Parecía imposible pero ya no lo es. Afecta a la que hasta hace poco era la segunda potencia económica del mundo, la tercera en la actualidad, el tercer país nuclearizado de este planeta de ciudades miseria pletórico de armamento nuclear.
La compañía eléctrica nipona TEPCO, la propietaria de Fukushima, una de las tres grandes núcleo-eléctricas del mundo, detuvo el pasado lunes 26 de marzo de 2012 el penúltimo de sus reactores atómicos [1]. El parón del reactor 6 de la central de Kashiwazaki-Kariwa (en Niigata) para una revisión regular dejó a Japón -digámoslo así- “al borde del apagón nuclear completo”. ¿Por qué? Porque en estos momentos una sola -¡una!- de sus 54 unidades atómicas está operativa tras la inconmensurable hecatombe de Fukushima.
El único reactor operativo es el 3 de la planta de Tomari, en Hokkaido, que, por otra parte, anunció también el pasado lunes 26 de marzo que suspenderá su actividad el próximo 5 de mayo, dentro de apenas mes y medio. Se desconoce cuando volverán a entrar en funcionamiento, si ése es el caso finalmente, los reactores parados por lo que es probable que el próximo 6 de mayo no haya ningún reactor en funcionamiento en el país del sol naciente. ¡Ni uno!
Tras la hecatombe de Fukushima, ese Chernóbil a cámara lenta del que nos habló con razón, razones y predicción acertada Eduard Rodríguez Farré [2], ninguno de los reactores detenidos por seguridad o para someterse a las revisiones que estipula la ley ha sido reactivado [3]. Japón era un país que antes de Fukushima dependía, según cálculos reconocidos, en cerca de un 30% de la energía nuclear para su consumo eléctrico. Los gobiernos nipones -¡fuertemente conservadores por lo demás y neta y servilmente a favor de corporaciones industriales alocadas!- impusieron tras el accidente de 11 de marzo de 2011, y no sin más de una vacilación, “unas pruebas de resistencia a los reactores que deben determinar que son seguros en caso de terremoto y tsunami antes de ser puestos en funcionamiento de nuevo”. Además, antes de aprobar su reactivación, cosa altamente razonable, el ejecutivo japonés quiere contar con el apoyo de los municipios que acogen las plantas y que, en buena lógica ciudadana-republicana, piden más seguridad para sus pobladores. ¿Cundirá el ejemplo en parajes mediterráneos o atlánticos?
El primer ministro, Yoshihiko Noda, ha mantenido ese compromiso de no reactivación unilateral pese a que su propio Gobierno ha anunciado “que si todas las unidades atómicas del país están detenidas en verano, el suministro eléctrico podría reducirse un 10%”. No será fácil, sin embargo, convencer a los gobiernos locales para que den su aprobación. El de Osaka, por ejemplo, ha anunciado que apuesta definitivamente por desmantelar las centrales nucleares. Todas ellas. La racionalidad y la prudencia siguen transitando por excelentes senderos hasta el momento en el país de Akira Kurosawa. ¡Sus “Sueños” han dado sus frutos!
En las páginas finales de Ciencias en el ágora [4], el gran científico franco-barcelonés republicano Eduard Rodríguez Farré señala algunas reflexiones de interés y actualidad. Preguntado por las lecciones que podemos y debemos sacar de lo ocurrido en Japón señala: “La humanidad siempre ha vivido al albur de fenómenos naturales destructores. Sin embargo, cuando estos fenómenos acontecen en sociedades altamente tecnológicas, cual ha sido el reciente seísmo y maremoto de Japón, las consecuencias para la población adquieren características y dimensiones inéditas. El accidente del complejo nuclear de Fukushima acabará siendo el mayor desastre de la industria atómica. El desarrollo de los eventos acaecidos constituye, debe constituir, un modelo de estudio cardinal sobre las políticas de prevención de riesgo y de la vulnerabilidad intrínseca de tecnologías como la nuclear publicitadas como esencialmente seguras. Ello incluye, permíteme que insista, la falaz comunicación de la situación y de los riesgos a la población y a los medios”.
En su opinión, la TEPCO, la NISA y el gobierno japonés han informado sobre el (más que un) accidente “según el clásico guión de que todo estaba bajo control y de que no había riesgo para la salud debido a la baja radiactividad emitida. Lentamente han ido incrementado la gravedad de la situación, forzados por los datos provenientes de organismos de otros países, hasta admitir a finales de mayo lo que se sabía desde el inicio del accidente: que el núcleo de los reactores 1, 2 y 3 estaba fundido y que las vasijas de contención presentaban roturas que permitían la pérdida de combustible”. La radiactividad emitida a la atmósfera y vertida al mar, añade, ha sido ingente, se sabía, y ya se había detectado en al aire “a finales de marzo en EEUU y luego en Europa”.
