Elección de Trump agudiza las divisiones en EEUU
La elección de Donald Trump mostró que la sociedad estadounidense ha acentuado sus contradicciones internas, lo que repercutirá fuertemente en su política exterior.
Y con ello la ampliación de la conducta intervencionista, de presión y de agresión contra países como Siria, Libia, Irak, Venezuela, Nicaragua, México, China e Irán, entre otros.
Una sociedad dividida entre su población afroamericana, hispana y blanca – y en esta última entre los grupos más pauperizados y la elite política y económica - Una sociedad hendida entre los Estados del Medio Oeste con relación a la Costa Este y Oeste pero también con una comunidad hastiada de la forma en que se hace política en el imperio y que decidió, en un 50 % del universo electoral, quedarse en casa. Es en ese marco de división que Estados Unidos ya cuenta, para el período 2017-2021 con un nuevo presidente tras la batalla por la Casa Blanca que enfrentó a la política demócrata Hillary Clinton y el empresario devenido candidato por el Partido Republicano Donald John Trump, autodefinido como el gestor del cambio en Estados Unidos y hoy flamante presidente electo para sorpresa del establishment político estadounidense, el temor de las bolsas mundiales y la incógnita de cuál será su comportamiento, una vez llegue a ocupar el sillón presidencial
LOS DEMÓCRATAS LLORAN A BERNIE EN UNA ELECCIÓN PATÉTICA
Estados Unidos ha vivido una elección penosa, deplorable, con una altísima abstención – cercana al 50% del padrón electoral – como expresión de una hastío de millones de estadounidenses, asqueados de una campaña enormemente sucia donde 100 millones de potenciales electores definieron su voto entre dos candidatos temidos, odiados, criticados y con una imagen pública fuertemente cuestionada. En una crisis de representación, como nunca antes en Estados Unidos para definir, en una elección general, no sólo la primera magistratura, sino también 34 escaños sujetos a reelección de 100 posibles para el Senado y 473 de la Cámara de Representantes, que seguirán siendo dominadas por el Partido Republicano.
Una elección que mostró, según el analista Raúl Zibechi “un cuerpo social desgarrado como consecuencia de una política que ha concentrado el poder y la renta en el 1% de la población. Tres décadas de políticas neocons, que están en la base del cisma social, que se traduce en un empobrecimiento de las clases medias, el deterioro de los servicios sociales y de la calidad de vida del 80% de la población. En el plano internacional, son treinta años de guerras de media y alta intensidad, para mantener el estatus de superpotencia que, sin embargo, han acelerado la decadencia”. Una elección con dos candidatos de una catadura moral fuertemente cuestionada, disputando el sillón presidencial.
Una derrotada candidata como Hillary Diane Rodham Clinton, que en una operación política impulsada por el núcleo de hierro del Partido Demócrata, la clase empresarial y la banca concretó una operación política, destinada a perjudicar y sabotear al ex aspirante Bernie Sanders y llevarla a ella a competir contra el aspirante republicano. Una mujer controversial, con 30 años en la espalda de una carrera política polémica y cuestionable. Hoy, ese electorado demócrata, el ciudadano de a pié, no el establishment partidista, es el que llora a un Bernie Sanders, que podría haber competido en mejor forma a un Donald John Trump, que contra todo pronóstico y contra todo el Partido Republicano derrotó a 12 aspirantes del Partido del Elefante, que contaban con mayor experiencia y carrera política. Utilizando en ello todo el poder del dinero que puede proporcionar su condición de multimillonario, de la que hace cotidiana ostentación, en una sociedad donde el oropel y la farandulización de la política levanta candidatos como la espuma. Un multimillonario que con 290 votos electorales, superó la barrera de los 270 votos y superó largamente a Hillary Clinton quien obtuvo 228 votos electorales.
