Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
¿Hubo algo mejor que cuando formabais parte del juego del espionaje estadounidense? Los gobiernos caían en Guatemala e Irán gracias a vosotros. ¡Y qué éxito tuvisteis en la distante Indonesia, en Laos y Vietnam! E incluso esa invasión fracasada de Cuba no fue algo desdeñable. En esos días, por desgracia, vosotros –en particular los que estabais en la CIA– no recibisteis el crédito que merecíais.
Tuvisteis que celebrar vuestros éxitos en privado. A veces, como en Bahía de Cochinos, los fracasos os perseguían (así como, en el caso de Irán, lo hicieron vuestros “éxitos”, aunque tantos años después), pero no podíais hablar orgullosamente en público de lo que vosotros, en vuestro mundo secreto, habíais hecho, o ver “instant movies” o telefilms sobre vuestros triunfos. No podíais lanzar una guerra aérea “encubierta” de la que se informara, en general positivamente, casi cada semana, o gozar del placer de que vuestro director afirmara públicamente que era “la única alternativa”. Es decir que no podíais salir de lo que entonces llamaban “las sombras” y absorber el resplandor de la atención, que os celebrasen como a héroes, o uniros a otros estadounidenses para ver semanalmente en la televisión alguna versión (de fantasía) de vuestros esfuerzos, u obtener crédito por alguna cosa.
Nada semejante era posible, por lo menos hasta que bastante tiempo después dos periodistas, David Wise y Thomas B. Ross, lanzaron una luz resplandeciente sobre esas sombras, os llamaron parte de un “gobierno invisible” y os sacaron del armario de maneras que considerasteis terriblemente incómodas.
Su libro, con el alarmante título de: El gobierno invisible, se publicó en 1964 y era innovador y esclarecedor. Causó alboroto desde el primer párrafo, que para esa época era chocante: “Hay actualmente dos gobiernos en EE.UU. Uno visible. El otro invisible.”
Quiero decir, ¿qué sabían entonces los estadounidenses de un gobierno invisible que ni siquiera estaba controlado por el presidente, que estaba oculto profundamente dentro del gobierno que habían elegido?
Wise y Ross dijeron a continuación: “El primero es el gobierno respecto al que los ciudadanos leen en sus periódicos y los niños estudian en sus libros de educación cívica. El segundo es la maquinaria entrelazada, oculta, que ejecuta las políticas de EE.UU. en la Guerra Fría. El segundo gobierno invisible recoge información, hace espionaje y planifica y ejecuta operaciones secretas en todo el globo”.
El gobierno invisible apareció precisamente cuando comenzaba realmente lo que se llegó a conocer como “los años sesenta”, un momento en el cual sacaron repentinamente a la luz muchos rincones estadounidenses que estaban ocultos en las sombras. Yo tenía 20 años y en algún momento de esa época leí el libro con un sentimiento adecuado de espanto, como había leído esos libros de educación cívica en la escuela secundaria en los cuales los marcianos aterrizaban en la Calle Mayor en alguna ciudad “típica” estadounidense para oír semones sobre nuestro modo de vida y asombrarse de nuestra Constitución, por no hablar de esos fabulosos sistemas de controles y chequeos instituidos por los Padres Fundadores y otras glorias de la democracia.
No fui el único que leyó El gobierno invisible. Fue un éxito de ventas y se dice que el director de la CIA, John McCone leyó el manuscrito que había obtenido secretamente del editor Random House. Exigió tachaduras. Cuando el editor se negó consideró la posibilidad de comprar la primera edición entera. Finalmente, es obvio que trató de organizar algunas críticas negativas.
