Para entender qué está pasando en el Viejo Continente, entrevistamos a nuestro compañero Alberto Montero Soler, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Málaga, presidente de la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales y autor del blog La otra economía.
1. ¿Qué resumen haces de las medidas aprobadas el jueves en la Eurozona?
Si nos limitamos a resumir el contenido de los acuerdos de la cumbre pudiera parecer que se hubiera avanzado de forma importante sobre los principales problemas que aquejan a la Eurozona.
Así, en primer lugar, se ha acordado la necesidad de intervenir -o, en términos políticamente correctos, de supervisar de forma permanente- a Grecia a cambio de un rescate por valor de unos 100 mil millones de euros que permitirían que el Estado griego no quebrara en tanto se produce su desmantelamiento. Según los cálculos más optimistas de la troika, Grecia necesitaría en torno a 220 mil millones, dada la gravedad de su recesión, para poder garantizar la sostenibilidad de su deuda pública o de 450 mil millones si nos vamos al peor de los escenarios. Esos 100 mil millones son, por lo tanto y de partida, insuficientes por lo que, probablemente, a mediados del próximo año asistamos a una nueva cumbre en la que vuelva a plantearse que la economía griega necesita de nuevos fondos.
En segundo lugar, y una vez constatado lo que fácilmente era intuible -que Grecia no podría atender el pago de su deuda pública viva-, se ha planteado la necesidad de proceder a una suspensión de pagos parcial de su deuda. La quita ascendería al 50% del valor de la misma pero aún debe ser asumida por las instituciones acreedoras que se siguen mostrando reticentes a aceptarla, es decir, sigue en el aire.
En tercer lugar, se ha decidido forzar a la banca a recapitalizarse y subir sus niveles de capital del 5% al 9%. Esto significa, según cálculos provisionales de la Autoridad Bancaria Europea, que serán necesarios en torno a 106 mil millones de euros para recapitalizar al sistema bancario europeo. Un monto muy elevado en un contexto de desconfianza generalizada en los mercados que, por ejemplo, los test de estrés no han conseguido eliminar. Baste recordar que, por ejemplo, Dexia, que se encuentra en proceso de nacionalización por los gobiernos francés y belga, había superado sobradamente el test de estrés de julio pasado.
Si se tiene en cuenta que la opacidad en los balances sigue siendo la norma y la desconfianza en los mercados el sentimiento dominante, muchos de los recursos para la capitalización finalmente deberán llegar por la vía de las inyecciones de dinero público.
Y, en cuarto lugar, se ha decidido también ampliar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera hasta el billón de euros. Este aumento tiene la finalidad, en primer lugar, de avalar las emisiones de bonos soberanos de aquellas economías que tienen dificultades para acceder a los mercados (Grecia, fundamentalmente); en segundo lugar, de recapitalizar la banca, en el caso en que los inversores privados no aporten financiación y/o los gobiernos no puedan asumir las necesidades de capital de su sistema financiero; y, en tercer lugar, de intervenir en los mercados secundarios para estabilizar las primas de riesgo de los países cuya deuda se encuentre sometida a ataques especulativos.
2. Entonces, ¿Europa está a salvo? En la prensa se lee que los mercados asiáticos recibieron con alivio la noticia, que hubo grandes alzas en las Bolsas europeas. Pero también se lee que en Italia se eleva la edad de jubilación a 67, se facilita el despido, se impone la movilidad a funcionarios públicos, y se anuncian privatizaciones de inmuebles públicos. El pasado jueves este plan se presentaba como el plan "definitivo"; el viernes ya había dudas; y el sábado FMI, BCE y UE hablaban de un plan de emergencia ("contingency plan") para defender España e Italia.
El análisis de los acuerdos alcanzados nos debe llevar a plantearnos la cuestión realmente relevante que, es como preguntas, si Europa está realmente a salvo, si estos acuerdos efectivamente alejarán la crisis del horizonte europeo.