Esta elección, no sólo habló mal de los pretendientes a ocupar el salón oval, sino también de una sociedad que se fagocita a sí misma, que se ha estado autodestruyendo en sus valores morales más esenciales. Una sociedad donde sigue mandando la corporatocracia, el poder del dinero, el show más que la profundidad de los planteamientos – ejemplo de ello fueron los debates televisivos considerados los más pobres y lamentables de los cuales se tenga memoria – Una sociedad que en modo alguno representa un modelo a seguir en materia de democracia. Una colectividad que lo mismo consume comida chatarra que candidatos del tipo Trump o Clinton y que ha visto crecer fuertemente a la extrema derecha, los grupos paramilitares contrarios al gobierno federal y la agudización de las contradicciones y con ello la ampliación de la brecha económica y social de la población estadounidense.
El electorado estadounidense posee más memoria histórica interna que externa, poco le interesa el factor de las políticas intervencionistas de los gobiernos estadounidenses con relación a temas que si sienten les afecta en su vida diaria, tales como la necesidad de una reforma migratoria, sanitaria, tributaria y aquellas políticas encaminadas a sacar del país del estancamiento económico en que está sumida. Donde el tema de los tratados comerciales y el supuesto discursivo que tales acuerdos han traído la ruina económica al país se imponen, al igual que asignar responsabilidad de la caída de la calidad del empleo a los inmigrantes como es el caso emblemático de los trabajos altamente calificados en el Silicon Valley en California donde las grandes empresas han traído con visas temporales a ingenieros de la India , Paquistán u otro país, despidiendo a los trabajadores nativos, generando frustración y oído a las voces populistas.
Estados Unidos ha elegido a su nuevo residente de la Casa Blanca en un Reality Show bajo la promesa de “voto por ti, porque no quiero votar por el otro” pero, en el fondo, ambos candidatos sin grandes diferencias tanto en su política interna como en el plano exterior. En un país donde no existe el bipartidismo, por más que nos quieran presentar discrepancias entre demócratas y republicanos, “En los Estados Unidos, señala el intelectual Noam Chomsky, hay básicamente un partido: el Partido del Negocio. Tiene dos facciones, llamadas demócratas y republicanos, que son algo diferentes pero realizan variaciones sobre las mismas políticas”. Un Reality Show donde el candidato con más experiencia en materias del show business ha salido triunfante y que en sus primeras palabras como Presidente electo llamó a reconstruir Estados Unidos y recuperar el sueño “americano”.
En Estados Unidos se ha dado una batalla electoral que ha fracturado fuertemente a su sociedad, que acudió parcialmente a los centros de votación para depositar su voto, en una elección, recordemos, que no es directa. No muy distinta a la votación a la de cualquier país donde la persona inscrita asiste al local de votación, emite su sufragio pero ese voto suma para un conteo estatal entrando allí el papel del denominado elector estatal. Persona que es la que emite el sufragio definitivo, denominado voto electoral, para la elección del presidente. Es decir las personas que votan en uno de los 50 Estados de la Unión no están eligiendo directamente al presidente, sino que emiten un voto donde le dicen al elector estatal por quien votar. Cada Estado tiene asignado una cantidad de votos electorales de acuerdo a la cantidad de habitantes del Estado sumando globalmente 578. Por tanto, para ser elegido presidente se debía contar con 270 votos, la mitad más uno. En esta contienda Trump obtuvo 290 votos electorales contra 228 de Hillary Clinton, aunque en el plano del voto popular, la candidata demócrata obtuvo una cifra superior de adhesión, que al cierre de esta edición era de 59.137.473 votos con un 47.6 % contra 59.010.035 votos - 47.5 % de Trump lo que muestra también el camino de reformar un sistema político anquilosado y antidemocrático.
Cambios necesarios porque el norteamericano es un sistema lectoral con colegios electorales, que han sido criticados como un sistema anquilosado en el plano electoral. Considerados como una herramienta que impide la participación democrática efectiva, una creación propia del siglo XVIII, que no da cuenta hoy de las necesidades de más democracia, de mayor poder para el pueblo estadounidense, que permita visualizar el contexto de un país con un número creciente de inmigrantes, multirracial, más dinámico entre otros puntos. Modificar ese sistema es una necesidad que debería ser impulsada por la propia sociedad estadunidense pues la clase política no lo hará, pues se siente cómoda en esta forma de elegir a su presidente.