Las máquinas del tiempo y los mundos en la sombra
En 1964, la “Comunidad de Inteligencia de EE.UU.”, o CI, tenía nueve miembros incluida la CIA, la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) y la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Tal como la presentaron Wise y Ross, la CI ya era un conjunto laberíntico de grupos secretos con creciente poder. Era capaz de lanzar acciones encubiertas en todo el mundo, con un “amplio espectro de operaciones interiores”, la capacidad de derrocar gobiernos extranjeros, alguna participación en la formación de campañas presidenciales y la capacidad de planificar operaciones sin conocimiento del Congreso o pleno control presidencial. “Ningún extraño”, concluyeron, podía decir si esta actividad era necesaria o incluso legal. Ningún extraño estaba en condiciones de determinar si, con el tiempo, esas actividades podrían convertirse en un peligro interior para una sociedad libre”. Con bastante modestia, llamaron a los estadounidenses a enfrentar el problema y poner bajo control el “poder secreto”. “Si erramos como sociedad, que sea del lado del control”.
Ahora imaginad que la máquina del tiempo de H.G. Wells existiera en el año de publicación. Imaginad que hubiera transportado rápidamente a esos periodistas, entonces de alrededor de 35 años, y al joven Tom Engelhardt, instantáneamente unos 48 años hacia el futuro para ver cómo se había realizado su historia a modo de advertencia sobre una gran nación democrática y republicana que se descarrilaba y perdía el control.
Lo primero que percibirían es que la Comunidad de la Inteligencia de 2012, con 17 organismos oficiales , según el más simple cálculo casi se ha duplicado. El tamaño real y el poder de ese mundo secreto, sin embargo, han crecido asombrosamente de cualquier manera imaginable. Tomemos una agencia, ahora parte de la CI, que no existía en 1964, la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial. Con un presupuesto anual de cerca de 5.000 millones de dólares, construyó recientemente una sede gigante por 1.800 millones de dólares -la tercera estructura más grande del área de Washington, que casi compite en tamaño con el Pentágono– con 16.000 empleados. Literalmente fija su “ojo” sobre el globo de una manera que hace medio siglo estaría limitada a las novelas de ciencia ficción y tiene asignadas tareas como “fuente primordial de inteligencia geoespacial de la nación, o GEOINT”. (No me preguntéis qué significa exactamente, aunque tiene que ver con la representación bastante literal del planeta y de todas sus partes, o tal vez, dicho menos cortésmente, con convertir cada centímetro de la Tierra en un posible campo de tiro).
O consideremos un organismo que existía en aquel entonces: la Agencia Nacional de Seguridad, o NSA (conocida otrora en broma como “no such agency” [no existe una agencia parecida] por su profundo secretismo). Como su primo geoespacial, ha vivido un período de explosivo crecimiento, presupuestario y general, que culminó en la construcción de un centro de datos “fuertemente fortificado” de 2.000 millones de dólares en Bluffdale, Utah. Según el experto de la NSA James Bamford, ese centro “interceptará, descodificará, analizará y almacenará amplios sectores de las comunicaciones del mundo mientras llegan de los satélites y pasan por los cables subterráneos y submarinos de redes internacionales, extranjeras, e interiores”. Agrega que: “Fluyendo a través de sus servidores y routers y almacenados en bases de datos casi ilimitadas se encontrarán todas las formas de comunicación, incluidos los contenidos completos de correos electrónicos privados, llamadas de teléfonos móviles, itinerarios de viajes, compras de libros, y otra ‘basura’ digital”. No hablamos solo de terroristas extranjeros, sino de la captura y eterno almacenamiento de vastas cantidades de material de los ciudadanos estadounidenses, posiblemente incluso vuestro.