Ante esa pregunta no puedo manifestar más que mi escepticismo. Un escepticismo que parte de la constatación de la falta de voluntad política de los gobernantes de la eurozona para resolver de una vez por todas los problemas que aquejan a la misma. Están tratando el problema, en esta y en todas las cumbres precedentes, como si éste fuera meramente coyuntural y producto del contagio de una crisis financiera originada en Estados Unidos que ha afectado el balance de los bancos europeos y que, ante las necesidades de financiación de éstos, ha mutado en una crisis de deuda soberana al acudir los Estados al rescate de las instituciones bancarias.
Al partir de ese análisis es lógico que se planteen soluciones que ponen el punto de mira en mejorar las posiciones de solvencia de la banca. Aún aceptando ese análisis, podemos o no compartir que ésa pueda ser la receta, que no se haya permitido que los bancos se responsabilicen de las consecuencias de los excesivos riesgos asumidos y que se haya evitado que éstos quiebren o que las aportaciones de fondos públicos no se hayan traducido en nacionalizaciones y conversiones de las entidades rescatadas en bancos públicos. Es decir, podemos aceptar el diagnóstico pero discrepar de la receta para solucionar la enfermedad.
Sin embargo, creo que hasta eso sería un grave error. Sería aceptar un marco de análisis que nos limita aún más las posibilidades de intervención, al hacerlas girar exclusivamente sobre el sistema bancario, pero que, sobre todo, desenfoca completamente el problema de la crisis europea y, por lo tanto, evita que puedan ofrecer soluciones adecuadas a la naturaleza de la misma.
Y es que, en mi opinión, nos encontramos ante una crisis que es producto de los errores en el diseño de la propia Eurozona. Unos errores que, para más inri, fueron criticados desde el primer momento, cuando se publicó el denominado Informe Emerson –“One Market, One Money”-, tanto por economistas de derecha como por economistas de izquierda cuando los primeros afirmaron que la Eurozona no era una zona monetaria óptima y los segundos denunciaron las carencias en términos de mecanismos de integración económica real y cohesión social del proyecto.
Sin embargo, haciendo caso omiso de dichas advertencias, los gobiernos de la Unión Europea primaron la dimensión política de un proyecto que era esencialmente económico olvidando que, en un espacio dominado por el mercado, hay ciertas relaciones económicas básicas que deben ser respetadas y mantenidas en equilibrio si no se desea que la renta y la riqueza se vayan concentrando en los países más desarrollados del mismo.
En el caso de la Eurozona, esa concentración era ineludible porque los Estados miembros partían de puntos muy distantes en cuanto a niveles de productividad, competitividad y protección social; no existía sincronía entre sus ciclos económicos y se desprendían de instrumentos de ajuste, las políticas monetaria y cambiaria, que son esenciales para reequilibrar las relaciones económicas entre países cuando los desequilibrios se hacen insostenibles. Y todo ello lo hacían sin poner en marcha mecanismos supranacionales que permitieran ir equiparando las condiciones productivas y de bienestar entre los distintos Estados miembro, especialmente una Hacienda Europea que hubiera asumido la soberanía en materia fiscal, al igual que el Banco Central Europeo la asumió en materia monetaria.
Lo único que primaba en aquel momento era la construcción de un espacio para la rentabilización de los capitales europeos, un mercado único que, sin embargo, carecía de los requisitos mínimos para su viabilidad una vez que los desequilibrios de partida comenzaran a agudizarse. Y esos desequilibrios iban a agudizarse porque, desde el punto de vista liberal, la Eurozona carecía de un mercado de trabajo lo suficientemente flexible como para absorber la función de estabilización de la que se habían desprendido los Estados al ceder la política monetaria; mientras que desde el punto de vista de los economistas de izquierda, carecía de los mecanismos de intervención supracomunitarios que permitieran corregir dichos desequilibrios.
Cuando la máquina se puso en marcha y comenzaron a actuar los diferenciales de productividad junto a las diferencias en las políticas salariales en el seno de la Eurozona la resultante fue la acumulación de superávit y déficit comerciales enormes en los países centrales y periféricos, respectivamente. Déficit comerciales que eran cubiertos gracias a la financiación que también llegaba desde los países centrales y que permitían mantener una apariencia de sostenibilidad.
