Giro radical de Europa frente a los conflictos en Siria e Iraq
Peter Custers
IPS
¿Es esta una de esas escasas ocasiones en que los responsables políticos hacen autocrítica para corregir un error gigantesco? ¿O es un frío giro radical guiado por el puro interés?
El 15 de agosto, los ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Europea (UE) decidieron en Bruselas que sus países tendrán la libertad de suministrarles armas a los rebeldes kurdos que combaten a los extremistas sunitas del Estado Islámico (EI) en el norte de Iraq.
Incluso Alemania, que siempre se negó a armar a los combatientes en “zonas de conflicto”, está dispuesta a suministrar vehículos blindados y otros equipos a los kurdos que luchan contra el avance del EI.
La decisión de los cancilleres europeos quizá sorprenda porque, en abril de 2013, la UE había levantado una prohibición a las importaciones de petróleo sirio.
El levantamiento del boicot pretendía facilitar el flujo del petróleo del noreste de Siria, donde la insurgencia sunita tenían un fuerte punto de apoyo si no el control total sobre los yacimientos petrolíferos de la región.
El EI no era la única organización radical sunita que disputaba el control del petróleo sirio, pero no hay duda de que la decisión de la UE la ayudó a consolidar su control sobre los recursos de Siria y a prepararse para avanzar en las zonas con pozos petrolíferos del norte de Iraq.
El resultado de la reciente reunión en Bruselas parece revocar la desastrosa decisión previa. Vale la pena describir brevemente la medida en que el EI controla la extracción y producción de petróleo en Siria e Iraq.
Los yacimientos petrolíferos de Siria se concentran en Deir-ez-Zor, una provincia fronteriza con Iraq. Aunque la producción del crudo sirio es muy limitada en comparación con las reservas mundiales, el control sobre sus pozos, además de su refinería, es crucial para la financiación de los combates del EI.
Las reservas del vecino Iraq no se concentran en una sola región geográfica, como sucede en Siria. La mayor parte de sus pozos se encuentran en el sur, a gran distancia de los combates del EI en el norte.
Se dice que solo la séptima parte del petróleo iraquí se encuentra en las zonas controladas por el EI, por un lado, y los combatientes kurdos, por otro. No obstante, los últimos informes indican que los extremistas sunitas controlan al menos siete grandes pozos petroleros en Iraq.
El EI obtiene enormes ganancias con el contrabando y la venta de petróleo. Esa fuerza armada, respaldada por el petróleo acumulado en dos guerras civiles, es lo que provoca escalofríos al mundo occidental.
La decisión que tomó la UE en abril de 2013 parece haber ayudado al éxito actual del EI y la situación creada es históricamente novedosa. Nunca antes una fuerza rebelde de una guerra civil en el Sur en desarrollo basó sus perspectivas de combate en el control del petróleo.
Es cierto que en la mayoría de las guerras civiles africanas en los últimos 30 años fue fundamental el acceso a las materias primas, como sucedió en Angola, República Democrática del Congo, Liberia, Sierra Leona y Sudán. También es cierto que las exportaciones de petróleo financian los combates, por ejemplo, en Angola y Sudán.
Sin embargo, en esos casos el Estado se mantuvo al mando de la riqueza petrolera. En Angola, el derechista movimiento de UNITA dependió del contrabando de diamantes en bruto para costear la guerra, mientras que los yacimientos petrolíferos estaban a gran distancia de sus combates.
En Sudán, el petróleo se concentra en el sur, en la región disputada por el movimiento rebelde. Pero el gobierno de Omar Al Bashir llevó a cabo una política inhumana de despoblación mediante bombardeos aéreos, masacrando a los lugareños y obligando a los sobrevivientes a la fuga, lo cual privó a la insurgencia tanto de personas como de petróleo.
Por lo tanto, no hay antecedentes para las guerras civiles financiadas por el petróleo que libran los rebeldes sunitas en Siria e Iraq.
Los cancilleres europeos, al dejar de ser partidarios fácticos del EI y convertirse en sus rivales, siguen el ejemplo de Estados Unidos, tras sus recientes bombardeos contra las posiciones del grupo extremista en el norte de Iraq.
La intervención militar de Washington no carece de interés propio, aunque se fundamente públicamente en la persecución implacable del EI contra las minorías. El vínculo entre el petróleo y las armas figura en primer lugar para el Pentágono, el Departamento de Defensa estadounidense.
Poco después de que el presidente Barack Obama anunció que las fuerzas de ocupación de Estados Unidos se retirarían de Iraq en 2011, Washington acordó la venta de aviones de combate F-16 y otros armamentos a Bagdad por una valor de 12.000 millones de dólares. Al menos cuatro de las cinco principales empresas militares estadounidenses son beneficiarias de las compras iraquíes.
Casualmente, en la época en que se concretó el acuerdo, la extracción de crudo iraquí volvía a sus niveles de antaño y superaba los tres millones de barriles diarios en 2012. A medida que crecían los ingresos del Estado iraquí procedentes del petróleo, las empresas de armas de Estados Unidos y Rusia competían por los pedidos.
Y existe una sólida confianza en que el nexo entre el petróleo y las armas se sostendrá. Según las eufóricas proyecciones de la Agencia Internacional de Energía, el organismo integrado por los 29 países occidentales consumidores de petróleo, Iraq es la clave para el futuro incremento de la producción mundial de crudo.
Los responsables políticos de Occidente adoptan la causa de los chiitas musulmanes, cristianos y yazidíes que sufren persecución en zonas de Iraq controladas por el EI. Y no hay duda de que la fuerza extremista sunita se rige por una ideología salafista que discrimina rigurosamente contra las minorías religiosas, sean musulmanas o no.
¿Pero cuándo han defendido los estados occidentales sistemáticamente en el pasado los derechos de las minorías religiosas en Medio Oriente? Al parecer, la idea surgió como una ocurrencia tardía tras la ilegal invasión estadounidense de Iraq.
¿Y será probable que la determinación occidental de proteger a los yazidíes de Iraq seduzca a los árabes musulmanes y cristianos en Israel y a los chiitas musulmanes en Arabia Saudita y Bahrein, por nombrar solo a algunos de los grupos maltratados por los aliados de Occidente?
En todo caso, es hora de que se cuestionen los cambios de política de Bruselas.
Peter Custers es un investigador académico sobre el Islam y la tolerancia religiosa con trabajo de campo en el sur de Asia. También es un teórico sobre el comercio armamentista y la extracción de materias primas en el contexto de los conflictos en el Sur en desarrollo. Es el autor de ‘Questioning Globalized Militarism’ (Cuestionar al militarismo globalizado).
Editado por Phil Harris / Traducido por Álvaro Queiruga
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