O consideremos una creación poco conocida posterior al 11-S, el Centro Nacional de Contraterrorismo (NCTC), que ni siquiera es un organismo separado en la CI, sino parte de la Oficina del director de Inteligencia Nacional. Según el Wall Street Journal, el gobierno de Obama acaba de convertir esa organización en una “traína gubernamental que arrastra millones de registros de ciudadanos de EE.UU., incluso personas no sospechosas de nada”. Ha otorgado al NCTC el derecho, entre otras cosas “a examinar los archivos gubernamentales de los ciudadanos estadounidenses en busca de una posible conducta criminal, incluso si no hay motivos para sospechar de ellos… copiar bases enteras de datos del gobierno, registros de vuelos, listas de empleados de casinos, nombres de estadounidenses que albergan estudiantes extranjeros de intercambio y muchos otros. La agencia tiene nueva autoridad para mantener datos sobre ciudadanos estadounidenses inocentes hasta cinco años y para analizarlos en busca de modelos de conducta sospechosos. Anteriormente, ambas actividades estaban prohibidas”.
O tomemos la Agencia de Inteligencia de la Defensa, que se creó en 1961 y recién inició sus operaciones el año de aparición del libro. Hace casi medio siglo, como Wise y Ross dijeron a sus lectores, tenía 2.500 empleados y un conjunto de tareas asignadas relativamente modesto. Al terminar la Guerra Fría tenía 7.500 empleados. Dos décadas después, otra historia de crecimiento explosivo, la DIA tiene 16.000 empleados.
En la serie del Washington Post de 2010, Top Secret America, los periodistas Dana Priest y William Arkin señalaron un espíritu de expansión ilimitada en la era posterior al 11-S que seguramente hubiera sorprendido a los dos autores que demandaban “controles” del mundo secreto: “En Washington y el área circundante, estaban en construcción o se han construido, desde septiembre de 2001, 33 complejos de edificios. Juntos ocupan el equivalente de casi tres Pentágonos o 22 edificios del Capitolio, unos 1,6 millones de metros cuadrados de espacio”.
Del mismo modo, el presupuesto combinado de la Comunidad de la Inteligencia, que supuestamente aumentó en el más profundo secreto por lo menos a 44.000 millones de dólares en 2005 (hay que tomar ese tipo de cifras con una tonelada de bicarbonato), casi se ha duplicado ahora a 75.000 millones oficialmente.
Agreguemos otra sorpresa futurista para nuestros viajeros del tiempo. Alguien tendría que decirles que, en 1991, la Unión Soviética, esa gran potencia imperial y némesis del gobierno invisible con su vasto ejército, policía secreta, sistema de gulags y monstruoso arsenal nuclear, había desaparecido en su mayor parte de modo no violento de la faz de la Tierra y que ni una sola potencia ha aparecido para desafiar militarmente a EE.UU. Después de todo, ese asombroso presupuesto de inteligencia de EE.UU., la explosión de nuevas construcciones, el fuerte crecimiento en personal y todo el resto han ocurrido en un mundo en el cual EE.UU. se enfrenta a un par de tambaleantes potencias regionales (Irán y Corea del Norte), una insurgencia minoritaria en Afganistán, una creciente potencia económica (China), que todavía tiene lo que se considera una fuerza militar modesta y probablemente a unos cuantos miles de fundamentalistas musulmanes y candidatos a al Qaida repartidos por el planeta.
Habría que decirles que, gracias a un solo y horripilante suceso, una especie de golpe de suerte terrorista al que ahora nos referimos brevemente como “11-S”, y a pesar de la disminución de enemigos globales, una enorme CI se ha expandido ininterrumpidamente en un país poseído por un espasmo de miedo y paranoia.
Preparación de campos de batalla y construcción de embajadas gigantes
Perplejos ante el tamaño del gobierno invisible que antaño diseccionarion, los dos periodistas podrían sorprenderse por lo menos tanto por otro evento: el modo en que en esta época la “inteligencia” se ha militarizado mientras las fuerzas armadas de EE.UU. han pasado a la sombra. Por cierto, ahora es un hecho bien conocido que la CIA, una agencia de espionaje civil hasta hace poco, dirigida por un general de cuatro estrellas returado, se ha "paramilitarizado" y ahora invierte una parte significativa de su energía en la realización de un conjunto “encubierto”, en permanente crecimiento, de guerras de drones en todo el Gran Medio Oriente.