Sin embargo, una vez que se produce la crisis de Lehman Brothers en septiembre de 2008 y se seca la liquidez internacional, instalándose la desconfianza generalizada, se produce la ruptura del mecanismo que había permitido mantener la apariencia de normalidad en el seno de una Eurozona en la que los desequilibrios externos a nivel intracomunitario habían alcanzado proporciones nunca vistas con anterioridad.
Ese es el grave problema al que nos enfrentamos y que esta cumbre no corrige en los más mínimo. Si los gobernantes europeos compartieran este diagnóstico –y no sé cómo no podrían hacerlo- se encontrarían que, para estar a la altura del momento histórico en el que nos encontramos y de la decisión política que permitió la creación del euro, deberían responder frente a esta crisis con medidas políticas. Es decir, creo que el principal problema en estos momentos es que esta crisis económica solo se puede solventar desde la política.
3. Leyendo el comunicado de la Cumbre, llama la atención que se inste a a España (párrafo 5) a seguir creciendo y a reducir el desempleo. La receta para ello sería esta: “Las acciones deben incluir la mejora de los cambios del mercado laboral para aumentar la flexibilidad a nivel de empresa y la empleabilidad de la fuerza laboral y otras reformas para mejorar la competitividad, especialmente la ampliación de las reformas en el sector servicios”. ¿Cómo se traduce? ¿Facilidad de despido, como en Italia? ¿Más privatizaciones?
Pues se traduce en que, como señalaba en la pregunta anterior, los economistas liberales plantearon que para que una unión monetaria sea óptima deben darse una serie de requisitos, el más importante de ellos es una flexibilidad lo más elevada posible en el mercado de trabajo. O, lo que es lo mismo, máxima flexibilidad tanto salarial y movilidad absoluta de la población activa por el territorio de la unión. Es decir, se sustituye la pérdida de dos instrumentos esenciales de intervención pública sobre la economía, como son las políticas monetaria y cambiaria, por un instrumento de ajuste de mercado: la flexibilidad del mercado de trabajo.
De esa forma, si en un país de la Eurozona se acumula un déficit comercial muy elevado frente a otro país, ello se traducirá en una reducción de salarios dentro del primero (para reducir costes de producción y abaratar precios, incrementar las exportaciones hacia el superavitario y reducir las importaciones de productos de éste, ya que se vuelven relativamente más caros para el poder adquisitivo de los asalariados) y en un desplazamiento de trabajadores desde el primero hasta el segundo (que permite reducir la demanda agregada en el primero e incrementarla en el segundo). El resultado esperado será el reequilibrio progresivo de la balanza comercial por la vía de utilizar a los trabajadores como meros peones en el ajuste, como si sus vidas, sus relaciones, sus raíces, sus sentimientos fueran indiferentes.
La solución de la crisis que se está proponiendo va precisamente en esa línea. Mientras se dedican sin pudor ingentes cantidades de dinero para rescatar al sistema financiero, se está produciendo una reestructuración dentro de las partidas de gasto público de los Estados reduciéndose, bajo el chantaje de los planes de ajuste, las destinadas a los servicios sociales e incrementándose las destinadas a la atención de la deuda pública que, no olvidemos, se incrementa en gran medida como consecuencia de las deudas del sector privado que están siendo socializadas.
La consecuencia es, pues, una menor red de seguridad social que va compeliendo progresivamente a los ciudadanos a convertirse en peones de ese mecanismo de ajuste perverso e invisible que es la flexibilización y liberalización del mercado de trabajo.
Por eso, todos los llamamientos que se realizaron en la Cumbre y fuera de ella para incrementar la flexibilidad del mercado de trabajo, para eliminar la negociación colectiva, para vincular los salarios a la productividad, para reforzar la empleabilidad de la fuerza de trabajo, como si el problema fuera de inadecuación de la oferta de trabajo a la demanda y no de carencia de puestos de trabajo directamente.
