Traducción de S. Seguí |
Tanto si uno es un halcón liberal como si es un conservador neointervencionista, no puede por menos que apreciar el método estadounidense de librar la guerra tecnológica. Precisamente en los mismos momentos en que una pequeña camarilla de iniciados, en Washington y Londres, alborotaba a favor del incremento de la intervención occidental en Libia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) golpeaba este lunes el complejo de Bab al Azizya, en Trípoli, por segunda vez en cinco semanas.
La OTAN insiste en que no tenía como objetivo al coronel Gadafi, sino un centro de comunicaciones en el interior del complejo. Como si la resolución 1973 de las Naciones Unidas autorizara los bombardeos del complejo de Gadafi como modo de “proteger a los civiles”.
Esta actividad cinética tuvo lugar poco después de que el ex secretario de Estado Henry Kissinger hubiera expuesto con insistencia su idea de fin de partida (endgame) para Libia al menos en tres ocasiones diferentes: en la Elliot School of International Affairs, de la Universidad George Washington; en una sesión del Aspen Institute sobre Valores y diplomacia, también en Washington; y por último en la conferencia de Bretton Woods II, en New Hampshire.
El plan de Kissinger: invadir Libia y mantener la situación por lo menos hasta la primavera de 2012. El demencial orden del día consiste en mantener la zona de Oriente Próximo y África del Norte en total desbarajuste, como táctica de distracción y pretexto de Washington para atacar a Irán en nombre de Israel y a beneficio del complejo militar-industrial. Tal vez con el potencial candidato presidencial mariscal de campo von Trump –también conocido como Donald Trump– al mando de la operación.
Gadafi es el villano perfecto de este vodevil anglo-franco-estadounidense que ni llega a la altura de los de Georges Feydeau. A pesar de su megalomanía dictatorial, Gadafi es un panafricanista declarado, un decidido defensor de la unidad africana. Libia no está en deuda con los banqueros internacionales; no pide dinero prestado al Fondo Monetario Internacional para ningún tipo de ajuste estructural; utiliza el dinero del petróleo para servicios sociales, entre otros para el proyecto del Gran Río Artificial, y para la inversión y ayuda a los países del África subsahariana. Y por si fuera poco, su banco central independiente no está manipulado por el sistema financiero occidental. En definitiva, un muy mal ejemplo para el mundo en desarrollo.
Desmantelar Libia sería sólo el aperitivo para el desguace de otras partes de África donde China tiene grandes inversiones. Efectivamente, porque si la bota occidental pisa el suelo del norte de África, su huella llegará a un Sahel que ya está en turbulencia, y donde Malí y Níger están recibiendo armas de los rebeldes libios, que acaban en manos de Al-Qaida del Magreb Islámico (AQMI). Los poderes públicos de Argelia y Marruecos –donde las protestas pro democracia no remiten– ven ya la situación con auténtico espanto.
Es preciso seguir de cerca todas estas variables. Por el momento, el éxito de taquilla humanitaria de esta primavera va a ser Los drones de Libia, otra superproducción Pentágono-Casa Blanca-Departamento de Estado, que nos llega directamente desde Hollywood, perdón, desde la Base de la Fuerza Aérea de Creech, en Nevada.
Entran en escena los drones humanitarios
¿Por qué no pensaron en esto antes: un ejército de aviones no tripulados (sólo cinco, por el momento, con base en el sur de Italia) en lugar de botas sobre el terreno? El jefe del Pentágono, Robert Gates, ha asegurado que estos aviones no tripulados –los drones– bombardearán Libia por razones humanitarias. Si había algún resto de ironía en su afirmación era tan invisible como los mismos drones. De hecho, Gates ya había engañado al Congreso de los EE.UU. hace unas semanas, cuando afirmó que el papel de EE.UU. en Libia terminaría una vez que la OTAN tomara el mando.
Así que ahora es el momento de acelerar este jueguecito de consola, es el momento de que los guerreros de despacho provoquen un infierno con ayuda del ratón. He aquí la guerra tecno-estadounidense en su mejor momento: traigan a los niños para que jueguen a combatir –virtualmente– en el desierto; después de todo, los controles del sistema siguen el modelo de los videojuegos.
He aquí algunas de las cosas que los misiles Hellfire combatirán en Libia. Un producto interno bruto per cápita de 14.192 dólares; unas prestaciones de desempleo de alrededor de 730 dólares al mes, unos salarios de 1.000 al mes para las enfermeras, sin impuestos dignos de este nombre; educación y medicamentos gratuitos; préstamos sin intereses para la compra de un coche o un apartamento. A bastantes estadounidenses desempleados no les importaría conseguir un billete sólo de ida a Trípoli.
El ataque de los aviones no tripulados está en marcha, con lo que Washington podrá pretender que no está extendiendo –¡claro que no!- su “acción cinético-militar”. (Por favor, ¡nada de guerra!) A fin de cuentas, Kissinger tenía razón al menos en una cosa: el presidente Barack Obama apuesta por una guerra aérea hasta el año 2012 que lo conduzca a su reelección.
Luego está la molesta cuestión de los “daños colaterales”, pero ¿a quién le importa? Los drones pueden volar 24 horas seguidas y proporcionar lo que en la neolengua del Pentágono se llama “persistencia ampliada”. Los militares de Gadafi se han transformado ya en población civil y se están diluyendo a la manera de Mao Zedong y Ho Chi Minh. El Vietnam de Obama asoma en el horizonte y el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor conjunto, dice que la situación “evoluciona, sin duda, hacia un punto muerto”.
Estancamiento (y daños colaterales) como en AfPak. En el mismo momento en que los rebeldes libios daban la bienvenida a la llegada de los drones, por lo menos 25 personas morían a manos de uno de éstos, un Predator, en Mir Ali, 35 kilómetros al este de Miranshah, en la zona tribal de Waziristán Norte. Las emprendedoras fuerzas vinculadas a Gadafi –y las tribales– ya están trabajando en sus técnicas de derribo de los drones inspiradas en los pakistaníes, como por ejemplo organizarse en grupos de cuatro personas colocadas separadamente y armadas con lanzagranadas.
Qué lástima que Northrop Grumman no pueda todavía desplegar su poderoso X-47B, un fino drone y auténtico asesino que lanzó en febrero pasado en un espectáculo amenizado con música heavy rock –Blue Oyster Cult–. Este killer asesino sólo estará disponible en 2013, es decir, después de la reelección de War-o-Bama.
Entretanto, esta limpia guerra de vídeo producirá unos cuantos accidentes “moralmente aceptable” (como “daños colaterales”). Y aquí la operación Amanecer de la Odisea vuelve al punto de partida. EE.UU. está de nuevo en el lugar donde se siente más cómodo: no jugando a Ulises en el Mediterráneo, sino jugando a Zeus celestial, con Predators en lugar de rayos.
Ahora lo que se impone es organizar una buena fiestorra, como las de antes, con concurso de baile al son de un remix de Fatboy Slim. En lugar de Christopher Walken, con un avión no tripulado bailador diseñado por Pixar. Y como maestro de ceremonias, el mariscal de campo von Trump, finalmente libre para invadir y llevarse el petróleo. No funcionó en Iraq. Puede que funcione en Libia.
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009).
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MD27Ak01.html
rCR
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