De manera que este signo de la época no ha excluido naturalmente al quehacer literario. Se ha manifestado, en general, en el mercado mundial, en una dictadura de los best sellers y la literatura del bagaje esotérico y curativo del alma, promovido por el marketing como en las comidas rápidas. El individualismo no ha sido un antivalor. La producción literaria en nuestro medio estuvo jalonada además -por la peculiaridad interna- de desesperanza, escepticismo, iconoclastia.
En los 80 se revela más cuajado el nuevo rostro del Perú, un país predominantemente urbano pero de influjo cultural andino tras las continuas olas migratorias –campesinas, provincianas- a las ciudades, que, como en Lima, van componiendo la población mayoritaria. Las mixturas (y creaciones) culturales citadinas como en la música, el baile, así como la preservación de costumbres tradicionales y el aporte masivo y pujante de trabajadores independientes y empresarios, así lo manifiestan.
Es todavía una década heredera del ascenso revolucionario del periodo anterior (60-70). El crecimiento de la izquierda que se expresó en promisorios desempeños electorales, además de su penetración en las organizaciones sindicales y barriales fue una manifestación de ello. Pero también fue una manifestación de ello, o expresión de ese proceso político radical, los levantamientos armados, principalmente de un partido. La violencia política marcaría, entonces, también todo el periodo último, acentuando -por las características que había tomado-, la tendencia al ostracismo de las organizaciones sociales y populares. La circunstancia de que el levantamiento armado se había dado en el contexto de un régimen retrógrado pero electoralmente elegido y especialmente por las características autoritarias y excluyentes de la construcción ideológica y política del principal partido alzado en armas, hacía improbable su triunfo político militar. Pero esas características aislacionistas y no populares, contribuyeron a dar legitimidad social –con los sectores sociales más atrasados- a la dictadura civil neoliberal que se instauró en el 92. El cual había utilizado el fantasma y el miedo del terrorismo para su continuidad hasta su caída, la que se debió a la grandiosa e inocultable corrupción y al atropello a los derechos humanos. No obstante, y por todo lo anterior, la caída del gobierno que había instaurado el régimen neoliberal no significó el cambio de esa política en los sucesivos gobiernos siguientes. En otros países de América Latina el desprestigio y la caída de los regímenes neoliberales habían dado paso a gobiernos democráticos o revolucionarios, más o menos autónomos o de ruptura con tales políticas y sus influjos mundiales. Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, dan cuenta de ello. Aquí la desmovilización social y la deslegitimación de las ideologías revolucionarias o progresistas fueron más significativas. El mundo posmoderno, y la dictadura neoliberal, se imponían mucho más redondamente que en otras latitudes.De manera que en este clima de desánimo colectivo, la literatura comenzó a dar muestras de esteticismo y opciones individualizadoras, especialmente desde la década de los 90. En la literatura urbana se acentúa una literatura que se ha alejado ya de cualquier reflexión esencial del proceso social, algunos que denotan talento como las narrativas de Oscar Malca, Sergio Galarza u otros, pero que se ubican en eso que se ha llamado realismo sucio. Exploración de lo oscuro y grotesco sin mediación, donde los personajes expresan el embotamiento o hastío, las vivencias de la calle dura.
Con los autores mediáticamente mejor posicionados se difunde una literatura light.
