Podemos especular con el fin del crecimiento chino, con el inminente colapso de su economía a la vista de la moderación de su avance, el volumen de la deuda de los gobiernos locales o la magnitud de la banca en la sombra (todos ellos problemas reales y no menores), pero mientras lo hacemos, China, de una parte, aplica las reformas estructurales con una desaceleración controlada para facilitar el viraje hacia un modelo basado en el consumo, la inclusión social, la tecnología y el respeto al medio ambiente, y por otra, define una hoja de ruta de alcance estratégico con la financiación, el alcance y la voluntad política suficiente para configurar escenarios propios que forjen nuevas alianzas basadas en el desarrollo.
El rastro de la diplomacia china en los últimos seis meses multiplica sus anclajes forjando alianzas en América Latina y África, con los países de ASEAN, con Pakistán y Rusia y los países de Asia Central. Reconocida como valedora de los intereses de las economías emergentes en el marco de los BRICS, con las economías de los países desarrollados sumidas en una recuperación ambigua e insegura, China gana terreno diseñando su propia geopolítica, ganando espacio en las instituciones de gobernanza a nivel mundial, liderando la creación de nuevas estructuras que podrían llegar a ser alternativas y poniendo condiciones a las políticas unilaterales del mundo desarrollado.
Tras las giras por África y América Latina del presidente Xi Jinping, la atención se ha centrado en el entorno más próximo. En la Expo China-ASEAN celebrada en Nanning recientemente, el primer ministro Li Keqiang planteó una nueva inflexión en la política china hacia la región, propiciando un nuevo giro en los intercambios económicos (en los últimos diez años aumentó cinco veces el comercio bilateral y las inversiones mutuas se han triplicado). Li sugirió nuevas miras y un impulso a la RCEP (Asociación Económica Integral Regional) en diálogo con el TPP, dos rutas de desarrollo que deben caminar sincronizadas, dijo, y no confrontándose. El primer objetivo es llegar al billón de dólares de comercio bilateral en 2020. En 2015, el vigente TLC se completará con la inclusión de Laos, Vietnam, Myanmar y Camboya. La propuesta de Li a los países de la región abunda en el fomento de la conectividad de las infraestructuras y transportes, la armonización financiera, la cooperación marítima y el fortalecimiento de las relaciones comerciales, un proyecto visionario y completamente estructurado.
Ello sugiere también un nuevo enfoque de los litigios territoriales, combinando la firmeza estratégica con la necesidad de dejar a un lado las reivindicaciones inmediatas y apostar por la explotación conjunta de los recursos. Es deseable y cabe esperar un apaciguamiento de las tensiones que se conduciría a la par que la negociación de un código de conducta asumible por las partes, la reactivación de los diálogos bilaterales y la exclusión de interferencias exteriores en los litigios. China lleva tiempo intentando mejorar las relaciones con Vietnam, ensombrecidas por estas diferencias territoriales, mientras constata el agravamiento de las dificultades con Filipinas. En Nanning no estuvo presente Manila, tras hacer saber al presidente Aquino que no sería bien recibido en el evento.
En Asia oriental, las tensiones con Japón dificultan los avances. Quizás menos con Corea del Sur, a pesar de que también comparte la alianza con EEUU. Pronto sabremos que da de si el breve encuentro mantenido en San Petersburgo entre Xi Jinping y Shinzo Abe. No obstante, las expectativas son menores y de otro signo en relación a los países de ASEAN.
Otro referente importante es Pakistán. Un corredor económico conectará Kashgar, en Xinjiang, con el puerto de Gwadar, en el sudoeste de Pakistán, incluyendo una vía férrea, autopista, cable de fibra óptica y un oleoducto. La actual gira de Xi Jinping por Asia Central, por otra parte, está generando un nuevo impulso que va más allá de la tradicional cooperación energética, y que podría concretarse en la revitalización de la Ruta de la Seda, evocada ahora no solo como referente histórico-literario. En este espacio vital, la cooperación política se ha fortalecido en los últimos años de forma que su blindaje frente al entrismo de Occidente constituye una realidad difícil de conjurar a día de hoy. El entendimiento con Rusia, revalidado en la cumbre del G20 y en la próxima cumbre de la OCS, vaticina la formación de un eje, quizás coyuntural, que aquilate las ambiciones de ambos países frente a las economías desarrolladas de Occidente.
En suma, las capacidades económicas de China unidas a la plasmación de ambiciosos objetivos estratégicos en un momento de especial dificultad para Occidente, configuran una oportunidad que Beijing no quiere dejar pasar. La concreción de proyectos de desarrollo de gran potencial pueden modificar las coordenadas estratégicas del mundo actual, haciéndola más invulnerable y sujeto activo de otro modelo de interdependencia. China pisa el acelerador conforme a una visión estratégica que presta atención a la profundización de la cooperación y al diseño de nuevas alianzas con la economía en el epicentro, aunque sin descuidar la cooperación política y en seguridad, que irá ganando significación progresivamente.
Si estos trazos van ganando claridad, bueno sería que lo mismo ocurriese con los principios y compromisos derivados de su proyecto de nuevo orden global, hoy apenas balbuceados.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Compartir esta noticia:
No hay comentarios:
Publicar un comentario