Mientras tanto, desde los primeros años del gobierno de George W. Bush, las fuerzas armadas de EE.UU. se han propuesto reivindicar como suyo parte del campo de acción de la CIA. Poco después de los ataques del 11-S, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld comenzó a impulsar al Pentágono hacia actividades de inteligencia al estilo de la CIA –el “espectro completo de operaciones de humint [inteligencia humana”– a fin de “prepararse” para futuros “campos de batalla”. Ese proceso nunca ha terminado. En abril de 2012, por ejemplo, el Pentágono publicó la información de que estaba estableciendo una nueva agencia de espionaje llamada Servicio Clandestino de Defensa (DCS). Su tarea: globalizar la “inteligencia” militar llevándola más allá de las zonas de guerra evidentes. El DCS también estaba a cargo de trabajar más estrechamente con la CIA (mientras supuestamente rivalizaba con ella).
Como informó Greg Miller del Washington Post: “La creación del nuevo servicio también coincide con el nombramiento de una serie de altos funcionarios del Pentágono que tienen amplios antecedentes en inteligencia y firmes opiniones con respecto a dónde han fallado los programas de espionaje militar, vistos frecuentemente como deslucidos por conocedores de la CIA”.
Y entonces, en este mes, el jefe de la Agencia de Inteligencia de la Defensa, originalmente un sitio para análisis y coordinación, anunció en una conferencia que su agencia se iba a expandir considerablemente hacia “humint”, llenando embajadas de todo el mundo con un nuevo cuerpo de agentes clandestinos con “cobertura” diplomática o de otro tipo. Hablaba de utilizar 1.600 “recolectores entrenados por la CIA y trabajarían frecuentemente con el Comando Conjunto de Operaciones Especiales”. Nunca, en otras palabras, un país ha tenido tantos “diplomáticos” que no saben absolutamente nada de diplomacia.
Aunque el Senado se ha negado a financiar la expansión del Servicio Clandestino de Defensa, todo esto representa una significativa reorganización de lo que todavía se llama “inteligencia” pero que en realidad es una forma de hacer una guerra de bajo nivel a escala global y una continua expansión del mundo secreto de EE.UU. en una escala hasta ahora inimaginable, todo en nombre de la “seguridad nacional”. Ahora, por lo menos, es más fácil comprender por qué, desde Londres a Bagdad e Islamabad, EE.UU. ha estado construyendo descomunales embajadas fortificadas como antiguos castillos y del tamaño de palacios imperiales para personal sin nada de “diplomático”. Estos incluirán evidentemente muchos agentes de la CIA, de la DIA, y tal vez del DCS, entre otros, bajo “cobertura” diplomática.
En esta mezcla habría que incluir otro ente que Wise y Ross no concoieron pero –en vista de la publicidad que el Equipo 6 de los SEALs ha recibido gracias al asesinato de bin Laden y otras actividades– que la mayoría de los estadounidenses conocerán de cierto modo. Un papel cada vez mayor en el mundo secreto es jugado ahora por una organización militar que hace tiempo se orientó hacia las sombras, el Comando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC). En 2009, el reportero de New Yorker Seymour Hersh lo calificó de “banda jecutiva de asesinato” (especialmente en Irak) que no “dependía de nadie, excepto en los días de Bush y Cheney… directamente de la oficina de Cheney”.
En los hechos, el JSCO solo llamó la atención pública cuando uno de sus operadores principales en Irak, el general Stanley McChrystal, fue nombrado comandante de guerra de EE.UU. en Afganistán. Desde entonces ha estado a la luz pública mientras actúa en lo que otrora habían sido operaciones paramilitares al estilo de la CIA, aumenta su capacidad de recolección de inteligencia, dirige sus propias guerras de drones y ha establecido una nueva sede en Washington, a 15 convenientes minutos de la Casa Blanca.