En poesía urbana, sostiene Luis Fernando Chueca, la característica de la década, que se extiende al 2000, es, ningún planteamiento poético dominante, el espacio sub-urbano y el poeta maldito-urbano, coloquialismo y cotidianidad; veta culturalista; desrealización del lirismo extremo; lenguaje que tiende al barroquismo por su recargamiento o, en su defecto, la libertad total de la palabra (LFCH, Una lectura de la poesía peruana de los noventa).No obstante, la manifestación literaria más promisoria ha provenido de las crecientes provincias costeñas, andinas y amazónicas de todo el país, en una suerte de proactivo y moderno regionalismo. (Las grandes ciudades, como Lima, se insertan también en este proceso literario emergente con la mencionada literatura urbano- marginal. En el caso de Lima aún como referente, tanto por su convergencia social cuanto por su intenso movimiento editorial y cultural). Ha constituido una irrupción literaria expresada en múltiples movimientos literarios, foros, encuentros, promoción cultural, que, acompañada por la autogestión de editoriales pequeñas y la nueva tecnología, han facilitado el acceso y la difusión de publicaciones que trasuntan una vitalidad social y humana, algunas de las cuales merecerían mayor atención. Visiones nuevas del mundo amazónico, los cambios del mundo andino, urbano y campesino, la violencia política, las nuevas situaciones en los conglomerados de las ciudades, etc. Todavía segmentados en sus propios universos, autores y obras que muchas veces quedan en el anonimato. Eclosión literaria que coloca en el protagonismo, más notoriamente que antes, a sectores medios y medios bajos (una gran cantidad de maestros de escuela). Por ello son el sustrato donde debiera germinar quizá la nueva literatura que demandan los tiempos y que represente toda la dinámica social del Perú emergente, del Perú integral, tarea que dejó planteada José María Arguedas.
Precisamente factor fundamental para la revitalización cultural y literaria, en este caso de raíz andina, ha sido el influjo de la obra, vigente, estudiada y difundida, de José María Arguedas, convertido en verdadero héroe cultural. Ha inspirado la temática andina en general cuanto la enriquecida por la implacable insurgencia armada de los 80.Paralela a aquella emergencia de autores que en distintas regiones asumen las nuevas temáticas, en el 2000 se genera un boom de grandes editoriales que internacionalizan, a través de premios y la promoción debida, especialmente a autores de las clases medias y altas vinculados a ellas, que retoman temáticas explorables y explotables como el de la violencia armada pero, junto con la exigencia en lo técnico formal, hacen un tratamiento truculento o policial del tema, tanto por el sustrato de sus propias ideologías cuanto por la demanda del mercado editorial. Santiago Roncagliolo, Alonso Cueto son algunos de los exponentes de estas expresiones literarias que, quizá por la carencia todavía de una crítica literaria profunda, esencial, y polemista, que hace falta, no permite se desnude plenamente la limitación de esta literatura.
En la narrativa propiamente andina actual –que es parte de esa emergencia literaria de espectro nacional- podemos distinguir finamente a dos vertientes. Una popular, regional, caracterizada por la textura realista de los relatos, transida de elementos de la tradición cultural de las distintas regiones de las que provienen. Las de más directa connotación ideológica y política han trabajado el tema de la violencia armada, con esa misma textura realista y, a veces, preservando la oralidad y el sentimiento andino. Otras reflejando más la contemporaneidad mestiza y citadina. Y aunque restringidas al exclusivo ámbito del conflicto armado y, en general, con cierta desesperanza, dan un mensaje diáfano de la denuncia y condena política, contra las fuerzas del orden o las fuerzas subversivas, vistas como lapidarias e incompatibles con las necesidades campesinas.
La narrativa andina y la “ficcionalización del relato”
La otra vertiente de la narrativa andina ha sido la más visible –autores provincianos de sectores medios y medios altos, y del mundo universitario-, que ha sobresalido tanto por la estructura formal vanguardista de sus obras – incluso con influencia del boom latinoamericano anterior, Rulfo, García Márquez, Scorza- , cuanto por la atención académica que sus relatos o novelas, temáticamente centradas, en general, en la violencia armada, han deparado. (Oscar Colchado, Enrique Rosas, Zein Zorrilla, Dante Castro, son algunos representantes).
