martes, 30 de abril de 2013
Mirándonos el ombligo.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Versión abreviada de una conferencia en el XIII Seminario de Solidaridad Política, Don Juan y la democracia directa, Juan Chávez in memoriam, en la Universidad de Zaragoza, España.
Qué cómodo sería convocar al retro-espíritu de Burt Bacharach para definir nuestro futuro geopolítico y comenzar a cantar: “Lo que el mundo necesita ahora / es amor, dulce amor”.
Perdonen que raye el vinilo. Interrumpimos este exceso amoroso para presentar las últimas noticias. Habéis sido catapultados a la era del nuevo “héroe” hobbesiano digital y virtual así como físico.
El capitalismo de casino –también conocido como neoliberalismo súper potente– está destruyendo los últimos vestigios del estado de bienestar y el consenso igualitario en Occidente industrializado, posiblemente con una que otra excepción escandinava. Ha establecido un “Nuevo” consenso “Normal”, entrometiéndose en las vidas privadas, dominando el debate político e institucionalizando para siempre la mercantilización de la vida en sí, el acto final de feroz explotación corporativa de los recursos naturales, la tierra y la mano de obra barata.
La integración, la socialización y el multiculturalismo están siendo corroídos por la desintegración, la segregación y la de-socialización generalizada, una consecuencia directa de la noción acuñada por David Harvey de “desacumulación” (la sociedad devorando a los suyos).
Este estado de cosas es lo que el filósofo flamenco e historiador de arte Lieven De Cauter, en su libro Entropic Empire [Imperio entrópico], llama “la fase Mad Max de la globalización”.
Es un mundo hobbesiano, una latente guerra civil global, una guerra de todos contra todos; los que tienen y no tienen nada en la economía; wahabíes intolerantes contra chiíes “apóstatas”; los hijos de la Ilustración contra todo tipo de fundamentalistas; la militarización de África por el Pentágono contra el mercantilismo chino.
La desintegración y balcanización de Iraq, detonada por la Conmoción y Pavor del Pentágono hace 10 años, fue una especie de preludio del Nuevo Desorden Feliz. La visión del mundo neoconservador de 2001 a 2008, propuso por todas partes el proyecto con su ideología de Terminemos con el Estado; una vez más Iraq fue el mejor ejemplo. Pero de bombardear una nación soberana hasta devolverla a la Edad de Piedra, el proyecto pasó a la generación de la guerra civil, como en Libia, y si tienen éxito los perpetradores, en Siria.
Cuando tenemos analistas de salón, influyentes o no, pagados por acaudaladas fundaciones –usualmente en EE.UU. pero también en Europa occidental– pontificando sobre “caos y anarquía”, solo están reforzando una profecía que se autorrealiza. Si “caos y anarquía” los excita, es porque solo reflejan la economía libidinal predominante, de la TV reality a todo tipo de lo que De Cauter describe como “juegos psicóticos”, dentro de una habitación, dentro de un octágono, dentro de una isla o virtualmente dentro de una caja digital.
Por lo tanto, bienvenidos a la geopolítica del joven Siglo XXI: una era de guerra sin fin (virtual o no), polarización extrema y una acumulación de catástrofes.
Después de Hegel, Marx y ese mediocre funcionario del Imperio, Fukuyama; pero también después de brillantes deconstrucciones de Gianni Vattimo, Baudrillard o Giorgio Agamben, es lo que se nos ofrece.
Para Marx el fin de la historia fue una sociedad sin clases. ¡Qué romántico! En su lugar, en la segunda mitad del Siglo XX, el capitalismo esposó la democracia liberal occidental hasta que la muerte los separe. Bueno, ahora les ha llegado la hora de la muerte a ambos. El Dragón Rojo, como en China, se ha sumado a la fiesta y llegó con un nuevo juguete: el neoliberalismo de partido único.
Un consumidor individualista, desenfrenado, pasivo, fácilmente controlable se ahogó en una forma deforme de democracia que básicamente favorece a los que cuentan con información privilegiada y a protagonistas muy acaudalados; ¿cómo podrá ser un ideal humanista algo semejante? Pero las relaciones públicas fueron tan buenas que a eso aspiran legiones en Asia, África, Medio Oriente y Suramérica. Pero todavía no es suficiente para los Amos del Universo geoeconómico.
La post-historia es el reality show definitivo. Y el neoliberalismo bélico es su arma favorita.
Elige tu campo
Ahora estamos familiarizados con el paradigma del estado de emergencia –o estado de excepción– de Giorgio Agamben. El ejemplo máximo, hasta mediados del Siglo XX, fue el campo de concentración. Pero la post-historia es más creativa.
Tenemos el campo de concentración solo para musulmanes, como Guantánamo. Tenemos el simulacro de un campo de concentración, como Palestina, que está virtualmente amurallada y bajo vigilancia día y noche y donde “la ley” es dictada por una potencia ocupante. Y tenemos lo que ocurrió –como una sesión de práctica– la semana pasada en Boston; el eufemístico “encerramiento”, que es una suspensión de la ley en beneficio de la ley marcial; ninguna libertad de movimiento, ninguna red de teléfonos celulares, y pueden dispararte si vas al negocio de la esquina a comprar una gaseosa. Toda una ciudad del Norte industrializado convertida en un campo de concentración de alta tecnología.
Agamben habló del estado de excepción como un exceso de soberanía desde arriba, y del estado de la naturaleza –como en Hobbes– como una ausencia de soberanía desde abajo. Después de la Guerra Global contra el Terror (GWOT, por sus siglas en inglés), que a pesar de todo lo que diga el Pentágono es ciertamente eterna (o la Guerra Prolongada, como se definió en 2002 y parte de la doctrina de Dominio Completo del Pentágono), podemos hablar de una fusión.
La guerra contra el terror, seductoramente normalizada por el gobierno de Obama, fue y sigue siendo un estado de excepción global, incluso aunque la parafernalia va y viene; la Ley Patriota; tenebrosas órdenes ejecutivas; tortura, un reciente panel bipartidista estadounidense acusó a los máximos funcionarios del gobierno de George W. Bush de tortura, entregas extraordinarias, con las cuales colaboraron aliados seculares de entonces de Occidente como Libia y Siria, para no mencionar a naciones europeas orientales y los acostumbrados títeres árabes, incluyendo a Egipto bajo Mubarak; y el aparato de seguridad interior en plena expansión.
En cuanto a un verdadero campo de concentración, una vez más basta con observar Guantánamo, que contrariamente a la promesa electoral de Obama seguirá abierto indefinidamente, así como algunas de la vasta red de prisiones “secretas” de la CIA de la era de Bush.
En todos estos casos, pase lo que pase con la vida social –suspensión, disolución, balcanización, implosión, un estado de emergencia– lo que les pasa a los ciudadanos normales es que la ciudadanía se evapora. Pero las elites gobernantes –políticas, económicas, financieras– no se preocupan por la ciudadanía. Solo les interesan los consumidores pasivos.
Elige tu distopía
Todas las distopías del Nuevo Desorden Global se están normalizando. Estamos familiarizados con el terrorismo de Estado, como en la guerra “secreta” de drones de la CIA sobre áreas tribales en Pakistán, en Yemen, Somalia y pronto en otras latitudes africanas. También estamos familiarizados con el terrorismo no estatal, como es aplicado por esa nebulosa que en Occidente describimos como “al Qaida”, con su miríada de franquicias y copiones.
Tenemos un montón de híper-Estados -como EE.UU., China y Rusia y la UE en su conjunto– y una miríada de infra-Estados o Estados fallidos, algunos intencionalmente (Libia y próximamente Siria), así como Estados satélites, algunos esenciales para el sistema controlado por Occidente como el Club de la Contrarrevolución del Golfo (CCG – Club de Cooperación del Golfo).
Siempre es ilustrativo lanzar una mirada a la manera en que el Pentágono interpreta este mundo. Encontramos un “núcleo integrado” opuesto a una “brecha no integrada”. El “núcleo” es lo que importa, en este caso Norteamérica y la mayor parte, si no toda, de la UE. Poblaciones agobiadas, pasivas, con una elite consumidora –las rápidas, móviles, elites de la modernidad líquida, descritas por Bauman– y una vasta masa de trabajadores sobrevivientes, una gran parte de ellos desechables (como los millones de víctimas europeas de las políticas de austeridad de la troika que nunca volverán a encontrar un puesto de trabajo decente).
Para la brecha no integrada es Hobbes de principio a fin. En el caso de África –prácticamente hasta ayer ridiculizada como un agujero negro– hay un tejemaneje geopolítico adicional: cómo contraatacar a la extraordinaria penetración del mercantilismo chino de la última década. La respuesta del Pentágono es desplegar el AFRICOM por doquier; someter a naciones demasiado independientes, como Libia; y en el caso de la elite francesa, que también aprovecha la oportunidad, tratar de recuperar algo de músculo imperial en Malí, aprovechando precisamente la implosión y la balcanización de Libia.
El aspecto de la post-historia, su ideal estético, es la ciudad como parque temático. Los Ángeles podrá haber sido el arquetipo, pero los mejores ejemplos son Las Vegas, Dubai y Macao. En ausencia de Umberto Eco y Baudrillard, quienes disfrutaron de las contra-imágenes de simulacros, podemos seguir al maestro arquitecto Rem Koolhaas –un agudo observador de la demencia urbana en el sur de China– para saber de qué trata el espacio basura.
Luego existe la obsesión por la seguridad de ciudades como Londres que se convierten en una versión ampliada del Panóptico de Bentham, al patético striptease ritual en cada aeropuerto, para no mencionar el condominio cerrado o “comunidad”, más parecido a átomos con puertas, como emblema de la civilización capsular. Contraataques de guerrilla, sin embargo, tal vez tan letales como los iraquíes suníes combatiendo a los estadounidenses en el “triángulo de la muerte” a mediados de los años 2000. En Sao Paulo, Brasil –la máxima megalópolis violenta– las pandillas “clonan” coches y patentes, se burlan de la seguridad en las puertas de condominios cerrados, conducen al estacionamiento y proceden a robar sistemáticamente cada apartamento en todos los pisos.
Eres historia
Conceptualmente, la post-historia lo simplifica todo. El flujo de la historia se degrada como falso. El simulacro vence a la realidad. Vemos a la historia repitiéndose no como tragedia y farsa sino como una doble farsa; un ejemplo superpuesto son los yihadistas de Siria armados como los antiguos “combatientes por la libertad” de Afganistán en la yihad antisoviética de los años ochenta, combinándose con la banda occidental en el Consejo de Seguridad de la ONU que trata de aplicar a Siria lo que logró en Libia: el cambio de régimen.
También vemos la historia repitiéndose como clones; neoliberalismo con características chinas que derrota a Occidente en el juego de la industrialización –en términos de velocidad– mientras al mismo tiempo repite los mismos errores, desde los excesos atolondrados de una mentalidad de adquisición a la falta de respeto al medio ambiente.
Sobra decir que la post-historia entierra la Ilustración al favorecer la emergencia de todo tipo de fundamentalismos. Por lo tanto también tuvo que enterrar el derecho internacional; desde dejar a un lado a la ONU para lanzar una guerra contra Iraq en 2003 al uso de una resolución de la ONU para lanzar una guerra contra Libia en 2011. Y ahora Gran Bretaña y Francia se extralimitan en el intento de soslayar a la ONU o incluso a la propia OTAN para armar a los “rebeldes” de Siria.
