martes, 8 de junio de 2010

Capitalismo y cristianismo







Rebelion. El capitalismo es incompatible con el cristianismo















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Opinión






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08-06-2010







El capitalismo es incompatible con el cristianismo










El que fuera arzobispo de
Pamplona y Tudela y obispo de León hace 30 años, Fernando Sebastián
Aguilar,
dijo en la presentación de un ciclo de conferencias en León sobre
Iglesia-Sociedad,
que el socialismo es difícilmente compatible con una conciencia cristiana,
con
una conciencia católica. Afirmación no sólo equivocada y falsa, sino
carente de
rigor filosófico, científico y teológico. Lo que es incompatible con una
conciencia,
pero sobre todo con una práctica, cristiana y católica es el
capitalismo.

Una conciencia y práctica
católica es incompatible con políticas y procedimientos mediante los que se
permite que un número relativamente pequeño de intereses privados de
grandes
compañías multinacionales controle la economía global con objeto de
maximizar
sus beneficios particulares. El cristianismo es incompatible con el
“pillaje
planetario” mediante el que los grandes grupos saquean el medio ambiente;
sacan
provecho de las riquezas de la naturaleza que son el bien común de la
humanidad. Lo cual se acompaña, como estamos comprobando en la carne y la
sangre de los sectores más desfavorecidos, de destrucciones impresionantes:
desocupación masiva, subempleo, precariedad, exclusión, sobreexplotación de
hombres, mujeres, niños y niñas. Lo cual provoca un agravamiento de las
desigualdades.


De hecho, las
desigualdades se
han agudizado hasta tal punto que se han convertido incluso en escándalo
incluso para quienes defienden con ahínco el capitalismo, tratando de
argumentar que es algo provisional y que en el futuro esto cambiará.
Supuestamente la marea ascendente del libre comercio y la globalización, se
nos
decía, “elevaría todas las embarcaciones” y acabaría así con la pobreza.
Era la
teoría del goteo. La riqueza que se acumulara mediante el capitalismo
emergente
iría destilando “gota a gota” bienestar y auténticas posibilidades a los
sectores más empobrecidos.


Pero en el medio siglo
transcurrido desde el comienzo de esta embestida del capitalismo global,
hay en
el mundo más pobreza que nunca y la situación continúa empeorando como
vemos a
nuestro alrededor. Las ganancias inmensas que acumularon las grandes
fortunas
en la época de bonanza no están siendo repartidas. Se nos vuelve a pedir a
la
clase trabajadora que paguemos la crisis generada por los bancos y los
capitales financieros especulativos. El capitalismo genera riqueza, pero
sólo
para la élite que se beneficia de la oleada de consolidaciones, fusiones,
tecnología a gran escala y actividades financieras. La globalización
exacerba
esta tendencia, enfrentando entre sí a los trabajadores y las trabajadoras
de
todo el mundo por conseguir las migajas que caen de los manteles bien
servidos
de las personas enriquecidas: no tenemos más que ver el caso de Grecia.
Poco
queda de la marea que elevaría todas las embarcaciones; las únicas que han
subido de nivel son los yates de “primera clase”.


El problema es que esto
no es
algo periférico ni colateral al capitalismo, es algo inherente al
capitalismo,
su misma esencia. El capitalismo está basado en la explotación de unas
personas
por otras. El objetivo principal del capitalismo es obtener un beneficio
cada
vez mayor, para absorber a los capitales menores. No puede dejar de crecer
para
subsistir. Por lo cual, no puede dejar de explotar. Por eso el capitalismo
no
ha resuelto ni una sola de las grandes cuestiones sociales que planteaba la
situación del mundo antes de la hegemonía del capitalismo, es más, la
mayoría
de las cuestiones sustanciales han empeorado de una forma alarmante y
dramática.


La “clase política”,
representantes elegidos del pueblo, dicen que su prioridad es el empleo,
pero
la Bolsa responde con “vivas” y subidas espectaculares cada vez que se
anuncian
despidos masivos y se hunde cuando parece que se van a dar aumentos
salariales.
Las cotizaciones en bolsa y los beneficios de los consorcios ascienden en
porcentajes de dos dígitos, mientras los salarios y jornales descienden. Al
mismo tiempo crece el paro, los “contratos basura”, la precariedad laboral,
los
salarios miserables, la siniestralidad laboral y la inseguridad social.
Vemos
como se borran, con pactos o “decretazos”, derechos sociales conquistados
con
grandes esfuerzos, y escuchamos con indignación las informaciones impúdicas
de
los bancos y las grandes compañías del incremento “record” de sus
beneficios,
cuando, a su vez, más de la mitad de las personas desempleadas no tienen
prestaciones económicas, o las pensiones mínimas siguen siendo ridículas.
Esos
beneficios empresariales record se envían a los países donde la tasa de
impuestos es realmente baja o a los paraísos fiscales. En todo el mundo
desciende el porcentaje con que los propietarios de capital y patrimonio
contribuyen a la financiación de los gastos del Estado, mientras las
grandes
corporaciones amenazan con fugas de capital y arrancan así drásticas
reducciones de impuestos y subvenciones multimillonarias o infraestructura
gratuita.


En definitiva, parece que
la
globalización neoliberal supone organizar la economía mundial al servicio
del
beneficio de las grandes corporaciones multinacionales y no de la justicia
social. En este modelo neoliberal el capital se ha apropiado de todos los
beneficios de la producción mundial, eliminando cualquier atisbo de la idea
de
participación en los beneficios por parte del trabajo o de la sociedad,
como si
este proceder fuera algo normal y no un atentado contra la justicia
distributiva aplicada a los bienes del mundo y un acto de cínico y absoluto
desprecio de la vida y los derechos de miles de millones de personas que
sufren
carencias básicas. Apropiación ésta que, para mayor vergüenza social, va
acompañada por la ostentación del éxito de los cada vez más abultados
‘resultados’ (beneficios) empresariales anuales y de la “generosa caridad”
(interesada, pues desgrava y da “buena imagen”) de sus
‘fundaciones’.


Por eso, cualquier
referencia a
la utopía neoliberal parece un tanto irónica, sino trágica, en un mundo en
el
cual, de un total de más de seis billones de seres humanos habitando el
planeta,
el número de personas que subsisten por debajo de la línea internacional de
pobreza ascendía a 1,2 billones en 1987, a un 1,5 billones hoy y, si las
recientes tendencias persisten, alcanzarán 1,9 billones en el
2015.


Que el socialismo o el
comunismo
tal como se ha practicado, ha adolecido de muchos fallos, incluso ha
cometido
aberraciones, por supuesto. Igual que el cristianismo tal como se ha
practicado, y no sólo la Inquisición de memoria nefasta. Pero ambos,
cristianismo y comunismo, tienen un fin esencialmente común: construir una
sociedad más justa y equitativa para toda la humanidad, no para unos pocos
a
costa de los demás. Por eso, como dice Frey Betto “No hay futuro para la
humanidad fuera del socialismo, estoy convencido, o sea, compartir los
bienes
de la tierra y los frutos del trabajo humano. El socialismo es la única
manera
de crear un marco civilizatorio verdaderamente humano, digno y
feliz.


 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.







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