Atendemos especialmente a esta vertiente pues a pesar de la innegable cualificación técnico formal –o quizá por acendrar en ello como veremos- no sólo no ha alcanzado a representar una narrativa que se consustancie con el devenir histórico, que reclamamos, sino que ha tenido una mirada restrictiva del referente social o, en los peores casos, retrospectiva. Y esto a contrapelo de lo que sería la continuación del legado de Arguedas o Scorza. Continúan la exploración de la cosmovisión andina en la nueva situación y, prolijos en el recurso técnico de lo ficcional, facturan la realidad creada, ciertamente marcando distancia contra las dos fuerzas beligerantes invasivas, pero, ante la implacable situación vivida, el discurso narrativo se vuelca hacia el mundo mágico tradicional que es tratado con fuerte acento. Aunque la cosmovisión andina se presenta como factor de resistencia cultural y social, no hay, sin embargo, sobre aquellos fundamentos una prospectiva histórica alentadora (en algunos casos sólo de sesgo mesiánico). Esta carencia pareciera ser cubierta por los elementos literarios discursivos que se sobreponen a la historia. El compromiso parece restringirse a la construcción literaria y el hacerse un espacio en el mercado, reclamando inscribirse en el canon, en contrapunto con los escritores ya clientes de los medios y de las mayores editoriales. Por eso aquella sonada polémica con los escritores “criollos” tuvo una connotación de cierto halo etnicista, ya superado, más que de una aguerrida disputa ideológica de clase, en una época en donde la efervescencia popular en lo literario, viene de todas las regiones y por supuesto de la costa y de Lima, -de sus conos, de sus estratos bajos y de las clases medias-, y donde lo “criollo”, si la referencia es por los escritores mimados de las grandes editoriales, resulta una minoría que expresa el orden establecido y la ideología de la clase dominante en el Perú de hoy. Una verdadera altura de mira hubiera propendido a la lucha ideológica, cultural y política por un país y un mundo distinto que permita la verdadera vía a la liberación social y creadora. No únicamente, sobre el derecho del origen andino, a ser prohijados, por esos mismos medios y trasnacionales del libro.
La característica que hemos señalado de esta vertiente literaria andina tiene mayor acabado en los relatos de Oscar Colchado, uno de los autores más reconocidos y publicados de esta corriente: el eje que, en sus relatos, estructura el discurso narrativo es el milenarismo indígena, que remite a una guerra de castas (blancos-indios). La proyección social es mesiánica, apunta hacia una vuelta al Tahuantinsuyo como en el indigenismo más tradicionalista. Esta connotación tiene, naturalmente, desde la consustanciación histórica, un carácter retrógrado en el proceso literario peruano.
La representación de la conflagración armada y la subversión senderista, que está trayendo desolación al mundo andino, se ve, no obstante, como una manifestación del milenarismo indígena pero, paradójicamente, hecho por gente ajena, no por “netamente indios” o “naturales”. Y por eso devendría errática. “Estos tiempos –dice Liborio, personaje de dimensión mitológica en la novela Rosa Cuchillo- ya se estaba viviendo con el Pachacuti: el gran cambio, la revolución. Sólo que esta revolución era de mistis y no de los naturales. Era urgente hacerla de éstos entonces. Tal vez los dioses permitieran que tú pudieras conducirla, derivándola de este enfrentamiento de mistis pobres contra mistis ricos”.
La obra trasunta el mensaje de que el implacable autoritarismo senderista y su acción errática, estaría dado solamente por el hecho de que los levantados en armas son mestizos, (o “blancos”), “mistis” -en el sentido más extenso y racista de la comprensión de este término- y no auténticos “naturales”. Y aunque aquellos levantados en armas fueran “mistis” pobres eso no los unimisma necesariamente, con el mundo autóctono, para ningún proyecto social o histórico. Aunque uno de los referentes literarios del autor es Arguedas, como en casi todos los narradores andinos, es evidente la vuelta muy hacia atrás con respecto al significado de la obra arguediana. Toda la revelación mágica indígena en Arguedas está transida por la tensión social concreta, es un esfuerzo por entroncar el sentimiento y la cosmovisión indígena como defensa y resistencia contra la opresión en la cotidianidad recurrente y en la proyección histórica: la música, la danza, el canto, el grito de un animal, el vuelo de un pájaro, el valor mítico de un río, son atributos de pervivencia y lucha en el mundo opresivo, o cargados de simbología en función de la tensión social relatados. A pesar que la primera etapa de la narrativa de JMA se da en el contexto social del todavía superviviente verticalismo oligárquico y del de una percepción dualista de la vida peruana – indio-blanco, un mundo indígena y otro costeño o criollo- y a pesar que su impronta emocional y doliente quechua, vivida desde la infancia, haga que acendre en esta intimidad, su discurso narrativo