Por lo tanto tenemos un nuevo medievalismo que no puede sino corresponder a la neoteocracia acaudalada como en Arabia Saudí y Catar; porque son aliados, o títeres, de Occidente, internamente pueden seguir siendo medievales. Superpuestas, tenemos las políticas del miedo que esencialmente dominan a la Fortaleza EE.UU. y a la Fortaleza Europa: temor del Otro, que puede ser ocasionalmente asiático pero casi siempre islámico.
Lo que no tenemos es una visión política/filosófica del futuro. O un programa político histórico; a los partidos políticos solo les preocupa ganar la próxima elección.
¿Cómo sería un sistema post-Estado? Las mentes independientes no confían en bloques gigantescos, asimétricos, inestables como la UE o el G-20, o incluso en aspirantes a multipolares como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica que todavía no representan una alternativa real al sistema controlado por Occidente). Nadie piensa en términos de una mutación estructural del sistema. Marx tenía más que razón al respecto: lo que determina la historia son procesos objetivos, concretos, palpables –algunos de ellos muy complejos– que afectan la infraestructura económica y tecnológica.
Lo que es posible concluir es que desde ahora el verdadero sujeto histórico es la tecnología –como Jean-Francois Lyotard y Paul Virilio ya conceptualuzaron en los años 80 y 90-. La tecnología seguirá avanzando mucho más allá del sistema capitalista. La tecnociencia ocupa el asiento del conductor de la historia. Pero eso también significa guerra.
La guerra y la tecnología son gemelas siamesas; virtualmente toda la tecnología se inicia como tecnología militar. El mejor ejemplo es la forma en que Internet ha cambiado completamente nuestras vidas, con inmensas ramificaciones geoeconómicas y políticas; Pekín, en un libro blanco de 2010, puede haber saludado Internet como una “cristalización de la sabiduría humana”, pero ningún Estado filtra más información en Internet que China. Llevando el escenario a un límite distópico, Erich Schmidt de Google arguye, correctamente, que pronto, con una acción de un interruptor, todo un país podría llegar a desaparecer de Internet.
Por lo tanto, esencialmente podríamos olvidar una regresión utópica al estado del nómade tribal, por mucho que nos fascine, esté en África o en el corredor Wakhan en Tayikistán. Si estudiamos el paisaje geopolítico desde la Zona Cero a Boston los únicos “modelos” son declinaciones de entropía.
Encuentro con el Adán neoliberal
Ahora, hablando del arma favorita de la post-historia: el neoliberalismo de guerra. El mejor análisis de los últimos años hasta ahora se puede encontrar en el libro del geoestratega francés Alain Joxe Les Guerres de L'Empire Global.
Joxe lo mezcla todo, porque todo está interconectado –la eurocrisis, la crisis de la deuda europea, las ocupaciones y las guerras, la restricción de las libertades civiles, elites totalmente corruptas– para desenmascarar el proyecto del Imperio Global del Neoliberalismo, que va mucho más allá del Imperio Estadounidense.
El máximo objetivo de la financialización es la acumulación ilimitada de los beneficios, un sistema en el cual los ricos se enriquecen mucho más y los pobres no reciben literalmente nada (o, en el mejor de los casos, austeridad). Los Amos del Universo en la vida real son una clase desnacionalizada de rentistas, ni siquiera es posible llamarlos nobleza, porque en general su falta de gusto y su sentido crítico son horrendos, como los proveedores de jerga desenfadada. Lo que hacen es en beneficio de las corporaciones, en lugar de las funciones protectoras de los Estados. En este estado de cosas las aventuras militares se convierten en doctrina policial. Y una nueva tecnología de la información –de drones a municiones “especiales”– puede utilizarse contra los movimientos populares, no solo en el Sur sino también en el Norte.
Joxe muestra de qué forma una revolución tecnológica condujo al mismo tiempo a la administración de la TI, de esa diosa, El Mercado, así como a la robotización de la guerra. Por lo tanto estamos ante una mezcla de mutaciones económicas, militares y tecnológicas, en paralelo, que conducen a una aceleración de decisiones que pulverizan totalmente el largo alcance de la política, generando un sistema incapaz de regular las finanzas o la violencia. Entre la dictadura de los “mercados” y la socialdemocracia, adivinad quién gana de forma aplastante.
De hecho, Slavoj Zizek ya había planteado la pregunta clave, por lo menos en términos de la Decadencia de Occidente. El vencedor (encubierto) es en realidad el “capitalismo con valores asiáticos” que, por supuesto, no tiene nada que ver con la gente asiática y todo que ver con la clara y presente tendencia del capitalismo contemporáneo de limitar o incluso eliminar la democracia” ( Vea aquí .)
El filósofo francés Jean Claude Michea lleva más lejos el análisis político. Argumenta que la política post moderna se ha convertido de hecho en un arte negativo que define la sociedad menos mala posible. Es cómo el liberalismo –que conformó la civilización occidental moderna– se convirtió en “la política del mal menor”. Bueno, “el mal menor” para el que posee el control, por supuesto, y al diablo con el resto.
En otro libro crucial, Michea presenta la deliciosa metáfora del Adán neoliberal como el nuevo Orfeo, condenado a escalar el camino del Progreso sin autorización para mirar hacia atrás.
No hay muchos pensadores contemporáneos que estén equipados para golpear a Izquierda y Derecha en una medida igualmente devastadora. Michea nos dice que tanto la Izquierda como la Derecha se han sometido al mito original del pensamiento capitalista; esa “antropología negra” que convierte al Hombre en un egoísta por naturaleza. Y pregunta cómo podía haber abandonado la Izquierda institucionalizada la ambición de una sociedad justa, decente, o cómo el lobo neoliberal ha causado estragos entre las ovejas socialistas.
Más allá del neoliberalismo y/o de un deseo de socialdemocracia, lo que nos dice el reality show es que estamos ante una guerra civil global de destrucción recíproca, la hipótesis que exploré en mi libro de 2007 Globalistan. Cuando mezclamos el pivote de Washington hacia Asia; la obsesión con el cambio de régimen en Irán; el temor de las elites occidentales ante el ascenso de China; la verdadera Primavera Árabe, que ni siquiera ha comenzado, a través de generaciones jóvenes que quieren participación política pero sin ser limitadas por el fundamentalismo religioso; el resentimiento musulmán contra lo que perciben como una Nueva Cruzada contra ellos; el crecimiento del neofascismo en Europa y el avanzado empobrecimiento de la clase media occidental, cuesta pensar en el amor.
Y a pesar de todo –Burt Bacharach al rescate– eso es exactamente lo que mundo necesita ahora.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y de Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su libro más reciente es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Contacto: [email protected]
(Copyright 2013 Asia Times Online (Holdings) Ltd. All rights reserved.
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/World/WOR-01-260413.html
rCR
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lunes, 29 de abril de 2013
domingo, 28 de abril de 2013
Venezuela.
Todos los clásicos del marxismo -comenzando en este tema puntual por Engels y siguiendo después por Marx, Lenin, Trotsky, Gramsci, Mao y Ho Chi Minh y, más recientemente, Fidel y el Che- comprendieron muy bien el notable paralelismo existente entre el arte de la guerra y la lucha política. No se les escapaban las diferencias, pero tampoco pasaban desapercibidas sus semejanzas; por eso, tomaban nota de las enseñanzas que aportaba la historia militar. Observaron, por ejemplo, que cuando una fuerza social y numéricamente inferior quiere atacar a un ejército poderoso y bien organizado debe apelar a formas no convencionales de lucha. Las tácticas de la guerrilla son precisamente eso: ataques inesperados, sorpresivos, puntuales, seguidos de una rápida retirada, dejando en el campo de batalla a un enemigo lastimado y, sobre todo, desmoralizado. Eso es precisamente lo que con mucha astucia (y absoluta inescrupulosidad) ha venido haciendo la derecha en Venezuela al lanzar un torrente de ataques –desde denuncias y agresiones verbales hasta sabotajes económicos, asaltos a recintos asociados al PSUV o a los centros de salud de la “Misión Barrio Adentro” y “asesinatos ejemplarizadores”- que lograron debilitar el entusiasmo y la moral revolucionaria de las fuerzas chavistas, lo cual se vio reflejado en el voto del 14 de Abril. La efectividad de esas tácticas se comprueba al constatar que ellas hicieron posible que la derecha lograra lo que hasta hacía poco tiempo sonaba como imposible: fijar la agenda política nacional y obligar al gobierno bolivariano a tener que responder a los ataques de sus adversarios y sin poder impulsar iniciativas propias y concretas. Hace ya unos años que los intelectuales orgánicos del imperio y los estrategas del Pentágono vienen diciendo que, en la actualidad, “la lucha antisubversiva se libra en los medios.” La estrategia de la derecha en Venezuela es tributaria de esta nueva concepción adoptada por Washington y da testimonio de su eficacia.
¿Qué pretende la derecha con estas tácticas? Estas, como es sabido, no existen en el vacío sino que siempre se articulan en una estrategia de más largo alcance. En este caso, encaminada a socavar el respaldo de los sectores populares al gobierno aislándolo de su base tradicional de apoyo y facilitando sus planes desestabilizadores, en cualquiera de sus dos variantes: (a) “calentamiento de la calle”, tumultos, saqueos y golpe de estado para “restaurar el orden” que supuestamente el gobierno bolivariano ya no puede garantizar; o, (b) desgaste prolongado y destitución del gobierno vía referendo revocatorio. Estrategia global que será tanto más exitosa cuanto más el gobierno persista en el error de recoger el guante astutamente arrojado por los sectores contrarrevolucionarios y acuda a librar combate en el terreno mediático que le proponen sus enemigos. En estos días hemos visto al propio presidente Nicolás Maduro involucrarse en esas batallas verbales –en la campaña y después- en respuesta a las insolentes provocaciones de Henrique Capriles y sus compinches de adentro y de afuera. No debería ser así, porque la delicada correlación de fuerzas que hoy existe en Venezuela no se modificará en una dirección favorable al chavismo en virtud de la eficacia discursiva del presidente, sus ministros o los líderes del PSUV sino por la capacidad que demuestre el gobierno para reorganizar y reanimar a un pesado e ineficiente aparato estatal, hiperburocratizado y con inocultables focos de corrupción. Sin ello, mal se podrán atacar los principales problemas que abruman a la población venezolana y que provocaron la deserción de una parte del electorado chavista: la carestía y demás aspectos concernientes a la economía, como el desabastecimiento de productos esenciales, por ejemplo; los cortes de energía eléctrica y la inseguridad ciudadana, entre otros. Consciente de ello, la derecha descarga un fárrago de ataques que, como en la guerra de guerrillas, distraen sin pausa al ejército regular –en este caso el gobierno- y le dificulta concentrarse en las tareas cruciales exigidas por la actual coyuntura. Lo que la derecha desea es que éste se empantane en el estéril terreno de la polémica y la discusión, impidiéndole de este modo destinar personal y tiempo a diseñar e implementar eficaces políticas para resolver los problemas que aquejan a la ciudadanía.
