Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
En una formulación diplomática cuidadosamente estructurada, el ministro de Exteriores de India, S M Krishna ha advertido de “consecuencias devastadoras” si EE.UU. y Pakistán no logran solucionar su desavenencia. Krishna decidió hablar en presencia del ministro de Exteriores francés Alain Juppé en su conferencia de prensa conjunta en Nueva Delhi. Francia acaba de retirar el primer grupo de 200 soldados de Afganistán como parte de sus planes de retirada. Krishna dijo:
“Esto concierne la relación entre dos potencias amigas –EE.UU. y Pakistán– y el deseo de India es que todos los problemas pendientes entre los dos países sean solucionados en la mesa de negociaciones y con ello, que se cree una situación en la región que conduzca hacia el desarrollo.
“Porque cualquier cosa que perturbe la región tendrá devastadoras consecuencias para la agenda de desarrollo de otros países, y en particular, para India. Por lo tanto, esperamos sinceramente que puedan solucionar sus diferencias.”
Es lo más lejos que ha ido India para implicar que las estrategias regionales de EE.UU. no funcionan invariable o necesariamente en función de los intereses de la seguridad y estabilidad regionales.
En segundo lugar, es la señal más clara hasta ahora de que India no participa en la presión táctica estadounidense contra Pakistán. India se mantiene demostrativamente lejos del cuadrilátero de boxeo estadounidense-paquistaní y traza su propio camino hacia el problema afgano – y ciertamente hacia el diálogo con Pakistán. Si “EE.UU.” en la declaración de Krishna fuera reemplazado por “India”, la formulación podría haber pertenecido a su homóloga estadounidense Hillary Clinton.
Sin embargo, lo que se destaca por sobre todo lo demás es que Delhi está muy preocupada por el reciente giro imprevisto y siente que es necesario articular sus preocupaciones en público. Por cierto, Krishna habló precisamente cuando Clinton llegaba a Pakistán.
El hecho es que parece que está ocurriendo lo impensable. Cada vez se habla más de que un conflicto militar de algún tipo podría estallar en la frontera afgano-paquistaní. Con un candor sin precedentes, el jefe del ejército de Pakistán, Parvez Kiani, admitió el martes que no excluiría un ataque de EE.UU. contra Pakistán. El periódico británico The Independent citó fuentes del ejército paquistaní que dijeron que la creciente concentración de tropas de EE.UU. en el sector oriental de la frontera afgana significa una acción “coordinada”.
El tema esencial es qué ventaja tangible podría resultar de una acción militar de EE.UU. contra Pakistán. Un conflicto militar sin un objetivo definido y preciso siempre conlleva el alto riesgo de generar consecuencias imprevistas. Como político que se prepara para una dura batalla electoral, un conflicto militar con la participación de tropas estadounidenses y con probables víctimas de la guerra no correspondería a los intereses del presidente Barack Obama. Si es así, ¿cuál es el plan de acción?
Guerra por encargo
El punto de partida es que la guerra afgana no puede ser ganada con medios militares. El entorno presupuestario en Washington y la oposición a la guerra en la opinión pública occidental obligan a EE.UU. a buscar una solución política, mientras las estrategias regionales más amplias de EE.UU. en Asia y el gran plan para el progreso de la OTAN como fuerza global requieren el establecimiento de una presencia militar a largo plazo en Afganistán.
La doble moral de EE.UU. respecto a la red militante Haqqani saca a la luz su problema. Hace apenas dos meses, funcionarios de EE.UU. se reunieron con la dirigencia de Haqqani en presencia del jefe del Directorado de Inteligencia Interservicios (ISI) de Pakistán, Shuja Pasha. El canal oculto sigue funcionando incluso en la actualidad entre EE.UU. y los Haqqani y, concebiblemente, el ISI sigue suministrando sus servicios como intermediario. ¿Qué pasó, por lo tanto, de repente?
