, mediante la composición espacial, percibir las relaciones de poder. Pensemos, por ejemplo, cómo construyeron las iglesias o los castillos, en términos simbólicos todo el significado que condensan. Hay una idea de organización social que se revela en la descripción del espacio. En los pueblos más tradicionales de África, la mujer, aunque quiera, no se puede ir de la casa del marido después del segundo niño. Esa lectura del espacio nos habla de una sociedad patriarcal. Mientras que el “no lugar”es el espacio en donde esa lectura no es posible, porque son espacios de pasaje, donde esas fronteras sociales se trastocan. Por ejemplo, los aeropuertos.
¿Y cómo cree que estos fenómenos permean las identidades sociales?
Hay muchos aspectos. El problema de las fronteras y la relativización de la pertenencia nacional está claramente en discusión. Pensemos que todos estos fenómenos se están dando a nivel mundial, pero muchos países apenas habían conquistado su independencia pocos años antes. Las condiciones de colonización y globalización no son contradictorias.
¿A qué se refiere?
A que la globalización puede entenderse como una continuación. Los estados africanos apenas tienen cincuenta años de independencia y ya están en el mundo global. Obviamente, allí los límites son más frágiles y operan otros fenómenos, como la inmigración.
En este contexto, ¿qué lugar tienen las nuevas tecnologías?
El de las tecnologías es un problema enorme, que no ha terminado. Todo lo contrario, recién está empezando y presenta aspectos contradictorios. Por un lado, aparece la dimensión ideal, desde la cual nos dicen que podemos comunicarnos sin límites, tener información desde cualquier parte del mundo. Pero se pueden observar también otras cosas. Pensemos en la televisión. A cualquier país que viajo me encuentro con las mismas series norteamericanas y las mismas formas de abordar la realidad. No hay diversificación de contenidos, todo lo opuesto. Se da una uniformización muy fuerte. Ahora bien, la televisión es una actividad pasiva. Tomemos Internet, donde hay una iniciativa de parte del consumidor. Sin embargo, también tenemos efectos de uniformización; porque es cierto, puedo entablar una relación con otra gente del planeta, pero ¿qué tipo de relación?, ¿qué tipo de conocimiento puedo llegar a tener del otro? Creo que hay una gran ilusión cuando hablamos del “mundo de Internet”. Ésa es una imagen que tiene una relación muy particular de ver la realidad, pensar que Internet es un mundo de verdad no es más que una forma de alienación.
En una entrevista con Zygmunt Bauman, él hacía referencia a este fenómeno, cómo Internet genera una suerte de ilusión de pertenencia muy fuerte y, más en la actualidad, con el desarrollo de las redes sociales. El impacto simbólico que genera la posibilidad de “estar hablando” con alguien famoso es incuestionable.
Bueno, no sé si es tan fácil comunicarse en realidad o si se está hablando realmente con él (se ríe). Pero sí, opera una suerte de ideología del reconocimiento que no es un conocimiento en sí.
¿A esto se refiere cuando habla de una “telerrealidad”?
En realidad, eso lo planteé pensando en los reality show, espectáculos que se hacen a partir de la intervención de personas que están frente a frente, que parecen actuar de manera casual, pero cuyas reglas están impuestas por los propios medios. Creo que se trata de una forma de voyeurismo. Suman la realidad dentro de la lógica del espectáculo, que no es más que la lógica del consumo. No es realidad. Y no se entiende cómo esos alienados están haciendo ese espectáculo y otros más alienados lo están mirando.
Es interesante pensar los efectos que tiene esto en el campo de la política.
Tenemos con el mundo político una falsa familiaridad. En la política también opera ese efecto de reconocimiento. Pensamos que conocemos a los políticos pero estamos muy lejos de eso. Es una ilusión que traspasa las fronteras de la televisión. Es la perversión del mundo político, cuya relación ya deja de ser con los ciudadanos y pasa a ser con un público, en el sentido teatral de la palabra. Yo siempre cito a Nicolas Sarkozy, el uso que hace de los medios y esta lógica. Pero, en realidad, Francia no es el único caso.
¿En qué consiste otro concepto suyo que tuvo mucha difusión, la “sobremodernidad”?
Bueno, pensemos en la idea de sobredeterminación. Me refiero a cuando hay muchos actores que hacen que un análisis de los efectos de esa realidad sea complejo. Creo que este presente es una forma actual de la modernidad, con un efecto de aceleración de los hechos que definen la modernidad, como el rol del individuo. La individualización, lejos de haber terminado, se ha acelerado al punto que la individualidad hoy es definida en términos de un consumidor. El movimiento de la historia también se ha acelerado. Hoy, no estamos en un mundo posmoderno, porque no hemos superado la modernidad. Hay una continuación, muy lejana de una ruptura total. Funcionan las mismas lógicas. Lo que pasa es que justamente, debido a esta aceleración, se da tal multiplicación de los factores que se hace difícil pensar la realidad. Volviendo al ejemplo de la idea de individualidad. Pensemos cómo intervienen en el imaginario de individualidad las nuevas tecnologías, yo estoy conectado con el mundo a través de mi computadora. Obviamente, el imaginario que construyo en torno de mi individualidad cambia, pero la idea de individuo en términos filosóficos-históricos, tal como la pensó la modernidad, sigue intacta. Por eso, pensar en un nuevo orden, en una ruptura tan grande, es sólo una ilusión.
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