En este sentido, el llamamiento a España debe ser interpretado en esa línea. Pareciera estar diciendo: ante la gravedad de la situación de su economía y de lo dramático de su tasa de desempleo, procedan a introducir cuanto antes los mecanismos de ajuste en el mercado de trabajo, invisibles pero dolorosos socialmente, a ver si puede evitarse el rescate. Y ello parte, a mi modo de ver, de un nuevo diagnóstico incorrecto: la consideración de que la elevada tasa de desempleo española, que mina decisivamente su capacidad de recuperación económica, obedece a problemas de rigidez del mercado de trabajo en lugar de a la incapacidad de la estructura productiva del país para generar nuevos puestos de trabajo. Valga recordar, por ejemplo, que incluso en el momento más álgido de la burbuja inmobiliaria la tasa de desempleo española era superior al 7%, es decir, muy elevada para una economía sobrerrecalentada.4. Aunque se afirma que el caso griego merece una solución "excepcional y única", se ve que a todos los Estados que no ejecutan las directrices que llegan de Frankfurt o Bruselas, les llega un diktat, como en el caso de la carta de Trichet y Draghi al gobierno italiano. En el comunicado de la Cumbre, se nota un paso más en la injerencia de la Comisión en Grecia (la cursiva es mía): “En el contexto del nuevo programa, la Comisión, en cooperación con los demás socios de la troika, se establecerá para la duración del programa una capacidad de supervisión sobre el terreno, incluso con la participación de expertos nacionales, para trabajar en cooperación estrecha y continua con el Gobierno griego y la Troika de asesorar y ofrecer asistencia a fin de garantizar la aplicación plena y oportuna de las reformas”. ¿Se hace oficial la pérdida de soberanía de los países?
Efectivamente, la pérdida de soberanía a la que se va a ver sometida Grecia es ya una realidad porque la concesión del segundo préstamo y la negociación de la quita están condicionadas a la aceptación de ese estado de excepción al que se verá sometida la economía griega al mejor estilo del Fondo Monetario Internacional en América Latina.
Eso se traduce en que la democracia griega queda completamente vaciada de contenidos. Desde el momento en el que las decisiones sobre gastos e ingresos públicos, sobre la estructura del gasto público, sobre las fuentes de financiación, sobre privatizaciones y destino de los recursos obtenidos de las mismas, sobre el gasto social pasan a estar supervisadas y controladas por un tercero con capacidad de decisión sobre las mismas, ¿sobre qué podrán decidir los griegos? ¿cuál será el contenido sustantivo de su democracia? Todo estará condicionado a la aprobación o reprobación de una autoridad no electa que impondrá su voluntad, no en interés de los griegos, sino de la sostenibilidad de su deuda y, por tanto, de los acreedores internacionales. Estaremos asistiendo, por tanto, a la expresión más cruda, menos eufemística, de la dictadura de los mercados pues a no otros intereses sirve la troika.
Lo más grave es que en un espacio que se supone democrático, sean los países económicamente poderosos en estos momentos (aunque esa es una cuestión relativa porque son también quienes tienen un sistema bancario en una posición más comprometida) quienes impongan la restricción de la democracia sobre aquellos que necesitan de ayuda. No olvidemos que la propuesta de poner bajo tutela a las economías necesitadas de financiación proviene precisamente de Holanda que ha llegado a plantear directamente que aquellos países que necesiten de ayuda y no se sometan a ese requisito deberían abandonar el euro. Y que algo muy similar planteó Trichet en su última declaración pública antes de concluir su mandato en el BCE. Las carencias estructurales e institucionales de la Eurozona se resolverán, a partir de ahora y según ese criterio, por la vía de privar a los ciudadanos de sus ya menguadas democracias. La transferencia de la soberanía nacional hacia los mercados se habrá completado con la aquiescencia y complicidad de todos nuestros gobernantes.
5. Ahora, la pregunta del famoso billón de euros. Cuando se explica de dónde se sacará el dinero para esa ampliación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, nos topamos otra vez con ese oscuro lenguaje proprio del capitalismo financiero (“Special Purpose Vehicles”, “risk insurance”). Más adelante (párrafo 21), la sensación de inquietud aumenta, si cabe: se entiende que hasta noviembre el Eurogrupo no fijará los términos y las condiciones de la financiación del Fondo. ¿El billón de euros existe?
La propuesta para obtener la financiación del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) se nutre de dos componentes que tienen como característica común la profundización de la dependencia de la Eurozona de los mercados financieros. En lugar de forzar al Banco Central Europeo a superar sus resistencias para financiar dicho Fondo, en la Cumbre se ha optado por la vía de nutrirlo sobre la base de emisiones en los mercados financieros y, por lo tanto, de quedar nuevamente al albur de estos, de sus estrategias y de sus intereses.