Presumiblemente, cualquier ataque de EE.UU. contra Waziristán en las áreas tribales de Pakistán, se basaría en la débil esperanza de dividir a los pastunes para que se disipe la oposición concertada de estos últimos contra el establecimiento de bases militares estadounidenses. Pero la realidad en el terreno es que no importa si tuviera éxito el faccionalismo dentro de los talibanes y el logro de EE.UU. –en escala muy limitada, si alguna– de introducir cuñas temporales en ese faccionalismo, los pastunes tienen una gran tradición en unificarse cada vez que se enfrentan al ataque de un extranjero.
Esas circunstancias obligan a EE.UU. a depender de Pakistán para lograr que los grupos talibanes se adapten a su acuerdo estratégico con Kabul, que está totalmente dispuesto a firmar. Washington obtiene un acuerdo óptimo con Kabul sobre la base de sus condiciones, que finalmente, a pesar de sus ocasionales fanfarronadas, el presidente afgano Hamid Karzai simplemente no puede influenciar desde su posición lastimosamente débil en el tablero de ajedrez político afgano.
Pero las arenas movedizas de la política afgana (y regional) son traicioneras y a Washington le gustaría llegar rápidamente a un acuerdo. El tiempo se acaba ya que se espera que se firme el acuerdo ante el trasfondo diplomático de las dos próximas conferencias internacionales sobre Afganistán – en Estambul el 2 de noviembre y en Bonn un mes más tarde.
¿Qué medio de presión tiene EE.UU. sobre Pakistán para imponer un cambio en su política afgana? Dicho claramente, EE.UU. ya ha estado utilizando desde hace tiempo a los “talibanes paquistaníes” para causar estragos dentro de Pakistán y la “guerra por encargo” ha terminado por salir a la luz con la afirmación de esta semana de los militares paquistaníes de que la coalición dirigida por EE.UU. en Afganistán oriental ignora las solicitudes de Islamabad de dar seguimiento a la información específica respecto a la dirigencia de los talibanes paquistaníes que operan desde sus refugios en territorio afgano y lanzan ataques a través de la frontera.
Es bastante obvio que los militares paquistaníes comprendieron el mensaje político tras esos ataques. Pero se siguen negando a ajustarse a la estrategia regional de EE.UU. Por otra parte, los talibanes y el ISI han tenido bastante éxito en frustrar o contrarrestar la estratagema estadounidense de dividir a los grupos insurgentes.
La manera como ha sido “silenciado” el famoso interlocutor con los talibanes de EE.UU., Tayeb Agha; el tragicómico incidente en el cual las fuerzas de la OTAN y EE.UU. hablaron con toda seriedad con un “impostor” talibán por pura ignorancia de su identidad de pequeño comerciante; o la repentina desaparición del terreno de juego de Mullah Abdul Ghani Baradar – todo esto solo subraya la paradoja de que en realidad conviene a Pakistán que los grupos insurgentes estén dispersos y mantenidos bajo su control en diversos recodos y rincones del tablero de ajedrez.
Respuesta asimétrica
Washington ha cronometrado cuidadosamente su decisión de aglomerar sus tropas en la frontera entre Afganistán y Pakistán para que coincida con el ejercicio militar indio de dos meses de duración que comienza actualmente en la región entre India y Pakistán con la intención de probar la doctrina india de capturar y conservar territorio profundamente detrás de las líneas “enemigas”.
Pero si el cálculo de Washington es aplicar máxima presión psicológica sobre los militares paquistaníes, solo revela una falta de comprensión de lo que lleva a la dirigencia militar a recurrir a un “desafío estratégico” semejante. (Es interesante que Pakistán esté minimizando el ejercicio militar indio y los pocos casos de retórica injustificada –e incluso el reciente pacto de seguridad de Delhi con Karzai– y al contrario, esté ostentosamente colocando pétalos de buena voluntad en el camino de India, como ser al dar a India el estatus de nación más favorecida en el comercio.)
