A principios de 2010, en momentos en que se debatía furiosamente el “Obama Care”, Estados Unidos ingresaba formalmente al proceso de negociaciones del Acuerdo Transpacífico de Asociación (TPP, por sus siglas en inglés). Al año siguiente, Washington decidía conjuntamente con la Unión Europea conformar un grupo de trabajo que determinara las condiciones generales para un tratado de libre comercio entre ambos: en 2013 comenzaron a desarrollarse las rondas de negociación del El Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP).
Resulta importante señalar estas fechas y dar una ubicación temporal del momento preciso en que se tomó la decisión política para el desarrollo de sendos acuerdos, porque muestra el sentido de las políticas que la administración de Barack Obama estableció para superar la crisis económica general del capitalismo avanzado y la creciente preocupación por el fortalecimiento de otras potencias que cuestionan el liderazgo estadounidense, o al menos no lo acatan a rajatablas.
El empantanamiento de negociaciones multilaterales tan amplias como las que propone la Organización Mundial de Comercio (OMC) -en las cuales se busca generar una institucionalidad a escala planetaria para los negocios de las grandes corporaciones-, impulsó la necesidad de llevar adelante una revisión de las formas en que se tenía que regir la normatividad internacional que garantizara las condiciones de reproducción de las ganancias de las transnacionales.
La crisis que tuvo un impacto profundo en los Estados Unidos entre el 2007 y el 2009 exigía soluciones que garantizaran la posibilidad de reinvertir el capital excedente de forma rentable. Por otro lado, la aparición de los BRICS como un actor de peso en la escena mundial y, principalmente, el crecimiento de China, orientó las políticas de EEUU a un marco más acotado, en donde su poder inobjetable ejerciera la presión necesaria para la imposición de sus condiciones. Así fue que se les dio impulso al TTIP y al Acuerdo Transpacífico.
Lo que esto demuestra es una clara jugada geopolítica y geoeconómica que tiene dos grandes vertientes. Por un lado, separar a Alemania, y por ende a toda Europa, de una asociación con Rusia y abrir el mercado europeo, uno de los más grandes del mundo, eliminando muchas de las regulaciones que posee y que restringen el margen de ganancias corporativo. Por el otro, cercar a China por el Pacífico y dividir la unidad latinoamericana (México, Chile y Perú forman parte de las negociaciones del TPP), a la vez que se garantiza el acceso a territorios con abundante fuerza de trabajo y a bajo costo.
No resulta extraña la injerencia estadounidense en Ucrania y el estallido de la crisis/guerra civil que vive el ex Estado soviético. La idea de impedir una alianza entre Europa y Rusia es una noción que domina en EEUU desde que decidió asumir su rol como principal potencia global. La política de la “contención” a la Unión Soviética durante la Guerra Fría fue el inicio práctico de ese enfoque que buscaba que no surja un poder capaz de controlar a Eurasia, en tanto esta inmensa región era considerada el centro del poder mundial. Por esa misma razón fue tan importante en su momento generar la división en el bloque socialista entre la URSS y la China maoísta.
Pero la línea que buscaba separar Europa occidental del Estado soviético no era el único frente en donde se ejercía la doctrina de la contención, sino que existían otros dos más: uno en la zona de Oriente Medio y otro en el sudeste asiático. En ese marco es que se entiende tanto la constitución de la alianza estratégica con Israel y con varias monarquías árabes, al tiempo que se apoyaba a los “freedom fighters” –luego “terribles terroristas talibanes”– en Afganistán durante la invasión soviética, como el empecinamiento estadounidense en Vietnam y la “teoría del dominó”.
La disputa por el control de Eurasia sigue ocupando un rol fundamental en las disputas geopolíticas del mundo actual y es una de las grandes preocupaciones de los Estados Unidos. Hace casi veinte años uno de los máximos referentes en el planeamiento de la política exterior norteamericana, el demócrata Zbigniew Brzezinski, escribió un libro en que señalaba cuáles debían ser algunas de las líneas que debía asumir “la única superpotencia global” en el diseño de la geoestrategia para el control de Eurasia. Allí decía: “una coalición que alíe a Rusia tanto con China como con Irán sólo puede desarrollarse si los Estados Unidos son lo suficientemente cortos de vista como para mantener un antagonismo simultaneo con China e Irán” (Brzezinski, 1998, p.121).
Este sería un acuerdo que “uniría a la principal potencia eslava del mundo con la potencia islámica más militante del mundo y con la potencia asiática más poderosa y poblada del mundo, creándose así una potente coalición”, resumía Brzezinski.
El flamante acuerdo entre los Estados Unidos e Irán parece recorrer estas coordenadas, en tanto que busca distender la situación con un antiguo enemigo, debido a que la continuación de los ataques lo único que lograría sería enviarlo a los brazos de sus principales rivales geoestratégicos.
Las líneas de contención de la Guerra Fría parecen reeditarse aunque con otras especificidades históricas, porque además de responder a meras consideraciones geopolíticas deben hacer frente a las necesidades de revitalización del capitalismo avanzado. Mientras en un Oriente Medio tan convulsionado resulta indispensable arribar a acuerdos de tipo político, en Europa y los países del Pacífico, donde el clima político es mucho más amigable con Estados Unidos, el TTIP y el TPP buscan cumplir el doble rol de servir como parte de la estrategia geopolítica y geoeconómica, es decir contener territorios que permanezcan afines al liderazgo de los Estados Unidos y en donde los grandes capitalistas occidentales puedan reproducir sus negocios.
Lo notable es que la forma en que se plantea enfrentar la crisis que vive el mundo desarrollado implica una continuación de las políticas que buena parte de los analistas consideran que fueron las causantes del descalabro. En vez de morigerar el poder de los más ricos, lo que se plantea es la profundización del esquema neoliberal derribando las barreras para que el 1%, como lo denominara Occupy Wall Street, continúe fortificando sus arcas y su poder de clase. Al mismo tiempo, se busca contener aquellos territorios en los cuales no se aplican directamente sus criterios y que aplican medidas que, sin ser totalmente contrarias, muestran matices que no son tolerados por el poder corporativo transnacional.
Nota relacionada: TTIP: la nueva entrega de la saga neoliberal
Fuente: http://www.marcha.org.ar/la-estrategia-geoeconomica-y-geopolitica-de-obama/
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