Un par de compañeros coincidieron en que el ajustado resultado del 14A equivalía a volver a comenzar. “Es como si estuviéramos empezando” y “es como volver a 2002″, me comentó cada uno por su lado, en momentos distintos. Pienso que esta apreciación, correcta a mi juicio, encierra una de las claves para pisar con pie firme en este momento político tan movedizo.
Lo primero que tendría que decir es que me equivoqué. Me equivoqué no sólo en el “pronóstico” electoral: imaginaba un resultado quizá un poco más ajustado que el del 7O, con algo de abstención en el chavismo, ligeramente mayor en el antichavismo, y una ventaja alrededor de los diez puntos, probablemente menos. Nunca consideré seriamente, eso sí, la hipótesis de obtener más votos que los 8 millones 191 mil 132 alcanzados por el comandante Chávez el año pasado.
Pero además cometí otro error de cálculo: me resultaba claro que el 15 de abril amaneceríamos en otro país, que entraríamos en otra etapa de la revolución bolivariana, con algunos desafíos inéditos (casi todos derivados de la ausencia física de Chávez), con la fortaleza que otorga una nueva ratificación de la vía bolivariana (el 14A), con la necesidad de actualizar el inventario de problemas a los que nos enfrentamos, retomar discusiones estratégicas, etc.
Sin embargo, sucedió que el país ya no era el mismo el 6 de marzo. Algún profundo impacto produjo la muerte del comandante en las filas del chavismo, cuyo alcance todavía no alcanzamos a medir con precisión. Muy preliminarmente, podría trabajarse la hipótesis de que algunos centenares de miles juzgaron que con la partida de Chávez había que despedirse también del proyecto político que lideró. Tal vez esto nos permita comenzar a entender el estrecho margen del resultado del 14A.
Lo que sí está claro es que la revolución bolivariana no murió con el comandante Chávez, y en esto hay que insistir, aunque a muchos nos parezca obvio. Tanto así no murió, que sin la conducción de ese gigante de la política que fue Chávez, fuimos capaces de derrotar nuevamente a la candidatura de la oligarquía. Hoy nos resulta muy difícil evaluar el significado histórico de esta difícil contienda de la que hemos salido airosos, pero tal vez en el futuro se tenga como ejemplo de pueblo revolucionario que sigue batallando y triunfando a pesar de la muerte de su líder.
Es en este sentido que me parece correcta la apreciación según la cual estamos comenzando de nuevo. Llegamos hasta aquí con un acumulado histórico, por supuesto. Con grandes avances materiales y espirituales. Con una cultura política en vías de consolidación. Pero hemos perdido a nuestro líder. Tal era su peso, su importancia, su influjo de estratega, que en su ausencia estuvimos cerca de retroceder más de la cuenta. Es nuestra fortaleza lo que lo ha impedido. Nuestra conciencia, si se prefiere el término.
Si estamos comenzando de nuevo es porque no hemos perdido. Pero sobre todo: no estamos comenzando desde cero.
Por eso me parece incorrecto evaluar el resultado del 14A como una expresión de la falta de “conciencia” del pueblo “traidor”. Absolutamente todo lo contrario: el 14A es el más claro ejemplo de lo que es capaz de hacer un pueblo que toma conciencia de su propia fuerza y de la imperiosa necesidad de promover nuevos hombres y mujeres que vayan asumiendo funciones de liderazgo.
Se viene opinando mucho del pueblo “beneficiario” que decidió votar por sus enemigos de clase. No obstante, lo que hay que combatir, y éste debe ser un combate sin cuartel, es esta lógica del “beneficiario”. Esa imagen de pueblo que vota por la opción revolucionaria por el simple hecho de que se “beneficia” de ésta o aquella Misión, y que está en la cabeza de mucho izquierdista “consciente” y de tanto burócrata de partido o de oficina, lo que hace es desdecir de la idea misma de conciencia, y termina reproduciendo la lógica del discurso que ha construido el antichavismo para referirse al pueblo chavista.
También se habla mucho de los errores de gestión del gobierno bolivariano, y hay quien aventura que el resultado electoral da cuenta de algo así como un voto castigo. No estoy de acuerdo. Conozco gente chavista, de clase media, que dejó de votar no sólo “segura” de la victoria de Maduro, sino como “castigo” por fallas de gestión. Pésima lectura del momento: el 14A no estaba en juego nada parecido a la gestión, sino el legado político del comandante Chávez, y la continuidad o no de la vía democrática y revolucionaria.
Si de gestión se trata, lo primero que hay que decir es que el acento debe estar puesto siempre en la política. La revolución bolivariana jamás se ha tratado de administrar peor o mejor el Estado, sino de derrotarlo, creando una nueva institucionalidad. Porque más allá del Estado en abstracto, hay un Estado concreto hecho a la imagen y semejanza de los intereses de la oligarquía. ¡Golpe de timón! Si de gestión se trata, ahondemos en el tema de la “ineficiencia” de un funcionariado acomodado y pusilánime, pero también hablemos de la eficacia política, tal y como la planteaba Maneiro, y que remite a la capacidad de dirigir el gobierno ofreciendo soluciones concretas a los problemas fundamentales de la nación venezolana. Y eso sólo se hace llevando adelante una revolución.
Hablemos también del saboteo eléctrico, de la especulación, del desabastecimiento, fenómenos en torno a los cuales muchos de nosotros caemos en la trampa de responsabilizar exclusivamente al gobierno, pero no al saboteador, al especulador, a los criminales que juegan con los alimentos del pueblo. Una consigna de los primeros años de revolución daba cuenta del acelerado proceso de politización del pueblo venezolano, de su inigualable claridad: “Con hambre y desempleo, con Chávez me resteo”. Hoy podría decirse que si hemos triunfado el 14A, lo hemos logrado porque, como escribía un compañero, “con especulación y saboteo, con Maduro me resteo“.
Dejemos a un lado la soberbia, que tanto daño hace. Ninguno de nosotros imaginó nunca el resultado del 14A, lo que hace sencillamente inexcusable el “telodijismo”. Ya basta de ególatras y obviólogos. Nadie lo predijo. Nadie pudo hacerlo. El país cambió y no nos dimos cuenta. Dejemos de distribuir culpas y de emplear esquemas que sólo servían para pensar el país en el que vivíamos antes del 5 de marzo.
Todavía hay algunos que piensan que, tal y como sucedía tras cada elección desde hace muchos años, estos son los días para la “autocrítica”. Qué palabreja tan manida. Comencemos por reconocer que nos equivocamos. Que la respuesta a todas las preguntas inéditas que van aparecido sólo las vamos a encontrar escuchando al pueblo.
Algunos llegan al extremo de decir que la del 14A fue una victoria con sabor a derrota. Vayan a decírselo al pueblo que no sólo celebró hasta más no poder la victoria del domingo, pueblo satisfecho que cumplió su juramento de lealtad al comandante Chávez, sino que ahora está presto a defenderla con su vida. Porque pueblo consciente no tiene tiempo de estar rumiando derrotas inexistentes, y muchísimo menos cuando el fascismo acecha.
En este país que cambió, en esta revolución que vuelve a comenzar, el pueblo chavista está de pie y tiene nuevo Presidente. Sí, es cierto, Nicolás Maduro no es Chávez, pero es que nunca pretendió serlo. ¡Pero es que ya nada es lo que era! Hemos entrado en una nueva etapa, y le correspondió al compañero Maduro estar a la cabeza. Pues con Maduro me resteo.
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