ELEGIR ENTRE UNA CORRUPTA O UN PROTOFASCISTA
Una encuesta de la cadena NBC señaló que el 50 % de los electores estadounidenses opinaron que la elección se definió entre una corrupta contra un racista. Opinión que había sido señalada con anticipación por la candidata del Partido Verde Jill Stein a la cadena Rusia Today, quien afirmó que “Estados Unidos elige entre una reina de la corrupción y un protofascista. Dos candidatos presidenciales menos fiables y los más indeseables de la historia de las campañas electorales del país”. Cualquiera que triunfe, señaló Stein previo a conocer los resultados “vamos a tener que luchar en cuerpo y alma para detener la próxima guerra, para detener la Tercera Guerra Mundial, para frenar la catástrofe climática y para evitar que el fascismo tome nuestro país”.
Hillary Clinton contó con un voto latino importante, pero insuficiente que se movilizó esperanzado que en esta ocasión los demócratas – en la posibilidad de seguir ocupando la Casa Blanca - cumplieran la promesa de una reforma migratoria efectiva, que no fue llevada a cabo por el presidente Barack Obama. Una administración, que a pesar de sus promesas se convirtió en la gestión ejecutiva que más deportaciones de inmigrantes ejecutó, con cerca de 3 millones de personas. Clinton una animal voraz, que no cree en la democracia, que no cree en las relaciones entre los pueblos, simplemente cree en el sometimiento fue derrotada contundentemente. Una candidata que tuvo, con relación a Latinoamérica, un historial de acciones criminales, principalmente como secretaria de Estado, entre las que incluyó su apoyo al Plan Colombia de lucha contra el narcotráfico, usado como "elemento de control" a Bogotá, y el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya en Honduras, en 2009. Aunque es necesario matizar que el voto latino cuando se hace referencia a Florida da cuenta, esencialmente de latinoamericanos profundamente conservadores, que suelen votar por los republicanos en todos los cargos populares. Resabio del anticastrismo y el antichavismo que anida en esa zona del país en forma de una potencia electoral que le dio el triunfo a Trump. La famosa ola hispana se quedó sólo en la amenaza. El único voto leal para Clinton provino de la minoría afroamericana.
Donald Trump, por su parte, se presentó como un lobo solitario, un “héroe duro” luchando contra el sistema político, incluso contra el Partido bajo el cual se presentó, el que se echó al hombro bajo el mensaje que él era el verdadero cambio. Un Trump contra el FBI, contra el sistema electoral y los poderes ocultos. Un candidato que no se rodeó de ninguna figura prominente del Partido Republicano, tan sólo de su familia y amigos, ubicando su cuartel general en su emblemática Trump Tower en la ciudad de Nueva York. La voz de Trump se hizo eco de la frustración de una parte importante de la sociedad estadounidense, de un voto anglosajón de escasa instrucción, racistas, ultrarreacionarios, que siguen soñando con la supremacía blanca, que añoran un pasado que se supone fue esplendoroso, que creen en la creación de muros, en la segregación, que temen al terrorismo aunque en su seno incuben una sociedad con grupos fanáticos y ultraviolentos.
Un electorado que desprecia a las culturas que no entiende, donde prefieren un Estado pequeño aunque ello no conlleve entrega de servicios, que sospechan de Tratados de Libre Comercio, que desconfían de la política y sus partidos, que desprecian el papel de la prensa. Trump supo leer y transformar en votos hablándoles de los temas que supuestamente les interesaba: comercio, trabajo, inmigración. Y eso constituye el mayor peligro de esta elección y su triunfo: el fortalecimiento de la exclusión y el odio a la diversidad. Trump ha sido el vocero de lo más execrable de un país formado por inmigrantes y que sin embargo han sido atacados, despreciados y humillados por un presidente electo cuyos abuelos fueron inmigrantes alemanes, con una madre inmigrante escocesa, con su primera esposa originaria de la República Checa y su actual mujer de origen esloveno. Un personaje pintoresco, un bufón egocéntrico, que logró fracturar al partido republicano, encabezar solitariamente una candidatura, derrotar al partido demócrata, posicionando como temas de definición el racismo, la xenofobia, el odio a la pluralidad y al mismo tiempo cuestionar todo el sistema electoral estadounidense bajo acusaciones de un supuesto fraude. Un empresario que sólo reconocería como legítima unas elecciones donde él fuera el triunfador, poniendo en entredicho toda la democracia representativa del país del norte americano.