Así, como primera vía de financiación se plantea que el Fondo se convierta en una suerte de aseguradora que avale parcial o totalmente la deuda emitida por los Estados. De esa forma, el Fondo se comprometería a atender, en caso de impago del Estado correspondiente, la deuda emitida por el mismo hasta el porcentaje de la misma avalado. Es decir, si éste se fija en el 30% del valor de la deuda emitida, el acreedor se garantiza que, en caso de impago, el Fondo respondería por valor de ese 30%. Sería, por decirlo así, como un equivale a los famosos CDS que los inversores contratan para protegerse del riesgo de impago.
Y, por otro lado, el Fondo también podría allegar recursos financieros mediante sociedades instrumentales (esos “Special Purpose Vehicles”) destinadas básicamente a recaudar fondos mediante la asociación con instituciones financiera públicas y privadas o con inversores financieros. Esas sociedades emitirían activos financieros (conocidos como vehículos de inversión) específicamente destinados a captar la financiación necesaria para el Fondo.
Entre los socios en los que se está pensando se encuentra, esencialmente, el Fondo Monetario Internacional y los fondos soberanos de los países emergentes, de ahí el llamamiento a China o Noruega, por ejemplo.
6. Sarkozy, por televisión, trataba de tranquilizar a su audiencia del rescate chino de Europa diciendo que no veía ningún problema en que quienes poseen el 60% de las reservas globales -o sea, China- inviertan en euros en lugar de en dólares. Klaus Regling, responsable del Fondo Europeo, voló a China para negociar la intervención de China, pero no hubo acuerdo inmediato. Leemos que China había comprado ya 1 billón de bonos portugueses, griegos y españoles, y que posee ya una buena parte de los eurobonos emitidos este año por el Fondo Europeo. El Financial Times informaba de que la Republica Popular podría invertir hasta 100.000 millones de dólares, pero China no está dispuesta a ser eternamente el buen samaritano: no quiere poner en peligro la salud de su economía, y exige certezas sobre sus inversiones. ¿China es una buena cura para Europa? ¿O se contagiará el Dragón de fiebre europea?
La respuesta de Sarkozy es realmente expresiva de la falta de proyecto político detrás de la construcción europea y de la mirada tan corta como cortoplacista que tienen nuestros gobernantes europeos. Antes de haber dicho semejante dislate podía haber preguntado a Obama qué sintió, como presidente estadounidense, cuando el gobierno chino a través de sus medios oficiales advirtió a Estados Unidos, tras la rebaja de la calificación de su deuda por Standard & Poor’s el pasado mes de agosto, de que debían superar su adicción a la deuda y reducir sus gastos militares y sociales.
Pareciera como si Sarkozy no tuviera suficiente con la cesión de soberanía hacia los mercados financieros que se produce por el modo en que se está enfrentando la crisis, tal y como señalaba anteriormente, sino que también se congratula por la cesión de soberanía hacia la que está en camino de convertirse en la nueva potencia imperial del siglo XXI. Baste recordar como ejemplo de ese poder imperial en ciernes las presiones a las que se encuentra sometida China para que revalúe su moneda y la indiferencia con la que las trata, vengan de Estados Unidos o de la Unión Europea.
Frente a la posibilidad de que la Unión Europea se constituyera en un actor mucho más relevante e independiente en la nueva geopolítica en construcción nos encontramos con unos gobernantes que, con tal de conseguir fondos para atender las tensiones actuales e incapaces de moverse fuera del rígido corsé de la ortodoxia económica en la que se manejan, son capaces de ceder poder de decisión indirecto (soft power) a China en lugar de ceder cuotas de soberanía nacional para construir unos verdaderos Estados Unidos de Europa.
