La respuesta corta es: muchísimo. Estados Unidos, como un todo –en particular los estados del sur que fueron parte del intento de secesión en 1861, algo que se conocía como la Confederación–, se ha embrollado en un apasionado debate que dura ya semanas. El 17 de junio, un hombre joven, llamado Dylaan Roof, autoproclamado supremacista blanco, mató a ocho personas e hirió a muchas otras en la iglesia Emanuel AMF, templo cristiano histórico de los negros de Charleston, Carolina del Sur. Uno de los muertos fue la reverenda Clementa C. Pinckney, quien pertenecía al Senado estatal de Carolina del Sur. La violencia contra las personas negras no es inusual en todos estas entidades. De hecho, sigue siendo frecuente y rara vez se le castiga seriamente. Lo que también es cierto en los estados de la antigua Confederación es el persistente uso de símbolos legales, como la bandera de la Confederación. Se ha utilizado como parte de las banderas de los estados y como parte de las placas automovilísticas. Han existido muchas estatuas en terrenos estatales de personas que fueron prominentes durante la secesión.
Muchas personas, en especial la población negra, han argumentado que estos símbolos son racistas y que en realidad alientan la frecuente violencia. Han hecho un llamado a que se retiren estos símbolos. Sin embargo, por más de un siglo, tales llamados no sólo no fueron escuchados, sino que fueron activamente denunciados. La voz conductora en pos de mantener estos símbolos ha sido una organización conocida como Sons of Confederate Veterans (SCV, por sus siglas en inglés) (Hijos de los Veteranos Confederados).
SCV ha aseverado que estos símbolos meramente honraban los sacrificios de los individuos que lucharon en la guerra. Este grupo ha levantado gran revuelo en aquellos estados en que todo el asunto se considera el tercer carril
de la política estatal. Cualquier legislador blanco que llamara a retirar estos símbolos con toda seguridad habría sido derrotado en la subsecuente elección.
Ahora ocurrió algo sorprendente. La matanza fue tan egregia y tan obviamente motivada por el racismo, que los líderes políticos de Carolina del Sur y los estados circunvecinos pasaron por alto el tercer carril
y llamaron a la remoción de los símbolos. Y, con bastante prontitud, esto ocurrió en todas estas entidades.
La situación cundió a la legislatura nacional, donde muchos llamaron a que removieran todos los símbolos que honraran a figuras de la Confederación de todas las estructuras controladas por el gobierno federal. Esto sigue deliberándose.
A menos que uno piense que un debate así, acerca de los símbolos, es solamente un fenómeno estadunidense, recordemos el gran número de debates de esta índole, bastante recientes, que ocurren por todas partes. En Ucrania, el gobierno de Kyiv ha tenido un debate importante en torno a la inclusión de los símbolos que hacen referencia al gobierno fascista de Stepan Bandera. La misma defensa de tales símbolos se ofreció en este caso, alegando que los símbolos antecedían a Bandera y que de hecho se referían a una bandera tradicional ucraniana de hace mucho tiempo.
En Rusia, hay un debate acerca de reabrir al público la tumba de Lenin. En Venezuela, la oposición se queja de que el gobierno tiene muchos usos para los símbolos que se refieren a Hugo Chávez. En Francia, la prenda que las mujeres pueden usar en la cabeza públicamente ha sido un debate de por lo menos 20 años. Este debate francés se expandió ahora a otros países del norte de Europa. En España, existe un debate en torno a los símbolos que se mantienen en referencia a la era de Franco. En India, el primer ministro, Narendra Modi, ha llamado a practicar el yoga, lo que muchos consideran un modo de promover los valores hindúes y la preeminencia. Y podríamos proseguir.
Es muy claro que las banderas y otros símbolos nunca son terreno neutral. Importan, y la gente sabe que importan. Pero, ¿por qué importan? Es porque los símbolos crean actitudes tanto como lo que las actitudes crean o se ven reflejadas en los símbolos (o quizá más).
Las banderas y otros símbolos son un instrumento importante para la socialización de los niños. Éstos aprenden lo que se supone deben creer a partir de estos símbolos. A los adultos estos símbolos les recuerdan lo que supuestamente deben creer. Los grupos se sienten justificados para excluir (e incluso asesinar) a miembros que no se conforman al reconocimiento de tales símbolos.
Así que sí. Los símbolos importan. La siguiente cuestión es si importa el cambio de símbolos. Ahora que la bandera de la Confederación ya no ondea en Carolina del Sur, ¿hay menos racismo? ¿Habrá menos racismo contra la población negra? Es bastante posible que no, en el corto plazo. El racismo tal vez esté más encubierto, pero no será menos real. Entonces, ¿para qué molestarnos con cambiar esos símbolos? Porque puede importar en un plazo mayor de tiempo. Es parte de una lucha continua acerca del mundo en que vivimos y que esperamos construir. Es sólo parte de la lucha. Pero necesitamos continuar con esto porque es una parte indispensable de la lucha.
Eso nos lleva al último peligro. Es demasiado fácil que en la lucha contra una serie nociva de símbolos instalemos en nuestro sistema colectivo de valores otra serie nociva de símbolos. No hay una formula mágica en el mundo real, donde muchos grupos luchan por su lugar bajo el sol, y donde somos todos miembros de múltiples grupos que se traslapan. Necesitamos encontrar el espacio para hacer un compromiso común en torno a los símbolos.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/07/25/opinion/018a1mun
Traducción: Ramón Vera Herrera
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