De lo anterior se desprende que el gobierno del presidente Nicolás Maduro tiene que lanzar una contra-ofensiva política, con centro en el terreno de las políticas públicas, ignorando las provocaciones y los insultos que profieren los personeros de la derecha y neutralizando de ese modo sus tácticas agresivas que, conviene aclararlo, buscan ocultar el carácter reaccionario de su agenda con demagógicas y engañosas declaraciones en las cuales manifiestan su voluntad de apropiarse de los “aspectos positivos” del legado de Chávez. Debe por eso mismo concentrar todos sus recursos humanos e institucionales en la batalla contra los problemas arriba mencionados, sin perder un minuto en yermos enfrentamientos verbales que en ningún caso servirán para consolidar -y mucho menos ampliar- su base de sustentación en la sociedad y en el electorado. Y tiene también que ser consciente el gobierno bolivariano que, en esta coyuntura post-electoral, el tiempo juega en su contra. Que la derecha intenta construir un clima de opinión que le abra un espacio para ensayar su carta golpista, hipótesis de máxima, o que la faculte para exigir un referendo revocatorio que podría tener lugar en unos tres años. Sabedor también que si la gestión gubernamental no logra resolver, al menos parcialmente, los problemas arriba mencionados la Revolución Bolivariana podría re-editar el infortunio que le cupo al Sandinismo, que diez años después de su épica victoria contra la tiranía de Anastasio Somoza (h) fue derrotado inapelablemente en las urnas por una coalición restauradora promovida, organizada y financiada –como hoy lo hace en la patria de Bolívar y Chávez- por el imperialismo norteamericano.
Todavía se está a tiempo para impedir en Venezuela tan infeliz desenlace, pero hay que poner manos a la obra ya mismo y diseñar una nueva estrategia de reconstrucción política que le permita al chavismo recuperar la iniciativa y pasar a la ofensiva. Esto quiere decir, librar el combate contra la derecha en el terreno que elija el gobierno y no en el preferido por la oposición: el malicioso pantano de los medios. En relación a esto no podemos sino celebrar la reciente creación de la “Misión Eficiencia o Nada”, concebida para velar por la correcta administración de la cosa pública y luchar contra los focos de corrupción y burocratización que carcomen desde dentro la vitalidad de la revolución. Además, será necesario que el presidente continúe con su acertada política de recuperar nuevamente la calle, hoy disputada por la movilización de la derecha. Esto es, acercarse más al pueblo, mejorar la comunicación con él, escuchar sus reclamos y atender a sus demandas, actitudes indispensables para desbaratar la estrategia de la “guerrilla mediática” seguida por la derecha. Siendo consciente, además, de que lo que Chávez podía resolver gracias a su carismático liderazgo hoy debe ser resuelto mediante una gestión estatal eficiente y socialmente incluyente, alejada de toda desviación tecnocrática y capaz de producir resultados inmediatos. Una gestión, además, que estreche los vínculos con los gobiernos locales y que cuente con un elenco de idóneos servidores públicos capacitados para dar respuesta inmediata a los reclamos de la sociedad. En Ecuador, por ejemplo, el Sistema Quipux es un servicio vía Internet que el Presidente Rafael Correa instaló en todas las agencias gubernamentales para facilitar un enlace directo con su oficina y la del vicepresidente, y que permite a su vez que estos puedan monitorear en tiempo real la marcha de los diversos proyectos del gobierno, conociendo su grado de avance y sus obstáculos de suerte tal de poder tomar sin demora las medidas correctivas que sean pertinentes. Esto no es una panacea pero, sin duda, va a facilitar el necesario, impostergable, salto de calidad que tiene que producirse en la administración pública de la Revolución Bolivariana para hacer frente a los inéditos desafíos del momento actual.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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sábado, 27 de abril de 2013
viernes, 26 de abril de 2013
Algo para pensar(3).
Traducido para Rebelión por LB. |
Oliver Stone acaba de acceder a participar en la versión estadounidense de Jamie's Dream School, el programa televisivo que exploraba la interesante idea de que la gente famosa podría educar a los niños mejor que los maestros. "Recibió fuertes críticas en Gran Bretaña, pero sigo pensando que es una buena idea", dice Stone mientras se toma un café con bollos en un hotel de Soho. [Stone] Va a ser el equivalente estadounidense de David Starkey, el profesor de historia de Jamie’s. Sólo que, obviamente, más radical.
La clase de historia televisada de Oliver Stone bien podría llamarse Herejías EEUU 101. "Vamos a tomar textos de la historia normal y vamos a compararlos con lo que nosotros creemos que sucedió". Nos mostrará que el bombardeo de Hiroshima se basó en una mentira, que la guerra secreta de la CIA contra los gobiernos izquierdistas centroamericanos se basó en una amenaza comunista quimérica, que las invasiones de Afganistán e Irak fueron locuras y, probablemente lo más intolerable para los patriotas, que los Estados Unidos de América son tan egoístas, hipócritas, corruptos, expansionistas, opresores y racistas como —no es fácil decirlo— el Imperio Británico.
En la década de 1960 Stone fue condecorado con una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura con ramillete de hojas de roble por su heroísmo en Vietnam. Si sobrevive al linchamiento por parte de neocons de reality shows adolescentes debería recibir otra medalla.
Será el último improbable capítulo de la vida de un hombre que se crió como un republicano de Eisenhower, que luchó como un patriota en Vietnam y que se forjó una reputación en Hollywood escribiendo guiones tan ostentosos y amorales como el del Scarface de Al Pacino, antes de convertirse en un budista oscarizado y filochavista al que The Observer describió como "uno de los pocos hombres comprometidos de la izquierda que trabajan en la industria cinematográfica estadounidense de masas". Hoy me dice que está a la espera de asistir al festival de cine subversivo de Croacia. Apostaría a que sí.
Una de las razones por las que Stone se ha transformado en un aplicado historiador televisivo es porque en 2011 la encuesta del gobierno federal de EEUU reveló que sólo el 12% de los estudiantes estadounidenses de secundaria conocen la historia de su país. ¿A qué se debe eso? "Mi teoría es que la historia es aburrida porque se dejan de lado las historias de horror. Lo que queda es la versión aséptica Disney: una narrativa triunfalista. Siempre ganamos nosotros. Y siempre tenemos razón".
Durante los últimos cinco años el director de 66 años ha estado trabajando con el historiador Peter Kuznick en una versión [de la historia estadounidense] no edulcorada y profusamente aliñada con sus correspondientes historias de terror. El resultado es una serie de televisión de 10 horas llamada La Historia no contada de los Estados Unidos (The Untold History of the United States) y un libro de 750 páginas. Stone y Kuznick desean cuestionar la idea de que los EEUU hayan cumplido el destino expresado en 1630 por el abogado puritano inglés John Winthrop, uno de los fundadores de Nueva Inglaterra, de que el destino de los Estados Unidos era convertirse en una celestial "ciudad sobre la colina", un faro que habría de servir de modelo a todo el mundo.
"De pequeño me crié con todo ese rollo del destino manifiesto", dice Stone. "Hasta los 40 fui un sonámbulo". Lo que le llevó a hacer este documental histórico fue descubrir que la versión aséptica de la historia de EEUU que él había desechado todavía se seguía enseñando a sus hijos. "Las razones que se dan para [explicar la decisión de lanzar sobre el Japón] las bombas atómicas son, en mi opinión, nefastas y falsas. Pero nos las tragamos igualmente. Ahora mi hija de 17 años va a una escuela —una muy buena escuela— en la que los libros de texto todavía dicen: `Japón no se habría rendido. La bomba puso fin a la guerra para salvar vidas estadounidenses'".
¿Acaso el presidente Harry S Truman no dijo que el bombardeo de Hiroshima salvó la vida de miles de soldados que de otro modo habrían muerto si se hubiera invadido Japón en 1945? "¡Mentira!", salta Stone. "Y hay una razón muy práctica por la que es mentira: ni siquiera habríamos podido organizar una invasión hasta noviembre".
Así pues, su teoría, y la de Kuznick, es que la finalidad del bombardeo atómico de la población civil no fue conseguir la capitulación del Japón sino impresionar e intimidar a Stalin. [Stone y Kuznick] Creen que si los EEUU no hubieran bombardeado Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 habrá ocurrido algo más intolerable para la sensibilidad tanto de japoneses como de estadounidenses, a saber, que el Ejército Rojo, que para agosto ya había conquistado la Manchuria ocupada por los japoneses, habría invadido Japón. Stone imagina el escenario desde el punto de vista japonés: "Los japoneses están aterrorizados. Estos tipos [las tropas soviéticas] son bestias. Violan y asesinan. Matarían al emperador sin pensárselo dos veces. Mirad lo que han hecho en Alemania...."
En cuanto a los EEUU de Truman, la amenaza de una Unión Soviética rampante en el anillo del Pacífico de la posguerra era un escenario incluso más escalofriante. Así pues, bombardear atómicamente al Japón tuvo por objeto impresionar a los soviéticos. Las bombas atómicas, en opinión de Stone y Kuznick, no solamente mataron a millares de personas inocentes, sino que fueron el detonante de la carrera armamentista nuclear y de la Guerra Fría.
En opinión de Stone, desde aquellos dos días aciagos de agosto de 1945 los EEUU han permanecido presa de las maléficas garras de engaños militaristas y hegemónicos. Han querido mostrarse como un país dedicado a propagar los ideales democráticos, pero lo que ha propagado realmente ha sido su control por todo el planeta por todos los medios, incluyendo el apoyo encubierto de la CIA a los escuadrones de la muerte, ataques con aviones no tripulados y desastrosas invasiones.
"Demostrábamos que somos tan bárbaros como ninguno. Podíamos ser tan despiadados como los rusos en Alemania. No teníamos ningún problema en lanzar la bomba atómica sobre la población civil —un crimen de guerra devastador. Si los alemanes hubieran lanzado esa bomba y hubieran perdido, esa bomba habría sido estigmatizada para siempre. Se habría llegado a algún tipo de acuerdo internacional para controlarla". Sin embargo, arguyen Stone y Kuznick, como los EEUU fueron los primeros en utilizar la bomba atómica y lo hicieron ocultando las verdaderas razones que les llevaron a ello, ese acuerdo internacional no se produjo; en cambio, Stone creció bajo la amenaza del Armagedón nuclear.
Como era de esperar, este relato ha enfurecido a algunos historiadores estadounidenses. En el New York Review of Books, Sean Wilentz argumentó que Stone y Kuznick ignoran estudios académicos que contradicen sus suposiciones. "No está nada claro, por ejemplo, que el gobierno japonés estuviera a punto de capitular en los términos exigidos por los aliados en el verano de 1945", escribe Wilentz. "Los analistas estadounidenses creían que excepto en el caso de producirse una sangrienta invasión de sus costas los líderes japoneses lucharían duramente y aguantarían a la espera de una solución negociada mucho más suave, cosa que refuta la afirmación de Stone y Kuznick de que Truman engañó sobre sus motivos para utilizar las bombas atómicas".
Sin embargo, es posible que la teoría de Stone y Kuznick sea un poco más difícil de refutar. Por ejemplo, Ray Monk, en su reciente biografía del llamado padre de la bomba, Robert Oppenheimer, afirma que el único científico nuclear del Proyecto Manhattan que renunció por cuestiones de principios, Joseph Rotblat, lo hizo cuando se dio cuenta de que la bomba atómica no iba a utilizarse para derrotar a los nazis sino para intimidar a sus presuntos aliados. Durante la guerra, por ejemplo, Rotblat escuchó al director militar del Proyecto Manhattan, teniente general Richard Groves, decir en una cena: "Se habrán dado cuenta, naturalmente, de que el objetivo principal de este proyecto es dominar a los ruskis".
En cualquier caso, la labor más interesante de Stone y Kuznick consiste en hacer historia contrafactual. Su historia de los Estados Unidos no es la historia que no se ha contado, sino más bien una reflexión sobre lo que podría —y, en su opinión, debería— haber ocurrido. ¿Qué habría pasado —se preguntan— si Truman no hubiera sucedido a Franklin D. Roosevelt como presidente en abril de 1945? ¿Y si en lugar de elegir a Truman —a quien la pareja psicoanaliza afirmando que padecía irresueltos "problemas de género" y al que describen como persona débil, dócil y arrogante ("Errar es Truman", decían con sorna los republicanos en la década de 1940)— como candidato vicepresidencial de Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1944, la convención demócrata hubiera vuelto a elegir al ahora poco conocido Henry Wallace como compañero de candidatura de Roosevelt?