Y todo ello sin olvidar que ese apoyo chino, de producirse, no saldrá gratis. De entrada, porque los chinos, como el resto de inversores, presionarán para que su contribución al Fondo se rentabilice suficientemente, con la consiguiente carga sobre las economías de la Eurozona que tengan que recurrir al mismo. Y de salida porque a cambio de esa contribución demandarán tanto concesiones en términos de eliminación de lo que ellos entienden como barreras comerciales discriminatorias hacia sus productos como acceso privilegiado a las oportunidades de negocio que surjan en los procesos de privatización en marcha, como ocurrió cuando se atribuyó a empresas chinas la gestión del principal puerto comercial griego.
7. Abordemos ahora el acuerdo alcanzado por la autoridad bancaria: se aumentará hasta un 9% la ratio de capital de los bancos. ¿Ese 9% servirá para sanear las cuentas de los bancos?
Para el caso de la recapitalización del sistema bancario lo que se plantea es que, de forma temporal, los bancos incrementen su ratio de capital, es decir, constituyan un colchón de activos de reserva más elevado y de mejor calidad y, para ello, los activos deberán encontrarse ponderados por su riesgo para evitar incorporar activos que, en teoría, pueden ser de la máxima calidad pero que la evolución del mercado los haya deteriorado.
Además, los bancos deberán valorar sus posiciones en deuda pública soberana a precios de mercado y no, como ocurre por ejemplo en el caso del suelo y los inmuebles en la banca española, que se encuentran aún en el balance al precio al que se valoraron cuando se utilizaron como aval de las operaciones de financiación de su compra o construcción.
La consecuencia inmediata de este plan es que los bancos volverán a darle una vuelta más al grifo del crédito de forma generalizada, puesto que necesitarán todos los recursos disponibles para hacer frente a esta nueva exigencia; que habrá bancos que ni siquiera dando esa nueva vuelta de tuerca podrán conseguir los recursos necesarios, y por lo tanto, deberán acudir a los mercados monetarios o, en su defecto, necesitar de financiación pública. Nos encontraremos, finalmente, con una nueva presión sobre las cuentas de los Estados, nuevas emisiones de deuda pública y nuevas posibilidades de que, cuanto mayores sean las necesidades de financiación de esos Estados para tapar el agujero de sus bancos, mayores posibilidades de tensar la cuerda sobre los gobiernos por parte de los mercados.
8. Describes una espiral. El sistema bancario sufre de metástasis. Los Estados se contagian intentando rescatarlos y cada vez están más abducidos por las urgencias que dictan las finanzas. En nombre de la "competitividad" con otros actores globales, Europa emprende el camino de la "austeridad" y el "desarrollo", que acaba con las conquistas de la Europa social. No parece haber salida en esta espiral de la deuda, en la que siguen ganando los de siempre. Galapagos, economista de Il Manifesto, citaba hace poco un estudio reciente de Credit Suisse según el cual en 2011 menos del 1% de la población mundial controla el 39% de la riqueza total. En sólo un año la riqueza de los más ricos ha aumentado el 3,4%. Si la concentración de la riqueza es una de las características del capitalismo financiero, se diría que esta megamáquina, como la define Luciano Gallino, no está en crisis y gana con esta economía basada en la deuda. ¿La quiebra no sería un modo de liberarse del yugo de este capitalismo financiero?
Coincido plenamente con la interpretación de Gallino. Yo creo que el proyecto neoliberal goza de plena salud. ¿Que está siendo sometido a una mayor y general contestación social? Sin dudas. Pero creo que tampoco debieran caber las dudas acerca de su salud. No sólo ha seguido profundizando la concentración de la riqueza en manos de unos pocos, sino que también, por ejemplo, en Estados Unidos ha conseguido recuperar la tasa de beneficios a niveles previos a la crisis; eso sí, el empleo y la actividad económica siguen sin recuperarse, los salarios siguen su tendencia a la baja y la pobreza ha alcanzado niveles desconocidos desde que se tienen estadísticas al respecto en aquél país. Mientras tanto, en Europa los beneficios aún no se han recuperado a los niveles previos a la crisis pero la tendencia apunta en ese sentido. Si eso no es gozar de salud…
Con respecto a tu pregunta, en la que se aprecia la sombra de los planteamientos de Fumagalli, no estoy muy seguro de poder compartir ese planteamiento tal y como está expresado. Lo comparto en la medida en que me parece un imperativo la renegociación de la deuda y que el peso de los riesgos que se han acabado por materializar sean asumidos por quienes los contrajeron, esto es, los acreedores. Pero que la quiebra así, en términos generales, sea la respuesta es otra cosa bien distinta. Sería como plantear que un tsunami fuera la solución a un problema de sequía. Claro está, siempre en el entendimiento de que nos seguimos moviendo en el marco de economías capitalistas en donde quienes ejercen el poder de facto pueden aceptar concesiones, como la renegociación parcial de las deudas, pero que no van a permitir bajo ningún concepto que la pervivencia del sistema se cuestione. Otra cosa es que planteemos la quiebra como detonante y punto de partida, que sería por otra parte ineludible, del tránsito al socialismo.