Lo que EE.UU. se niega a encarar es que con o sin razón, Pakistán ya no confía en las intenciones de Washington. Los militares paquistaníes están convencidos de que EE.UU. trabaja en una estrategia para “desdentar” a Pakistán apoderándose de su arsenal de armas nucleares. Obviamente, no hay carta blanca para comprometer sus “recursos estratégicos” en Afganistán, en lo que respecta a los militares paquistaníes. Una presencia militar a largo plazo de EE.UU. en la región es percibida como una amenaza para la soberanía e integridad territorial de Pakistán.
Los militares paquistaníes también se han negado a caer en la trampa de lanzar una operación propiamente tal en Waziristán del Norte que, como saben perfectamente, solo puede convertirse en un cenagal de tales proporciones que el propio gigante militar podría terminar por desintegrarse. Las dirigencias civil y militar paquistaníes están actualmente de acuerdo en que el único medio para pacificar las áreas tribales es mediante la relación con los jefes tribales y los diversos grupos militares y eso va a tomar mucho tiempo. Mientras tanto, Pakistán no será llevado a acciones precipitadas por apremios de EE.UU.
Algunos comentaristas se han apresurado a interpretar la declaración de Kiani del martes como “chantaje nuclear”. Pero la decisión de desplegar tropas regulares en la frontera sugiere que los militares paquistaníes resistirán y harán que EE.UU. pague un precio intolerablemente elevado en bajas que Obama simplemente no se puede permitir como político terriblemente maltratado que se prepara para una campaña electoral crucial.
Por lo tanto, cualquier paso en falso con el teatro de siempre y una retórica chillante que ha tenido lugar entre EE.UU. y Pakistán desde el affaire Raymond Davis en enero (cuando el ISI y la dirigencia militar llegaron a conocer toda la dimensión de las operaciones clandestinas de EE.UU. dentro de Pakistán) puede llegar a una “guerra asimétrica” hecha y derecha en la región – con “consecuencias desastrosas” para la seguridad y estabilidad regionales, como dijo Krishna.
Un ataque de EE.UU. contra Pakistán solo aseguraría que los talibanes tengan acceso a una reserva inagotable de recursos humanos (y equipos y suministros) para continuar la insurgencia. En términos políticos, la insurgencia llegará a asumir la naturaleza de una guerra de “liberación”.
¿De qué manera ayuda eso a EE.UU.? En vista de la situación actual en muchos frentes –la oposición a la guerra en la opinión pública occidental, la crisis económica estadounidense y de la eurozona; las innumerables deficiencias de gobierno del grupo en Kabul; las debilidades de las fuerzas armadas afganas; la ilegalidad y corrupción generalizada que abundan en Afganistán– una guerra “asimétrica” solo puede resultar en una ventaja para Pakistán.
Por otra parte, un ataque estadounidense contra Pakistán cerraría concluyentemente la puerta a un camino que conduzca a un acuerdo político en Pakistán. La reacción de Pakistán será sentarse en sus talones y seguir desafiando el dictado de EE.UU. Al hacerlo, algo de importancia fundamental, con graves implicaciones a largo plazo, también podría tener lugar en la economía política de Pakistán.
Baste decir que, si se consideró que Nawaz Sharif era una alternativa desagradable como sucesor potencial de Pervez Musharraf y si Washington hizo todo lo posible por apartarlo de los corredores del poder solo por sus dudosos antecedentes ‘islamistas’, es posible que ahora EE.UU. tenga que aprender a vivir con algo mucho peor en Pakistán.
Pakistán no es Camboya y no se desintegrará en anarquía. Según estándares del sur de Asia, el Estado paquistaní es suficientemente fuerte para sobrevivir. Pero eso no servirá de gran cosa ya que EE.UU. habrá “perdido” Pakistán – por lo menos por un cierto tiempo. Washington tiene que juzgar como eso, por su parte, sirve a EE.UU. en la región altamente estratégica que forma la unión entre Asia Central, el sur de Asia propiamente tal y el Golfo Pérsico. ¿Qué pasa con el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda?