Su tesis es que si tras la muerte de FDR en abril de 1945 el vicepresidente Wallace hubiera tenido éxito la historia del mundo de la posguerra habría sido muy diferente. "En mi opinión, la bomba no se habría arrojado con Wallace o Roosevelt de presidente", dice Stone. "De ningún modo. Imposible. Ellos [los militares] se habrían enfrentado a Wallace, le habrían hecho pasar canutas, pero no se puede obligar a un presidente a lanzar una bomba. Simplemente no se puede".
Considerando que la historia revisionista estadounidense de Stone y Kuznick arranca con la idea de que Truman rebajó el umbral moral de los Estados Unidos y que muchos de sus sucesores continuaron rebajándolo, ésta no es una cuestión menor. El drama de aquella Convención Demócrata de 1944 Stone y Kuznick lo describieron como un thriller hitchcockiano ya en la década de 1990, antes de decidirse —una década más tarde— a transformarlo en la pieza clave de su documental. "Bush no fue una aberración", dice Stone en referencia al presidente republicano de los dos mandatos al que retrató salvajemente en su película biográfica de 2008 W. "Bush representa la culminación de un tipo de mentalidad estadounidense que comenzó con Truman y se aceleró tras la Segunda Guerra Mundial".
Stone presenta a Wallace como el hombre que podría haber evitado a los EEUU sus debacles de posguerra —la guerra fría, Vietnam, la "guerra contra el terror"—, si solamente hubiera ganado aquella nominación a la vicepresidencia en 1944. Wallace fue, en definitiva, el buen padre perdido justo cuando Estados Unidos más lo necesitaba.
Es difícil evitar pensar que Stone ya ha contado esta historia antes. En su película de 1991 JFK, presentó al presidente Kennedy como un liberal amante de la paz arrebatado a Estados Unidos por una conspiración conservadora asesina encubierta por la Comisión Warren. Él y Kuznick escribieron: "Sabemos positivamente que Kennedy tenía muchos enemigos que detestaban el cambio progresista tan fervorosamente como aquellos que habían bloqueado a Henry Wallace en 1944 cuando intentó conducir a los Estados Unidos y al mundo por una similar senda de paz y prosperidad". En su opinión, Kennedy murió resistiendo a las fuerzas que querían empujarlo a la guerra contra la Unión Soviética.
Si uno quisiera psicoanalizar a Stone como él y Kuznick lo hacen con Truman, podríamos centrarnos en su íntima relación con su padre y en el impacto traumático causado por el abrupto divorcio de sus padres en 1962, cuando su único hijo estaba lejos en la escuela. Su padre Luis, un corredor de bolsa judío no practicante, estaba casado con Jacqueline, una francesa católica no practicante. Se divorciaron el año en que Kennedy se enfrentó a la amenaza soviética durante la crisis de los misiles cubanos. Al año siguiente John F. Kennedy fue asesinado en Dealey Plaza, convirtiéndose en el padre perdido de una desconsolada nación.
Para Stone, Kennedy fue la persona que podría haber salvado a los EEUU de la debacle de Vietnam y terminado la guerra fría. "Era simplemente inconcebible que Kennedy hubiera consentido en llevar tropas de tierra a Vietnam. Se opuso a los militares con respecto a Laos. Se opuso a ellos cuando le pidieron apoyo aéreo para [la invasión de] Bahía de Cochinos. Y se opuso a ellos en la crisis de los misiles cubanos... —el mayor acto de valentía humana que el mundo haya visto habiendo tantas cosas en juego".
Se podría encuadrar la mayor parte de la cinematografía de Stone dentro de este marco edípico. En su película de 1986 Platoon exploró sus experiencias de la guerra de Vietnam, con un novato Charlie Sheen enfrentado a dos curtidos veteranos de guerra encarnado la figura del padre: el sargento bueno (Willem Dafoe) y el sargento malo (Tom Berenger). En Wall Street el ingenuo trader Charlie Sheen es adiestrado por el venal Gordon Gekko, interpretado por Michael Douglas. El biopic de 1995, Nixon, protagonizado por Anthony Hopkins, podría considerarse como el reverso maniqueo de JFK: al padre malo lo descalabran en Watergate mientras que el padre bueno muere asesinado en Dallas. La Historia no contada de los EEUU merece también, probablemente, una lectura edípica: es la última rebelión contra la política conservadora que su padre implantó en él.
"Nací conservador", dice. "Mi padre me crió como un republicano de Eisenhower. Le tenía [yo] mucho miedo a la conspiración comunista para conquistar el mundo". Ese temor lo llevó a combatir en Vietnam. "Yo era un patriota. Me lo creía realmente". ¿No le radicalizo Vietnam? "No. Salí de Vietnam ensangrentado pero sin una comprensión cabal de las realidades geopolíticas”.
"En 1976 escribí el guión de Nacido el 4 de julio [su adaptación de la autobiografía del desilusionado veterano de Vietnam Ron Kovic, que Stone finalmente rodó en 1989 con Tom Cruise como protagonista]. A Ron lo hirieron y quedó castrado e inmovilizado en una silla de ruedas. A él sí lo radicalizó Vietnam, pero a mí no".
Fue el hecho de ser testigo de lo que los EEUU hicieron secretamente en Centroamérica durante los años 80 lo que le abrió definitivamente los ojos. "La venda se me cayó cuando vi la presencia norteamericana en toda Guatemala. Entrenábamos y financiábamos a los escuadrones de la muerte de Guatemala, tropas de élite autoras de gran parte de las masacres. También vi lo que hicimos en El Salvador, Honduras y Nicaragua. El objetivo final era impedir que los comunistas controlaran la región o, como dijo Reagan, que pasaran el Río Grande.
"En aquellos tiempos pensé, mirando alrededor: `Esto es Vietnam bis’. Tal vez soy un poco corto, pero tardé unos 15 años entenderlo. Comprendí que Estados Unidos era un matón y me pareció repugnante. Desde entonces he hecho películas progresistas".
La primera de ellas fue Salvador (1986), acerca de un cínico juntaletras (James Woods) que se despierta políticamente al presenciar el golpe militar de El Salvador ejecutado por escuadrones de la muerte apoyados por Estados Unidos. La carrera posterior de Stone, hasta llegar a La Historia no contada de los Estados Unidos, representa una crítica retrospectiva de lo que pensaba sobre los EEUU hasta que cumplió 40 años.
La versión de Stone de la historia estadounidense concluye con una nota de esperanza. ¿Cómo es posible? "Bueno, Chávez sonreía mientras se estaba muriendo de un terrible cáncer porque no cesó de creer en algo más grande que él. Y yo creo que todos lo hacemos —al menos todos los que nos preocupamos por el género humano”.
Stone considera esperanzador el movimiento Occupy y la remoción de Hillary Clinton como secretaria de Estado. "¡No la puedo soportar!", dice. "Ha sido una halcón durante años. Se oponía a la Contra (sic). Votó a favor de la guerra de Irak. Instó a Obama a enviar más tropas a Afganistán. Siempre ha seguido la rutina de "Estados Unidos es indispensable” y, más recientemente, ha escrito un artículo en Foreign Affairs en el que habla del siglo XXI como el siglo de los Estados Unidos el Pacífico y donde dice que China puede y debe ser contenida. Es como esos idiotas de Fox News que convierten a China en enemigo al presentarla como una amenaza. ¿Quién es la amenaza? Nosotros tenemos entre 800 y 1.000 bases militares en el extranjero y los chinos tienen una".
Stone tampoco exime de críticas al actual presidente de los EEUU: "Mientras tanto, tenemos a Obama gastando 12.000 millones de dólares en dos años vendiendo armas a Taiwán. Estamos armando a Vietnam y a Australia. ¡Agg!", exclama exasperado, "Volvemos a las andadas”.
Stone es ciertamente más convincente como Casandra que como Pollyanna(1). Sugiere que el Pentágono está obsesionado con el "dominio de espectro completo". "Eso significa controlar el aire, la tierra, el mar, el espacio y el ciberespacio. Ése es el plan. Ya hemos atacado a Irán a través de Israel con armas cibernéticas. Ahora tratamos de asegurarnos el control del espacio. Se habla de drones situados en el espacio a 250 millas de altitud que pueden disparar ráfagas de láser".
Para Stone todo eso son espejismos similares a los frustrados sueños de la Guerra de las Galaxias de Reagan de la década de 1980. Él y Kuznick citan con aprobación al ex-primer ministro soviético Mikhail Gorbachev: "Todo el mundo está acostumbrado a ver a los Estados Unidos como el pastor que le dice a todo el mundo lo que tiene que hacer. Pero ese tiempo ya se acabó”. Ya no es tanto la ciudad de la colina como la ciudad comandando la colina.
Nadie parece habérselo dicho todavía a los EEUU. Stone es optimista: "Dentro de 15 o 20 años algún joven verá La Historia no contada de los Estados Unidos y quizás eso sirva de inspiración a la persona que lidere a la próxima generación. Siempre queda la esperanza".
La Historia no contada de los Estados Unidos comenzará a emitirse en Sky Atlantic HD el viernes 19 de abril a las 21:00.
NOTA:
(1) Así como el personaje mitológico de Casandra vaticina desgracias, Pollyana, una niña creada por la imaginación literaria de Eleanor H Porter, se caracteriza por buscar el lado positivo de cualquier situación y representa en la cultura popular anglófona la personificación del optimismo exacerbado.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/film/2013/apr/15/oliver-stone-america-went-wrong/print
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Algo para pensar(2)
Nunca se ha cansado (ni escondido) a la hora de reivindicar la figura de Marx. Mientras algunos tachaban de desfasado el idioma marxista, su revitalización llegó del otro lado, de Warren Buffet, por ejemplo. De estas sorpresas, de la utilidad y futuro de la Filosofía hablamos con Carlos Fernández Liria. |
Como profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, y tras la imposición del Plan Bolonia en los planes de estudio, ¿se atreve a hacer un diagnóstico del estado actual de esta disciplina?
Estamos en un momento muy difícil para la filosofía. A la devastación introducida por el ministro Wert en la enseñanza secundaria hay que sumar la situación en la que el Plan Bolonia y la crisis económica van a dejar las facultades de Filosofía. La antigua licenciatura de Filosofía, que contaba con 3.200 horas lectivas, se verá reducida a cosa de 900 horas de estudios de filosofía. Y 900 horas son absolutamente insuficientes para entender un texto cualquiera de la historia de la filosofía. La dificultad de un texto de Aristóteles, de Kant, de Hegel (o de Foucault o de Habermas) es siempre inmensa. La historia de la filosofía exige mucho tiempo de estudio, mucha paciencia, un trabajo que a veces parece inabarcable. Este trabajo, por cierto, es muy improbable sin contar con la ayuda de buenos profesores. La verdad es que los alumnos de la licenciatura, tras cursar 3.200 horas, reconocían salir con una formación muy modesta y sabían que, si de verdad les interesaba la filosofía, les esperaba toda una vida de esfuerzos incansables. Los alumnos del “grado Bolonia” no alcanzarán, sin embargo, más que una formación banal de cultura general sobre filosofía. Ahora bien, la filosofía es exactamente lo contrario que la cultura general. El resultado será, sencillamente, una estafa.