es siempre un esfuerzo, desde el inicio, por sustanciar la realidad indígena, en última instancia, como conflictividad de clase. Su recorrido literario no parte de aquel dualismo para retrotraerse finalmente hacia proyectos mesiánicos o milenaristas, al contrario, como ha dicho ya la crítica, su narrativa comienza con connotaciones de aquella interpretación y realidad de herencia colonial, pero en constante esfuerzo por superarlo, de manera que sigue un proceso de ensanchamiento del espacio geográfico y social consustanciada con la realidad y con los procesos de cambio que sufre ésta. Así, con palabras del propio Arguedas, sus relatos que se inician con Agua están referidas a la vida en una aldea: “Allí no viven sino dos clases de gentes… el terrateniente, convencido hasta la médula por la acción de los siglos, de su superioridad humana sobre los indios… que han conservado con más ahínco la unidad de su cultura…”. En Yawar Fiesta ya la referencia es la capital de provincia, Puquio. Aquí la tensión se da entre los comuneros de los cuatro ayllus de Puquio y los “principales” del pueblo; incluso el relato evoca el despojo de tierras que estuvo en el origen de la conformación de esta provincia, antes comunidad indígena. En Los ríos profundos, aunque es de un desarrollo intimista, que ahonda bellamente en la visión mítica indígena, el espacio de la acción se ensancha hasta cubrir capitales de departamento de la sierra sur y alcanzar la costa. Y siempre transida de los elementos del conflicto social concreto. Si bien Ernesto, el personaje principal, encarna aquella intimidad india y la nostalgia del pasado y el pesimismo ante un presente cambiante y desintegrador del mundo indígena adoptado como suyo, este factor es vivido de manera conflictiva y en la tensión por una opción que reclama el futuro, la propia cosmovisión india es presentada en función de la rebeldía , la defensa y la resistencia contra la implacable opresión sobre ese mundo y, en su expresión más global, en la lucha del pueblo de Abancay contra los gamonales y el estado represor, la rebelión se muestra ahora no como hecho individual sino como compromiso colectivo. En Todas las sangres y en El zorro de arriba y el zorro de abajo el ideal es representar un proceso totalizador del conflicto social, involucrando componentes que obedecen al cambio de las estructuras tradicionales, al proceso de urbanización y de “andinización” del Perú entero (expresión que el propio Arguedas utiliza). Si bien aun estos textos están jalonados de la nostalgia del pasado que Arguedas no llega desde su impronta subjetiva a superar, también es cierto, como hemos dicho -y aquí radica el factor progresivo fundamental de su obra literaria-, que toda su visión es, efectivamente, a entroncarla con la tensión universal y de clase. Al contrario, en la obra de Colchado, dada las condiciones de la expansión actual del mundo andino -en la propia conflagración armada están involucrados naturalmente elementos sociales y culturales diversos-, se comienza de un referente contextual relativamente amplio, pero el discurso narrativo propende a enclaustrarse hacia el marco estrecho de la visión dualista y de la proposición utópica y mesiánica definitiva. ¿Por qué se da este fenómeno que nos retrotrae al indigenismo más protervo? Nos parece que es por la vocación formalista que es el leit motiv de su hacer literario. En Colchado hay una relaboración de la cosmogonía andina tendiente a la construcción de un ultramundo, de dioses y monstruos, un “olimpo andino”, con fuerte mixtura e influjo católico medieval, trasmundo que corre paralelo al mundo narrativo de la tensión terrenal y cuyo vínculo con éste es principalmente desde la perspectiva mesiánica. No es que el muestrario de los dioses y demonios de ese trasmundo no se ajusten a la cosmogonía indígena –está en la tradición oral y en la recopilación de mitos y leyendas- o que sea arbitrario el fuerte componente católico, componente que viene fusionándose desde la Colonia, sino que están presentados en una totalidad abstracta, más en la cosmovisión idealista católico cristiano que en el animismo mágico materialista de la tradición indígena, veta que sí exploró Arguedas.“En el caso de Rosa Cuchillo –dice Juan Carlos Galdo- la cosmogonía andina se presenta con un despliegue de seres extraídos de los relatos populares. En la antesala al infierno merodean los condenados. En los caminos de ultratumba se escuchan melodías andinas, los castigos se ajustan a aquellos que se encuentran en los relatos populares; la topografía refleja también a su referente andino: caudalosos ríos, árboles nativos. Pero por otro lado toda la secuencia no sólo se inspira, sino se ajusta a la estructura utilizada por Dante en La Divina Comedia. El limbo es el Tutayaq Ukhuman. El Ukhu Pacha –o Supayhuasi- pasa a ocupar literalmente el lugar del infierno; al purgatorio le corresponde el Auquimarca, el Janaq Pacha corresponde al paraíso donde moran las almas materiales”. (Juan Carlos Galdo, Algunos aspectos de la narrativa regional contemporánea).