Trump no variará su política de tratar de doblegar a Cuba, Venezuela y de presionar a Ecuador, Bolivia —con quien no tiene relaciones y no las tendrá mientras Evo Morales esté en el poder— y Nicaragua, a cuyos gobiernos considera como culpables de oprimir a su gente. Un empresario con precarios conocimientos de política exterior dedicado a amasar fortuna, exprimir al otro, no a tratar de establecer relaciones igualitarias, justas o donde se respete al contrario; si tiene algo Trump con Latinoamérica, por ejemplo, son negocios, como es el caso de Panamá, México y el interés mostrado en invertir en Colombia.
Un mandatario electo que así como afirma que tendrá acercamientos con Rusia se plantea también entrar en pugna con China, desconocer el Acuerdo Nuclear firmado por el G 5+1 con Irán y desechar el camino de acercamiento que se ha tenido con Cuba en un proceso de normalización de relaciones. En estos últimos casos, el magnate neoyorquino no difiere de la posición clásica de los halcones republicanos respecto a la República Islámica de Irán, considerada una piedra en el zapato en los afanes hegemónicos de Washington en oriente medio y Asia central. A lo que se suma también las dificultades con Cuba y Venezuela junto a la amenaza respecto a llevar adelante una política, en materia de inmigración, que será brutal pues las ideas de Trump: muros, expulsiones, detenciones arbitrarias, separación de familias, más parecen sacadas de un manual dictatorial que de una política migratoria que debe ser maneja inteligente e integralmente
El gobierno iraní a través del portavoz de su cancillería, Bahram Qasemi, con referencia a la victoria del candidato republicano señaló que “la nación iraní y la República Islámica de Irán han tenido desagradables experiencias de las estrategias y las políticas de los anteriores presidentes y autoridades estadounidenses, por tanto las políticas y actitudes del nuevo Gobierno de Estados Unidos podrían ser un criterio para Irán y su pueblo para evaluarlo. Las políticas que adoptará la nueva Administración de la Casa Blanca podrían tener mayor importancia que las posturas y declaraciones electorales” consignó el alto funcionario persa recordando, igualmente, que las medidas injerencistas de los ex gobiernos de Estados Unidos en los asuntos internos de los países de Oriente Medio han sido un elemento que ha alentado la violencia, la tensión y el extremismo, responsable de la propagación de la ideología takfirí de grupos como EIIL – Daesh en árabe – generando una inestabilidad regional.
Incluso aliados tradicionales de Estados Unidos como Alemania han advertido que se vienen tiempos difíciles bajo la presidencia de Donald Trump. El Ministro de Relaciones Exteriores de la nación teutona, Frank Walter Steinmeier señaló, apenas conocido el resultado a favor del multimillonario electo Primer mandatario estadounidense que “Nada va a ser más simple, muchas cosas van a ser más difíciles con Trump y es muy posible que muchas cosas, asuntos importantes en materia internacional sean decididos sólo por Washington en forma más continua”.
La intolerancia, el racismo, la improvisación, el descrédito a la dignidad de las personas, las amenazas, las agresiones y el apoyo a entidades criminales, monarquías feudales y grupos terroristas que sirvan de herramienta para los fines de Washington, son parte de las políticas que Latinoamérica, en particular y el mundo en general deberá esperar de Trump. A menos que ya electo, su peculiar estilo de ver la vida lo impregne del pragmatismo que suele tener en los negocios y comprenda que una cosa es declarar lo que ha declarado en el fragor de una campaña y otra muy distinta gobernar una de las naciones más poderosas del planeta donde habitan, muy a su pesar otros 7 mil millones de habitantes.