9. La Merkel recordó ante el Parlamento alemán del peligro de la guerra. Javier Solana afirmaba hace poco: "Las generaciones que llegan al poder se están olvidando de las guerras". Hace unos días. La sociedad financiera suiza UBS también avisaba del riesgo de revueltas civiles. En este vídeo Galbraith afirma que la "austeridad" que se impone a los PIIGS conducirá a la violencia y que podría comenzar en Grecia. Jean Quatremer, analista europeo de Libération, vaticina dos escenarios en Europa: en uno de ellos estalla una revuelta en Grecia, Francia intenta crear una unión latina mientras que Alemania se rearma. El ministro de Hacienda polaco avisaba del peligro de guerra en 10 años. ¿Crees que existe, en caso de caída del euro, un peligro real de revueltas, o hasta de guerra, o bien es un Coco que se airea para amedrentar e imponer un ataque contra el Estado social?
Creo que no debemos olvidar que el proyecto europeo nace originalmente como un intento de evitar que Europa fuera el escenario de nuevos conflictos bélicos generalizados (una aspiración solo parcialmente satisfecha si recordamos, por ejemplo, las guerras yugoslavas de la década de los noventa del siglo pasado). En este sentido, los anuncios de guerra en Europa si se derrumba el euro no hacen sino resucitar la que fuera la justificación original y presentarla como una posibilidad real, como si no pudiera existir vida en Europa más allá del euro.
Pareciera que, dada la ofensiva contra el Estado social promovida para salvar a la moneda a costa del bienestar ciudadano y, por lo tanto, a que cada vez es más difícil asimilar euro a bienestar, faltan los argumentos para defender al euro y se hace necesario volver a los orígenes remotos de la creación europea. Pero en esa vuelta a los orígenes se olvidan de que el proyecto europeo original no era la creación de una moneda sino un proceso de integración económica y política. Se olvidan, pues, de que existen países dentro de la Unión Europea que no están en la Eurozona y con los que no se ha entrado en guerra e, incluso, países fuera de la Unión Europea con los que tampoco se está en guerra. Se olvidan de que Europa ha vivido sin guerras y sin moneda única durante décadas. Esas declaraciones me parecen un intento de atribuirle al euro unas propiedades pacificadoras que están claramente sobrevaloradas. No es una moneda común lo que impide una guerra sino los esfuerzos de los Estados implicados por tratar de arreglar sus diferencias pacíficamente. Sin el euro nos quedará la Unión Europea e, incluso, sin la Unión Europea nos quedará la confianza en que los gobiernos usen siempre los cauces pacíficos para la resolución de los conflictos.
Otra cosa son las revueltas al interior de los Estados. En ese caso, mi posición es menos optimista. Yo creo que, precisamente y si la crisis se sigue gestionando en contra de los intereses del pueblo, será el euro el que extienda las revueltas. La violencia ejercida contra los ciudadanos en forma de recortes sociales, en forma de pérdida en sus niveles de vida, de deterioro de sus condiciones de trabajo y recorte de sus salarios acabará siendo contestada con violencia. Si los gobernantes siguen aplicando esa violencia social y permanecen impasibles ante las demandas de un reparto más justo y equitativo de los costes de la crisis, esa violencia será contestada con resistencia social y, probablemente, con violencia popular. Creo que todo tiene un límite y cada vez nos encontramos más cerca de él. Ojalá me equivoque.
Rebelión ha publicado este artículo con el
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