La diferencia que hay entre la percepción mítica de Arguedas, que acendra en el animismo antropológico y en la consiguiente relación armónica y práctico vital con la naturaleza y con el entorno social, de la cosmovisión indígena, y la percepción mítica de autores andinos contemporáneos como Oscar Colchado, que privilegia un uso hiperbólico de la cosmogonía andina, en una esfera ultramundana, que se separa de la tensión terrenal para unirse sólo desde la retrospectiva utópica milenarista, es la diferencia que hay entre la vocación reveladora de la realidad en Arguedas y la vocación formalista de aquéllos.
En José María Arguedas este realismo le obliga a admitir que sólo es posible conocer al indio conociendo todo el contexto social que le rodea y finalmente insertándolo en el contexto universal humano, que, como hemos visto, lleva a su narrativa a explorar espacios geográficos paulatinamente más amplios y a la correspondiente complejidad de la problemática social. Realismo cuya concepción formal (su inventiva expresiva, lingüística) se funda en la pasión desveladora, la que está en el centro de su interés literario explícito. Realismo por consiguiente integral donde lo formal juega un papel fundamental pero ajustado al referente que revela. “Yo no acepto que a eso (a la ficción literaria) se llame mentira…” O refiriéndose a la importancia de la necesaria inventiva original de los recursos expresivos cuando la tensión por sintonizar con la realidad es auténtica: “Cuando un novelista es el continuador de una tradición literaria, probablemente no tiene grandes problemas técnicos, pero cuando tiene que revelar algo que no han dicho los demás, entonces tiene la necesidad de crearse una técnica y esa necesidad de crear la nueva técnica es una consecuencia de que no existe un instrumento ya hecho para revelar ese mundo. En mi caso, el problema de la técnica ha sido una pelea con el lenguaje” (Varios, Primer encuentro de narradores peruanos).
Es sintomático que el propio personaje mítico protagónico, Liborio –en Rosa Cuchillo-, sea distinto por ejemplo aun con un personaje indio, casi mítico, Rendón Wilka, de la novela de Arguedas, personaje mucho más terrenal. Ciertamente Wilka retorna a su identidad quechua, comunal, la que había dejado en su experiencia citadina, pero el relato quiere expresar, con la muerte de éste, que la colectividad indígena debe y puede manejarse por sí misma sin un caudillo; Liborio en cambio, es hijos de dioses, su repliegue de la tierra, una vez muerto, no es a la comunidad indígena como Rendón Wilka, es el retorno al ficcional antro paradisiaco andino donde se espera vuelva a dirigir, cual el mesías, ahora sí, una rebelión de “naturales netos”.
No obstante, nada de los recursos de la ficción serían sujeto de reclamo si éstas ahondaran en la complejidad del referente histórico social. No es este el caso, aquí la solución de continuidad histórica se remite con exclusividad a la utopía milenaria.
“Cuando el `realismo mágico´ –dice el maestro Cornejo Polar- corresponde a una actitud existencial, cuando tiene el poder de imponer el culto de fe que lo hace posible, cuando no es un recurso más o menos sofisticado tiene el rango y la aptitud suficiente para enfrentar con eficacia la tarea de decir, con pasión y verdad, cómo es nuestra América” (ACP, la novela peruana). O cómo es la realidad nacional y la realidad global hoy.