Momentos en la pantalla gigante y guerras “encubiertas”
En sus niveles superiores, la dirigencia de la CIA, la DIA y el JSOC se mezclan y coinciden ahora en un conjunto confuso de organismos cada vez más entrelazados y militarizados y que cada vez están más en pie de guerra perpetuo. De esta manera, han convertido las antiguas artes de inteligencia, vigilancia, espionaje y asesinato en un modo de vida financiado masivamente y ahora realizan regularmente guerras a hurtadillas y libremente en todo el globo. En los niveles inferiores, la CIA, la DIA y supuestamente algún día el DCS se entrenan de manera conjunta, trabajan en equipos al unísono, y cooperan y cazan furtivamente en el campo de todos los demás.
Actualmente, sería difícil escribir un solo volumen titulado El gobierno invisible. En vez de eso habría que escribir una serie múltiple de volúmenes. Y al hacerlo –indudablemente habría sorprendido a Wise y Ross– habría sido necesario cambiar el título del proyecto a algo como “El gobierno visible”.
No me malentendáis: los estadounidenses poseen ahora (o para ser más exactos están poseídos por) una vasta burocracia de la “inteligencia” oculta en lo profundo de las sombras, cuyas actividades son una masa de incógnitas conocidas e incógnitas desconocidas para los que miramos desde afuera. Es más que enorme. No hay modo de evaluar su verdadera utilidad, o si incluso es vagamente “inteligente” (aunque se podría argumentar que EE.UU. estaría mejor con uno o dos servicios de inteligencia no paramilitarizados, en lugar de muchos de ellos, esa paranoia evasiva, y basados en gran parte en códigos abiertos). Pero nada de eso importa. Ahora representa un modo de vida irreversible, que cada vez es más visible y celebrado en este país. También forma parte del crecimiento aparentemente interminable del poder imperial de la Casa Blanca y, de maneras que Wise y Ross hubieran considerable inconcebibles en 1964, más allá de todo rendimiento de cuentas o control cuando tiene que ver con el pueblo de EE.UU.
También está listo para recibir el crédito público por sus “éxitos” o incluso una parte significativa en la conformación de cómo se ve en la escena pública. En otro tiempo, un agente de la CIA que moría en alguna operación clandestina pasaba desapercibido y anónimo. En los años setenta ese agente habría merecido una estrella grabada en el muro de la recepción de la sede de la CIA, pero nadie que no estuviera dentro de la Agencia habría conocido su suerte.
Ahora, los que mueren en nuestras operaciones “secretas” o en las que se lanzan contra nuestros agentes “invisibles” pueden convertirse en personajes públicos y “héroes” celebrados. Fue el caso, por ejemplo, de Jennifer Matthews, una agente de la CIA que murió en Afganistán cuando un doble agente de la CIA resultó ser un triple agente y atacante suicida. O recién la semana pasada, cuando un soldado del Equipo 6 de los SEALs murió en una operación en Afganistán para rescatar a un doctor secuestrado. La Armada publicó su foto y su nombre y se le aclamó mucho. Habría sido ciertamente algo notable para Wise y Ross.
Y, de nuevo, indudablemente no estarían menos sorprendidos al descubrir que, desde Jack Ryan y Jason Bourne a Syriana, las películas Misión imposible y Taken [Búsqueda Implacable en Latinoamérica y Venganza en España), la CIA y otros entes secretos (o sus dobles de fantasía) se han convertido en productos básicos en los multicines estadounidenses. La pequeña pantalla, de 24 a Homeland, tampoco ha sido inmune a esta invasión de visibilidad.
