Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
El IP, conocido también como el “gasoducto de la paz”, era originalmente IPI (Irán-Pakistán-India). Aunque necesita urgentemente gas para su expansión económica, India todavía no se ha comprometido en el proyecto, incluso después de que un acuerdo casi milagroso para su construcción se rubricó en 2008, debido a la inmensa presión del gobierno de George W. Bush, y luego el de Barack Obama.
Más de 21 millones de metros cúbicos de gas al año comenzarán a fluir a Pakistán desde el gigantesco yacimiento South Pars de Irán desde 2014. Es un inmenso acontecimiento en las “guerras” de ‘Ductistán’ en Eurasia. El IP es un nodo importante en la pregonada Red de Seguridad Energética Asiática, la progresiva integración energética de Asia del Sudoeste, del Sur, Central y del Este que es el máximo mantra para protagonistas eurasiáticos tan diversos como Irán, China, India y los “estanes” centroasiáticos.
Pakistán es un cliente de la red pobre en energía, desesperado. Su conversión en un país de tránsito de energía es la oportunidad excepcional para Pakistán de transformarse de un Estado casi fallido en un “corredor energético” a Asia y, por qué no, a los mercados globales.
Y ya que los conductos funcionan como un cordón umbilical, lo más importante del asunto es que el IP, y tal vez el IPI en el futuro, harán más que cualquier forma de “ayuda” (o interferencia directa) de EE.UU. para estabilizar la mitad paquistaní del teatro de operaciones AfPak de Obama, e incluso aliviar a Pakistán de su obsesión respecto a India.
¿Otro eje del mal?
El desarrollo de ‘Ductistán’ puede ayudar considerablemente a explicar por qué la Casa Blanca anunció el domingo pasado que va a postergar 800 millones de dólares en ayuda militar a Islamabad, más de un tercio de las dádivas anuales semejantes que Pakistán recibe de EE.UU.
La floreciente industria de las invectivas contra Pakistán en Washington podrá presentarlo como un castigo relacionado con la interminable saga de que Osama bin Laden estuvo refugiado tan cerca de Rawalpindi/Islamabad. Pero la medida tal vez tenga sabor a desesperación, y para colmo no hace absolutamente nada para convencer al ejército paquistaní de que siga los planes de Washington sin cuestionar nada.
El lunes, el Departamento de Estado de EE.UU. subrayó una vez más que Washington espera que Islamabad haga más por el contraterrorismo y la contrainsurgencia, de otra manera no recuperará su “ayuda”. Sigue mostrando la usual duplicidad diplomática de “relación constructiva, colaboradora, de beneficio mutuo”, pero eso no puede ocultar la creciente desconfianza entre ambas partes. Los militares paquistaníes confirmaron oficialmente que no les advirtieron de la “suspensión”.
Por lo menos 300 de esos 800 millones de dólares bloqueados son para “entrenadores estadounidenses”, es decir la brigada de contrainsurgencia del Pentágono. Además, Islamabad ya había pedido a Washington que dejara de enviar a esa gente; el hecho es que sus métodos son inútiles para combatir a los talibanes paquistaníes y a los yihadistas vinculados a al-Qaida basados en las áreas tribales. Y en todo caso más vale no mencionar que el método preferido por EE.UU. es, en todo caso, el drone asesino.
El muro de desconfianza seguramente alcanzará proporciones Himalaya/Karakoram/Pamir. Washington solo ve a Pakistán en términos de contraterrorismo en la “guerra contra el terror". Desde la articulación de la combinación AfPak por el gobierno de Obama, es obvio que la principal guerra de Washington es en Pakistán, no en Afganistán, que solo alberga a un puñado de yihadistas de al-Qaida.
La mayor parte de los “objetivos de alto valor de al-Qaida” están en áreas tribales en Pakistán. Y son, en un paralelismo curioso con los estadounidenses, esencialmente entrenadores. En cuanto a Afganistán, se trata sobre todo una guerra neocolonial de la OTAN contra un movimiento de “liberación nacional” de mayoría pastuna, como lo definió el propio líder talibán Mullah Omar.