UNA SOCIEDAD PARTIDA EN DOS
En esta elección y eso es gravísimo para lo que viene, ambos candidatos han traído la división a Estados Unidos. Con un Donald Trump, expresión de la esencia más totalitaria que consume a la sociedad estadounidense, que refleja además la ignorancia supina y el influjo de la violencia para dirimir los conflictos. Expresión de una sociedad que se fagocita a sí misma, que se autodestruye en sus bases éticas. Trump simboliza lo más execrable de un país que agrede para vivir, que ve en el mundo un campo de negocios y explotación, no de colaboración. Un empresario que visualiza a la sociedad estadounidense como un campo fértil donde desarrollar sus teorías más descabelladas. Ve en las mujeres estadounidenses un trofeo machista, en los inmigrantes a seres humanos inferiores quienes deberían servirle, a los musulmanes como una cultura que ignora y desprecia. Trump tiene el virus de la ignorancia y ello es tan peligroso como el virus de la corrupción y el belicismo de Hillary Clinton. Fenómeno que siempre estuvo en la sociedad estadounidense pero que Trump lo amplificó y supo utilizar en función de sus intereses electorales.
Por su parte Clinton nos presentaba una trayectoria política aparentemente incólume, con experiencia, dedicada al servicio del país, creyendo que eso bastaba para seducir a un electorado ansioso de promesas fáciles de digerir. Su condición de primera mujer candidata, ex secretaria de Estado con poder de decisión, ex Primera Dama, no bastó para ocultar una conducta reñida con la moral, con afanes belicistas y una práctica política corrupta. En los ocho años de Obama – y por tanto con activa participación de Hillary Clinton – Estados Unidos se vio enfrascado en ocho guerras de agresión, en procesos de desestabilización, en la complicidad de regímenes como el Israel en su política de agresión y colonización contra el pueblo palestino y de apoyo a Arabia Saudita en su campaña de crímenes contra el pueblo de Yemen y su sostén a los grupos terroristas takfirí que actúan en Siria, Libia e Irak. Los correos filtrados por Wikileaks han demostrado que Clinton ha sido responsable de la guerra de agresión contra Libia y su actual estado de fragmentación y la decena de miles de muertos de este país magrebí. Una política que ha mentido descaradamente y eso en una sociedad tan hipócrita como Estados unidos, puede ser más grave que ser misógino, racista y xenófobo.
El nuevo mandatario deberá enfrentar, en el ámbito externo, una situación plena de conflictos, en diversas zonas del mundo: el Magreb, Oriente Medio, Asía Central y con complejas coyunturas en el Mar Meridional de la China. Tensiones con la Federación Rusa como no se tenían desde la Guerra Fría y la irrupción de China como potencia mundial. A lo que debemos sumar el papel protagónico que está tomando la República Islámica de Irán en el concierto de Oriente Medio y Asia Central, en claro contenciosos con aliados tradicionales de Estados Unidos como la entidad sionista y la Casa al Saud.
Con relación a Israel, el extremista Ministro de Educación Neftalí Bennett señaló que “bajo el mandato del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump la idea de un Estado palestino está superada” lo que augura más apoyo a la política colonialista, racista y criminal de la entidad sionista respecto al pueblo palestino y el despreció al mundo del islam. Recordemos que Trump prometió a Benjamin Netanyahu, que en caso de ser electo reconocería a Al Quds como la capital de la entidad sionista lo que pronostica la radicalización de la lucha palestina en defensa de su territorio y la usurpación sionista y el malestar de la comunidad musulmana del mundo.