O considerad lo siguiente: solo después de un año y medio desde que terminara la supersecreta operación bin Laden del Equipo 6 de los SEALs, ya ha sido convertida en Zero Dark Thirty, un filme altamente elogiado (y controvertido) anticipadamente, candidato a varios premios Óscar y con una heroína modelada según una agente encubierta de la CIA cuya foto ha llegado a la arena pública. Además, se dice que es una cinta cuyos creadores contaron con la ayuda, o por lo menos con el aliento, de la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca, exactamente como los SEALs ayudaron este año al éxito taquillero Act of Valor (“un equipo elite de SEALs de la armada, se lanza a una misión clandestina para recuperar a un agente secuestrado de la CIA”) prestando a la cinta verdaderos SEALs como (anónimos) actores y luego realizando un salto en paracaídas de los SEALs sobre una alfombra roja en su estreno en Hollywood.
Es verdad que cuando se publicó El gobierno invisible, las dos primeras películas de James Bond ya eran éxitos de público y el show Misión Imposible en la televisión seguiría dos años después, pero la forma en la cual el mundo invisible ha emergido de las sombras para convertirse en una instalación fija de la cultura pop sigue siendo sorprendente. Y no hay que pensar que se trata solo de una rareza cultural. Después de todo, en los años sesenta, los periodistas emprendedores tenían que abrir por la fuerza esas agencias invisibles para descubrir algo sobre lo que estaban haciendo. En esos años, por ejemplo, la CIA lanzó una importante y secreta guerra aérea y terrestre en Laos que intentó desesperadamente no reconocer jamás a pesar de su formidable tamaño y alcance.
Actualmente, por otra parte, la Agencia realiza lo que denominan “encubiertas” guerras de drones en Pakistán, Yemen y Somalia y se informa rápidamente de la mayoría de los ataques en la prensa y sobre las cuales el gobierno claramente filtró la información que deseaba en el New York Times sobre el papel del presidente en la selección de quiénes debían morir.
En el pasado, los presidentes de EE.UU. utilizaban la “negación creíble” cuando se trataba de complots de asesinato como los del líder congolés Patrice Lumumba, Fidel Castro de Cuba y Ngo Dinh Diem de Vietnam. Ahora, el asesinato se considera una parte semi-pública de la tarea presidencial, codificada, burocratizada, y regulada (aunque solo dentro de la Casa Blanca) y notablemente pública. Todo esto se ha convertido en parte del mundo visible (o por lo menos en una gigantesca operación publicitaria). Actualmente no necesitamos a un Wise o un Ross para que nos lo digan. Desde las guerras centroamericanas de la Contra del presidente Ronald Reagan dirigidas por la CIA de los años ochenta, la definición de “encubierta” ha cambiado. Ya no significa oculta de la vista, sino que no tiene que rendir cuentas a nadie.
Ahora es un modo cortés de decir al pueblo estadounidense: no es cosa vuestra. Sí, podéis estar informados; tenéis derecho a elogiarla; pero no tenéis nada que ver con el asunto, no podéis decidir al respecto.
En los 48 años desde la publicación de su innovador libro, el gobierno invisible de Wise y Ross ha triunfado sobre el visible. Se ha convertido en la opción necesaria en este país. En cierto modo, también se está convirtiendo en la parte más visible e importante de ese gobierno: un vasto edificio de vigilancia, almacenamiento, espionaje y asesinato que nos otorga lo que ahora llamamos “seguridad”, nos convierte en el terror del mundo, nunca deja de crecer y cada vez tiene más libertad para recolectar información sobre tu persona para utilizarla como le convenga.
Con el paso de 48 años, está mucho más claro que, por impresionantes que hayan sido Wise y Ross, su cruzada fue quijotesca. ¿Controlar el “poder secreto”? ¿Responsabilizarlo? Soñad, pero sed cuidadosos, uno de estos días hasta vuestros sueños podrán ser registrados.
Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing”. Su último libro publicado es: “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books).
Copyright 2012 Tom Engelhardt
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175629/tomgram%3A_engelhardt%2C_supersizing_secrecy/#more
rCR
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