Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos |
¿Quién necesita a Rubio, Cruz, Bush (1), etc., etc., cuando Clinton ya posee, mejor que ellos, el paradigma articulado de Wall Street, del Pentágono, de la planificación y conexiones de think thank que ha impulsado el papel contrarrevolucionario de Estados Unidos en los asuntos mundiales, todo asimilado y listo para ser llevado a cabo? Así pues, digo “matriarcal” no para indicar el género per se, sino en su caso concreto una figura controladora y dominante dispuesta a hacerse cargo de todo el aparato de poder, la nueva jefa de la familia que utiliza el subterfugio de ocuparse maternalmente de los desfavorecidos y de los pobres para reafirmar y fortalecer a una clase dirigente que busca el dominio político ideológico tanto en casa como en el extranjero al tiempo que persigue los objetivos imperialistas tradicionales de penetración del mercado, el suministro continuo de materias primas, las ventajas de la externalización basada en un mercado laboral mundial y el subsiguiente retraso de la modernización y autonomía del tercer mundo. Bill Clinton es una minucia comparado con lo que la Sra Clinton puede hacer bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo y del neoliberalismo: un mundo abierto a la expoliación y la rapiña estadounidense (incluida la aceleración del cambio climático).
¿Fascismo? Sí, en todos los sentidos, empezando por seguir con las políticas de Obama de vigilancia de masas, de llevar ante la justicia a aquellas personas que denuncian desde dentro las prácticas ilegales o corruptas y del uso de las agencias reguladoras federales para proteger los intereses que aparentemente hay que regular para pasar después al principal criterio estructural del fascismo confirmado por Alemania, Italia y Japón (véase el capítulo de Barrington Moore “Asian Fascism” [Fascismo asiático] en su obra monumental Social Origins of Dictatorship and Democracy [Orígenes sociales de la dictadura y la democracia]): la interrelación entre los negocios y el gobierno, una integración política que incluso en ausencia de un componente militar fomenta un desarrollo capitalista libre de trabas bajo los auspicios del Estado. Esta combinación victoriosa garantiza el aplastamiento de quienes disienten acerca de las prácticas industriales y financieras, y del poder, habitúa a la población al consumismo y al patriotismo, y utiliza el culto al Estado para encubrir los excesos capitalistas, incluida la degradación del medioambiente. Si a esto se añade el indudable papel del ejército como fuerza sintetizadora en la economía política y que lleva a cabo sus objetivos, en efecto, el fascismo no es una especie de insulto sino una descripción adecuada de la realidad inminente.
No se puede menos que pensar que Hillary Clinton es la quintaesencia de las tendencias estadounidenses desde finales del siglo XIX hasta el presente, desde el imperialismo del libre comercio de [Alfred] Mahan gracias a la marina de guerra acorazada hasta el apuntalamiento por parte de Theodore Roosevelt del corporativismo vía el apoyo a la Casa Morgan [la dinastía de banqueros estadounidenses] (unido a una actitud dura respecto a la disidencia y el radicalismo), hasta el internacionalismo de Wilson como anticipo del marco general de la globalización (tal como se simbolizó en la Intervención Siberiana (2) y en los supuestos que subyacen en la Liga de las Naciones), hasta el descarado favoritismo de [los presidentes estadounidenses] Harding-Coolidge-Hoover por los negocios estadounidense en casa y fuera (que Clinton oculta convenientemente), hasta el desigual legado del New Deal, en el que la verdadera reforma dirigida al bienestar social de la mitad más desfavorecida de la población en la época de la Depresión se contrarrestó en parte con el fomento activo por parte la Administración Nacional de Recuperación (3) del monopolio del poder y de la concentración de la riqueza, hasta el periodo de posguerra y hasta hoy, un paisaje continuo de florecimiento de los negocios unido a la expansión del mercado y a la expansión militar, todo ello (a excepción de las medidas de asistencia social del New Deal) forma parte del estilo autoritario de capitalismo militarizado de Clinton, un proceso que tiene un alcance lo suficientemente grande como para establecer fronteras políticas, ideológicas y económicas; un proceso difícil de transitar y mucho menos de contrarrestar y finalmente trascender, a menos que (y hasta que) lo que denominamos clase política acabe con la influencia del alto capitalismo y rechace los objetivos hegemónicos de Estados Unidos
Sorprendentemente, el editorial del New York Times, “Hillary Clinton Botches Wall Street Questions” (16 de noviembre), plantea varias cuestiones críticas sobre su actuación en el debate que ponen en duda su idoneidad para ser presidenta. Pronto se perdonará todo, pero este pequeño arrebato quizá indique una preocupación más generalizada entre el electorado sobre la situación de la economía y la posición global de intervención de Estados Unidos. De hecho, el editorial da el visto bueno a sus credenciales de política exterior y el leve incidente en Wall Street es por desgracia una distracción: “En un primer momento los ataques terroristas del viernes en París dominaron el debate, lo que le permitió poner de relieve su mayor experiencia en asuntos mundiales. Pero estos ataques son los que hicieron que fuera absolutamente discordante su muy errada respuesta a las preguntas acerca de su lealtad a Wall Street”. Se refiere al intercambio de opiniones entre Sanders y Clinton en el que Sanders afirma en esencia que las contribuciones de Wall Street a la campaña de Clinton (“’Esperan conseguir algo, todo el mundo lo sabe’”) influirán su política, a lo que ella replicó al moderador herida en su orgullo:“’Espere un momento, [Sanders] ha utilizado su respuesta fundamentalmente para poner en duda mi integridad’”.