En el título de su último libro (¿Para qué servimos los filósofos?) emplea el verbo “servir” y el sustantivo “filosofía”. ¿En qué sentido y medida es esta útil?
Ahora que vemos dañada su enseñanza, es una buena ocasión para reflexionar sobre para qué sirve eso de la filosofía. Hay dos maneras de encarar este asunto. En principio, comparado con los efectos demoledores que el gobierno de Wert ha tenido para la enseñanza pública en general, lo que le haya ocurrido o le vaya a ocurrir a la Filosofía es un asunto periférico. No digamos ya si lo contextualizamos en la agresión general contra el estado del bienestar emprendida por el salvajismo neoliberal de esta legislatura del PP. Lo más grave, sin duda, es la privatización de la sanidad y la demolición de los derechos laborales más elementales. La Filosofía no podía esperar salir ilesa de este desastre civilizatorio en el que se han perdido en un año dos siglos de heroicas conquistas sociales. Probablemente, esta legislatura del PP será histórica, pues marcará el momento en el que nuestro país ingresó en el tercer mundo, quizás para siempre. Esto sentado, hay otra manera de encarar el asunto. El diagnóstico desde el punto de vista filosófico no puede ser más grave. Y no por intereses corporativistas, aunque sea mucho lo que los departamentos de filosofía pueden llegar a perder. Es un asunto que solo se aprecia en la medida en que se ama la filosofía con mucha intensidad. Los profesores de filosofía no tienen la culpa de que para defender algo que aman por encima de todo, tengan, al mismo tiempo, que defender su trabajo y sus condiciones laborales. ¿Se pierde mucho al perderse la filosofía? Desde un cierto punto de vista, perderse, no se pierde nada. La filosofía no tiene ninguna utilidad especial en esta vida. Desde otro punto de vista, en cambio, se pierde algo más importante que la vida misma: aquello que hace a la vida digna de ser vivida. Se puede vivir sin justicia, sin verdad y sin belleza. Pero la cuestión es si la vida sigue entonces mereciendo la pena. La filosofía es la única posibilidad que tenemos los seres humanos de comprender qué es lo que ocurre cuando se introducen en este mundo esas tres inquietantes tensiones éticas y políticas a las que podemos llamar platónicamente Verdad, Justicia y Belleza. Frente a la Verdad, somos iguales. Ante la Justicia, somos libres. Frente a la Belleza, nos descubrimos sintiendo que sentimos lo mismo que los demás, nos sentimos, por tanto, fraternos. Para eso sirve la filosofía, para entender qué significa eso de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
Asegura que “la filosofía no nos eleva a los cielos. Nos ayuda a poner los pies en la tierra, para pisar suelo firme”. ¿De qué mecanismos se sirve para ello?
“Libertad, Igualdad, Fraternidad” fue el lema de una revolución que removió los cimientos de este mundo, que comenzó por guillotinar a un rey y que decidió cuál había de ser en adelante nuestro referente político más irrenunciable: una república en estado de derecho, una ciudadanía bajo el imperio de la ley, en la que ningún dios ni ningún amo pudiera despóticamente ordenar y mandar a siervo alguno. Fue el alumbramiento de la ciudadanía. Desde entonces, los seres humanos no se resignan a obedecer a otras leyes que las que ellos se han dado libremente a sí mismos. En este sentido, los que creemos en la filosofía creemos también que sin ella habremos perdido lo más valioso de cuanto poseemos: la posibilidad de comprender el modelo político más irrenunciable de la historia de la humanidad.
Es como si un explorador pierde su brújula o tuviera una brújula con los polos invertidos. No es posible orientarse en el espacio sin distinguir la izquierda de la derecha. Lo mismo pasa en política. Lo más grave que le puede pasar a un ciudadano es perder la posibilidad de distinguir entre izquierda y derecha. La historia de la filosofía estudia el mecanismo de esa brújula. Sin ella, corremos el riesgo de perder la capacidad de orientación. Los filósofos no han estado nunca en la luna, como suele decirse. Es al contrario: la filosofía consiste en hacerse cargo de la tensión política más radical.
En ¿Para qué servimos los filósofos? dedica todo un capítulo a Sócrates. En él pone de manifiesto el poder del diálogo para resolver asuntos que afectan, en términos arendtianos, a la comunidad (al ámbito no privado). Pero ¿cómo puede ayudar la filosofía a resolver el desajuste entre ambos terrenos? ¿Cómo acercar los problemas de la polis a las casas?
La Ilustración tiene su condición de posibilidad en “las Luces”, en la luz de la palabra pública. Ahora bien, los tiempos han demostrado que esta “publicidad” tiene condiciones materiales de existencia muy determinadas, y que de ninguna manera basta con decretar la libertad de expresión y la ausencia de censura. Es preciso que la población en general, que cualquier particular, tenga posibilidad de hacerse oír en las mismas condiciones que cualquier otro. Y, para eso, es preciso que haya unos medios de comunicación públicos absolutamente blindados frente a cualquier injerencia gubernamental o económica. Yo diría que hacen falta unos medios de comunicación estatales, tan públicos al menos como es pública la escuela pública. La realidad es muy distinta, claro. Los medios de comunicación, es decir, las condiciones materiales del uso público de la palabra, están secuestradas por poderes privados descomunales. No es extraño, pues, que el ciudadano sienta que no tiene nada que hacer en política, excepto, tal vez, votar cada cuatro años.
¿Cómo combatir el escepticismo de la sociedad actual sobre las disciplinas humanísticas (filología, filosofía, historia, etc.)?
Parece que el mercado no necesita filósofos, historiadores o poetas. Sin embargo, hace falta recordar que no hay nada más interesante que lo desinteresado. Los intereses de la razón son los intereses de lo desinteresado. No cotizan en el mercado, pero cotizan en dignidad. Quizás no sean muy útiles, si de lo que se trata es de vivir a cualquier precio; pero sí si de lo que se trata es de vivir una vida digna de ser vivida. Si queremos vivir –como suele decirse– en un estado de derecho, hay que tener esto muy claro. Todo el entramado de intereses sociales y económicos debe someterse a la autoridad más alta de los intereses de la razón, que son los intereses de lo desinteresado. De lo contrario, no tendremos una sociedad en estado de derecho, sino un derecho en estado de sociedad. Y eso es lo peor que puede ocurrir. Es, de hecho, lo que está ocurriendo.
Además de haber publicado un libro sobre El Capital (Akal, 2010), imparte clases en la universidad sobre Karl Marx. Si pudiéramos hablar con él en este instante mientras le mostramos el estado actual del capitalismo, ¿cuáles cree que serían sus reflexiones? ¿Qué ayuda nos brinda la doctrina de Marx para analizar críticamente el panorama social y económico actual?
Se ha hablado mucho de poscapitalismo y posmodernidad, pero, al final, ha quedado claro que esta basura de mundo que vivimos es, más que ninguna otra cosa, un mundo capitalista. Y lo que Luis Alegre y yo hemos intentado demostrar en El orden de El Capital es que el capitalismo, básicamente, sigue respondiendo a las mismas leyes que Marx estudió. No hay más que ver lo que está ocurriendo. Hace 10 años casi nadie quería ya hablar de lucha de clases, se decía que el enfoque marxista de la lucha de clases había quedado superado por los tiempos. Pues aquí están los tiempos para demostrarlo: en un año de legislatura del PP hemos perdido derechos laborales y sociales conquistados por décadas y décadas de lucha de clases sin cuartel. Es irónico que fuera el magnate Warren Buffet quien declarara eso de: “Por supuesto que hay luchas de clases: y la mía es la que va ganando”. Por lo visto, mientras la izquierda cazaba moscas posmodernas, los capitalistas se volvían marxistas.
A la luz de la opaca relación actual entre clase política y sociedad, ¿se ha vuelto inaudible la voz del pueblo que clama por la justicia y la igualdad? ¿Es el pueblo el nuevo “carente de palabra”, al igual que lo fueron los esclavos en las sociedades de Atenas y Esparta en la Grecia Clásica?
Ya lo he dicho, sin unos medios de comunicación estatales que sean tan públicos al menos como lo es la sanidad pública o la escuela pública (o como pretenden ser de públicos los tribunales de justicia, frente a las agencias privadas de mediación de conflictos, por ejemplo), no hay ciudadanía que valga. Y si no hay ciudadanía, no hay estado de derecho. Y menos aún si la mayor parte de la población carece de independencia civil, es decir, depende enteramente de la voluntad de otro para subsistir. En otros tiempos, los siervos dependían del señor feudal. Ahora, la población es sierva de lo que decidan los mercados que están mucho más locos y son mucho más masivamente criminales que los señores feudales. Es decir que sí, somos esclavos y carentes de palabra. Tenemos muy pocos medios; y estamos en guerra y la vamos perdiendo.
Las garras de la necesidad son largas y afiladas. Ya lo contaba Homero cuando Níobe, ante la terrible visión de sus hijos muertos, se vio acosada por el hambre. Para que exista la filosofía, ¿deben estar cubiertas las necesidades más perentorias? ¿Es el ocio, en el sentido puramente griego, imprescindible para la reflexión?
Es preciso la experiencia de lo desinteresado y eso no es posible sin ocio, es decir, sin estar de alguna forma libre de la tiranía del tiempo. Tener tiempo libre es estar libre del tiempo. La mitología griega es muy sabia al respecto: la vida humana depende de que sea posible vencer al Tiempo, depende de que alguien (Zeus) acabe con la dictadura del Tiempo (Cronos). Que el tiempo no tenga la última palabra (que no sea cierto, como suele decirse que, al final, “el tiempo dirá”), es lo que llamamos libertad. Ahora bien, la libertad tiene mucho que hacer en este mundo, es todo lo contrario que un cruzarse de brazos o un encogerse de hombros. Pero la esencia de su tarea, por incansable y agotadora que sea, es la de profundizar en la victoria sobre el tiempo. De alguna forma, es lo mismo que pensaba Marx cuando decía que el fin del capitalismo marcaría el fin de la historia de la necesidad y el inicio de una historia de la libertad. Y en eso tenía razón su yerno Paul Lafargue: el comunismo tiene que ser, ante todo, el derecho a la pereza que tiene la humanidad. El derecho a no ser esclavo de la necesidad de supervivir, a tener tiempo para las obras de la libertad.
En las páginas finales de su último libro asegura que “el capitalismo ha colonizado el mar, la tierra y el aire. Aun así, todavía le quedaba el mundo inteligible por conquistar”. ¿Puede escapar la filosofía del interés económico, de la rentabilidad y, en definitiva, del influjo capitalista?
El capitalismo ha conquistado todos los rincones del planeta y todos los aspectos de la vida humana. Estamos a punto de que no sea posible respirar si eso no produce beneficio para los mercados. Sin embargo, hasta hace poco existía todavía un edificio bastante sólido que vocacionalmente estaba construido con criterios ajenos al ánimo de lucro. La distribución de departamentos, disciplinas, subdisciplinas, etc., en la comunidad científica, si bien es muy cierto que dependía de condiciones económicas históricamente determinadas, también es muy cierto que, por su misma esencia, tendía a depender tan solo de criterios científicos autónomos. Por supuesto que la ciencia depende de su época. Pero lo que en ella hay de científico escapa a su época. En resumen: la comunidad científica puede ser una pocilga, pero es lo único en este mundo que es un poco menos pocilga que el resto el mundo. Eso ya es mucho: sabemos que nos acercamos a la verdad, si sabemos que nos alejamos (aunque sea un poco) del error. Eso decía Aristóteles, ¿no? La ciencia no es la voz de su época. Como decía Husserl, la ciencia trabaja para la eternidad. Para los científicos, si de verdad lo son, su época, todo su entramado de intereses, ideologías y prejuicios, es, ante todo, un lastre. Un lastre que puede pesar mucho, muchísimo, pero que no deja de ser un lastre. Pues bien, Bolonia ha sido el empeño de invertir esa relación. Ahora los científicos tienen que ponerse al servicio de ese lastre. En la terminología de Bachelard: se ha descubierto que los obstáculos epistemológicos son más seguramente rentables (o más rápidamente rentables) que la verdadera ciencia. Y por tanto se ha decretado que los científicos no deben de tener la última palabra, sino las empresas, los agentes sociales, los mercados, la sociedad, en suma. Esto es tanto como permitir al capitalismo asaltar la ciudadela científica para saquearla y esclavizarla. Por eso he dicho que el capitalismo ha conquistado, también, el mundo inteligible. Y no va a dejar ahí piedra sobre piedra. En su lugar va a poner un puticlub de científicos al servicio del cliente.