Saleem Shahzad, de Asia Times Online –asesinado en mayo– argumentó en su libro Inside al-Qaeda and the Taliban (aparecerá una reseña completa esta semana) que el golpe maestro de al-Qaida durante los últimos años fue reubicarse totalmente en las áreas tribales, fortalecer Tehrik-e-Taliban Pakistan (talibanes paquistaníes) y, en pocas palabras, coordinar una masiva guerra de guerrilla pastuna contra el ejército paquistaní y los estadounidenses, como táctica para desviar la atención. La agenda de al-Qaida –exportar su ideología orientada hacia el califato a otras partes de Asia del Sur y Central– no tiene nada que ver con los talibanes afganos dirigidos por Mullah Omar, que luchan por volver al poder en Afganistán.
Washington, por su parte, quiere un Afganistán “estable” dirigido por un títere conveniente, al estilo de Hamid Karzai, para poder lograr el santo grial (desde mediados de los años noventa): la construcción del rival de IP, el gasoducto TAPI (Turkmenistán-Afganistán-
En lo que respecta a Pakistán, Washington quiere que aplaste las guerrillas pastunas dentro de su territorio; de otra manera las áreas tribales seguirán siendo atacadas por drones hasta la muerte, literalmente, sin ninguna consideración sobre la integridad territorial.
No es sorprendente que el muro de desconfianza siga creciendo, porque no es probable que los planes de Islamabad vayan a cambiar en un futuro cercano. La política afgana de Pakistán implica que Afganistán sea un Estado vasallo con fuerzas armadas muy débiles (lo que EE.UU. llama la Fuerza Nacional Afgana) y sobre todo siempre inestable y por lo tanto incapaz de encarar el verdadero punto crucial: el problema de "Pastunistán".
Para Islamabad, el nacionalismo pastún es una amenaza existencial. Por lo tanto el ejército podrá combatir a las guerrillas pastunas al estilo Tehrik-e-Taliban, pero con extremo cuidado; de otra manera los pastunes a ambos lados de la frontera podrían unirse en masa e iniciar una campaña para desestabilizar a Islamabad para siempre.
Por otra parte, lo que Islamabad quiere para Afganistán es que los talibanes vuelvan al poder, como en los buenos días de 1996-2001. Es lo contrario de lo que quiere Washington: Una ocupación a largo plazo, de preferencia a través de la OTAN, para que la alianza pueda proteger el gasoducto TAPI, si se llega a construir. Además, para Washington la “pérdida” de Afganistán y su red crucial de bases militares tan cercanas a China y Rusia es simplemente impensable, según la doctrina de dominación del espectro completo del Pentágono.
Lo que tiene lugar por el momento es una compleja guerra de posiciones. La política afgana de Pakistán –que también implica contener la influencia india en Afganistán– no cambiará. Seguirán alentando a los talibanes afganos como potenciales aliados a largo plazo –en nombre de la inalterable doctrina de “profundidad estratégica”– y se seguirá viendo India como la máxima prioridad estratégica.
Lo que hará el IP es envalentonar aún más a Islamabad, al convertir finalmente a Pakistán en un corredor crucial del tránsito del gas iraní, aparte de utilizar gas para sus propias necesidades. Si India se decide finalmente contra IPI, China está lista para participar y construir una extensión de IP, paralela a la carretera Karakoram, hacia Xinjiang.
De una u otra manera, Pakistán gana, especialmente por el aumento de la inversión china. O con más “ayuda” militar china. Por eso no es probable que la “suspensión” del ejército paquistaní por parte Washington vaya a provocar demasiado nerviosismo en Islamabad.
Pepe Escobar es autor de “ Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War ” (Nimble Books, 2007) y “ Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge ”. Su último libro es “ Obama does Globalistan ” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com .
(Copyright 2011 Asia Times Online (Holdings) Ltd. All rights reserved.)
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
rCR
Envía esta noticia
Compartir esta noticia:
No hay comentarios:
Publicar un comentario