En favor del The Times hay que decir que no se ha dejado engañar. Cuando Clinton continuó afirmando “’Así pues, yo representé a Nueva York y lo representé el 11 de septiembre cuando sufrimos el atentado. Y, ¿donde lo sufrimos? Lo sufrimos en el centro de Manhattan donde está Wall Street. Dediqué una enorme cantidad de tiempo y de trabajo a contribuir a reconstruirlo. Aquello fue bueno para Nueva York. Fue bueno para la economía y fue una manera de reprender a los terroristas que atacaron nuestro país’”. The Times observó mordazmente: “Como era de prever, Twitter rebosaba de peticiones de saber qué campañas de donaciones de los grandes bancos tuvieron que ver con la recuperación de Nueva York del 11 de septiembre. Respuesta: poco o nada”. Subiendo del tono, el editorial arremetió (quizá recordando involuntariamente el viejo lema de “Lo que es bueno para General Motors es bueno para el país”):
“ Desde 2001 ella y Bill Clinton han ganado más de 125 millones de dólares en discursos, muchos de los más lucrativos de los cuales ante grupos financieros. Esto sin contar los millones que se han dado directamente a su campaña y a los comités de acción política que respaldan a Hillary Clinton. Casi 15 años después de los atentados del 11 de septiembre la Sra Clinton ganaba más de 200.000 dólares por un discurso de 20 minutos, las mayoría de ellos pronunciados detrás de puertas custodiadas. Pero se puede suponer que ella y los ejecutivos financieros todavía no hablaban del 11 de septiembre”.
Una magnífica acusación (las puertas custodiadas recuerdan el desprecio por la transparencia de Clinton, como en sus evasivas acerca de sus cuentas de correos privadas en el Estado) de oportunismo, enriquecimiento personal, una actitud mental de estar por encima de la ley que a todas luces alude a cuestiones de responsabilidad e integridad.
La cosa se pone aún mejor, como si de pronto The Times tuviera cargos de conciencia: “Los estadounidenses de clase media asocian Wall Street con el colapso económico de 2008 que les costó a muchos de ellos su hogares y sus ahorros. A lo largo del debate la Sra Clinton se refirió repetidamente a sus planes para frenar a los bancos, aunque ofreció pocos detalles. Esto es lo que ocurre cuando la candidata Hillary Clinton se confía”. Con todo, no está claro si la crítica se dirige a su autocomplacencia o a la esencia de su argumento (Sanders quiere al menos restaurar la ley Glass-Steagall (4), la separación entre la banca de inversión y la comercial, de lo que ella se burló por considerarlo inadecuado sin ofrecer una alternativa). El editorial continúa: “Sus intentos por tocar la fibra sensible de los estadounidenses en vez de explicar sus vinculaciones con Wall Street (en un día en que se volvieron a exponer las cicatrices del 11 de septiembre [los atentados de París]) en el mejor de los casos fue una retórica chapucera. En el peor de los casos fue el tipo de jugada cínica que la Sra Clinton habría condenado en los republicanos”. Sin embargo, no todo está perdido puesto que The Times considera que la situación es perfectamente salvable: “Debería hacer un esfuerzo rápido y concienzudo para explicarse por medio de un plan detallado de las medidas que promovería para proteger a la clase media estadounidense de otra crisis financiera”.
Mi comentario de ese mismo día al editorial del New York Times afirma lo siguiente:
“[…] el “tipo de jugada cínica ”, afirma. Hay que felicitar al The Times por su franqueza. Sin duda seguirá apoyando a Clinton, lo cual es desafortunado por partida doble sabiendo lo mucho que ella y Bill están gorroneando de Wall Street y que dirigen la sofisticada ofensiva para engrandecer a las clases altas. A lo largo de toda su carrera se ha presentado a sí misma como una persona de izquierda moderada al tiempo que mantenía una agenda favorable a la riqueza y el poder existentes. A esto hay que añadir una política exterior extremamente dura, ampliamente demostrada, y en el fondo no se la puede distinguir de sus más vociferantes rivales republicanos. 2016 será un momento triste de la historia estadounidense, con los dos partidos principales de acuerdo en un consenso sobre la guerra, la intervención y el cambio de régimen (lo que en absoluto hace a Sanders más atractivo ya que su política exterior es igual de intervencionista y favorable a la guerra)”.
Notas de la traductora:
(1) Marco Antonio Rubio y Rafael Edward “Ted” Cruz son los dos candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos en 2016 de origen cubano. Ambos son senadores. Jef Bush, por su parte, es el hermano del ex presidente George W. Bush.
(2) Se denomina Intervención Siberiana (1918-1922) al envío de tropas por parte de las potencias de la Entente a las Provincias Marítimas de Rusia para ayudar al Ejército Blanco en contra del Ejército Rojo durante la guerra civil rusa, https://es.wikipedia.org/wiki/Intervenci%C3%B3n_en_Siberia
(3) La National Recovery Administration (Administración Nacional de Recuperación) fue un órgano administrativo creado por el gobierno de Estados Unidos en 1933 en el contexto del New Deal, https://es.wikipedia.org/wiki/National_Recovery_Administration
(4) La Ley Glass-Steagall es una ley que entró en vigor el 16 de junio de 1933 e introdujo reformas bancarias para controlar la especulación, tales como la separación entre la banca de depósito y la banca de inversión. Se promulgó para evitar que se volviera a producir una situación como la crisis de 1929, https://es.wikipedia.org/wiki/Ley_Glass-Steagall
Norman Pollack ha escrito sobre populismo. Sus ámbitos de trabajo son la teoría social y el análisis estructural del capitalismo y del fascismo. Su correo electrónico es [email protected] .
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/11/17/matriarchal-fascism-clinton-embodiment-of-us-power/
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