Pero, ¿qué está en el sustento de esa visión realista en Arguedas, que no es puramente intuitiva, o solamente honesta, con la realidad que quiere anunciar? Lo que da coherencia a su quehacer literario y propone la orientación principal, el norte a que apunta la prospectiva de su referente histórico social, y que lo salva inclusive de la limitación de la tradición indigenista del que es heredero, es la asunción de la doctrina socialista como avanzada ideológica y del pensamiento moderno contemporáneo.
“La interpretación desde dentro del mundo andino –dice Arguedas-, y no solamente del indio, no habría sido posible únicamente por el hecho de que quienes así lo hicimos tuvimos la suerte de vivir con los indios, como los indios, participando de sus dolores, de sus esperanzas, de su fe, de toda su vida, ése es solamente un elemento. Yo declaro con todo júbilo que sin Amauta, la revista dirigida por Mariátegui, no sería nada, que sin las doctrinas sociales difundidas después de la primera guerra mundial tampoco habría sido nada” (Varios, Primer encuentro de narradores peruanos).
Cuánto es decisiva la brújula ideológica para encaminarse hacia la verdad social, hacia la prospectiva histórica y el compromiso con esa verdad, lo demuestra la literatura honesta, progresiva de un autor, por eso mismo paradigmático, como Arguedas. Y cuánto evita -esta postura acendrada en la vida misma y en el compromiso con esa propulsión futura- que las fuentes profundas de nuestra realidad no sean tomadas como mero pretexto para hacer literatura, entendida como simple discurso ficcional, como se ha puesto de moda. “Será éste el andamiaje ideológico –agrega Antonio Cornejo Polar- de la obra de Arguedas. Funcionará no como canon artificial e impositivo que ejerce violencia sobre la realidad para adecuarla a sus esquemas… sino, mucho más sutil y creadoramente, como explicación última que, sin necesidad de explicitación constante, esclarece la índole y dinámica de los sucesos, cosas y personas y que, con fluidez y audacia, sin dogmatismos, y en consulta permanente con la identidad irrenunciable de sí mismo (`no mató en mí lo mágico´), permite que el caos de la realidad encuentre un sentido: el `orden permanente de las cosas´ ”. “(…) El aliento que Mariátegui brindó al movimiento indigenista, su abierta crítica a los escritores que `explotan temas indígenas por mero exotismo´ y su afirmación de la `consanguinidad íntima´ del indigenismo con la ideología propugnada por Amauta, son, también, aspectos que asocian la obra de Arguedas al movimiento dirigido por Mariátegui” (ACP, La novela peruana).De manera que el carácter utópico arcaico que MVLl recusa en la narrativa de JMA y que, como hemos visto antes y ratificamos ahora, es injusta, sí se sustenta y justifica, lamentablemente, en cambio, en la narrativa de un escritor como Oscar Colchado cuya opción milenarista y pasatista es clara e inobjetable.También es conveniente aclarar que esta vertiente de la narrativa andina actual, centrada en la conflagración armada reciente y acendrada en la “modernización del relato”, no es homogénea. Autores como Dante Castro proponen una narrativa de perspectiva social más progresiva en tanto develan no sólo la condición de víctimas de los componentes indígenas y campesinos, sino la potencialidad de respuesta propia, de resistencia y rebelión de éstos, ante la razzia destructiva de las dos fuerzas exógenas representadas por los militares y los insurrectos armados.No obstante, una literatura consustanciada mejor con la situación conflictiva, de violencia política y social de las últimas décadas en el país, no se habría detenido solamente en representar los espacios -andinos o altoandinos- donde se dieron, efectivamente, los principales enfrentamientos armados y la secuela traumática (genocidios, desintegración social, éxodo campesino), y aun con mirada retrospectiva como algunos casos, sino que hubiera advertido que procesos activos han estado presentes en contextos más amplios: desde el origen, con el hervor ideológico de izquierda, que fue parte a su vez del ascenso revolucionario en todo el mundo y que fecundaron las pasiones revolucionarias en las universidades de las principales ciudades de provincia y de Lima, así como el crecimiento de las organizaciones sindicales en las urbes y el campo, tanto como la organizaciones