Usted ha sido una de las cabezas visibles del movimiento en contra del Plan Bolonia y participa así mismo en un partido político. ¿Cuál es el nexo entre filosofía y política? ¿En qué sentido asegura en su libro que la filosofía sirve “para nada y para gobernar”?
Es, precisamente, el tema del libro que comentamos. Fue un encargo, y acepté escribirlo, sobre todo, para que no lo escribieran otros que me sé. Me espantaba que se respondiera eso de que la filosofía sirve para despertar el espíritu crítico y ese tipo de banalidades huecas políticamente tan correctas. La filosofía no sirve para nada y, precisamente, por eso debería servir para gobernar. Si queremos que nos gobiernen los intereses desinteresados de la razón, Platón estaba en lo cierto: el gobierno es cosa de filósofos. Eso no quiere decir que los gobernantes tengan que ser licenciados o doctores en filosofía, sino una cosa enteramente distinta: que nadie tiene derecho a ocupar el lugar de las leyes, que las leyes deben ser producto de la argumentación y la contraargumentación ciudadana, y que todo poder social debe estar sometido a la ley. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en este mundo en que vivimos, en el que los poderes económicos son poderes enteramente salvajes, sin civilizar, que actúan al margen de la ley, chantajeando la voz ciudadana.
Fuente: http://filosofiahoy.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/relcategoria.4212/idpag.6051/v_mod.pags/v_mem.listado/chk.c43600ed1d59109db4bb4e9081037934.html
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Algo para pensar(1).
Traducido del ruso para Rebelión por Arturo Marián Llanos |
La crisis financiero-económica que comenzó en 2007 en los Estados Unidos y que hoy abarca a todo el mundo a menudo es comparada con la crisis de 1929-1933. Aquella, a su vez, representaba la parte final de la larga crisis de 1873-1933. Por cierto, con aquella larga crisis, cuya época fue definida por el historiador holandés Jan Romein como la “línea divisoria”, a menudo comparan el momento histórico que comenzó en los 1970, o más exactamente – en 1973 y que dura hasta ahora. La crisis de la “línea divisoria” de 1873-1933 fue el tiempo del “reparto de naipes del juego social” (F.Braudel), “reparto de los Naipes de la Historia”, y los que consiguieron hacerse con los ases permanecieron arriba hasta el siguiente reparto, que comenzó en los 1970. Más aún, ahora tienen buenas posibilidades para añadir a los viejos ases otros nuevos. Lo que se dice “dinero va al dinero”. Aunque también podría resultar “cenizas a las cenizas” – eso ya depende de cómo Dios tire los dados.
La importancia de la crisis de 1873-1933 es indiscutible. Justamente entonces se formaron los principales sujetos (jugadores, agentes) del siglo XX: el capital financiero, su hermano-enemigo el movimiento socialista revolucionario, los servicios secretos, el crimen organizado; precisamente entonces surgieron las principales contradicciones, que tuvo que resolver el siglo XX: germano-británicas, británico-norteamericanas, germano-rusas; justamente entonces fue determinado el orden del día filosófico y científico del siglo XX, se derrumbaron los últimos imperios del Antiguo Régimen, que la burguesía estaba rompiendo desde el siglo XVIII, se formó el capitalismo monopolista del estado, el comunismo – anticapitalismo sistémico, fascismo, nacional-socialismo y los movimientos de liberación nacional. Y, sin embargo, parece más correcto comparar la crisis de la “línea divisoria” de finales del siglo XX – comienzos del XXI no con la crisis “romeiniana”, sino con la crisis de 1490-1560, crisis de una magnitud mucho mayor que la de 1873-1933, y lo más importante – crisis sistémica.
La crisis “romeiniana” era una crisis estructural, se trataba del paso de una estructura capitalista a otra, mientras que a finales del siglo XV – principios del XVI estaba naciendo el propio sistema capitalista, estaban surgiendo sus instituciones básicas: mercado, estado, política etc. Es decir que hacía su aparición aquello que se debilita, se deshace y se muere en las condiciones de la crisis de finales del siglo XX – principios del siglo XXI, uno de cuyos episodios es la crisis económico-financiera que comenzó en 2007. ¿Entonces resulta que la crisis “divisoria” de finales del s. XX – comienzos del XXI es sistémica y representa la crisis y el fin del capitalismo como sistema? En seguida diré que sí y además este proceso no es del todo espontáneo. Es también el resultado de la actuación de la cúspide de la clase capitalista mundial, unas centenares (como máximo mil o mil quinientas) familias, los “señores de los anillos” del Mordor capitalista, quienes están desmontando el capitalismo en su propio interés – para conservar el poder, los privilegios y la riqueza. Pero antes de abordar esta cuestión, vamos a observar otras crisis sistémicas – lo cual es necesario para comprender mejor la crisis que vivimos y que, como un remolino de agua, podría arrastrarnos al Maelstrom (vorágine – N. del T.) de la Historia.
Tres crisis sistémicas
La crisis sistémica más próxima a nosotros cronológicamente es la crisis del feudalismo y la aparición del capitalismo, la crisis del “largo siglo XVI” (1453-1648), cuya fase decisiva recayó en los años 1490-1560. El principal misterio de esta crisis lo constituye la génesis del capitalismo.
Entre las diferentes concepciones acerca de la génesis del capitalismo hay dos fundamentales – las de Carl Marx y de Max Weber. La visión de Weber del nacimiento del capitalismo del espíritu del protestantismo no se sostiene en primer lugar empíricamente: se basa en el material recopilado acerca de una de las comarcas germanas durante un período cronológico muy corto.
En cuanto a la explicación de Marx surge el siguiente problema. Según la teoría general de Marx, el paso de un sistema a otro – revolución social – se produce cuando las fuerzas productivas del antiguo sistema superan sus relaciones de producción, estas últimas se rompen y surge el nuevo sistema de estas relaciones, que ya son adecuadas a las fuerzas productivas sobrecrecidas. De tener razón Marx, cada nuevo sistema social (“formación”) debería de partir desde un nivel de las fuerzas productivas superior, que el que caracterizaba al anterior sistema. En la realidad histórica sucede justamente al revés. Feudalismo alcanzó el nivel de las fuerzas productivas de la Antigüedad tardía tan solo hacia los siglos XI-XII, es decir que el feudalismo temprano por el desarrollo de sus fuerzas productivas era inferior frente a la Antigüedad tardía; el capitalismo había alcanzado el nivel del desarrollo de las fuerzas productivas del feudalismo tardío tan solo hacia los principios del siglo XVIII, es decir que durante 300-400 años estuvo alcanzando el pasado. Por lo visto, las raíces de la crisis, así como de la génesis del capitalismo hay que buscarlas – por cierto muy en el espíritu de Marx – en otra cosa, y más concretamente en los intereses de clase de los principales sujetos/agentes que forman el sistema. Los estudios de los últimos decenios han demostrado que precisamente el interés de clase de los feudales (señores) por conservar su poder y los privilegios, su lucha por este objetivo está en el origen de la génesis del capitalismo. Tenía razón Heráclito – “la lucha es el padre de todo”. ¿Cómo había sucedido?
A mediados del siglo XIV Europa fue alcanzada por la peste – la Muerte Negra, que acabó con 20 millones de los 60 millones de la población de entonces, es decir con un tercio de la población. Empezaron a faltar las manos campesinas, la posición contractual socio-económica del campesino (y también del arrendatario y del jornalero) mejoró en su relación con el señor. Los señores intentaron cambiar la situación, y como respuesta obtuvieron hasta tres sublevaciones en los 1378-1382 (“ciompi” en Florencia, “Jacquerie” en Francia, la de Inglaterra al mando de Wat Tyler), en realidad se trataba de la verdadera revolución popular antifeudal que fracturó la espina dorsal al feudalismo europeo-occidental (estrictamente hablando, no hubo ningún otro feudalismo en la historia).
A partir de este momento, en opinión de los investigadores, el vector más probable del desarrollo hubiera sido la evolución de la sociedad europeo-occidental hacia el “paraíso de los kulaks” (campesinos ricos – N. del T.) y el “paraíso burgués”, es decir hacia el sistema social en el que los señores simplemente se convertían en ricos terratenientes o ricos burgueses, perdiendo una parte importantes de sus privilegios y estatus. Los señores se vieron ante el dilema: perder sus privilegios en relación a la masa de la población o cederlos en relación al poder real. Ciertamente, no les gustaban los reyes, mantenían guerras contra ellos, pero los de abajo les pusieron contra la pared, y los señores optaron por la alianza con la corona.
Este esquema se diferencia sustancialmente del liberal-marxista, según el cual la alianza y la lucha conjunta de la corona y los burgueses contra los señores se convirtieron en el fundamento sobre el que “había crecido” el capitalismo. Claro que también tuvo lugar la distribución de las fuerzas sociales de la que hablaban los liberales y marxistas. Pero no era lo principal, lo más importante fue el camino de la conversión de los feudales en capitalistas, su introducción en el mercado mundial que surge en el siglo XVI. Basándose en gran cantidad de material estudiado lo ha mostrado muy bien Richard Lachmann en su trabajo “Capitalistas contra su voluntad”.
El primer resultado de la alianza entre la corona y los señores fue la aparición de las así llamadas “nuevas monarquías” (Luis XI en Francia, Enrique VII en Inglaterra) – estructuras considerablemente más institucionalizadas que las feudales y mucho más represivas; el rey se convertía en el soberano “inmediato” con respecto a todos los súbditos, y no solamente con respecto a sus vasallos, las obligaciones de la nueva nobleza, realmente posfeudal con respecto a la corona eran más pesadas que las mismas durante la época feudal. No existía término para definir a las “nuevas monarquías”, pero fue inventado. Lo hizo Maquiavelo, quien “lanzó” el término lo stato – estado. El estado se convirtió en el poderosísimo arma de los ex-feudales contra los de abajo. Otra arma lo constituyó el ejército de nuevo tipo.
En 1492 Colón descubrió América y a Europa Occidental empezaron a llegar el oro y la plata. Estos medios en primer lugar se invertían en el campo militar. Como resultado se produjo la revolución militar del siglo XVI, surgió una nueva forma de organización militar contra la que los de abajo difícilmente podían luchar. Por otro lado, el descubrimiento de América, hizo que surgiera lo que Marx llamó el “mercado mundial” e I. Wallerstein – el “mundo-sistema europeo” y que en esencia representaba el nuevo sistema de la división internacional – noratlántico – del trabajo, y que ofrecía a los de arriba unas posibilidades cualitativamente nuevas. Los ex-feudales y mercaderes introducidos en este sistema mejoraron considerablemente su situación contractual socio-económica con respecto a los de abajo, porque ahora podían operar en un nivel más alto del espacio económico – el macroregional, mientras que los de abajo permanecían en el nivel local, que dependía del macroregional.
