Traducción Susana Merino |
La crisis financiera que se desencadenó a partir de setiembre de 2008, exige una profunda reflexión y un cambio de actitudes por parte de todos. Ella incluye una crisis más profunda, la del modelo de civilización, ¿Qué es lo que queremos: un mundo de consumidores o un mundo de ciudadanos?
Los gobiernos actúan frente a las oscilaciones del mercado. La mano invisible ha sido amputada por los hechos. La descuajeringada desregulación de la economía requería la acción reguladora de los gobiernos. El mercado, encerrado en sí mismo, cayó en la confusión y perdió de vista los valores éticos para concentrarse en los valores monetarios. Fue víctima de su propia desmedida ambición.
La crisis nos impone hoy un cambio de paradigmas. ¿Qué significa la robustez de los bancos frente a la escuálida imagen de mil millones de hambrientos crónicos? ¿Por qué en los primeros meses los gobiernos del G8 destinaron cerca de 1.500 millones de dólares (hoy llegan ya a los 18.000 millones) para evitar el colapso del sistema financiero capitalista y apenas (prometieron en L’Aquila(1), todavía no cumplieron) 20.000 millones de dólares para reducir el hambre en el mundo?
¿Se quiere salvar al sistema financiero o a la humanidad?
Una economía centrada en valores éticos tiene, en primer lugar por objeto, la reducción de las desigualdades sociales y el bienestar de toda la gente. Sabemos que actualmente más de 3.000 millones –casi la mitad de la humanidad – viven bajo la línea de pobreza y 1.300 millones bajo la línea de la miseria. La falta de alimentación suficiente siega la vida de 23.000 personas por día- El 80% de la riqueza mundial se halla concentrado en las manos del 20% de la población del planeta.
Si no se cambia este panorama la humanidad se encaminará hacia la barbarie. Los gobiernos deberían hallarse más preocupados por el crecimiento del IDH ( Indice de Desarrollo Humano) más que por el del PBI. Lo que actualmente importa es el FBI (Felicidad Interna Bruta). La mayoría de las personas no pretenden ser ricas, quieren ser felices.
La crisis nos lleva a preguntarnos ¿qué proyecto de sociedad les legaremos a las futuras generaciones? ¿Para qué sirven tantos avances científicos y tecnológicos si la población no cuenta con servicios de salud accesibles y eficaces, con educación gratuita y de buena calidad, con un transporte público ágil y eficiente, con saneamiento básico, viviendas dignas, derecho al ocio?
No es ético, ni por lo tanto humano, un sistema que privilegia el lucro privado por sobre los derechos comunitarios: la especulación frente a la producción, el acceso al crédito sin el respaldo del ahorro, no es ético un sistema que crea islas de opulencia rodeadas por todos lados de miseria.
Una ética para un mundo en crisis tiene como base el bien común sobre las ambiciones individuales, el derecho del Estado a regular la economía y a asegurar a la población los servicios básicos, el cultivo de los bienes espirituales que son infinitos y más importantes que el consumo de los bienes finitos, materiales.
La ética de un nuevo proyecto de civilización incorpora la preservación ambiental al concepto de desarrollo sustentable, valora las redes de la economía solidaria y del comercio justo, fortalece la sociedad civil organizada como reguladora del accionar del poder público.
Ya el viejo Aristóteles enseñaba que el mayor bien que todos buscamos –hasta llegar a hacer el mal– no se vende en el mercado: es la propia felicidad. Ahora bien el mercado, no pudiendo convertir este bien en un producto comercializable, trata de convencernos de que la felicidad es una suma de placeres. Ilusión que provoca frustración y agranda el contingente de fracasados espirituales rehenes de medicamentos antidepresivos y de drogas ofrecidas por el narcotráfico.
Lo peor de una crisis es no aprender de ella. Y que en el esfuerzo de minimizar sus efectos, nadie se preocupe por suprimir sus causas. Tal vez las religiones no tengan respuestas que nos ayuden a encontrar nuevos valores para un mundo postcrisis. Pero la tradición espiritual de la humanidad, tiene ciertamente mucho que decir porque es en la espiritualidad que las personas se perciben a sí mismas y se miden. Cuando falta en cambio se ciegan y se confunden. El ser humano tiene sed de Absoluto.
Acostumbro a decirles a los empleados que me esperan en las puertas de los negocios: “Estoy haciendo sólo un paseo socrático” Y antes sus ojos asombrados les explico: “Sócrates fue un filósofo griego, que también disfrutaba paseando por las calles comerciales de Atenas. Cuando los vendedores como ustedes lo asediaban respondía: “Estoy observando simplemente la cantidad de cosas que no necesito para ser feliz”
(1) Localidad Italiana donde en julio de 2009 se reunieron conjuntamente el grupo de los 5 y el grupo de los 8
Texto escrito a pedido del Foro Economico Mundial 2010 de Davos
Fuente: http://alainet.org/active/
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