barriales en las grandes ciudades. Que a su vez fortalecieron movimientos y partidos más o menos constituidos, unos de avance gremial y “legal” y otro (u otros) decidiendo el alzamiento armado. Ambas tendencias, el que acendraba su trabajo en organización gremial social, y electoral, como el que había decidido la vía armada, estaban compuestas de centenas de militantes jóvenes idealistas de izquierda, los mejores cuadros que con cierta abundancia dio el periodo, unos alimentando las organizaciones gremiales y barriales y otros alimentando al partido -y a otro movimiento armado que se alzó poco después- que habían decidido la lucha armada (muchos jóvenes de aquella valiosa generación, halló fatal fin en el genocidio de los penales del 86 que se dio en Lima, como en otros que se dieron después). De manera que el proceso de confrontación que se abrió a lo largo de todo el periodo en que se mantuvo en pie la insurrección armada, se dio integralmente en todo el país, entre los militantes de izquierda de las organizaciones gremiales y barriales, los militantes del grupo armado hegemonista –recuérdese la muerte de dirigentes sociales- y ambos enfrentados a las fuerzas represivas del estado –recuérdese la desaparición y muerte de dirigentes sindicales, periodistas, estudiantes etc. De manera que, paralelamente a los enfrentamientos armados en las serranías, se daban enfrentamientos por ganar posiciones gremiales, organizacionales, enfrentamientos de características violentistas y armadas, en que se tradujo la lucha política. Un periodo difícil que le cupo resistir a los sectores populares organizados, contrarios a las incursiones coercitivas y políticamente excluyentes que llevaba adelante el principal grupo armado. ¿Es posible entender la violencia vivida en la zona andina sin comprender la dinámica y dialéctica de fondo que estaba en el contexto político y social nacional? Quizá era demasiado pedir, en las condiciones del periodo pasado, una literatura (una narrativa) que represente el contexto completo de la violencia política y consustancie las perspectivas y las tendencias. O quizá sea bien indagar distintos relatos y expresiones literarias del periodo, de variados espacios y tiempos, que den una visión integral del proceso vivido. Una visión que es incompleta o no se ha dado en la literatura en la magnitud presupuesta. El agotamiento del neoliberalismo global manifiesta los últimos años, con su expresión de ciclos de crisis económica cada vez más continua ha producido algunos efectos mundiales: ha traído abajo gobiernos de ese signo en América Latina, así como ha revivido movilizaciones radicales de protesta olvidadas hace décadas en países centrales (que ha alterado el modo de vida de “ciudadanos del primer mundo” que tenían), ha actualizado también el compromiso social de los intelectuales y de los escritores del mundo.En nuestro país este fenómeno global se expresa en la resistencia contra la expansión del modelo extractivista, que, en su efecto inmediato, amenaza las condiciones de vida de amplios espacios geográficos y poblacionales. La respuesta ha dado como resultado un protagonismo de movimientos sociales de proyección nacional y, naturalmente, de interconexión y solidaridad externa, pues, como queda dicho, nuestra época es de la mundialización del conflicto social.
Y aquí, las consideraciones ideológicas que nos contaban la historia de que ni la conducta del escritor y menos su obra literaria debía contaminarse de los problemas políticos sociales -pues atentan contra la esencia artística-, está siendo respondida con la contundencia que enseña la vida: ya alzan la voz, como intelectuales, como ciudadanos, sumándose a la resistencia que reclama la existencia social, la resistencia de los pueblos, espontáneamente, muchos de nuestros escritores -tan igual como en el resto del mundo-, quizá para reactualizar una literatura de valor apreciable.
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Arturo Bolívar Barreto.- Escritor peruano. Autor de los relatos Gotita e Historia singular del profesor Rivasplata, así como de los ensayos Las políticas culturales de Fujimori a García y ¿Mayores logros artísticos? Literatura social versus literatura formalista en el Perú.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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