Cómo se ha llegado a esta situación tecnológicamente catastrófica, se le preguntó a continuación: “A través de un proceso de evaluación de riesgos incorrecto, fallido o intencionalmente falseado. Aunque no exclusivo de Japón, es bien conocido que ese país posee una larga historia de accidentes nucleares ocultados e informes falsificados. El más ilustrativo, entre otros, fue el de la planta de Kashiwazaki […] que falsificó los datos de daños estructurales y vertidos radiactivos ocasionados por un terremoto de magnitud 6,8 en 2007, a causa del cual tuvo que cerrar más de dos años. Antes, en 2002, ya había ocurrido una acción similar”.
El punto esencial, en su opinión, es que esta planta, al igual que la de Fukushima y muchas otras, se habían construido aseverando que resistían los seísmos y los maremotos más potentes que ocurren en Japón. No era el caso: “la historia y la paleosismología documentan que fenómenos de intensidad similar al actual (entre 8 y 9) han acontecido en numerosas ocasiones incluso en el Mediterráneo”.
Podía afirmarse entonces, se le preguntó finalmente, que el proceso de identificación y análisis de riesgos fue subestimado: puede hacerse, respondió. “Fue negligente y dominado por los intereses económicos frente a la protección de la población. Ello incluye que al evaluar los riesgos es imperativo ponderar las incertidumbres del proceso, que usualmente son mayores que las certezas. En una tecnología compleja como la nuclear ello lleva a riesgos para la salud de la población inasumibles. Los graves efectos de la irradiación interna por incorporación de radionucleidos representa el aspecto más grave. Es inexacto y engañoso hablar de “niveles aceptables de exposición externa” cuando el problema es la interna. Los promotores de la industria nuclear afirman que las dosis bajas -inferiores a 100 mSv- no producen efectos, cuando los datos científicos reportados -por ejemplo, por el informe BEIR VII de la Academia de Ciencias de EEUU- han concluido ya hace años que no hay dosis de radiación segura por pequeña que sea”.
¿No ha tenido nada que ver con la actual situación en Japón, o con las medidas tomadas por el gobierno conservador alemán (pro-nuclear hasta fechas muy recientes), las movilizaciones, el combate, la admirable organización del movimiento antinuclear? ¿Era o no era razonable aquel lema de “Mejor activos hoy que mañana radiactivos”?
Lo era. Con las palabras del Premio Nobel japonés: “Hace no mucho, leí una obra de ciencia-ficción en la que la humanidad decide enterrar cantidades ingentes de residuos radiactivos en las profundidades subterráneas. No saben de qué modo deben advertírselo a la generación futura, a la que se le dejará el cometido de deshacerse de los residuos, ni quién debe firmar la advertencia. Desgraciadamente, la situación ya no es un tema de ficción. Estamos endosando, unilateralmente nuestras cargas a las generaciones futuras. ¿Cuándo abandonó la humanidad los principios morales que nos impedían hacer algo así? ¿Hemos superado un punto de inflexión fundamental en la historia? […] Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, la derrota de Japón en la II Guerra Mundial y la subsiguiente ocupación del país por las fuerzas aliadas tuvieron lugar durante mi niñez. Todos éramos pobres. Pero cuando se dio a conocer la nueva Constitución me impresionó la repetición de la palabra “determinación” en su preámbulo. Me llenaba de orgullo saber que los mayores tenían tanta resolución. Hoy, a través de los ojos de un hombre mayor, veo Fukushima y las difíciles circunstancias a las que este país se enfrenta”.
Kenzaburo Oé sigue teniendo esperanza en una nueva firmeza del pueblo japonés. Y con él, muchos ciudadanos del mundo, de un mundo que queremos libre de centrales y armamento nucleares. Y sin excepciones… y sin nudos oscuros en el uso de la fuerza.
Notas:
[2] Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Ciencia en el ágora, El Viejo Topo, Barcelona, 2012, capítulo VI.
[3] Cada trece meses de promedio.
[4] Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Ciencia en el ágora, ob. cit.
[5] Kenzaburo Oé, “La responsabilidad por el desastre de Fukushima”. El País, 30 de septiembre de 2011 (on line: http://www.elpais.com/articulo/opinion/responsabilidad/desastre/Fukushima/elpepiopi/20110930elpepiopi_5/Tes )
Salvador López Arnal es nieto de José Arnal Cerezuelo, un “delincuente” reo de rebelión militar, cenetista aragonés asesinado en Barcelona en mayo de 1939 por un pelotón de la Benemérita.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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