Resumiendo, para hablar lógicamente, debería prevalecer más sentido común en Washington que lanzar un ataque militar contra Pakistán. No obstante, la visita “conjunta” sin precedentes a Islamabad de Clinton, David Petraeus y Martin Dempsey subraya hasta qué punto es arriesgada la política actual.
Máscaras y mascarada
Por cierto, Bruce Riedel, ex agente de la CIA que asesoró a Obama sobre la guerra afgana, apoyó en un artículo provocador en New York Times durante el fin de semana que EE.UU. debe seguir una política de ‘contención’ hacia Pakistán.
Riedel tiene toda la razón al estimar que EE.UU. necesita una nueva política hacia Pakistán ya que los “intereses estratégicos de los dos países están en conflicto, no en armonía”. Tampoco puede ser culpado por proyectar la lista de deseos de que EE.UU. debe “contener las ambiciones del ejército paquistaní” para que la supremacía civil sea establecida en Pakistán y la política exterior de Pakistán tome una “nueva dirección”.
Ahora bien, ¿cómo se puede lograr que funcione una estrategia de “contención” hacia Pakistán? De modo extremadamente interesante, Riedel recomienda que EE.UU. tiene que crear una “relación más hostil” que sea una “hostilidad más concentrada… que responsabilice a su ejército [de Pakistán] y a sus servicios de inteligencia”. Ahora, esto puede ser logrado si hay una incursión militar de EE.UU. en territorio paquistaní que los militares paquistaníes no logren impedir.
Riedel concluye su voyerismo con la afirmación categórica de que EE.UU. necesita bases militares en Afganistán, si ha de emprender una estrategia de “contención”. Con todo y todo, su elaborada justificación para el establecimiento de bases militares de EE.UU. en Afganistán resulta estar enmascarada como la necesidad de mantener una estrategia de “contención” hacia Pakistán.
Este plan parece reflejar el modo de pensar del establishment. Pero una estrategia de “contención” solo puede tener éxito si es respaldada por un fuerte consenso regional e internacional para aislar al país en cuestión. Idealmente, tiene que ser respaldada mediante la creación de una alianza de naciones que suscriba una estrategia común. En el caso de Pakistán, esos requisitos previos faltan totalmente. Pakistán no enfrenta un aislamiento regional.
Al contrario, se relaciona activamente con casi todos los protagonistas regionales (con la excepción de India) respecto al problema afgano – Irán, Rusia, Tayikistán, China, Uzbekistán, Turkmenistán etc. EE.UU. tendría una tarea difícil para lograr que los países de la región se alineen con una estrategia de contención hacia Pakistán.
Además, tardará mucho en lograr que una estrategia de contención funcione, si lo logra. (Ha existido contra Irán durante más de tres décadas con resultados desesperanzadores.) ¿Dispone de tanto tiempo Obama? Por cierto, si el movimiento Ocupad Wall Street refleja de alguna manera el humor público en EE.UU., la guerra afgana no es una prioridad importante en la agenda nacional.
Resumiendo, la intención de EE.UU. parece ser crear las condiciones políticas y de seguridad en la “fase post Osama bin Laden” en Afganistán que suministren una razón de ser a una presencia militar a largo plazo. Se presiona al máximo a los militares paquistaníes en este sentido. Es posible que la precipitación de una crisis en la relación con Pakistán en esta coyuntura se convierta en una necesidad geopolítica para EE.UU. si ese país no cede. Pero es un juego peligroso. La declaración de Krishna encontrará resonancia en otras capitales regionales.
…………
El embajador M. K. Bhadrakumar fue diplomático de carrera del Servicio Exterior de la India. Ejerció sus funciones en la extinta Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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