Finalmente el jueves 17 último, las fuerzas lideradas por el presidente del parlamento de Trípoli, Nouri Abu Sahmein, y Aqila Salah, el presidente de los legisladores de Tobruk, han conseguido firmar el acuerdo político que establecerá un gobierno de unidad nacional.
Bajo la supervisión del enviado especial de la ONU (Organización de Naciones Unidas) para Libia el alemán Martin Kobler, se firmó el acuerdo en la ciudad marroquí de Sjirat, a 30 kilómetros al sur de Rabat.
El nuevo gobierno que contará con un presidente, dos vicepresidentes y un consejo de ministros de seis miembros; se ha comprometido a redactar una nueva Constitución que será votada en un referéndum, para después llamar a elecciones en un año.
Las nuevas autoridades libias les esperan una tarea sencilla muy compleja, prácticamente inventar un país, mucho peor que de la nada, sino en un territorio minado por infinidad de problemas.
De manera urgente tendrán que aplicar medidas para pacificar el país enfrentando no solo a Estado Islámico, y otras siete organizaciones salafistas entre las que se cuenta al-Qaeda para el Magreb Islámico (AQMI) y además un sinnúmero de organizaciones armadas que pueden variar del terrorismo, al tráfico de personas, armas, drogas, y contrabando de petróleo. Al mismo tiempo el gobierno tendrá que poner de pie la economía cuya única palanca es el petróleo, industria que esta viviendo una baja histórica a nivel mundial.
Pero de todos los grandes conflictos que tiene por delante el nuevo gobierno es acumular poder y credibilidad, dos cuestiones que desde 2011, son más que escasas en el país.
El poder real esta repartido entre esas pequeñas milicias, que pueden controlar apenas un barrio periférico de alguna ciudad como Trípoli o Benghazi, a una provincia entera como es el caso de Fezzan, en el sur del país donde varias tribus desde hace años intentan establecer un gobierno.
Estos grupos armados cuentan con gran capacidad de fuego y en la mayoría de los casos solo responden a su instinto de rapiña: o bien venden sus servicios a distintas organizaciones de contrabandistas, traficantes de drogas y de personas, o se incorporan a organizaciones como Ansar al-sharia, al-Qaeda para el Magreb Islámico (AQMI) o Estado Islámico (E.I). Sus pugnas por el poder los llevan a enfrascarse en batallas que pueden durar semanas como la del aeropuerto de Trípoli que se libró entre julio y agosto de 2014, con un gran despliegue de hombres y medios lo que demuestra que estas organizaciones están siendo sostenidas por poderosos “sponsors”.
Como si el panorama no fuera lo suficientemente confuso, en octubre de 2014 milicianos de Estado Islámico tomaron la ciudad de Derna, en el noroeste del país con unos 50 mil habitantes, con la presencia no solo de libios veteranos de la guerra siria, sino también tunecinos, sudaneses y yemenitas.
Desde entonces no ha dejando de expandirse, se calcula que cuenta con 3 mil milicianos, asentados desde febrero de 2015 en la emblemática ciudad de Sirte, lugar de nacimiento y muerte del coronel Muammar Gaddafi.
Desde Sirte intentan avanzar hacia el interior del país, amenazando con la toma de rutas, yacimientos y refinerías de petróleo y gas.
También están intentando reconquistar Derna, de donde fueron expulsados en junio último tras una revuelta popular que dejó varios cientos de muertos.
La Unión Europea presencia imperturbable el desastre que ellos mismos han causado al tiempo que parece ignorar que las costas libias se encuentran a solo 100 kilómetros de Lampedusa y a 300 de Sicilia. Que para milicianos de Estado Islámico, que también asedia ciudad de Misurata, de donde parte la mayoría de inmigrantes hacia Europa, no sería nada difícil enviar lobos solitarios a Europa.
La situación económica es obviamente crítica, ya que se sostiene fundamentalmente por la producción petrolera que retrotrajo sus exportaciones a la cuarta parte de los tiempos de Gaddafi. La actual Compañía Nacional de Petróleo (CNP) reparte sus ganancias entre Trípoli y Tobruk, lo que es factor de constantes disputas.
Espectros en el desierto.
Desde el mismo momento en que una turba linchó al coronel Gaddafi, en octubre de 2011, Libia se lanzó a un vacío de poder del que todavía no se ha podido reponer.
Más allá de los esfuerzos de Naciones Unidas, y todos los gobiernos con aspecto de legitimidad que se quieran imponer, nadie desconoce que en Libia la gran batalla por el poder esta por librarse.
Este nuevo esquema constitucional con que se intenta reinventar un país absolutamente aniquilado poco tiene que ver con la realidad y el gobierno que acaba de emerger de la componenda de la Naciones Unidas con distintos grupos políticos del país, solo puede aspirar a darle un marco constitucional, a una próxima intervención extranjera para que puedan restablecer el orden.
De alguna manera es intentar ordenar esa guerra, que no ha sido declarada pero que lleva miles de muertos, varios millones de desplazados internos y un millón de refugiados fuera del país. Además de una sociedad diezmada por cinco años de anarquía absoluta, donde las leyes son tan escasas como la electricidad o el agua.
Las autoridades que acaban de conformarse el jueves último, solo pasará a ser un agente más en la guerra, un agente que contará con el apoyo de occidente, que será asistido con fondos y armas y que seguramente no tendrá mejor suerte que los gobiernos armado de manera similar en Irak o Afganistán, para llevar una guerra contra las pequeñas bandas armadas y las grandes organizaciones fundamentalistas que se disputan la preeminencia en un territorio demasiado cerca de Europa.
La propia naturaleza de estos movimientos salafistas, al igual que en Siria, impide cualquier tipo de arreglo político.
Los ataque de noviembre pasado en Paris o los más recientes en San Bernardino en los Estados Unidos, quedó claro que el fundamentalismo salafista, esta dispuesto, más que nunca, a llevar su “guerra santa” hasta los lugares más remotos y listo para utilizar todos los medios para atacar a sus enemigos, que son todos quienes no interpreten en el Islam como ellos, sean musulmanes o no.
Si occidente no intenta de manera genuina exterminar las bandas armadas que combaten en Libia, Estado Islámico terminará por cooptarlas y rápidamente se hará del territorio filtrándose como ya lo esta haciendo a países vecinos como Túnez, Argelia, Níger o el Chad.
Aunque se conoce perfectamente de la presencia de Estado Islámico en Libia desde hace más de un año, Europa parece no querer reaccionar e intenta todavía resolver las cuestiones libias de manera política.
De continuar la ofensiva rusa - norteamericana en Siria, Estado Islámico, no podrá resistir mucho más y sus tropas comenzarán a desplegarse hacía otros frentes activos y sin duda Libia será el más indicado. Para evitar que esto se haga realidad Occidente tendrá que asumir sus culpas en Libia e intentar resolver aunque mínimamente, la cuestión Libia, casi en defensa propia.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino . Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Compartir esta noticia:
No hay comentarios:
Publicar un comentario