Como resultado de todos estos cambios hacia 1648 en Europa Occidental en el poder en sus distintos niveles permanecía el 90% de las familias que gobernaban la “península” en 1453. De modo que los feudales, persiguiendo sus intereses de clase, desmontaron el feudalismo, para conservar el poder, los privilegios y la riqueza y en el proceso de esta lucha crearon el nuevo sistema. Así que el capitalismo es un producto colateral de la lucha de los feudales por perpetuarse en el futuro con el nuevo “ropaje”. ¿Sorprendente? En absoluto. V.V, Krilov escribía que la lucha de clases es el desarrollo de las fuerzas productivas (en primer lugar sociales) fuera de la esfera de la producción.
La siguiente crisis de la que es necesario hablar es la crisis de la Antigüedad tardía, del sistema esclavista-antiguo (s.s. IV-VI d. de J.C.). Se diferencia en muchos aspectos de la crisis del feudalismo tardío. Señalaré lo más importante. En primer lugar, el esclavismo de la Antigüedad era un sistema extensivo (orientado hacia la extensión), necesitaba expanderse y tener periferia. El feudalismo orientado intensivamente no la necesitaba. En segundo lugar, a lo largo de la crisis de la Antigüedad tardía la cúspide del Imperio Romano de Occidente fue aniquilada, dispersada o absorbida por la élite de las tribus bárbaras. Entre la élite de la Antigüedad tardía y la del feudalismo temprano falta la sucesión, y entre el fin de Antigüedad y el comienzo del feudalismo están los Siglos Oscuros (s.s. VI-VIII d. de J.C.).
La crisis de la Antigüedad tardía, a diferencia de la crisis del feudalismo tardío, constituye el ejemplo de la actuación equivocada de la élite gobernante y del derrumbe de todo el sistema junto con ella. También es significativo que la crisis del feudalismo, que terminó con su desmontaje, no aniquiló a la civilización occidental – el capitalismo se convirtió (aunque con matices) en la siguiente fase de su desarrollo, mientras que la crisis de la sociedad esclavista-antigua acabó en el derrumbe de la civilización de la Antigüedad, es decir que además fue una crisis civilizatoria, a diferencia de la feudal (la crisis del “largo siglo XVI” fue una crisis interna de la civilización).
La tercera crisis de la que vamos a hablar (y el tercer tipo de crisis) fue la crisis del Paleolítico superior (25 mil – 10 mil a. de J.C.). Seguramente, fue la crisis de los recursos demográficos (socio-biosférica) más terrible. Duró 15 mil años, puso el punto y final a varios centenares de miles de años del paleolítico y abarcó a casi todo el planeta, o más exactamente, a su parte habitada. Su resultado fue la reducción de la población mundial en un 80%, la decadencia y degradación de la sociedad y cultura. La salida de la crisis fue a través de la así llamada “revolución neolítica” – la aparición de la agricultura, ganadería, de las ciudades, clases etc., en una palabra – de la Civilización.
De modo, que tenemos ante nosotros tres crisis diferentes: la crisis sistémica de la formación; sistémica de la formación-civilización (“civilización” en el sentido estricto, concreto) y sistémica de carácter socio-biosférico, que sustituyó un tipo de “Juego de la Sociedad con la Naturaleza” (S. Lem) – Paleolítico, por otro – Civilización.
Ahora, después de haber visto las tres crisis sistémicas, veamos lo que ocurre en el mundo de hoy, o más exactamente, lo que está ocurriendo desde los años 1970. En realidad, ante nuestros ojos desaparece el mundo, surgido entre los años 1870-1930 y que floreció en los “gloriosos treinta años” (Jean Fourastié) 1945-1975.
Desmontaje del capitalismo
Se debilita y entra en decadencia la nación-estado; empeora la situación de las capas medias y trabajadoras incluso del núcleo del sistema capitalista, sin hablar de sus capas bajas y de la periferia; se encoge la sociedad civil – tanto por su posibilidad de influir sobre el poder a nivel nacional, sin hablar del nivel global, como por su esencia: muchas sociedades occidentales de las sociedades de ciudadanos se convierten en las sociedades de comunidades y de minorías, es decir que se convierten en posoccidentales; la política se convierte cada vez más en la combinación del sistema administrativo y del show business; el mercado es sustituido por el monopolio; entra en decadencia el conocimiento racional, se trata tanto de las ideologías progresistas del marxismo y del liberalismo que eran elementos de la geocultura de la Ilustración, como también de la ciencia – aparecen libros con títulos simbólicos “Fin del progreso”, “Exequias por la Ilustración”; a marchas forzadas degrada la ciencia sobre la sociedad (falta de la teoría, especialización en temas pequeños) y la educación; el sistema de Boloña socava a la universidad como fenómeno de la Época Moderna; la decadencia de la moral cristiana salta a la vista – en realidad vivimos en la sociedad poscristiana; en el mundo crece el número de la gente del basurero/chabolas – los “nuevos desechados”, entre la que están madurando las uvas de la ira.
¿Por qué ocurre todo esto? En parte los procesos descritos tienen un carácter espontáneo, en parte – proyectado, es decir que son la consecuencia de una acción consciente. ¿De quién?
En 1975 vio la luz el informe “La crisis de la democracia”, escrito por encargo de la Comisión Trilateral por S. Huntington, M. Crozier y J. Watanuki. En este informe se fijan nítidamente las amenazas para la clase dominante – en primer lugar, el que contra ella comienza a trabajar la democracia y welfare state (estado del bienestar social), que tomaron forma en la posguerra. Bajo la crisis de la democracia no se entendía la crisis de la democracia como tal, sino el desarrollo de la democracia que no era favorable para la cúspide de la pirámide social.
En este informe se afirmaba que el desarrollo de la democracia en Occidente lleva a la disminución del poder del gobierno, que distintos grupos de población, aprovechando la democracia, habían comenzado a reivindicar los derechos y privilegios a los que nunca antes aspiraron, y que semejantes “excesos de la democracia” suponían un desafío para el sistema de gobierno establecido. Los autores escribían que la amenaza al gobierno democrático en los EE.UU. no provenía del exterior, su fuente era “la dinámica interna de la propia democracia dentro de una sociedad móvil, con el nivel elevado de educación, que se caracteriza por el alto grado de la participación (política – A. Fúrsov)”. Y como conclusión: había que favorecer la no implicación (noninvolvement) de las masas en la política, provocar cierta apatía, frenar la democracia, partiendo de que no es más que una forma de organizar el poder, y que tampoco es universal: “En muchos casos la necesidad de tener conocimientos de experto, la superioridad en el estatus y el rango (seniority), experiencia y capacidad especial pueden ganar frente a las pretensiones de la democracia como método de constitución del poder”.
La necesitad de debilitar a la democracia y a la clase media suponía también la necesidad de debilitar las instituciones básicas de la sociedad capitalista, y en realidad – su desmontaje. Se trata de los elementos como la nación-estado, política, sociedad civil, conocimiento racional. En otras palabras, se trata del capitalismo. Aquí es necesario señalar que, a pesar de lo que muchos creen, el capitalismo no es simplemente el triunfo del capital, el capital existía antes del capitalismo y existirá después.
El capitalismo es un complejo sistema institucional, que limita al capital en su propio interés a largo plazo y que asegura (en primer lugar con la ayuda del estado) su expansión en el espacio. Esto último es de vital importancia para el capitalismo debido a su orientación extensiva. El capitalismo no puede ser de otra manera, porque resuelve muchas de sus contradicciones, trasladándolas fuera de su propio marco y creciendo en el espacio.
En cuanto desciende la norma mundial de las ganancias, el capitalismo coge, arranca un trozo de la zona no capitalista y lo convierte en la periferia capitalista – fuente de mano de obra barata y mercado para sus mercancías. Y así hasta el siguiente descenso serio en la norma del beneficio; de ahí el colonialismo, la expansión colonial que no transcurría paulatinamente, sino a saltos. Subrayemos: para funcionar con normalidad el capitalismo necesita la zona no capitalista, que convierte en la periferia capitalista y sin la cual tampoco puede existir – al igual que ocurría con el sistema esclavista de la Antigüedad. Entre otras cosas, la explotación de la periferia ayuda a mantener la paz social en el centro del sistema (su “núcleo”), a mantener un determinado nivel de vida para la mayoría de su población. (La crisis global sistémica del capitalismo, debido a la imposibilidad de seguir creciendo – el mercado ya es global y la superficie del planeta es finita – es explicada detalladamente en los trabajos del economista ruso Mikhail Khazin – N. del T.). Y los limitadores del capital en el propio núcleo son, como ya hemos señalado, la nación-estado, la política, sociedad civil y otra serie de formas e instituciones. Y, como sabemos, precisamente esas instituciones y los grupos sociales relacionados con ellas están siendo destruidas/desmontados desde los mediados de los años 1970. El desmontaje de estas instituciones representa en realidad el desmontaje del capitalismo como sistema, llevado a cabo por la cúspide transnacional (mundial) con el fin de conservar su poder (control mundial), privilegios y riquezas desde los años 1970. Este proceso se aceleró en los 1990 y, por lo visto, se acelerará todavía más en los años 2010. ¿Cuáles son las causas de este proceso?
La primera causa tiene un claro carácter de clase. En el límite de los años 1960-1970 la cúspide de la burguesía dentro del núcleo del sistema capitalista en las condiciones del crecimiento del bienestar económico y de la influencia política de las clases media y obrera, de los partidos de izquierda, del aumento de las “dimensiones” de la nación-estado en el formato de welfare state quedó en una situación parecida a la de los feudales del siglo XV. Y fue dado un paso análogo – el desmontaje del sistema. Pero si los feudales no sabían lo que hacían, y actuaban guiados por el instinto social, los burgueses, para los que trabajan miles de “fábricas del pensamiento” (“think tanks”) iniciaron el desmontaje conscientemente, aunque es probable que en un principio se pensó en el desmontaje de algunos elementos y no de todo el sistema. Pero muy pronto la perspectiva sistémica quedó clara.
Y quedó clara con la globalización, sobre todo después del derrumbe del principal bastión del “anticapitalismo sistémico” – de la URSS. La globalización (de los capitales) – “hija” de la Revolución Científico-Técnica y “nieta” de la guerra fría – representa la victoria total del capital, que se convierte en una señal electrónica y supera prácticamente todas las barreras (espaciales, sociales, políticas); lo real no puede controlar lo virtual – pertenecen a distintos niveles (pero lo contrario sí es posible). Todo el mundo se ha convertido en capitalista-neoliberal, incluyendo a la URSS, Europa Oriental, China. ¡En todas partes capital(ismo)! ¡Victoria! Pero como había escrito el poeta N. Korhavin en otra ocasión “Su victoria fue su desgracia/Detrás se abría el vacío”. La zona no capitalista ha desaparecido y ahora el capital(ismo) ya no puede resolver sus problemas, sacándolos fuera – no hay dónde. Y las guerras como las de 1914-1918 y 1939-1945 tampoco son posibles.