Clinton había señalado, que con relación a las guerras en Siria e Irak, no pondría más tropas en acción, sino más bien proporcionaría apoyo financiero y militar, fortaleciendo, por ejemplo, a las fuerzas kurdas. Una Clinton decidida a continuar la política del leading from behind de Barack Obama: seguir bombardeando Siria e Irak y crear una zona de exclusión aérea, incluso si esta medida llegara a provocar a Rusia. La receta para Trump en cambio es más tropas, más fuerzas en terreno hasta llegar a 30 mil, sólo en Siria, pero al mismo tiempo cooperar con el presidente Bashar al Assad y definir el tema respecto a los controversiales “rebeldes moderados”. Hacer que la OTAN y sus socios en las guerras de agresión paguen la factura bélica “si quieren protección que paguen por ella” afirmó el magnate, porque para eso “business are business”. Para Trump, el gran enemigo de Estados Unidos es la República Popular China y su creciente poderío económico, no Rusia con quien desea trabajar en materias de lucha contra el terrorismo y llegar a acuerdos en diversas áreas con el Presidente Putin. Relación impensable para Clinton quien señalaba a Rusia como el gran enemigo de Estados Unidos.
Los candidatos a la presidencia, jugaron con la ignorancia de una sociedad, que suele mirarse el ombligo, que a pesar de conocer poco del mundo suelen asignar la responsabilidad de su fracasos, de sus descalabros económicos, de su escasa capacidad adquisitiva, de sus problemas de salud, de la violencia: a todos menos a ellos: al terrorismo internacional, a la cultura del islam, a la droga que viene de Colombia o México pero no el consumo de sus propios habitantes. En épocas de crisis las sociedades, sobre todo la estadounidense, los candidatos con cierto tufillo fascistoide suelen tener un apoyo que los medios de comunicación, interesadamente, suelen exaltar como una manera de reforzar el sentido de lo estadounidense, para luego decantar hacia la crítica e incluso alertar sobre le peligro que una mirada segada puede tener para la seguridad estadounidense. Medios de comunicación que elevaron la figura de Trump y que hoy analizan con ojo crítico esta manera de hacer periodismo.
Esa visión totalitaria, esa verbalización racista y una conducta radical, misógina, y xenófoba que mostró Trump, suele ganar adeptos en sociedades como la estadounidense que no ha logrado saldar las cuentas con parte importante de su población: negros, latinos y menso aún con su población originaria. Trump vio en la sociedad un nuevo campo de negocios donde desarrollar sus teorías políticas más descabelladas allegando agua a su molino por parte de la población cansada de la política demócrata pero también descontenta de los republicanos y un actuar “tibio” con relación al comercio, el trabajo y la inmigración, según el pensar de los electores más radicales, blancos y sin mucha instrucción, que le dieron el voto masivamente, al electo presidente.
En esta elección tanto Trump como Clinton han sido ele ejemplo vivo de lo peor que puede dar un país en materia de candidatos presidenciales. Una sociedad que se presenta como un faro de la democracia en el mundo y que cree poseer una destino manifiesto. Un mesianismo que ha traído sólo desgracias y que continuará en esa senda para desdicha de cientos de millones de habitantes del planeta. Demócratas y republicanos representan un castigo para nuestros pueblos y ya tendrá la propia población estadounidense el tener que solucionar sus propias demandas internas. Pero, en el plano exterior este país, sea con un republicano o un demócrata seguirá siendo un trago amargo con el cual tendremos que contender.
Las elecciones en Estados Unidos, al final de la jornada nos muestra más que nunca la necesidad que nuestros pueblos estén alertas y preparados ante los embates que se vienen desde la nación del norte americano. Reforzar nuestras capacidades defensivas, diversificar las relaciones internacionales y apelar a la defensa de cada una de nuestras sociedades que se verán más amenazadas que nunca con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. El mundo está, nuevamente, en peligro. No es que con Obama en la actualidad o la posibilidad de Clinton en la Casa Blanca no representen un peligro pero la nula experiencia política, la escasa preparación en asuntos internacionales de Donald Trump lo hacen candidato a ser considerado un gatillo fácil y eso sí es, enormemente peligroso, cuando ese gatillo representa el botón nuclear y con Trump Comandante en Jefe de las fuerzas que manejan el mayor arsenal nuclear del planeta.