¿Qué va a hacer el pobre capitalismo? ¿Dónde buscar las fuentes para la futura acumulación del capital? Solo puede buscarlas dentro de sí mismo. Pero el caso es que el capitalismo es un sistema orientado extensivamente y no intensivamente, está institucionalmente “afinado” para la extensión, y su reorientación, el “reformateo de la Matriz” exige el desmontaje de los elementos que forman el sistema, es decir el desmontaje del propio sistema y la creación del otro en su lugar, que tipológicamente, por su nicho-equivalencia será parecido al feudalismo, o más exactamente, supondrá el retorno a sus principios organizativos en un nuevo giro más alto de la “espiral del desarrollo” – y con la corrección de que ya no se va a tratar únicamente de la sociedad occidental, cristiana y local. El agotamiento del espacio terrestre debido a la globalización se ha convertido en otra causa, intereses de clase aparte, del desmontaje del capitalismo.
Así que tenemos el desmontaje del capitalismo realizado por su cúspide “a la” desmontaje del feudalismo en 1453-1648. ¿Pero lo han pensado todo los señores de sus anillos y su servidumbre intelectual? Tengo una mala noticia para los “desmontadores”: el feudalismo no tenía periferia, cuya existencia cambia fundamentalmente tanto la esencia de la crisis, como el proceso del desmontaje, y el vector de su desarrollo. Al incluir en sus procesos, en el mercado mundial a gigantescas masas de población, a todo el planeta, el capitalismo demográficamente ha creado a su periferia afro-asiática y latinoamericana elevando los niveles de población hasta los límites que no hubiera alcanzado por sí misma. Y ahora esta periferia capitalista que ya no le hace falta al núcleo, como ocurría en los “buenos viejos tiempos del capitalismo”, no va a desaparecer así como así. Presiona al núcleo, el Sur penetra en el Norte, crea sus enclaves y lo desgasta; lo que A.J. Toynbee junior llamaba “unión del proletariado interior y exterior”, favorece la periferización del núcleo, su conquista por la periferia, con la amenaza directa y clara si no del cambio, sí de la sustancial modificación de las élites, al menos de gran parte de ellas. De tal manera que el intento del desmontaje del capitalismo “a la” desmontaje del feudalismo desemboca en una crisis del tipo de la Antigüedad tardía y no tardofeudal, o más exactamente, combina los rasgos y cualidades de ambas. Pero eso aún no es todo. Hay otra mala noticia.
El capitalismo es un sistema global, planetario, basado no solamente en la explotación del hombre, sino también de la naturaleza. Al incluir en sus procesos económico-productivos a la biosfera en su conjunto, el capitalismo la ha llevado al estado de la crisis ecológica global, y a la humanidad a la crisis de los recursos. Tipológicamente algo similar no había ocurrido desde los tiempos de la crisis del Paleolítico superior. Claro que las dimensiones actuales son incomparables con la crisis paleolítica. Como resultado tenemos la crisis-muñeca rusa (matrioska), crisis-dominó, cuando una crisis conlleva la otra, todavía mayor y más destructiva.
Además la crisis-desmontaje del capitalismo actual no se agota con los rasgos de las tres crisis descritas. Su crisis automáticamente significa varias crisis más. En primer lugar, es la crisis de la civilización occidental tal y como se había formado a lo largo de los últimos mil años. En segundo lugar, es la crisis del cristianismo en sus diferentes aspectos: el particular (crisis de la visión protestante del trabajo sobre el fondo de las tendencias hacia el hedonismo que crecen rápidamente, consumismo, el “no hacer nada” más o menos activo, tanto por parte de los de arriba, como de los de abajo), y el general (crisis del tipo cristiano de personalidad), crisis del proyecto. De esta última vale la pena hablar más específicamente, porque la crisis del capitalismo de finales del siglo XX – comienzos del XXI también es la crisis del proyecto bíblico.
A lo largo de dos mil años la cúpula de la sociedad (primero mediterránea, luego europea, y en los s.s. XIX-XX – mundial), aprovechando y adaptando a sus necesidades el proyecto contestatario-emancipador de Jesucristo y al mismo tiempo ahogándolo (ideológicamente con la ayuda del Viejo Testamento, organizativamente – con la ayuda de la iglesia cristiana), lo había convertido en el proyecto bíblico. El proyecto bíblico como la manera de mantener en vereda al “pequeño hombre” principalmente desde su propio interior (interiorización del control) sustituyó al proyecto egipcio antiguo, plasmado por última vez en el Imperio Romano, con su acento en el control externo. A pesar de que el proyecto bíblico tuvo muchos altibajos (la separación del catolicismo de la ortodoxia con fines políticos; aparición del protestantismo como el comienzo de la judaización del cristianismo; aparición de la Ilustración panteísta y atea y de sus “ramificaciones” – liberalismo y sobre todo marxismo no simplemente como una versión secular, sino descristianizada del proyecto bíblico), a lo largo de casi dos mil años, aunque cada vez peor, pero siguió cumpliendo con los objetivos para los que fue creado. A partir del último tercio del siglo XX el proyecto bíblico dejó de funcionar. Los “desmontadores” del capitalismo tendrán que crear no simplemente un nuevo sistema, sino un nuevo proyecto. El globofascismo de los “neocones” – esos izquierdistas que han pasado por la “escuela de derechas” de Leo Strauss y se han empapado de Platón, difícilmente va a servir.
En tercer lugar, la crisis del capitalismo es la crisis de la Civilización, es decir de la civilización humana tal y como existe los últimos 10-12 mil años (13 653 siguiendo la cronología hindú; 13 542 siguiendo la cronología egipcia antigua y asiria; 10 498 -10 499 según la cronología de los olmecas y los mayas). Defino la época de la civilización terrestre como la Época (o Tiempo) de las Pirámides y de la Esfinge: los datos arqueológicos de los últimos decenios testimonian que la edad de las pirámides y, sobre todo, de la Esfinge es más antigua de lo que se suponía, estas construcciones están fechadas en 8-10 mil años antes de nuestra era y por lo visto fueron construidas por los representantes de la civilización anterior a la egipcia.
El mundo de las Pirámides llega a su fin junto con el capitalismo. La revolución científico-técnica, gracias a la cual los factores informáticos (no materiales) comienzan a dominar sobre los materiales – no es una segunda revolución industrial, sino algo más serio, comparable por sus consecuencias con la revolución neolítica (por primera vez en la Historia la clase dominante tiene el acceso al interior de la conciencia humana a través de su conexión al permanente flujo de la información. Con los métodos de control neurolingüístico se logra borrar la frontera nítida entre el exterior y el interior de la mente, entre lo real y lo virtual, convirtiéndola en la “cinta de Moebius”; el triunfo de la “economía intelectual” hará imposible de raíz cualquier futura protesta, anulando el “Yo” del ser humano – N. del T.).
El mundo vive sus últimos decenios relativamente tranquilos anteriores a la crisis-muñeca rusa, que no tiene otra crisis análoga y que, seguramente, barrerá no solo el capitalismo con sus amigos y enemigos, sino a toda la civilización posneolítica. Y si la humanidad consigue superarla, incluso a costa de haberse reducido a mil millones o quinientos millones, la nueva sociedad será no menos distinta de la Civilización (del Mundo de las Pirámides – en el sentido de que las pirámides egipcias son el principal símbolo de la época posneolítica), que ésta del Paleolítico (…)
En quinto lugar, en la agenda del día podría aparecer la crisis del homo sapiens. Una cosa era la crisis de la biosfera hace 25 mil años, y otra muy distinta sucede hoy – en un planeta, lleno de estaciones de energía atómica, armas bacteriológicas y otras, con la población de 6,6 mil millones (hacia 2030 serán 8 mil millones). La catástrofe planetaria podría acabar con toda la población, o dejar tal huella, que el futuro “desarrollo” solo sea posible en forma de degradación.
De esta manera, el desmontaje del capitalismo abrió la caja nunca imaginada de Pandora nunca imaginada con las consecuencias nunca imaginadas. Y todavía no hemos dicho nada sobre el aumento de la actividad geovolcánica en el s. XXI (con el pico máximo en el s. XXII), ni sobre el inevitable cambio en la dirección del eje de la Tierra (que ocurre cada 12-15 mil años, la última vez sucedió hace 12-13 mil años), ni de que termina el “largo verano” – el tiempo cálido de diez mil años de duración dentro del período de cien mil años – 90 mil recaen en el período de glaciación.
Claro que se puede eludir todo esto, diciendo que se trata de meter el miedo con los catastrofismos, de subrayar la “visión negra” (S. Lem). Pero es mejor vivir según el principio “quien está avisado, está armado”, que convertirse en la víctima del “síndrome de Sidonio Apolinario”, es decir ignorar totalmente la amenaza pendiente.
¿Qué variantes hay del desarrollo posterior a la crisis – si es que, claro está, se logra salir de ella de manera menos catastrófica? Teóricamente hay varias variantes. (…) En realidad el nuevo sistema será seguramente futuro-arcaico – el mundo de las tecnologías ultramodernas convivirá con las estructuras neoarcaicas y hasta neobárbaras.
Lo mismo que en los siglos XIV-XVI, en el planeta habrá un mosaico de diferentes formas de organización social, económica y del poder. Será un mundo de contrastes: junto con los ultramodernos enclaves de “región-economías” (Keniche Ohmae) convivirán zonas en proceso de desmodernización, arcaicas e incluso asociales. La época capitalista, sobre todo su fase modernista, parecerá como un tiempo fantástico, que muy pronto será mitologizado. El ritmo del desarrollo del mundo poscapitalista, poscivilizacional será considerablemente inferior al del sistema capitalista, y probablemente de toda la Época de las Pirámides en su totalidad. Probablemente, la Civilización no fue más que una breve exponente entre las dos asíntotas – el Paleolítico, y lo que viene a suceder a la Civilización. ¿Es triste? Sí. Pero es triste desde el punto de vista de la Ilustración, del proyecto bíblico y del cristianismo, de los que hay que despedirse, - vixerunt. El futuro no es una continuación lineal de la época del capitalismo y ni siquiera de la Época de las Pirámides, es algo distinto, más complejo y a la vez más sencillo.
El desarrollo del nuevo sistema, y como la mayoría de los sistemas sociales durará 600, máximo 1000 años, transcurrirá en medio de las cada vez peores condiciones naturales, por lo que es bastante probable, o tal vez inevitable el aumento de la barbarización y arcaización en diferentes partes del planeta. En cualquier caso uno de los objetivos más importantes para los hombres de este futuro poco amable será la conservación de los conocimientos y la preparación para las catástrofes naturales, en primer lugar – para el nuevo período de glaciación. Pero por este poco amable futuro de los siglos XXIII-XXX (?) todavía habrá que luchar en los siglos XXI – XXII, y también hoy.
¿Qué se puede oponer a los “desmontadores”? Ni mucho, ni poco – la voluntad y la razón. La razón – es el nuevo conocimiento racional sobre el mundo. Nueva ética y nuevo conocimiento – son el escudo y la espada frente a la civilización de los cambistas. ¿Así la victoria estará garantizada? No. La victoria se obtiene luchando. Pero esto garantiza la voluntad de la victoria y la dignidad como el estado de la mente y del alma. Y la esperanza de que vamos a superar la crisis, en la que se sumerge el capitalismo y la civilización occidental, que nos quedaremos en el barco, que surca las olas del Océano del Tiempo, en el que se sumerge la Época de las Pirámides.
Andrei Fúrsov (n.1951) es historiador, sociólogo y publicista. Autor de numerosas monografías científicas y del libro “Campanas de la historia” (Moscú, 1996). Sus intereses científicos se centran en la metodología de los estudios histórico-sociales, teoría e historia de sistemas sociales complejos, particularidades del sujeto histórico, fenómeno del poder (y la lucha mundial por el poder, información y los recursos
Fuente: http://oko-planet.su/finances/
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